miércoles, 25 de julio de 2018

Hoja 20: Silencio

El monumento que recuerda a Iwo Jima pertenece a los Marines y está junto al cementerio de Arlington.

(Nota previa: si quieres saber de qué va esto, lo explico más o menos aquí y las normas aquí)

Charleston (Carolina del Sur)-Carolina del Norte-Arlington (Virgina): 860 kilómetros.

Un poco de ninguna parte en Carolina del Norte.

Una canción: 'Keep the car running', de Arcade Fire. En la que será la última gran paliza (creo que no me quedan jornadas de más de ocho horas ya), pues eso, que siga rodando el coche. Además, sonó entrando en DC.



En la plaza D32 de un aparcamiento de la zona de Rosslyn, en Arlington, se fraguó la exclusiva periodística.


Una película/serie: 'Spotlight', de Thomas McCarthy. Cuando vi esta película pensé que deberían ponérsela a los alumnos de Periodismo el primer día de clase y discutirla todo el resto del día. Obviamente, la referencia se produce tras visitar el garaje donde se encontraban el jefazo del FBI y el periodista que destapó el Watergate (y que no se supo su existencia hasta 2005).  



Un libro: No voy a recomendar a Kerouac porque no me gusta especialmente su famosa novela de 'En el camino'. Además, no hay tanta carretera en ese libro. Para caminos con sentido lean a Ulises y su Odisea o, si no les da la vida para tanto, los poemas de Kavafis (Itaca) o el llamado simplemente Ulysses, de Tennyson.




Un error: Pensar que esas nubes negras que se cernían sobre Arlington y Washington eran decorado. Me ha caído la más grande y he llegado al hotel hasta con los calzoncillos mojados (me ha pillado la tormenta en mitad de un parque sin lugar donde meterme).



Un dato/hecho: La práctica mayoría de la familia Kennedy está enterrada en Arlington. Obviamente, JFK, pero también su mujer e hijos fallecidos e incluso su hermano asesinado como él. El edificio que se ve en lo alto de la colina perteneció, como todo el cementerio antes de ser un camposanto, al general Lee, el jefe de los confederados, quien vivía aquí junto a su mujer, descendiente de George Washington, y que está claro que les sobraba el espacio para pasear a la fresca. 

Casita de juguete.

Un descubrimiento: Venga, vale. Al final me ha gustado Charleston.



Una comida/bebida: Cualquiera de los tres platos que tomé en el Husk de Charleston para cenar merecería estar en esta foto. Las costillas de entrante, el mero con verduritas de la zona del segundo y esta tarta de queso sin más que queso y base de galleta. Sin siropes ni helados ni nada de nada. 


Rostros en las lápidas.

Una imagen: He caminado hora y media por el cementerio y solo he visto estas dos fotos sobre las lápidas. Ambos murieron en la Segunda Guerra Mundial. 




Una historia: Me va a costar pero no quiero entrar en comparaciones subjetivas (daré un par de datos objetivos para contextualizar). Solo contaré lo que he visto y (no) he oído. 

Arlington es un cementerio militar donde yacen unas 400.000 personas, la inmensa mayoría militares, así como sus familiares (sobre todo, esposas) y otros dirigentes destacados (como los Kennedy). Tiene más de 250 hectáreas de extensión, más del doble que el más grande de Madrid, el de la Almudena. Cada día, se entierran a unas 30 personas y hay graves problemas ya de espacio. 



Es cierto que las hileras interminables de lápidas en centenares de colinas abruman. Que la sucesión de nombres, guerras, esposas enterradas junto a su marido, nombres de familia, medallas concedidas, cruces de todo tipo, fechas, vidas truncadas a los 18 o 20 años, veteranos de tres guerras, callan al más dicharachero. 

Aun así, lo que más me ha sorprendido es el silencio. Es un cementerio, sí. Pero ya me entienden. Es un enorme parque (más del doble que el Retiro de Madrid, también) al aire libre y hay miles de personas paseando por él, con centenares de niños y supongo que miles de móviles. No he oído uno solo. Ni he visto a nadie con el aparato en el oído. La gente habla en murmullos y los niños chistan a los padres cuando a estos se les escapa un tono alto. Los visitantes tampoco se hacen fotos entre sí. Y las imágenes ante tumbas famosas como las de los Kennedy son como pidiendo disculpas, a un lado; nada de selfies ni posados. 

Es un cementerio, sí. 

Pero ya me entienden. 

Luego está el cambio de guardia ante la tumba del soldado desconocido (un anónimo de la Primera Guerra Mundial junto a la que luego se sumaron uno de la Segunda, uno de Corea y otro de Vietnam). En los meses de primavera y verano se produce el relevo cada media hora; el resto del año, a la hora en punto. Entre relevo y relevo, el guardia (que pertenece al Tercer Regimiento de Infantería y se preparan a conciencia para este deber) camina 21 pasos delante de la tumba y se queda mirando 21 segundos al Este, luego gira y mira al Norte 21 segundos antes de dar 21 pasos de vuelta ante la tumba y repetir el proceso en el otro extremo, no sin cambiarse el rifle de hombro y situarlo en su izquierda, que es su flanco más cercano al público como advirtiendo que él estará siempre entre el posible agresor y la tumba. Así, media hora o una hora, hasta que llega el oficial que anuncia el cambio, grita a la gente que se levante y guarde el debido respeto y va dando órdenes hasta que se intercambian el guardia saliente y el entrante. 

Durante el proceso, que dura unos cinco minutos largos, silencio.

Miento: se oyen los aviones que retumban desde el cielo camino del aeropuerto y se oyen los pasos de los guardias sobre el cemento, unos pasos de casi arrastran los pies, solo taconean en los giros.

No es un silencio perfecto. 

Pero ya me entienden.  

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