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domingo, 23 de septiembre de 2018

Pop, rock y blues




Hace diez años, cuando puse punto y final a 'Una historia pop' (lo de 'aventura' vino luego por sugerencia editorial) creía que ahí acababan las aventuras de Carmen, Ricardito y Freddy. Allí se quedaban, en la playa gaditana donde crecí, la Playa de la Torre del Puerco, desangrándose o quizá muriéndose después de una batalla imposible. Lo del epílogo aclarando un poco las cosas también vino mucho después. Durante mucho tiempo, el final fue el final. Pasarían muchos años de espera, de incertidumbre, de rechazos, de silencios, de fracasos.




Entre unos y otros, en septiembre de 2009, me vino a la cabeza un primer fogonazo de posible continuación. Fue en Monument Valley, no en las praderas de los monolitos famosos de las películas de John Ford, sino en un valle apartado, a la espalda de los turistas: por un momento, vi a los tres cabalgando a toda prisa porque les perseguían montañas que cobraban vida. O algo por el estilo.



Pero llegó 2010 y luego 2011, cuando la vida me dejó poco resquicio a la ficción y el poco aire que me quedaba lo volqué en 'Runaway' y su huida hacia delante. Poco a poco, Carmen, Ricardito y Freddy caían en el peor de los olvidos, que es el olvido de quien los creó. Nadie los quería, a nadie les interesaban. 2012 también pasó y, con él, el bicentenario definitivo de los hechos que sirven de escenario a la novela (aunque, en puridad, los hechos sucedían en 1811). 

Cuatro años después de poner el punto y final, y con otra novela más reciente entre manos, era el momento de pasar página. Había quien me decía que aquella novela era distinta, la de Pop, digo. Dani, Nuria, Ana... aquellos que la leyeron en folios impresos en casa y sobre los que agotaba cartuchos de tóner porque me empañaba en imprimir los ejemplares en color, con los protagonistas, cada vez que se les nombraba, en una tonalidad distinta: Carmen en rojo, Ricardito en azul y Freddy en naranja; aquellos que se resistían a dejar morir aquello.

Por ellos (bueno, y porque soy un poco cabezón) incluso la llegué a subir a Amazon. La compraron unos cuantos amigos, quizá algunos leáis esto. Y con eso sí que pensé que ahí se terminaba su periplo. Fue entonces, como en una peli mala, cuando ya no esperas nada, que oí a un amigo que me contaba que un amigo de un amigo estaba montando una editorial a la que había enviado una novela que había escrito y que aceptaba manuscritos. Que publicaba solo en digital. 

Esta foto me la enviaron este mismo domingo desde Cádiz una amiga lectora.


Bueno: después de solo recibir calladas por respuesta saber que había alguien que al menos abriría mi correo ya es algo. Es como lo de mandar currículms sin que haya nadie al otro lado. Y les escribí, adjuntándoles 'Runaway', que era lo último que había terminado y mi apuesta del momento. En el último segundo, añadí 'Una historia pop'. Porque adjuntar documentos era gratis (si hubiera tenido que enviarla por correo postal jamás me habría gastado otros 30 euros en imprimirla y encuadernarla de nuevo para nada). La editorial era Lapsus Calami y el contacto Jorge Vales.

Hoy, ambos nombres puedan sonar a malditos. Y sin “el pueden sonar”. Obviamente, yo les debo el comienzo de lo que pueda ser (de lo poco que pueda ser en este mundo editorial) a los Jorge Vales y Lapsus Calami de 2013 y de 2014. También a Carlos Bravo (lector cero y entusiasta), José Miguel Campos (responsable de redes y no menos entusiasta promotor de la obra) o Jean (correctora y tampoco menos entusiasta de la novela).



Primavera de 2013. Jorge me llama y me dice que me publica la novela. Esa llamada que todo aspirante a escritor sueña con recibir, me llega cinco años después de haberla escrito, casi 20 años después de haber escrito y terminado mi primera novela, allá por los primeros años de facultad. Yo creo que se refiere a 'Runaway' y dice que no, que no. Que habla de Pop. Que le gusta tanto que ha decidido editar en papel mi novela y la de aquel amigo que me habló de él. Que se pone en marcha todo. Y ocurre. Y el 9 de noviembre de 2013, día festivo por la Almudena en Madrid (lo destaco porque la primera novela de juventud que terminé, la de 1993-1994, arranca justo un día de la Almudena) cojo un autobús en Moncloa y subo a Torrelodones, donde vivía Jorge, y en un bar del centro, junto a Jean y Jorge, recibo mi primer ejemplar. Como no sé lo que es tener un hijo puede resultar algo frívolo hablar del orgullo y la felicidad con la que bajé, libro en el regazo, hojeándolo ansioso, a Madrid esa noche, en el último autobús de la noche, en la madrugada ya del día siguiente.

Hago aquí una elipsis hasta el año 2015 porque solo quiero hablar de cosas bonitas. Y momento bonito donde los haya es cuando en aquellos meses me crucé con Carmen Moreno. Poco a poco, de casualidad, de pasada, en una presentación o en otra. 

El escenario del asedio a Nueva Orleans.

A mediados de ese 2015 ya había terminado 'Un horizonte rock' (nombre original de 'La Dama Blanca del Mississippi'), una vez que Jorge me había pedido que continuase con la historia y yo, después de pasar por Nueva Orleans en el verano de 2014, decidiera que había una historia en ese otro asedio tan parecido a una ciudad que tanto se me parece a Cádiz como Nueva Orleans. 

Jorge estaba tan encantado que hasta me obligó a abrirme una cuenta de skype (nunca la he llegado a usar y no sé ni cómo quitarla del escritorio) para hacer una presentación desde la ciudad americana en mi viaje de julio de 2015. Una de sus ideas. La última. ‘Un Horizonte Rock’ no se publicó a tiempo para julio. Ni para agosto, septiembre, octubre, noviembre, diciembre…

Jorge desaparece de escena y aparece Carmen, que andaba ya lanzando desde hacía meses su propia editorial. Por supuesto que quiere ‘Un horizonte rock, pero tiene que hacer hueco en la programación. Por supuesto. Si esperé 20 años por Pop, qué más dan ya unos meses más.

Pasa 2016.



Llega 2017 y en abril, ese otro mes donde tantas cosas (me) ocurren se publica ‘La Dama Blanca del Mississippi’. La historia desde esos días ya es algo más conocida porque he dado la brasa convenientemente en este blog y en las redes.

Esto era una historia de orígenes y de reconocimiento a quien sigue creyendo en todo ello. Hagan caso a Carmen y pasen por su tienda, la digital https://www.cazadorderatas.com/ o la física, Librería La Ratonera, en Cadi, Cadi.



Para celebrar que, tras Pop y Rock, el círculo se cierra con un Blues (o empieza de nuevo, o yo qué sé), os dejo la que podría haber sido la banda sonora de la criatura de haber elegido el mismo modelo de sus dos hermanas mayores en lugar de rendirme a la poesía.

Disfruten, al menos, de la música. Y lean. No a mí, necesariamente. 

Pero lean. 

Primer verso: ‘You only live once’, de The Strokes



Segundo verso: ‘Machine gun’, de Portishead




Tercer verso: Common People, de Pulp



Cuarto verso: ‘Behind blue eyes’, de The Who



Quinto verso: ‘Crown of love’, de Arcade Fire




Sexto verso: ‘Amie’, de Damien Rice






Séptimo verso: ‘The man who sold the world’, de David Bowie



Octavo verso: ‘Ring of fire’, de Johnny Cash




Noveno verso: ‘Crystalised’, The XX



Décimo verso: ‘California stars’, de Billy Bragg & Wilco



Undécimo verso: ‘Gotta get away’, de The Black Keys




Verso suelto: 'Yankee bayonet', de The Decemberists



lunes, 23 de julio de 2018

Hoja 18: Vete a coger coquinas, Juan





El Castillo de San Marcos, la fortaleza más antigua de los USA, erigida por los españoles para proteger la ruta Atlántica.

