Las 'Seven Painted Ladies', las casas más famosas de la ciudad. |
(Nota previa: si quieres saber de qué va esto, lo explico más o menos aquí y las normas aquí)
Gold Beach (OR)-San Francisco (California): 660 kilómetros (eso fue el viernes, 13 de julio).
Una imagen: En San Francisco, un fotógrafo de verdad se queda sin ojos antes que sin foto.
El barrio de Haight, el del Verano del Amor, Hendrix, Joplin... |
Un libro: 'Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer', de David Foster Wallace. No va con segundas evidentes: la ruta pop definitiva está siendo indescriptible. Pero pocos autores como Foster Wallace reflejan tan bien ese americano superdotado, inteligente y fuera del promedio (que es lo que quieren ser todos los californianos) como él. Y esta novelita (por corta) es magistral.
Para hacer una foto de la cuesta de Lombard Street sin que salga medio Japón hay que ir a las siete de la mañana. Lo malo es que hay niebla y no se ve la bahía. Pero mejor eso que mil espontáneos. |
Una película/serie: Siempre he querido ser Steve McQueen. Por 'La Gran Evasión', sobre todo. Pero por todo. Como por 'Bullitt', la película señera y referente de cualquier persecución de coche que se haya hecho después. La dirigía Peter Yates, pero salía Steve. El gran Steve.
Una canción: 'California Stars'. de Billy Bragg y Wilco. De las mil canciones sobre San Francisco y California en el título, siempre me quedaré con esta copla con la que uno siempre imagina conducir en plena noche bajo eso, las estrellas de California.
El puente y Chinatown... dos de las mil opciones de foto en un tour de seis horas en bicicleta. |
Un dato / hecho: 68. Es la media de veces que cambia de manos un billete cuando pagas con él en Chinatown (el barrio chino más importante de USA) y sale de allí. Curso rápido de capitalismo práctico.
Una comida /bebida: Ha costado elegir porque he comido muy bien en este día y medio, pero este desayuno 'Vivian Leigh' de The Hollywood Cafe se impone por muy poquito... el cruasán estaba relleno de huevos revueltos, bacon y queso. La fruta no era adorno: me la comí toda.
Un descubrimiento: En 2009 me sorprendió y hoy ha seguido haciéndolo. Ese toque de superioridad moral es un poco cargante, pero es una ciudad inagotable, donde cada esquina, cada cuesta y cada casa parece esconder una historia. Y ese fatalismo de estar esperando el gran terremoto que acabe con ella, me termina de conquistar. Y la niebla, claro.
Una historia: (Tras lo del autoestopista, he de aclarar que esto es completamente cierto... hasta donde puedo llegar de ver y oír).
Eran cuatro y quizá volvieran de cazar. O se estaban preparando para ir. Pero no: estaban demasiado tranquilos, sin prisa, como para tener que hacer algo de inmediato.
Venían de cazar.
Son las seis y diez minutos de la mañana. Brookings, el último pueblo digno de llamarse pueblo antes de cruzar de Oregón a California. La cafetería la regenta Rose y cuando entro no me atiende puesto que no está a la vsta.
Se me quedan mirando los cuatro parroquianos sentados en mitad del recinto, a los que llamaré Bob, Richie, Al y Jade. Richie tiene en su regazo a un perro de esos que son un poco más grandes que una rata, negro, displicente... Richie es delgado y lleva ropa como si hubiera perdido 30 kilos de golpe. Puede que lo haya perdido con los años y la vida solitaria. Porque Richie (y no solo por el perro) apunta a tipo sin familia: viste ropas sucias y descuidadas, un sombrero ajado de buscador de oro y, bueno, no deja de mimar al perro.
Sin embargo, es Al quien se erige en el recepcionista y quien va a buscar a Rose para decirle que ha entrado un cliente. Al tiene una barba cuidada y unas ropas que seguro que les dejó dobladitas su mujer. Como Bob, usa gorra. Tiene pinta de abuelo algo joven y es amable con los ojos, que es el único termómetro que cuenta a primera vista. Le preguntarías sin dudar por un buen sitio donde cenar.
Rose tiene 50 años y por su aspecto podría estar trabajando en una empresa mediana de San Francisco: gafas, morena, afable. No sé qué hará en Brookings. O será eso, que se hartó de la vida con aspiraciones.
Pido y pienso en mis cosas. Richie abre la puerta y deja que el perro pasee. Cuando se levanta, rellena de café las tazas de todos (Rose anda en la cocina con mi comanda). También la mía.
Los cuatro parroquianos hablan y hablan y no les atiendo hasta que me traen la comida y capto al vuelo que empiezan a hablar de armas.
Bob, pasado de kilos, chaleco sin mangas, gorra de la marina mercante, gafas y cara ancha, es el líder del grupo. Su taza de café (que no es del local, que se la trae de casa) es de color rosa chicle y el mango tiene la forma de la culata de una pistola.
No deja de acariciar el inexistente gatillo.
Es Bob quien habla de rifles y de anécdotas y enlaza con una historia de Vietnam (los cuatro tienen edad de haber luchado allí). Todos ríen la gracia pero al final se quedan callados por primera vez en media hora.
Se quedan callados un par de minutos.
Bob recupera la conversación hablando, claro está, del tiempo.
Es cuando habla Jade. Desde que he llegado, no ha dejado de mirar la ventana. Es el único que no usa sombrero y que va en mangas de camisa, lleva el pelo cano largo, bigote del siglo XIX y se abraza a sí mismo.
Cuando en un momento dado, se me escurre la cuchara y hago un ruido imprevisto, se gira brusco y me mira buscando el origen del ruido.
No, no vamos a pasar de los 20 grados.
Coinciden todos antes de encarrillar la conversación con el tiempo y, cómo no, la política. "Es el fin del mundo tal y como lo conocemos... o eso dicen los demócratas", sentencia Bob. Luego habla una y otra vez de los demócratas y de lo mucho que les encandaliza Trump. Ríen cómplices.
Yo no voto aquí y no sé qué pensará Rose, pero cuatro de los seis que estábamos allí está claro a quien votaron.
Termino. "Son buenos chicos... casi siempre...", bromea Rose mientras pago.
Me voy, les deseo a todos un buen día, ellos a mí. Fuera, en el aparcamiento, hay coches camuflados de caza cuyas ventanillas bajadas confirman que pertenecen a los parroquianos.
Me dirijo a San Francisco entre una niebla que insistirá en no irse ya que no vamos a pasar de 20 grados.
Aunque esa es otra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario