viernes, 26 de septiembre de 2014

Cuando suena una sirena





La Voz cierra a final de año.


Dijeron en 2005.


La Voz de Cádiz cumple hoy diez años.


Me pide el cuerpo decir que sigue sólo por joder a todos los que la han dado por muerta casi desde antes que naciera. La realidad es que sigue porque matar a un periódico siempre es más difícil cuando resulta que la gente que queda en él es difícil de matar.


Por mucho debate que se monte en twitter, por mucha jornada virtual que se organice en aularios polvorientos, por muchos golpes en el pecho se den en largas, pomposas y aburridas columnas de los granes medios; por muchas pamplinas que leas sobre el futuro del periodismo, en definitiva, el periodismo sólo puede vivir en un puñado de profesionales cuyo único futuro que les importa es el de la hora de cierre.


O el reportaje de fin de semana como mucho… (aunque no se piense en él antes del miércoles).


A La Voz de Cádiz la están matando entre todos desde hace nueve años y está claro que, a estas alturas, será de las que muera ella solita y cuando le dé la gana (si le da la gana).


No quiero ser ingenuo: en La Voz seguramente tengan la media de productividad más alta del gremio en Cádiz (y del mercado laboral gaditano, en general). Se trabaja más horas que en ningún sitio y te recompensan de la peor manera posible. La competencia siempre será más fuerte que tú porque lleva en la ciudad décadas y décadas y te dobla en recursos (y las exclusivas institucionales sólo entienden de ventas en kioscos y de rancio abolengo). Cada exclusiva, por tanto, es una batalla que, no te desengañes, tampoco es que te la vayan a tener en cuenta. Complacencias, las justas: ¿qué tienes para mañana? Porque mañana hay otro periódico y mañana, seguramente, te aplastará el Diario con su regimiento de tanques. Así que no hay tiempo de pararse. La Voz es una trinchera sobre la que vuelan las bombas de gas mostaza. Allí, la guerra de trincheras dura ya diez años, más que en la Primera Guerra Mundial tan de moda ahora.


Pero, a día de hoy, cada vez que veo a un periodista que pisotea su trabajo, a un niñato que se cree que es periodista porque tuitea, a un tertuliano gritando en nombre de la profesión, a cualquiera en el gremio quejándose de su trabajo, de lo mucho que tiene que hacer, le deseo un verano de prácticas en La Voz de Cádiz, bajo mínimos y sin un robapágina de publicidad. No porque quiera castigarlo con la dura realidad (bueno, un poco sí). Sino porque allí aprenderías algo (si quieres, por supuesto). Es uno de esos sitios donde una sirena de la Policía Local pasando junto a la ventana aún significa algo, donde a los menores no se les nombra ni se les enseña, donde se entiende lo que conlleva un presunto, donde aún te recuerdan -y te exigen- las normas básicas de la redacción (exactamente igual que en aquellos Información del cambio de siglos; al fin y al cabo: periodismo local, provincial, de los que palpitan). Decir que aquello es el verdadero periodismo es pretencioso; es sólo un periódico de provincias que intenta hacer las cosas lo mejor posible mientras que todo el mundo le asesta puñaladas.  

La Voz es la vida misma. Sin carajotadas.


Sería injusto ponerme a dar nombres. Más que por el riesgo de olvidarme de alguien (que no creo que pudiera olvidarme de alguien: ¿cómo olvidar, sobre todo, a los no pocos a los que considero amigos?), porque el orden parecería imprimir ciertas preferencias. Y ya basta de agravios comparativos.


Sólo daros las gracias. A todos. Porque a cada uno le guardo algún motivo de agradecimiento.


PD: ¿Y para cuándo unas alitas del Tony, un cubata en el Madison o unas cañas donde sea?