(Nota previa: si quieres saber de qué va esto, lo explico más o menos aquí y las normas aquí)

Nueva Orleans (Luisiana)-Mississippi-Alabama-Saint Augustine (Florida): 938 kilómetros (nuevo récord diario)



Un dato/hecho: Puede que esté durmiendo sobre los huesos de un jefe indio asesinado por los primeros colonos. No lo digo yo, sino el cartelito junto al árbol que hay justo a la puerta de mi habitación en Saint Augustine. Empieza botánica la información: que si es un roble con cuatro siglos de vida, y luego se pone escabrosa al decir que de aquí ahorcaban a los maleantes y que eso, que por aquí enterraron a un jefe indio. Lo dicho, mi habitación es justo la que está más cerca. 


Justo por donde está el barquito, en esa franja sin tierra, se abre el Atlántico. Mi cara de circunstancias no es porque esté pensando en el indio.

Una canción: 'Tierra', de Xoel López. Cada día soñaba con alcanzar la playa, dice... Yo, cada kilómetro de hoy soñaba con ver el mar. Además, la canción habla de ir para un lado y otro y pertenece a un disco titulado 'Atlántico', que es adonde he llegado hoy por fin. 



Desde el coche es imposible captar con el móvil que toda esta vegetación se suele asentar sobre pantanos.

Una película/serie: 'Apocalypse Now', de Francis Ford Coppola. Quizá parezca que no tenga nada que ver, pero es imaginarme a esos europeos del siglo XVI a través de las imposibles marismas de la costa del golfo americana y el choque de civilizaciones y rotura total de paradigmas que no hago más que pensar en el horror, el horror. 

Juan Ponce de León fue el primer occidental en pisar la Florida (llamado por lo tanto descubridor de esta tierra y de Estados Unidos).

Un libro: 'País de sombras', de Peter Matthiessen. Toda la épica y epopeya del western o de los americanos hechos a sí mismos trasladado al insoportable escenario de la Florida del siglo XIX, cuando se ganaba a los pantanos cada centímetro de tierra y cada dólar fuera de contrabando o matando al vecino. De un autor no demasiado conocido en España ni muy prolífico, pero siempre excelente.



Un error: Había que pasar por días como el de hoy. Récord de kilómetros y todos ellos por interestatales, que son autopistas sin ningún encanto (sobre todo, a este lado oriental del Mississippi, cuando atraviesan bosques y no puedes perder la vista en los horizontes infinitos del norte o del oeste). Antes de salir de Nueva Orleans, segundo cambio de aceite y revisión de la ruta.

Es casualidad que veo ahora al subir la foto... o no, es una prueba: fijaros cómo está libre el carril de la izquierda. Y encima llovía.

Un descubrimiento: Jacksonville, en Florida, no tiene fama de ser una ciudad con demasiado glamour. Más bien es todo lo contrario. No sé qué deciros, salvo que en sus alrededores he experimentado la peor conducción colectiva de todos mis viajes... Vaya nivel de macarrismo. Tanto, que he dudado de si estaba en Inglaterra. En una autopista de tres carriles, y estando libre el de la izquierda, a todo el mundo le daba por adelantar siempre por la derecha. 



Una comida/bebida: La tarta de lima del Columbia, en Saint Augustine. Se autoproclama la gema de los restaurantes españoles, data de 1906 y su carta es un batiburrillo de comida española, cubana, americana, cajún, italiana y lo que le echen. La tarta era magnífica y no, no probé la paella ni la sangría (¿a qué voy a ser masoca, que vi lo que servían por allí?), aunque un arroz amarillo que me pusieron con mi salteado Marilyn (al parecer iba con Joe Dimaggio y se peleaban por lo que tomar hasta que una camarera le ofreció mezclarlo todo: gambas, pollo, ternera, chorizo y verduras) era un engrudo. El salteado estaba rico; un poco al estilo de comida china de resaca, pero rico.



