jueves, 5 de julio de 2018

Hoja 1: El orgullo de la luz azul



(Nota previa: si quieres saber de qué va esto, lo explico más o menos aquí y las normas aquí)

Chicago: 80 kilómetros... andando (en dos días y medio).


Siempre que hay un faro (en la imagen, el de Chicago), allá iré.. como si lo tuviera claro.

Un libro: 'Ahora sabréis lo que es correr', de Dave Eggers. El gran autor nacido en Chicago es Hemingway, pero yo soy muy de Faulkner y claro, no me voy a poner a hablar de su némesis. Elijo esta obra porque es de lo mejor de los últimos 15 años y en su locura de huir hacia adelante hay mucho de esta ruta.


Mi bautismo con el béisbol en directo, un derbi de los grandes lagos entre Detroit y Chicago (ganó el de casa tras remontar y sufrir mucho).

Una película/serie: 'El mejor', de Barry Levinson. Seguramente, si la veo ahora me parecerá regulera, pero de crío la veía una y otra vez y me enamoré de esa mística en torno a un deporte como el béisbol tan marciano para los españoles. Hoy, que me he bautizado en directo con este deporte, es lo suyo.



La sombra de Trump, en primer plano o de fondo.


Una canción: 'How soon is now', de The Smiths. Iba a elegir otra de los Smiths (y va más con la foto), pero es que la he escuchado insistentemente en bares entre ayer y hoy. Y a las señales hay que hacerle caso. Y porque nunca es pronto para arrancar la ruta.




Una comida/bebida: Tortitas de plátano, galleta y coco, de Wildberry (Chicago). Me gustan las tortitas lo justo y tiendo al chocolate a poco que se mueva. Pero este plato ha ganado por encima de dos de los mejores restaurantes locales (de rango medio, no de los de 300 euros el menú).


Un buen número de fans se llevan en sus bolsillos una bandera blanca con una 'w' azul grande que sacan al final de los partidos en los que los Cubs vencen, las ondean y cantan el himno. 

Un dato/hecho: 108 años. Es el tiempo que los Cubs se llevaron sin ganar nada (el mayor periodo para un equipo de las ligas de beísbol, baloncesto y fútbol americano) entre 1908 y 2016. En ese tiempo se culpó a maldiciones y mala suerte, pero la verdad es que hasta la peor estadística se acaba. 






Una imagen: Luz y azul.






Un descubrimiento: A nadie le voy a descubrir que los americanos aman su país. Por eso, no extraña que cubran el estadio de los Cubs con una bandera gigante, que escuchen cantando (o en silencio) el himno, hasta se quiten sus gorras y lo aplaudan como si hubieran ganado la liga. Pero otra cosa es verlo. 


A pie de la playa más famosa de Chicago, en un receso del tour en bicicleta.

Un error: Me he matado tanto a andar que llegaba a las noches derrotado. Es decir, que no he podido irme de clubs de blues de esos que dicen que hay muy buenos en Chicago.









Una historia: Jeremiah dice que cuando la humedad te aplatana así mejor no salir de casa en todo el día, que algo se va a romper.
-Pero abuelo, que hoy es el día de la Independencia. 
-¿Y qué?
-Que hay que celebrar. 
-Sí... ¿no?
El nieto es bastante listo, pese a que sea un vago de cuidado. Trabaja en un Dunkin Donuts de 24 horas del Loop turísticto en turnos de noche y se lleva todo el día durmiendo; también las dormía bien cuando no trabajaba. Pero trabaja. Jeremiah cree que eso es mucho y ese mucho es por lo que sabe que le hará caso y que le convencerá a que vaya a ver los fuegos artificiales de la noche. 
-Eres el mejor, abuelo. 
-Si tú lo dices. 
Jeremiah pasa todo el día mirando al cielo: azul, manchado, celeste, blancuzco, grisáceo, azul acerado, naranja óxido, gris.
-Nos va a caer la más grande. 
-No digas eso, abuelo. 
-No lo digo yo, lo dice el cielo. 
-Anda, anda... que no llueve un 4 de julio. 
El nieto es de los que creen que por ser de Chicago todo está resuelto. Va en cómo creces. Siempre comparando, siempre aparentando ser más de lo que puedes ser. Nunca serás Nueva York, por mucho que rasques ese cielo tan nítido del Medio Oeste. Mucho menos Los Ángeles, extensión de avenidas sin encanto y mucho cartón piedra. Chicago es su orgullo. Y el nieto es orgulloso como el que más. No necesita ser la ciudad más grande o famosa, solo necesita ser importante. 
-Si me quitan el orgullo, el derecho a intentarlo, no sé qué me queda.
Le dijo una vez. Y Jeremiah tuvo que callarse. 
Tan calladito como está mientras que. desde diez minutos antes de las nueve y media, ya hay fuegos artificiales. Son rayos, y las nubes vienen del oeste, como si las escupieran las montañas rocosas. El nieto le rehuye la mirada.
-Ya empezamos. 
Empiezan, sí. La ubicación no es la mejor, se ven lejanos las burbujas y los ramilletes, los rojos y los verdes, los azules y dorados. 
El blanco de los rayos destalla entre tralla y tralla, desnudando la realidad de la tormenta. Diez minutos, quince de fuegos. Al catorce caen goterones. Pocos, pero la gente corre en desbanda hacia el metro, tanto que le costaron los preparativos, tan poco la huida. Jeremiah agarra a su nieto del brazo. 
-Solo es agua y vamos a empaparnos corramos o no. Ya pasará.   

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