jueves, 12 de julio de 2018

Hoja 9: En la orilla del otro lado del mundo

En la playa de Cannon Beach, a 12 de julio, no sobra un plumas. Normal, que Willy el Tuerto no abriera un ojo.


(Nota previa: si quieres saber de qué va esto, lo explico más o menos aquí y las normas aquí)

Seattle-Cape Disappointment-Astoria (Oregón)-Gold Beach (OR): 800 kilómetros (pero con 600 de esos kilómetros con límite de 80).





Una imagen: Pisando el Paífico... al norte del país... es lo más lejos que voy a estar de casa (España, se entiende) en todo el viaje.



Una canción: 'Have you ever seen the rain?', de Creedence Clearwater Revival . Hoy sí, he visto y sentido la lluvia en un día completamente despejado. Fue en apenas cien metros en parte del camino hacia el Northen Lighthouse de Cape Disappointment. Los pinos de 30 metros, mecidos por el viento, aún dejaban caer rocío. 



Desembocadura del río Columbia o Cape Disappointment (cabo desengaño), donde la expedición al fin vio el Pacífico.

Un libro: 'Nuestra América', de Felipe Fernández-Armesto. Porque lo de Clark y Lewis tuvo mucho mérito cuando cruzaron todo Estados Unidos, creyendo que California estaba al otro lado del Mississippi y les faltaba medio continente, pero quizá haya mucho por descubrir sobre lo que hicieron los españoles sobre esta tierra. 

Los Frattelli han dejado el jeep atrás



Una película/serie: 'Los goonies', de Richard Donner. Estando en el territorio de Willy el Tuerto era inevitable. Trasciende generaciones, con esa mezcla gamberra de La Isla del tesoro y la marginación de los distintos. Y todos se arrogan pertenecer a su generación, pero solo los que nacimos a mediados de los setenta la vimos en el cine (y la descubrimos, que es otra cosa), con la edad que tenían los protagonistas, en torno a los diez, once años. 

Al menos, el primer hito del día fue una sorpresa: tomé la dirección equivocada y acabé viendo el Pacífico en una playa apartada y con más de medio kilómetro hasta la orilla.  


Un error: Si ayer el problema fue dejarlo todo para el final, hoy tenía marcado en rojo el día como duro y peligroso. Once horas de coche (sí, son 800 kilómetros, no más que otros días, pero con carreteras muy limitadas de velocidad y tráfico) y con siete horas entre la última parada de interés y el hotel.




Un dato / hecho: En en el entorno de apenas dos millas del Cape Disappointment hay dos faros. En ningún otro sitio de la costa pacífica americana pasa eso, que haya señalizaciones tan próximas entre sí. La desembocadura del río Columnbia es aterradora. 



Una comida/bebida: La crema de almejas del Spinners, en Gold Beach. Es una sopa típica de Nueva Inglaterra y he pasado dos veranos allí. Pero esta es la clam chowder más buena que he probado... al otro lado del país o como si la mejor tortilla de camarones la pusieran en Burgos.

De esto no hay foto, pero os dejo una de las mil panóramicas posibles que deja la autovía del pacífico en Oregón.

Un descubrimiento: Son miles y miles de kilómetros por todo tipo de carreteras y jamás he visto a tantos viandantes (no exactamente autoestopistas, que también) como en Oregón... como a quince, deambulando por los arcenes de la autovía.





Una historia: Medía uno setenta porque aún está en edad de crecer. Tenía la boca grande, los ojos claros y hambrientos, la frente grande y un pelo pajizo que se le salía a borbotones de la boina que llevaba. Olía a leche agria, a manteca de cerdo sudada y resecada, a ropa a la que le han caído chaparrones y la humedad impide que se sequen de verdad. Entre sus manos, un trozo de cartón donde pone Florence.  

-Gracias por parar.
-Si no paraba y hablaba con alguien me mato en la carretera del sueño.
-Pero gracias... no eres de aquí. 
-No. Soy de España. 
-Ah. 
-¿Y tú?
-De Montana. 
-También estás lejos. 
-Supongo. 
(Silencio de siete minutos)
-¿Y por qué Florence?
-Nusé (dicho I'dunno).
-Ya 
(Tres minutos).
-Tengo un amigo en Florence. Trabaja en un camping. Me ha ofrecido trabajo y allí voy. 
-¿Tienes edad de trabajar?
-Claro que sí. 
-Perdona. 
-Es un buen trabajo... tengo que hacer algo. 
-Claro.
-Seattle es muy bonito, pero no es lugar para ganarse la vida. La gente... los sin techo, son muy agresivos... con eso de ganarse el territorio porque siempre hace mal tiempo. Yo viajo al sur. 
-Tampoco es que haga mucho calor aquí para ser mediados de julio... pero oye: ¿es verdad eso que dicen que Seattle es el paraíso de los escapados?
-Runaways. 
-Eso. Yo escribí una novela que se llama así.
-¿Va de desaparecidos o gente que se fuga?
-No. 
-¿Y por qué se llama así?
-Nusé.
(Reímos, callamos seis minutos).
-¿No es peligroso hacer autoestop?
-Hay mucho colgado en esta carretera. Pero también buena gente. No me he encontrado aún a nadie malo. 
-De momento.
-Quiero seguir el buen tiempo. Y ya veré luego. Esta costa es preciosa... pero está desperdiciada. Ni en julio se puede estar en la playa. Es como... nusé... como si la naturaleza dejase claro que ella gana. Hay algo triste en eso... en lo que podría ser.
-Conozco muchas costas explotadas por el turismo y eso sí que es triste. 
(Nueve minutos).
-Si quieres parar a hacer alguna foto, sin problema. 
-No... solo quiero llegar. 
-Ya casi estamos en Florence, de todos modos. Ya no molestaré más. 
-No molestas. 
Silencio. 
Paro en mitad de Florence, un pueblo no como los demás de la costa (a mitad de camino del turismo y la industria pesquera), sino una calle principal y grandes almacenes y gasolineras y cadenas de comida rápida. 
Podríamos estar en Montana. 
-¿Seguro que te quedas aquí?
-Claro... muchas gracias.
Unos 30 kilómetros más adelante veo el cartel del camping al que en teoría se dirigía. No sé si se equivocó o se agobió o las dos cosas. 
O ninguna.
Tampoco importa mucho: con este tiempo que hace.
No le pregunté su nombre al chico.
Yo tampoco le dije el mío.

PD: Esta historia es inventada: no he recogido a nadie en la carretera, pero sí había un chaval con ese aspecto que se dirigía a Florence a saber qué.    

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