Una imagen: Telones sobre el cielo de Florida. 

Ya sé que en España hay de estas en cada esquina... pero es que esto no es España.

Una historia: Saint Augustine empieza a cansar llegado un momento con eso de "la más antigua de los Estados Unidos". Porque sí, es la ciudad continuamente habitada más antigua del país (se fundó en 1556, aunque Ponce de León llegó aquí en 1514, un siglo antes de los del Mayflower en Nueva Inglaterra), pero también tiene la iglesia más antigua, la fortaleza más antigua, el restaurante español más antiguo y hasta la escuela DE MADERA más antigua... 

Seré yo que, como buen español, empiezo despreciando lo que, por otro lado, vuelve a dejar claro la de cosas que empezó un español cabezón y tozudo, que en el caso de Ponce de León quiso llegar adonde Colón no había alcanzado y descubrir una nueva isla. Puso pie (no está claro si en la playa de esta ciudad de Saint Augustine o un poco más al sur) y miró todos los árboles que tenía delante y llamó a aquello la Florida. Luego, después de él, vendrían muchos que harían hazañas como cruzarse todo el sur y luego bajar a México, fundar la segunda ciudad más antigua de los USA (Santa Fe), dominar tres cuartas partes (sin saber su verdadera dimensión) de lo que hoy es el país...

Luego, paseas por el centro de Saint Augustine y resulta que hay más banderas inglesas y hasta canadienses que españolas. Hay un par de lo que ellos consideran que es Castilla: la de Castilla y León, que es una costumbre que tienen en los USA de recurrir a esa bandera dividida en cuatro partes con leones y castillos en rojo y blanco para simbolizar la presencia española; lo he visto en San Luis, San Antonio, Nueva Orleans... Pero la rojigualda solo ondea en "la gema de los restaurantes españoles", el Columbia. 


La ciudad es un pastiche entre resort que imita al colonialismo y decorado de instituto.

Pero, al final, más inglesas. Sobre todo, porque el centro del pueblo tiene un aire como a esos pueblos turísticos del sur de Portugal colonizados por los ingleses o, lo que es peor, al centro de Gibraltar. Y, pese a estar donde está, quien haya visitado Gibraltar sabe que no tiene nada de español en su arquitectura. En resumen: que todo suena a anglófilo (¿será porque es USA?), por mucho que los carteles estén al 50% entre español e inglés y haya mucho nombre español por todos lados.

El homenaje a la Constitución... de 1812.

Hay, incluso, una plaza de la Constitución. Exacto: como en cada pueblo de España. Aunque claro, y antes de que se me pongan nerviosos algunos de ustedes y los espías rusos que trabajan para los catalanes que estarán leyendo esto (eso es broma, ¿eh?), se llama así desde 1813 y en honor a la Carta Magna de 1812 de Cádiz. Lo malo es que cuando se inauguró llegaron noticias de España de que no, que ya no había más Pepa, que Fernando VII ordenaba cargarse todo homenaje o símbolo a la Constitución. Así se hizo en toda España y América, salvo en Saint Augustine, donde se mantuvo en sus trece el homenaje constitucional (eso dice en el cartel de aquí, no sé si será cierto que no hay homenaje de hace dos siglos que perdurase sobre la soberbia del rey).

Son entre enternecedores y coherentes en este pueblo. Verán: unos diez metros más allá del monolito constitucional hay otro parecido de recuerdo a los soldados confederados. Un cartel a su vera aclara que sí, que son conscientes de lo que puede suponer, pero que se ha debatido a fondo por los vecinos y se ha decidido que, como ciudad más antigua de los USA, tienen un compromiso de respeto hacia todo el legado y la historia como fue. Por lo tanto, antes de lanzarse a quitar el monolito como otros han derribado estatuas en otros puntos del país, lo que harán será explicar debidamente el contexto en torno al monumento.



