domingo, 8 de julio de 2018

Hoja 5: Tierra mala

La conquista del Oeste.


(Nota previa: si quieres saber de qué va esto, lo explico más o menos aquí y las normas aquí)

Kimball-Wounded Knee-Badlands-Deadwood (todo en Dakota del Sur): 700 kilómetros.


En la colina del fondo hay un cementerio donde se recuerda a las 146 víctimas indias de Wounded Knee. Desde el aparcamiento oficial, hay que pasar por varios mensajes que dejan claro que aquello no es una atracción, sino un lugar santo.


Un dato/hecho: El 29 de diciembre de 1890 se produjo el último enfrentamiento sangriento entre indios y el Gobierno americano, la masacre de Wounded Knee. Murieron cerca de 200 personas, la mayoría mujeres y niños acribillados por ametralladoras del Séptimo de Caballería, fusilería y cargas. 

Que yo sepa, no hay olivos en las Badlands.

Lo que sí permanece es el río Blanco y su valle, donde la aspereza de las Badlands todavía deja aire para que haya algo de vida y se crie ganado. 

Un libro: 'La Dama Blanca del Mississippi'. Entro en modo autopromoción porque sí, porque no todos los días se visita el lugar al otro lado del mundo donde acabas una novela. Eso sí, no he encontrado un olivo por ninguna parte. Será que Freddy se esconde de las rutas para los turistas en las Badlands.





Una película/serie: 'Deadwood', de David Milch. Si me preguntas cuál es para mí la mejor serie, contestaré que 'The Wire' sin dudarlo, pero si la pregunta es cuál es mi serie favorita seria esta sobre este pueblo perdido en territorio Lakota donde se encontró oro y saltó por los aires la posible bondad de los hombres. 




Una canción: 'Sunday Bloody Sunday'. de U2. Repite U2 sin que pretendiera yo repetir a nadie, pero nada más encender la radio del coche salió esta canción. Y era domingo e iba hacia lugares donde se había derramado mucha sangre. Y el buen U2 nunca sobra.






Una comida/bebida: Tortita en el Ditty's Dinner de Kimball. Parece simple, sin mil añadidos (toppings, los llaman los guays) ni rellenos. La elijo por su pureza, ya que, pese a ser harina, leche y huevo, sabe a la parrilla donde se ha hecho (¿por qué están tan buenos el sandwich mixto de bar?). Sabe a auténtica.



Un descubrimiento: Me he acordado que ya lo pensé en 2013 cuando conocí las Badlands. Pero lo había olvidado hasta hoy: en muchas de las formaciones rocosas, si miras de esa forma esquiva en la que no fijas la vista pero ves de reojo, captas figuras y rostros en la piedra. ¿Las almas de los lakotas?





Una imagen: Las Badlands, así llamadas por los Lakotas, que ya temían a esta tierra de nadie como a un nublado. No hay pasto ni caza ni agua, solo piedras y arena y unos pocos hierbajos. Al otro lado de estas malas tierras mandaron a los últimos indios rebeldes, a lo que hoy es la Pine Ridge Reservation.





Un error: La inclusión de Wounded Knee ha sido un (más que feliz) añadido de última hora. Sin embargo, el viaje da para pocos extras y eso me ha restado fuerzas e ímpetu para afrontar con todo su respeto y calma las Badlands.





Una historia: Jerilyn, de unos sesenta años pero con la piel (roja) tersa de los treinta, una camiseta de hombre azulona con dibujos de su tribu, unas gafas anacrónicamente modernas, la dentadura limada y mellada, la voz pausada de los que ya no tienen prisa pero en cada frase permiten que rezumen el dolor y la desesperación, dice: "Yo no soy sioux, ni mucho menos soy india o indígena americana: yo soy lakota". Como ella, lakota de verdad, solo quedan cien más en la reserva de Pine Ridge (bastante más grande que todo el Pais Vasco en extensión) y mil repartidos por el país. Hace siglo y medio, aglutinaban a las siete grandes tribus que dominaban medio continente.
Para ser lakota, tu padre y madre y abuelos deben ser lakotas. "Ahora mucha gente dice que es lakota, pero cuando yo era pequeña en el colegio me insultaban por no saber hablar y otros compañeros, indios incluidos, me decían que los lakotas eran los indios más sucios y pobres". 
Tiene razón objetiva Jerilyn en lo segundo: la reserva al sur de Dakota de Sur es una de las comarcas más pobres de Estados Unidos. 
"Nos traen iglesias de todo tipo: católicas, evangélicas, baptistas... pero nos morimos de hambre. Llevamos más de cien años muriéndonos de hambre".
Más o menos, desde que el hombre blanco vino desde el otro lado del mundo y acabó con el sustento de las tribus: el bisonte.
Jerilyn Elk es la mujer del jefe. Viven unos pocos metros más atrás, en casas prefabricadas que se caen a pedazos y en las que se antoja difícil pensar que llegue la electricidad. Subsisten al borde de la indigencia en una tierra tan alejada de todo, tan yerma y dura como el lado oculto de la luna. Cada mañana, la familia Elk contempla al salir de su hogar la loma donde en 1890 medio millar de soldados del Séptimo de Caballería acribillaron con todo lo que tenían (hasta ametralladoras) a un grupo de lakotas que ya se habían rendido desde hacía días (aunque habían puesto nerviosas a las autoridades porque estaban replicando una serie de rituales en los que profetizaban el fin del hombre blanco). Entre las 146 víctimas hubo decenas de mujeres, niños, ancianos y heridos. También murieron 36 soldados, muchos de ellos asesinados por sus propios compañeros que disparaban al bulto. A ese día sangriento se le llama la Masacre de Wounded Knee y fue el último gran enfrentamiento entre los indios y los soldados del Gobierno de Washington.
"¿Qué quieres que te hable, de 1890 o de 1973?", me pregunta Jerilyn. 
¿1973? Puesto que yo he ido esta mañana a este rincón dejado de la mano de las cuatro fuerzas de la naturaleza (si hablamos en lakota no puedo decir de la mano de dios) por la masacre de 1890. De 1973 pocos hablan excepto los (muy) pocos lakota que quedan. A raíz de una protesta de los movimientos indígenas, un grupo de lakotas se encerró en una iglesia que había junto al cementerio actual. El Gobierno mandó hasta tanques para reducir la protesta. Murieron dos indios y resultaron heridos más de diez tras varios días de sitio.
"Ahora, ser lakota es motivo de orgullo", dice Jerilyn con media sonrisa, acariciando los ajados (y remendados con papel de celo mil veces) documentos que muestra a los turistas sobre los dos incidentes de Wounded Knee. "Todos quieren ser lakotas", comenta, con la condescendencia de quien viene de vuelta y considera, por ejemplo, que ahora todos se dejan barba y llevan jerseys apolillados porque es lo que manda la moda. "Incluso en la misma reserva vive un descendiente de Custer que dice ser lakota... De Custer..." Concluye, y no escupe al decir el nombre del jefe del séptimo de Caballería (ya muerto cuando la masacre, pero él mismo había perpetró otras muchas antes) porque los lakotas son educados. Sonríe, mientras la ira brilla en sus ojos negros tras las gafas de montura de metacrilato. La ira antigua de los derrotados. O quizá lo que brille sea la esperanza irreductible de que quizá algún día vuelvan a ganar.










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