viernes, 27 de julio de 2018

Hoja 21: ¿Quién vive ahí?

Casas cerradas, basura sin recoger desde hace días, ningún cuidado de acerado y zonas comunes. Eso es gran parte de Baltimore. También la real.

(Nota previa: si quieres saber de qué va esto, lo explico más o menos aquí y las normas aquí)

Arlington (Virgina)-Washington DC-Maryland-Delaware-Atlantic City (Nueva Jersey)-Fishkill (Nueva York): 620 kilómetros.


En la serie se llamaba de otra manera, el Kavanagh, pero en esta esquina se vomitó alguna vez el exceso de cerveza y whisky.

Una película/serie: 'The Wire', de David Simon. La mejor serie de la historia y la segunda en mis preferencias absolutas (soy de 'Deadwood' hasta el final). Unas pocas líneas no le hacen justicia, salvo en que, 15 años después, Baltimore no parece que haya mejorado mucho si te sales del puerto interior para turisteo.



Una canción: 'Way down in the hole', de Tom Waits. Aunque pongo montaje con las cinco versiones que encabezaron cada una de las temporadas de la serie. 





Estación central de policía de Baltimore. En la manzana contigua está la zona de los clubes de alterne: como veinte en cien metros.

Un libro: 'Cualquier otro día', de Dennis Lehane. Colaboró como guionista en la serie y el libro cuenta la historia novelada de una familia de policías cuando se creó el primer sindicato en el cuerpo de los USA en Boston. Novela negra que es también una de esas grandes novelas americanas universales. La especie de segunda parte ('Vivir de noche') bajó mucho, pero 'Ese mundo desaparecido', que cierra la saga, es digna heredera de la impresionante primera entrega.




Una comida/bebida: Es de la noche del jueves en Arlington (junto al DC). Lo tomé en el Ray The Steaks y es, probablemente, la mejor pieza de carne que he tomado en muchos, muchos, muchos años (por no ser absoluto). Es un corte americano (no hay equivalente español), de la parte tierna del rib-eye, que sería algo así como un solomillo con consistencia o un chuletón tierno que se pueda cortar con el tenedor.




Una imagen: Desde lo alto del embarcadero de Atlantic City que se adentra en el océano y que hoy es un centro comercial. Empezaba a llover. 




Un error: Amparito se ha vengado de que haga sorna con ella. Cuando he puesto que me lleve a West Point me ha mandado a la mitad de la nada (eso lo he visto luego), pero lo peor es que, para llegar allí, me ha metido en el peor atasco de todas las rutas pop que, de haberme dirigido bien (vi carteles tarde), no hubiera acabado ahí encerrado: una hora de retención para 500 metros. O quizá la culpa no sea de Amparito, porque no puede ser casualidad tampoco que en todos mis viajes apenas he visto diez rotondas y el atasco de hoy lo provocaba, precisamente, una rotondita.  




Un descubrimiento: Nuestra Señora de las Autopistas. No es broma: en Childs, al norte de Maryland casi tocando con Delaware, hay una capilla erigida en honor a esta advocación desde el año 1973, cuando los franciscanos que vivían en la zona asistieron a un accidente múltiple ocasionado por la niebla. No hay foto, porque no no me dio tiempo, pero os dejo una de los alrededores (y hoy también había niebla). 




Un dato/hecho: En una ciudad como Atlantic City, donde todo es una imitación de una imitación (querer parecerse a Las Vegas es algo muy triste), hay una estatua, en la parte más noble del embarcadero (donde está el centro oficial de congresos) dedicado a todos los obreros que han muerto en distintos trabajos de construcción de la ciudad. 





Una historia: Nunca he visto una ciudad con más casas tapiadas y cerradas, clausuradas y ni siquiera con un cartel de se vende porque saben que jamás la venderán. Eso, en el caso de que alguien sepa quién es el propietario. 