Un consejo para cuando se pongan a mirar en la wikipedia el contexto. Que miren lo que es una coquina en España. Y una piedra ostionera. En Saint Augustine dicen que desde la casa del gobernador a la iglesia, pasando por el Castillo de San Marcos, están hechos con coquinas. Que no sé a cuánto está el kilo aquí, pero muy barato no suena. Ignoro si el problema vino de un cachondeo a bordo del barco que dirigía Juan Ponce de León, que mandó a coger coquinas a uno cuando quería mandarlo muy lejos (o al carajo, que también es una parte de los barcos). A lo que un americano entendió que se refería a coger piedras al otro lado de la isla. 

Normal que se líen. Para entender a un gaditano hacen falta tres milenios de historia y estos van por los tres siglos mal contados.       

jueves, 14 de septiembre de 2017

Día 8: Leer después de comer


El título avisa. Insisto: leer (o simplemente mirar) este post puede ocasionar un asalto indiscriminado a la nevera o a la máquina de guarrerías del trabajo. O al chino. O al Burger King. O yo qué sé. 

Así que, por favor, no sigáis si vuestra última comida fue hace más de una hora. 

Una ruta pop sin un repaso gastronómico tampoco es una ruta y me debo a más de uno de vosotros que esperaba esta entrega ya. 

En fin: me dejo de aperitivos verbales y vamos al lío más o menos con un orden cronológico (dejo para el final los dos mejores platos). 

La foto que encabeza  el post es a las pocas horas de llegar a Filadelfia, el pasado jueves 7. Ya me comí un bocadillo de carne con queso propio de allí (estaba en el primer post) y luego me puse a andar y a andar (cuatro horas para empezar ese primer día... y no me estoy escudando en nada par justificar las comilonas) hasta que, al caer el día, entré en el Franklin Fountain, la mejor heladería de Fildadelfia y una de la que mejor fama atesora en toda la costa este (y eso incluye a Nueva York, nada menos). 

He aquí un helado de chocolate con mantequilla de cacahuete... que estando magnífico casi me sorprendió más lo bueno que estaba el cono, dulzón y consistente, casi un gofre en sí mismo y con más sabor que un bollo recién hecho en una pastelería de barrio. Entre una cosa y otra, derretido empecé la ruta gastronómica. 



Filadelfia tiene algo especial con los donuts. Que la imagen no engañe: pasa a menudo en las fotos de comidas, que parecen más pequeñas de lo que son; en este caso, el vaso que aparece es del tamaño grande en un restaurante de comida rápida... es decir, que eran buenas rosquillas de tamaño. El lugar, el Federal Donuts, y los sabores, de chocolate, de mantequilla de cacahuete y... luego en otra visita cayó uno especial y especiado en algo picante y con regusto a naranja. Para colmo de las bondades, estaba caliente que casi quemaba.

Como para no que no quieran en Filadelfia a sus donuts. 

Pues los hay mejores que los anteriores. 




La primera foto son las fuentes de las que recogen paletadas con las que untan los donuts recién hechos antes de entregártelos. En primer plano, el cubo de mantequilla de cacahuete y los demás... pues no lo sé, se me cegó la vista con el subidón de azúcar. Probé entonces uno con crema de manzana y bacon (el de la izquierda) y otro frito y relleno con manzana. 

Este paraíso de los donuts se llama Beiler's y creo que tienen alguna relación con los amish (en Lancaster tienen otra tienda). Al menos, las recetas siguen el libreto dulce de los anabaptistas (con algo tienen que pecar las criaturas). El de Filadelfia es un puesto situado en una esquina de un mercado, el Reader Terminal Market, un lugar que te deja con la boca abierta, antes de pedir cualquier cosa que puedas comprar en alguno de su centenar de puestos de comida recién hecha y después, porque no puedes dejar de comer. 

