viernes, 20 de julio de 2018

Hoja 16: Un tipo que escribe

Rowan Oak, el epicentro del universo Faulkner.


(Nota previa: si quieres saber de qué va esto, lo explico más o menos aquí y las normas aquí)

París (Texas)-Arkansas-Memphis (Tennesse)-Oxford (Mississippi): 740 kilómetros.

Y yo que creía que Arkansas solo iba a ser un lugar de paso más.

Un descubrimiento (más largo de lo habitual pero lo merece): Ocurrió por fin: me ha parado la policía en una autopista. Después de más de 30.000 kilómetros por carreteras americanas, era una cuestión de estadística y yo empezaba a tirar muy por arriba. Ha sido en Arkansas, muy cerca de Hope, pueblo donde vivió sus primeros años Bill Clinton. 

Las ocho y media de la mañana y veo que un coche de policía va a adelantarme. Pero no lo hace, se mantiene a mi lado. Miro mi velocidad y voy bien, intento recordar si he corrido en los últimos kilómetros y no lo creo. Espero a que pase. No lo hace, se pone detrás y pienso que irá a tomar la siguiente salida para cambiar de sentido. 

Y pone las luces. 

O sea, que tengo que parar. Lo hago, claro, y veo que el hombre, de unos cuarenta años, ojos azules, una cicatriz en la barbilla como si le hubieran arañado (¿un preso? ¿su perro? ¿su hijo?) con sombrero como de policía montada y camisa azulona se me acerca por la ventanilla del copiloto (la mía da a la autopista por donde zumban los coches). 

En fin: me hago espoiler: no ha habido multa y ni siquiera reprimenda. El agente, muy amable en todo momento, me ha parado porque había visto que había hecho un movimiento brusco y creía que podía estar cansado o tener sueño. Hemos estado charlando un rato de mi ruta, de lo que he hecho, ha flipado con lo que llevaba este verano y con que sume seis años viviendo a los USA a hacer viajes, me ha preguntado por mi trabajo en un tono como para mantener la conversación (los papeles apenas los ha mirado)y al final me ha dicho que siga adelante pero que me compre ya un café. La verdad es que iba mirando el móvil porque empezaba a dormirme y es una forma de distraerme unos momentos. En cuanto al sueño, se me ha quitado de golpe con el susto. 

Sol de justicia sobre el hotel donde mataron a MLK en Memphis.

Un error: Creerme el más valiente y pensar que esto del calor ya no me afecta. Pero claro, 40 grados con el Mississippi a la verita son mucho más que 40 grados. Primero en Memphis y luego en Oxford me he empeñado en hacerme caminatas. Y en ambos casos he tenido que cambiarme de camiseta luego.



Una comida/bebida: Desayuno en el Café Ward's 24 horas de París. Escribo esto antes de cenar y es lo único que he comido hoy, así que no hay opción. Pero las tostadas estaban ricas y la salchicha (lo llaman salchicha pese a que parece hamburguesa) tenía un toque picante curioso.


Faulkner pintó sobre las paredes de su despacho las notas de escritura de 'Una fábula'. novela por la que ganaría el Pulitzer y mi segunda favorita.

Una cancion: 'History', de The Verve. Más conocidos por su 'Bitter Sweet Simphony' (aunque muchos piensen que es de Oasis), a mí me gusta más. Es que me gusta mucho esa palabra, historia.

 

Memphis tiene una colección curiosa de murales.

Una película/serie: 'Quarry', 'Hap and Leonard' y la primera temporada de 'True Detective'. Tres ejemplos de series ambientadas en este Delta del Mississippi. La primera, lenta de digerir y dura, tiene una de las mejores escenas (uno de esos famosos planos secuencias) de los últimos tiempos en su último episodio. Y está ambientada en un Memphis decadente post Vietnam. La segunda es una cosa entretenida, gamberra y que mejora con los capítulos. Y si no habéis visto la primera temporada de True ya estáis tardando. Hablando de True, True Blood también es de esta zona, pero es que desbarra tanto a partir de la tercera temporada que da vergüenza nombrarla. 

El Hotel intenta mantener la forma que tenía en abril de hace ahora 50 años.

Un dato/hecho: Prácticamente, nueve de cada diez turistas en torno al hotel donde mataron a Martin Luther King el 4 de abril de 1958 era negro. Lógico, pensaréis. Lo es, concedo. Sin embargo, si tuviera que hacer una estadística de los negros que he visto en todos los lugares turísticos donde he estado (no hablo de calles céntricas de grandes ciudades), la proporción es que son uno de cada 100. O uno de cada 200. Está claro que el turismo es un lujo y el salto de nivel adquisitivo muy grande aún entre razas. 



Una imagen: La habitación 117 del Marion Journey Inn, en Marion, Arkansas (a las afueras de Memphis). En esta habitación dormí mi primera noche el 1 de septiembre de 2013, la primera jornada de una Ruta Pop.