Baltimore es una ciudad amarga, sueño americano devenido en pesadilla que no termina, dura y cruda realidad que superan a la ya descarnada ficción. En el radio mínimo que late alrededor del Puerto Interior hay un empeño en lucir como un lugar amable, simpático con los visitantes, que de desvive por desplegar una oferta de turismo familiar: tres barcos históricos y un submarino se pueden visitar a pie de muelle, hay decenas de atracciones infantiles, grandes cadenas de restaurantes y una estampa bucólica de yates amarrados al otro lado de la bahía. Aquí nació el himno nacional en 1812, proclaman orgullosos.




Todo eso lo vi al final de mis dos horas en Baltimore. Como es lógico, esta ruta peca de apresurada y de impresiones a salto de mata. Puede que sea injusto con Baltimore por abordarla con un paseo largo en coche (en las zonas más 'The Wire' mejor no bajarse del coche y no estar mucho parado) y otro a pie por el centro. Aunque cuando lo único que ves, en la zona turística y en el resto de la ciudad, son indigentes sin saber qué hacer ya a las seis y media de la mañana es que algo no termina de funcionar. 


Hay numerosos carteles anunciando que se compran casas (arriba a la izquierda).
No solo en las zonas deprimidas (que son inmensa mayoría). También junto a la comisaría principal, el Ayuntamiento, tirados en un banco del monumento contra el Holocausto, en el suelo del bonito puerto interior (supongo que cuando abran los comercios y las familias se perderán en el paisaje). Incluso en un barrio que barrunto que era bueno porque solo había blancos paseando al perro y haciendo carreritas, el aspecto de las casas tiende a destartalado, uniforme, apocado. 




'The Wire' es mucho más que una radiografía de Baltimore. Es una metáfora de los monstruos que también crea toda sociedad desarrollada; cuando digo monstruo me refiero a un entorno, no a una persona. Es posible que Nuestra Señora de las Autopistas velase por mí y me enviase una tormenta apocalíptica cuando me adentré en el oprimido West Baltimore. Digo que veló por mí porque la tromba de agua impidió que se me ocurriera bajarme del coche o recrearme en las fotos (de ahí que salgan movidas o parezcan precipitadas... porque llovía a manguerazos y fueron precipitadas). Aun así, más de una mirada fija me llevé de viandantes renqueantes y huesudos, cansados y encorvados. 




El centro solo es ligeramente mejor a las afueras. En los alrededores del Ayuntamiento, como está la comisaría cerca, puedes sentirte algo más seguro. Eso sí, solo vi coches de policía aparcados y somnolientos, ni un solo agente. 


Otro fondo habitual en la serie. La estatua de delante está decida a todos los "negro heroes".

Imagino que todas estas percepciones nacen de la sensación de desamparo que se inoculó mientras conducía de afuera hacia dentro y de dentro hacia fuera de Baltimore. Pareciera que nadie, o casi nadie, quiere vivir aquí. La gente se va de las casas, alguien las ciega y se caerán a pedazos algún día (muchas de las localizaciones, en particular las que se filmaron en viviendas protegidas, ya han sido derribadas).

Aun así, menudean los carteles de gente que se ofrece a comprar casas. No voy  especular más sobre supuestas especulaciones.


Esto es ya Atlantic City, donde en el embarcadero abundan los negocios cerrados.



Luego, unas tres horas más tarde, Atlantic City no elevó las buenas vibraciones, precisamente. Sabía que no queda nada de lo que aparece en otra de mis series más queridas, 'Boardwalk Empire'. Aunque una cosa es un decorado y otra un embarcadero mal baldeado, con el olor agrio de la orina, los vómitos, el alcohol derramado y la suciedad apenas baldeada. El día de niebla tampoco ayudaba a quitarte la idea de estar en un Fin del Mundo, donde solo faltan los zombis, en un paseo desangelado, con poco visitante y en el que unos enormes monitores de pronto rompían el silencio con estruendosos anuncios. La denominada Las Vegas del Este es un grisáceo paseo marítimo de obras y cartón piedra, sucursales de bajo coste de casinos famosos de la verdadera Las Vegas y una playa donde, para rematar el día, los escasos turistas tuvieron que huir de ella a toda prisa cuando se precipitó la tormenta.

Nuestra Señora de las Autopistas, que volvía a invitarme a marcharme corriendo de allí, porque será que no quiere que vea más las sombras de su país.  

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