Al Reading Terminal Market (donde hay música y un ambiente de jolgorio de Fin de Año en la puerta del sol a cualquier hora del día con lo mejor de lo mejor de la gastronomía local), volveremos al final, cuando os presente el mejor bocadillo de los Estados Unidos. 




Antes, nos ponemos exquisitos (aunque la composición de la primera foto es para matarme a mordiscos). A las seis en punto de la tarde (hora local) del 8 de septiembre (es decir, a medianoche en punto de mi cumpleaños en España) entré en el restaurante Amada, el único local que tiene en Filadelfia el chef español José Andrés. La valoración, antes de seguir, es muy alta (y no es excesivamente caro). La carta presenta los platos en español directamente: tortilla de patatas, bravas, croquetas de jamón... pero la explicación es en inglés, claro. No me he ido a los USA a comer tortilla de patatas (y menos en el primer día y en un restaurante de un chef que sabe lo que se hace), así que opté por platos de productos locales con toque español. A la izquierda en la primera imagen, espárragos de Pensilvania en salsa de trufas, huevo pochado y con crujiente de queso de Mahón: el mejor plato sin duda de la noche. Al lado, una trucha de Idaho (o de Ohio, no recuerdo más que había haches) a la plancha con costra de nueces y ajo. De postre, helado de chocolate y de aceite de oliva. 

Buena cena de cumpleaños, sí. 



Del glamour seudoibérico al desayuno yanqui por antonomasia: a la mañana siguiente, antes de recoger el coche entré en un garito regentado por chinos y con desayunos locales: huevos revueltos, tostadas, jamón, bacon y salchicha (están ocultos bajo la manta del jamón). 

Lo que se puede esperar por cinco dólares... o no: muy digno para ese precio. 

También antes de recoger el coche me di otro capricho: me compré una caja de seis donuts en Beiler's para ir comiéndolos en los dos días restantes (el amanecer en Gettysburg lo celebré sentado en el coche con un par de ellos). Compré el normal, el bañado de chocolate, el frito de manzana de nuevo, otro frito de arándanos, uno que se llamaba el capricho de Elvis (parecido al de la crema de cacahuete, pero con crema de plátano y bacon) y el de sirope de arce. 

Si tengo que elegir uno a cambio de cortarme la mano elijo cualquiera de las variaciones de los fritos. O el de Elvis. O ¿puedes cortarme la otra mano? 



Sí, ensalada y cocacola light a estas alturas. 

Pues sí. Hay que variar un poco (no habrá fotos de todas las comidas porque ha habido más de una de guerrilla, como una ensalada de gasolinera y tomates cherrys y fruta y tal... también los horarios a veces draconianos de las rutas me impiden sentarme a la mesa en comida y cena todos los días como en las primeras jornadas). La imagen de arriba pertenece al mercado de Lancaster, adonde van a vender sus productos los amish. La comida, de hecho, la compré en uno de sus puestos, y consistió en ensalada de brócoli (con una salsa dulzona estupenda) y cerdo a la barbacoa a lo Lancaster (lo dejé casi todo porque con la ensalada fui servido)...

Y porque había que dejar sitio para el postre:



Se trata de otro donut comprado a una señora con cofia y sin microondas (esto no es un comentario machista, es que los amish no usan la electricidad). De manzana holandesa, se llamaba. 

Qué lejos queda Pensilvania para bajarse a por unos donuts un domingo por la mañana, leñe. 



Tocaba (en la ruta, no en un domingo madrileño) viajar al sur. Hasta Richmond (Virginia) y el Millie's Dinner. Es uno de esos garitos que les ciega a los de la Lonely Planet, es decir, muy de alternativos y de comidas eclécticas, con camareros modernos con más tatuajes que un jugador del Madrid y aire desenfadado. A veces, incluso son vegetarianos. A veces, también, patinan estrepitosamente. En líneas generales, con estos locales ocurre como con Malasaña o Chueca en Madrid. Que los hay geniales pero hay mucho postureo. 