Un libro: 'Luz de agosto'. de William Faulkner. ¿Cuál es tu novela preferida de Faulkner? Esta, de la que hoy he aprendido que le dio el título a su autor Estelle, su mujer, por esa especial incidencia que tiene la luz en el mes más caluroso del año. Estamos casi en agosto, así que concededme la fotito.

El último despacho de Faulkner, donde escribió, por ejemplo, 'Una fábula'



Una historia: Rowan Oak, la casa donde William Faulkner vivió durante más de tres décadas hasta su muerte está repleta de citas del escritor intentando justificarse por qué se dedicaba a escribir. Al final, y tras darle muchas vueltas (marca personal del caballero sureño en cuestión) llega a la conclusión de que no sabía hacer otra cosa. Que es lo que era y punto. Que tenía que escribir y escribir y quizá de tanto escribir saliera algo bueno. Aunque ni siquiera fuera su intención escribir algo que perdurase o que fuera bueno pese a que obviamente cuando escribía algo bueno se alegraba, se echaba al coleto un lingotazo de bourbon extra a los ya muchos que llevara en el cuerpo y se dormía feliz. Hasta la mañana siguiente que le entraban las dudas sobre lo escrito. Y se maldecía, y renegaba, y se tomaba dos lingotazos extras o se iba (o las dos cosas consecutivas) a montar a caballo para airearse las ideas (que no la curda). Porque tenía que tener las ideas claras para seguir haciendo lo que solo sabía hacer: escribir. 

Para empezar, a ver cómo se lo explicaba a su futuro suegro. Lo de escribir y no vender trajes. Estelle y William estaban enamorados desde el instituto pero cuando le pidió la mano al padre de la chica este le rechazó porque el tipo ese decía que quería ser escritor. Que eso no es forma de ganarse la vida. Estelle se casó con otro. Y William siguió escribiendo, se fue a Nueva Orleans a ver cómo era eso de la vida de escritor y poco a poco se fue haciendo un hueco. Estelle se divorció y William y ella pudieron casarse al fin. Faulkner escribió entonces algunas de sus obras maestras en los años de la Gran Depresión (finales de los veinte, principios de los treinta) y se compró una casa en su pueblo de toda la vida. Mientras que compañeros de generación cazaban elefantes en el Himalaya o corrían delante de los toros en Pamplona, mientras que algunos se acababan las reservas de alcohol de Nueva York y apuraban su vida juerguista, Faulkner era feliz en su casita del centro de Oxford y, sobre todo, en el mundo personal que creó en sus libros, un trasunto universalizante de sus propios vecinos, un condado ficticio, el de Yoknapatawpha, en el que hay más verdad que en todos los periódicos del mundo.

Como el propio William sobre eso de ser escritor, yo tampoco sabría decir por qué me gusta tanto Faulkner y daría muchas vueltas (también soy muy dado a los circunloquios, lo sé). Hay algo de descubrimiento en el momento adecuado, de dandismo universitario (te tienes que aficionar a saco de algo un poco fuera de lo habitual pero con prestigio), de cercanía geográfica (el sur siempre es el sur), de grandeza en lo pequeño, de fatalidad y destino, de crueldad y bondad. 

No sé. Me gusta y punto. Sé que tampoco es alguien al que pueda recomendar abiertamente, aunque la literatura es tan personal, al fin y al cabo, que nunca sabes dónde puede brotar la pasión (en la casa museo había una chica de visita que se ha puesto a hablar con la estudiante de Literatura de la misma Universidad de Mississippi que atiende a las pocas visitas en verano; la local ha dado por hecho que la otra había estudiado también Literatura y ha contestado que no, que era trabajadora social). 

Faulkner, en fin, me cae bien. Hay una foto en una esquina de su casa donde se destaca que es la única imagen que existe en la que se puede discernir cierto gesto amable en el rostro de Faulkner. Y en otra esquina se cuenta, no obstante, una anécdota de cuando el pretendiente de su hija durmió en la noche previa a la pedida en Rowan Oak y se despertó a la mañana siguiente con una serpiente en los pies. "Es Penélope", le contestó Faulkner, esperando que no le hubiera hecho daño porque allí no se respeta a Penélope. A todas las serpientes que aparecían en la casa las llamaba igual.  

Era un tipo serio por convicción, al que le gustaba el whisky y la mujer de la que se enamoró. Un tipo serio de puertas hacia fuera porque tampoco quería caer bien al mundo. Eso le daba igual. Como poco le importaba el ego. De haberle importado quizá se hubiera ido a vivir a Nueva Orleans o a San Francisco, Nueva York o París. 

Se quedó en su tierra, junto a los suyos. Siguió escribiendo y le reconoció a un amigo que, al final de todo, no importa tanto dejar huella indeleble o ser famoso. Por supuesto: quizá no escribiría ahora como hizo entonces sus primeros libros. Es lo de menos, porque lo importante es que escribió y escribió y escribió. 

Solo quería que le recordasen por una sola frase: "Escribió libros y murió".

Menos mal que lo hizo en ese orden.  








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