Tanto rollo es porque no tengo claro si me gustó el Devil's Mess (así se denominaba este revuelo con huevos, patatas, cebolla, pimiento, jalapeños (creo), salchica y un pegotón de aguacate para dárselas de sano). Estaba bastante rico, pero creo que se pasan con el picante y no en el buen sentido (como sí lo hacen los buenos mexicanos o tailandeses) porque tapan los sabores. Además, me sentaron en la barra, junto a la plancha (cocinan con vistas a la ventana exterior, como si en América la gente paseara por las aceras y no aparcara el coche y entrase del tirón en los sitios) y salí con tal olor a fritanga que se me iban apartando hasta los vagabundos de la Main Street. 



Otra característica de las guías (lógico porque tienen que abarcar lo importante) es que son muy urbanitas. Recomiendan garitos de grandes ciudades y alguno suelto en mitad del campo. Pero es que mis rutas son muy extrañas y termino en pueblos límites, como el Morristown de Tennesee. Entonces es momento de recurrir a la tripadvisor y seleccionar entre las primeras las que no atufen a autopromocionales. El Redbud al que pertenece el pastel de carne con patatas caseras y cebollas moradas fue una opción apañada. Nada memorable, pero era eso o el Macdonald's (que de esos no falta en pueblo alguno por muy pequeño que sea). Ah... los pequeños envases al fondo son una ensalada y fruta... pero creo que no habéis venido a este post a leer sobre melones cantalupos. 



Bueno, en Harlan, ciudad castigada por la crisis y antes por la minería indiscriminada, creo que no hay Macdonald's. Así que recurrí al desayuno arquetípico en un diminuto establecimiento al que me condujo la guía del centro de visitantes (era lo único abierto, por otra parte).




Pasamos de los desayunos proteicos a las tortitas. Las primeras, en el Dizzy Dinner's de Kittaning (Pensilvania), son rellanas de melocotón; las segundas son simples (aunque les salieron orejas en forma de salchichas) y me las sirvieron en Milford (justo en el otro extremo, en el oriental, de Pensilvania). Pese a que parezcan más secas, las normales eran infinitamente mejores. Sabrosas y con cierto sabor al huevo que ha debido de usarse para cocinarlas. 

Lamentablemente, mi paso por Kentucky no coincidió con una hora decente para comer pollo frito, aunque esa misma tarde me resarcí en Ohio y en Cádiz con un plato al que denominaré como curioso (no exactamente bueno):




Más platos típicos de los USA: del pollo frito a las elaboraciones con marisco y pescado de la costa norte del Atlántico.




Antes de hablar de la comida, un apunte: el Union Oyster House de Boston es el restaurante más antiguo de Estados Unidos. Por lo general, soy condescendiente con estos títulos rimbombantes cuando se los atribuyen los americanos porque los europeos somos unos pedantes y nos creemos la cuna de una civilización que arrancó también muy lejos de Europa. Aun así, el Union Oyster House tiene mérito porque abrió en 1826 y no ha cerrado desde entonces (ni cuando Kennedy dejó de acudir a cenar a su mesa siempre reservada porque le volaron la cabeza). No creo que haya muchos restaurantes en ningún sitio del mundo con dos siglos continuados de apertura al público. 

Dicho esto, han aprovechado el tiempo para elaborar hoy día una sabrosa sopa de almejas (en efecto, lo blanco de arriba, porque lo hacen con leche) y no tanto para pelar patatas porque desmerecen un poco su lustre sirviendo patatas congeladas. El bacalao estaba bueno porque era fresco y de calidad. Aunque sin gran alborozo. 

Como no mejora a su original (que probé el año pasado en el lugar de su creación el Hotel Omni Royal... otro lugar preferido por Kennedy) la Boston Cream Pie. 

La original estaba mejor terminada, más fina, más concentrada (su tamaño era el de apenas un donette).



Pero me estoy poniendo demasiado pejiguera.   

Vayamos con lo mejor que he comido en el viaje.

El mejor postre (porque los donuts de Beiller's son imbatibles) es para la tarta (o mejor dicho empanada, porque esa era su consistencia) de The Mine, en Cadiz (Ohio):


El culmen de una tarta casera en la que solo hay hojaldre y manzana. No hay cremas ni bizcochos añadidos, solo sabor y el envoltorio exacto para contenerlo. 


Finalmente, la mejor comida del viaje coincide con la fama que le precedía. ¿Sabéis ese programa llamado Crónicas carnívoras? Además de los retos engollipantes e imposibles, también recomienda los mejores sitios típicos para comer bien en los USA y, llegado un momento, hicieron una temporada especial para elegir el mejor sandwich del país. Ganó el roast pork de Tommy Dinic's:




Que está en el Reading Terminal Market de Filadelfia (con lo que entre los donuts y esto le otorga el galardón de ser el sitio idóneo para quedarse atrapado en un fin del mundo). Lleva cerdo asado en su jugo durante muchas horas, virutas de queso parmesano y una cosa que ellos llaman broccoli pero no es nuestro brócoli, sino una variedad de grelos con un toque picante. Es eso, la incursión de la verdura lo que eleva el nivel del bocadillo a niveles excelsos. 

Joder. Ya me ha entrado hambre de nuevo. 

Me voy a la cama corriendo.

Buen finde (a partir de hoy, el blog entra en estado de indecisión, ya que acabó mi ruta como tal y he recalado en Maine a descansar... ya os iré informando según tenga algo de lo que informar).  


miércoles, 3 de mayo de 2017

Pop, rock y… gracias


 

(Todo lo que sigue a continuación es autobombo y por eso pido disculpas de antemano, pero, ante todo, quisiera que fuera una muestra de agradecimiento)

Justo aquí al lado, a la derecha misma de estas líneas, en el perfil de este blog cuento que hace tres años y medio publiqué una novela.

Muy pronto, próximamente, en breve, en cuestión de horitas, en una miajita de ná… saldrá a la calle una segunda novela. Se llama ‘La Dama Blanca del Mississippi’ (‘Un Horizonte Rock’ como subtítulo). Para los que conocéis la primera, es una obvia segunda parte (con cierto aire de reinicio, en todo caso) de aquella aventura pop, con sus principales grandes protagonistas de vuelta y revuelta, su banda sonora renovada (y castellanizada) y todo lo que la caracterizaba en el fondo y en algo de la forma. Y para los que no la leísteis, tampoco importa demasiado: se puede abordar perfectamente como novela independiente.

Lo que realmente importa ahora mismo es una persona, Carmen Moreno, y una editorial, Licenciado Vidriera (con todo su equipo editor, diseño, grafismo, corrector…), que han hecho posible este contraataque, este regreso, esta secuela, este pequeño y precioso milagro que sigue siendo hoy día que te publiquen un libro en papel, con olor a papel y capaz, en su caso, de calzar una mesa coja si es que no te gusta.

Aunque ese sería un destino injusto. Al menos, que sirva para decorar una estantería. No por mí. Sino por toda esa gente que, como decía, ha estado detrás de su publicación. Gracias a todos.

No quiero convertir esto en una lista de agradecimientos en plan Premios Óscar y no lo haré. Por ahora: eso quedará para las presentaciones en la que espero veros muy pronto (ya informaré también de cómo y dónde se puede comprar).

De lo que va y de lo que le acontece a esta dama blanca del Missisippi ya da cuenta la sinopsis que se puede leer en la foto adjunta.

Para acompañar, os dejo una de las canciones de la BSO de uno de esos lugares donde nunca se pone el sol: