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lunes, 23 de julio de 2018

Hoja 18: Vete a coger coquinas, Juan





El Castillo de San Marcos, la fortaleza más antigua de los USA, erigida por los españoles para proteger la ruta Atlántica.

(Nota previa: si quieres saber de qué va esto, lo explico más o menos aquí y las normas aquí)

Nueva Orleans (Luisiana)-Mississippi-Alabama-Saint Augustine (Florida): 938 kilómetros (nuevo récord diario)



Un dato/hecho: Puede que esté durmiendo sobre los huesos de un jefe indio asesinado por los primeros colonos. No lo digo yo, sino el cartelito junto al árbol que hay justo a la puerta de mi habitación en Saint Augustine. Empieza botánica la información: que si es un roble con cuatro siglos de vida, y luego se pone escabrosa al decir que de aquí ahorcaban a los maleantes y que eso, que por aquí enterraron a un jefe indio. Lo dicho, mi habitación es justo la que está más cerca. 


Justo por donde está el barquito, en esa franja sin tierra, se abre el Atlántico. Mi cara de circunstancias no es porque esté pensando en el indio.

Una canción: 'Tierra', de Xoel López. Cada día soñaba con alcanzar la playa, dice... Yo, cada kilómetro de hoy soñaba con ver el mar. Además, la canción habla de ir para un lado y otro y pertenece a un disco titulado 'Atlántico', que es adonde he llegado hoy por fin. 



Desde el coche es imposible captar con el móvil que toda esta vegetación se suele asentar sobre pantanos.

Una película/serie: 'Apocalypse Now', de Francis Ford Coppola. Quizá parezca que no tenga nada que ver, pero es imaginarme a esos europeos del siglo XVI a través de las imposibles marismas de la costa del golfo americana y el choque de civilizaciones y rotura total de paradigmas que no hago más que pensar en el horror, el horror. 

Juan Ponce de León fue el primer occidental en pisar la Florida (llamado por lo tanto descubridor de esta tierra y de Estados Unidos).

Un libro: 'País de sombras', de Peter Matthiessen. Toda la épica y epopeya del western o de los americanos hechos a sí mismos trasladado al insoportable escenario de la Florida del siglo XIX, cuando se ganaba a los pantanos cada centímetro de tierra y cada dólar fuera de contrabando o matando al vecino. De un autor no demasiado conocido en España ni muy prolífico, pero siempre excelente.



Un error: Había que pasar por días como el de hoy. Récord de kilómetros y todos ellos por interestatales, que son autopistas sin ningún encanto (sobre todo, a este lado oriental del Mississippi, cuando atraviesan bosques y no puedes perder la vista en los horizontes infinitos del norte o del oeste). Antes de salir de Nueva Orleans, segundo cambio de aceite y revisión de la ruta.

Es casualidad que veo ahora al subir la foto... o no, es una prueba: fijaros cómo está libre el carril de la izquierda. Y encima llovía.

Un descubrimiento: Jacksonville, en Florida, no tiene fama de ser una ciudad con demasiado glamour. Más bien es todo lo contrario. No sé qué deciros, salvo que en sus alrededores he experimentado la peor conducción colectiva de todos mis viajes... Vaya nivel de macarrismo. Tanto, que he dudado de si estaba en Inglaterra. En una autopista de tres carriles, y estando libre el de la izquierda, a todo el mundo le daba por adelantar siempre por la derecha. 



Una comida/bebida: La tarta de lima del Columbia, en Saint Augustine. Se autoproclama la gema de los restaurantes españoles, data de 1906 y su carta es un batiburrillo de comida española, cubana, americana, cajún, italiana y lo que le echen. La tarta era magnífica y no, no probé la paella ni la sangría (¿a qué voy a ser masoca, que vi lo que servían por allí?), aunque un arroz amarillo que me pusieron con mi salteado Marilyn (al parecer iba con Joe Dimaggio y se peleaban por lo que tomar hasta que una camarera le ofreció mezclarlo todo: gambas, pollo, ternera, chorizo y verduras) era un engrudo. El salteado estaba rico; un poco al estilo de comida china de resaca, pero rico.



Una imagen: Telones sobre el cielo de Florida. 

Ya sé que en España hay de estas en cada esquina... pero es que esto no es España.

Una historia: Saint Augustine empieza a cansar llegado un momento con eso de "la más antigua de los Estados Unidos". Porque sí, es la ciudad continuamente habitada más antigua del país (se fundó en 1556, aunque Ponce de León llegó aquí en 1514, un siglo antes de los del Mayflower en Nueva Inglaterra), pero también tiene la iglesia más antigua, la fortaleza más antigua, el restaurante español más antiguo y hasta la escuela DE MADERA más antigua... 

Seré yo que, como buen español, empiezo despreciando lo que, por otro lado, vuelve a dejar claro la de cosas que empezó un español cabezón y tozudo, que en el caso de Ponce de León quiso llegar adonde Colón no había alcanzado y descubrir una nueva isla. Puso pie (no está claro si en la playa de esta ciudad de Saint Augustine o un poco más al sur) y miró todos los árboles que tenía delante y llamó a aquello la Florida. Luego, después de él, vendrían muchos que harían hazañas como cruzarse todo el sur y luego bajar a México, fundar la segunda ciudad más antigua de los USA (Santa Fe), dominar tres cuartas partes (sin saber su verdadera dimensión) de lo que hoy es el país...

Luego, paseas por el centro de Saint Augustine y resulta que hay más banderas inglesas y hasta canadienses que españolas. Hay un par de lo que ellos consideran que es Castilla: la de Castilla y León, que es una costumbre que tienen en los USA de recurrir a esa bandera dividida en cuatro partes con leones y castillos en rojo y blanco para simbolizar la presencia española; lo he visto en San Luis, San Antonio, Nueva Orleans... Pero la rojigualda solo ondea en "la gema de los restaurantes españoles", el Columbia. 


La ciudad es un pastiche entre resort que imita al colonialismo y decorado de instituto.

Pero, al final, más inglesas. Sobre todo, porque el centro del pueblo tiene un aire como a esos pueblos turísticos del sur de Portugal colonizados por los ingleses o, lo que es peor, al centro de Gibraltar. Y, pese a estar donde está, quien haya visitado Gibraltar sabe que no tiene nada de español en su arquitectura. En resumen: que todo suena a anglófilo (¿será porque es USA?), por mucho que los carteles estén al 50% entre español e inglés y haya mucho nombre español por todos lados.

El homenaje a la Constitución... de 1812.

Hay, incluso, una plaza de la Constitución. Exacto: como en cada pueblo de España. Aunque claro, y antes de que se me pongan nerviosos algunos de ustedes y los espías rusos que trabajan para los catalanes que estarán leyendo esto (eso es broma, ¿eh?), se llama así desde 1813 y en honor a la Carta Magna de 1812 de Cádiz. Lo malo es que cuando se inauguró llegaron noticias de España de que no, que ya no había más Pepa, que Fernando VII ordenaba cargarse todo homenaje o símbolo a la Constitución. Así se hizo en toda España y América, salvo en Saint Augustine, donde se mantuvo en sus trece el homenaje constitucional (eso dice en el cartel de aquí, no sé si será cierto que no hay homenaje de hace dos siglos que perdurase sobre la soberbia del rey).

Son entre enternecedores y coherentes en este pueblo. Verán: unos diez metros más allá del monolito constitucional hay otro parecido de recuerdo a los soldados confederados. Un cartel a su vera aclara que sí, que son conscientes de lo que puede suponer, pero que se ha debatido a fondo por los vecinos y se ha decidido que, como ciudad más antigua de los USA, tienen un compromiso de respeto hacia todo el legado y la historia como fue. Por lo tanto, antes de lanzarse a quitar el monolito como otros han derribado estatuas en otros puntos del país, lo que harán será explicar debidamente el contexto en torno al monumento.



Un consejo para cuando se pongan a mirar en la wikipedia el contexto. Que miren lo que es una coquina en España. Y una piedra ostionera. En Saint Augustine dicen que desde la casa del gobernador a la iglesia, pasando por el Castillo de San Marcos, están hechos con coquinas. Que no sé a cuánto está el kilo aquí, pero muy barato no suena. Ignoro si el problema vino de un cachondeo a bordo del barco que dirigía Juan Ponce de León, que mandó a coger coquinas a uno cuando quería mandarlo muy lejos (o al carajo, que también es una parte de los barcos). A lo que un americano entendió que se refería a coger piedras al otro lado de la isla. 

Normal que se líen. Para entender a un gaditano hacen falta tres milenios de historia y estos van por los tres siglos mal contados.       

miércoles, 18 de julio de 2018

Hoja 14: ¿Se cansa Amparito alguna vez?

Sí, puede parecer una montaña nevada cualquiera. Pero estamos a 45 grados y es polvo de yeso cristalizado. El choque sensorial (parece que estás en la nieve pero hace calor) es brutal. Se llaman White Sands y deslumbran siempre (ya estuve en 2015).

(Nota previa: si quieres saber de qué va esto, lo explico más o menos aquí y las normas aquí)

Grants (New Mexico)-White Sands (NM)-Seminole (Texas): 862 kilómetros.





Un dato/hecho: Las dos caras del progreso en las White Sands. Alrededor de estas dunas de yeso pulverizado en medio de las inabarcables llanuras del sur de Nuevo México se han producido todo tipo de acontecimientos científicos. Los dos más importantes: aquí se detonó 'Trinity', la primera prueba de una bomba nuclear el 16 de julio de 1945 (hace un par de días fue su cumpe). Y en estos llanos también realizó la NASA las primeras pruebas reales en su carrera espacial.




Una película/serie: 'El hombre que mató a Liberty Valance', de John Ford. Está ambientada en una ciudad fronteriza que muy bien pudiera estar por esta zona. Aquí, en torno al bosque nacional de Lincoln, campó a sus anchas Billy el Niño y en su busca andaba Par Garrett. 

Al este de Nuevo México.

Un libro: 'El hijo', de Philipp Meyer. Una novela de esas que llaman épicas que narra la historia de una familia desde la creación de la República de Texas, a mediados del XIX, los enfrentamientos feroces con los indios (aunque el protagonista lo viva más como un indio que como un americano) y, finalmente, la fiebre del oro negro. Entretenida.


Ha sido un día muy largo de carreteras solitarias.

Una canción: 'Long Hard times to come' de Gangstagrass. Porque eso, ha sido un día largo de carreteras solitarias y América profunda. 






Una comida/bebida: El 'Larry's special', de El Cafecito, que es donde cené el martes en la misma Grants. A falta de otra cosa en un día árido también en comidas, este revuelto de huevos, patatas, bacon, carne, queso y salsa de chile rojo (¿sabíais que en Nuevo México -a lo mejor también en todo el mundo, no sé- el chile más picante es el verde y no el rojo como uno asocia con ese color?) hizo la excepción positiva. 


Para evitar un tramo de 300 metros de carretera cortada te mandan por caminos de cabras como este.

Un error: Una condena, en el día de hoy. Las obras constantes en carretera. Desesperante. Más de esto en la historia. 



Un descubrimiento: Redescubrimiento, porque ya pasé por aquí, a las afueras de Carrizoso, en 2015. No es ni parque ni nada, solo un área recreativa, pero eso de que en plenas llanuras de Nuevo México se haya levantado la tierra en forma de roca volcánica da un poquito de miedo... como si el mundo fuera a reventar por aquí mismo. 


Entre Carrizoso y Tuscaloosa.

Una imagen: La montaña locomotora (lo que hace el aburrimiento).




En las White Sands, tras más de cuatro horas de carretera... y quedaba más de la mitad aún.


Una historia: Cronología de un día cualquiera en la carretera (versión sureña):

5:30: Me despierto, algo más tarde de lo habitual pero es que como si fueran mis 4:30 por el cambio horario. 

7:05: Me abrocho un desayuno con chile picante y huevos y bacon y carne y queso y patatas. Y me sienta estupendamente (y menos mal, porque fue la única comida decente en todo el día)

7:30: En la Interestatal 40 hacia el este me permito los pocos kilómetros de velocidad interesante (luego vendrá el infierno). En alguna curva, me inquieta un mensaje (no me daba tiempo a sacar foto): "Gusty winds may be possible". Vientos racheados pueden ser posibles. Bonita forma de decirlo, aunque lo de gusty suene a dibujo animado. 

Me quedan por delante diez horas de carretera.




8:00. Salgo de la Interestatal y dejo ya para siempre de ver cartelitos de la Ruta 66.

9:00. En un grupo de whatsapp de amigos en el que hablamos en teoría de deportes, me recuerdan que hay buena etapa del tour. Conecto el móvil para entretenerme.

9:50. Le quitan a un español la victoria de etapa por 300 metros. Pero a mí me ha entretenido la mañana hasta que...



9:51. Del Tour a 'detour' (desvío y chiste facilísimo). Al salir de la otra Interstatal de la mañana (un tramito de solo 40 kilómetros), en San Antonio (el de Nuevo México, no el conocido) está cortada la carretera y me desvían hacia la izquierda, hacia el norte (yo iba al este). Yo pensaba que en una calle paralela, como en toda la vida de dios, se solucionaría el entuerto, pero...

-Gire cuando sea posible. 

Dice Amparito, que es como llama a la mujer del GPS mi amiga Luisa. 

-Gire cuando sea posible. 

Insiste Amparito a los 300 metros sin que hayamos girado y siga el desvío.

-Gire cuando sea posible. 

Lo intento, Amparito.

Medio kilómetro. 

-Gire cuando sea posible. 

Más quisiera. 

1 kilómetro. 

-Gire cuando sea posible. 

Que sí, Amparito. Explícaselo tú a los de los cascos.

Cinco kilómetros ya hacia el norte. 

-Gire cuando sea posible.

Ya.

-Gire cuando sea posible. 

Que sí, Amparito.

10 kilómetros hacia el norte. 

-Gire cuando sea posible.

Que sí, Amparo.

¿Vuestra madre también pasaba del diminutivo a vuestro nombre completo cuando se enfadaba?

A los 15 kilómetros hacia el norte, giro por fin al este. Apenas lo hago 500 metros antes de volver al sur. 

500 putos metros de carretera cortada y 30 kilómetros de desvío. 



10:20. Salgo del desvío, donde los obreros también echan a las vacas de su sagrado desvío. ¿Las tirarían al arroyo para que nos les pisaran el cemento fresco?

11:00. Entro en el país de Billy el Niño. Justo antes dos cosas inquietantes: hay un cartel que avisa de tormentas de arena en las próximas dos millas (solo en esas dos millas en mitad de una llanura de 100 kilómetros) y el mundo está reventando por aquí mismo (ver el apartado un descubrimiento).

12:00. Me como otro tramo jodido de obras antes de Alamogordo. Al salir del pueblo hacia las White Sands otros dos carteles inquietantes: uno enorme, alertando de que cuando se enciendan las luces intermitentes que coronan el cartel la carretera permanecerá cerrada porque estarán probando a tirar misiles. La otra, que no se recoja a autoestopistas. No dice que sea ilegal, pero avisa de que hay "muchos centros de detenciones en los alrededores". No hay nada como el miedo para cumplir órdenes.



12:45. Llego con una hora de retraso a la única parada del día, las White Sands. 45 grados y la arena blanca que ciega, el calor que embota el sentido porque ese blanco es de nieve y frío. Pero más ciega lo bonito que es. 

15:00. Antes de irme de las White Sands, pruebo el café que compré a las once, cuatro horas antes, y todavía hay que soplarle un poco por caliente (está claro que el coche aparcado mientras paseaba yo por las dunas ha servido de microondas).



16:00. El Bosque Nacional de Lincoln es bonito si no has visto hace unos días Yellowstone, el Gran Cañón, las Badlands, la costa agreste de Oregón, Joshua Tree, Monument Valley... Este son pinos y montañas. Pues vale. Lo jodido es que he ido a ponerme la radio (a escuchar el Partidazo de la Cope en vuestra medianoche) y no había cobertura. He vencido el sueño maldiciendo el bosquecito de los cojones.



17:00. Vuelve la cobertura. Tomás Guasch dice que vamos a echar de menos a Ronaldo. Yo no. ¿Y la foto? Había múltiples cabañas abandonadas en el bosque. No será tan bonito el dichoso bosque nacional cuando la gente migra. 

18:00. Carretera y más carretera. 



18:30. Empieza el inquietante territorio de las perforaciones de petróleo. Como una plaga de langostas steampunk, durante casi 200 kilómetros la tierra a ambos lados de la carretera está sembrada de ellas (al tener que estar a cierta distancia una de otra las fotos no captan bien que están por todas partes). 

19:00. Más bichos de estos. Más y más. 

19:01 y 20:01. Entro en Texas puntual y pierdo otra hora con el cambio de Estado.

20:30. Me registro en el hotel y por segunda vez me piden el pasaporte (también lo hicieron en Seattle). Pero este tipo (que parece de Bangladesh) me pregunta primero con el rostro torcido si soy de México. Cuando le digo España, contesta con un lacónico "ah". Se lleva diez minutos rellenando cosas. 

21:00. Me compro la cena en un Walmart creyendo que habría sandwichs o ensaladas preparadas. Nada: hay pistolas, pero no una bolsa de lechuga o una manzana. Me compro un paquete de patatas, un kit de lonchas de pavo, queso y crackers y una tarrina que dice ser ensalada de pollo pero es dentífrico para críos. Tomo dos chucharadas y lo tiro. 

22:40. Termino este post. 

22:52 (tras repasar si hay erratas en el post). Sigo preguntándome si los GPS se cansan en algún momento de recalcular. Seguramente, los humanos siempre lo apagamos antes por no escuchar más a la Amparito. 


miércoles, 22 de julio de 2015

Todos los días: La marcha



"Luego, de vuelta a la carretera, las sombras empezaron a alargarse mientras la tarde se agotaba. El verde de la tierra crecía más suave y, la carretera, en un suave descenso, se fundía en un valle...

Así es como comienza el último párrafo de The March (La gran marcha, en España), la novela de 2005 escrita por E.L. Doctorow, fallecido ayer. Por encima de los más mediáticos Phillip Roth o John Updike, para mí, Doctorow era el mejor de su generación. Quizá os suene de algo Billy Bathgate o Ragtime, por aquello de las películas. Yo me quedo, personalmente, con su primera novela, el western Welcome to Hard Times (uno de los mejores títulos que recuerdo, donde Hard Times es el nombre de un pueblo y que en España, en su última traducción, se tituló Cómo todo acabó y volvió a comenzar) y esta The March, en la que cuenta la expedición que el general yanqui Sherman lideró en los semanas finales de la Guerra Civil de vuelta al este y a través de Georgia y las dos Carolinas, arrasando con todo: granjas, cosechas, ciudades, para evitar que los confederados tuvieran la mínima oportunidad de recuperarse. Pero no sólo fue una marcha de castigo, ya que en su camino al este se fueron uniendo esclavos liberados, gente común a las que dejaban sin nada de lo que vivir e incluso aristócratas sureños que huían del hambre que empezaba a extenderse tras la contienda. 


Portada de la prensa nacional cuando Carolina del Sur decidió retirar la bandera confederada de ligares públicos.

Los yanquis (como muy bien nos advertía Lo que el viento se llevó) no fueron precisamente unos caballeros durante y después de la guerra. Por eso, la polémica de las banderas confederadas (a raíz de los asesinatos raciales de Carolina) es algo bastante delicado en el Sur (es un símbolo racista, desde luego, pero es mucho más y para muchos es un icono de pertenencia frente al relato estándar del Norte...) no es tan sencilla y reducirla a un debate periodístico de tertulianos (como con todo) es una temeridad.   

En fin, empiezo con esta otra larga marcha para repasar los mejores momentos de esta Ruta Pop 3. Son 9 y no diez porque sí, porque he querido dejarlo en 9:



9) Lo que bien acaba: pues eso, ahora que todo terminó y lo hizo de la mejor manera posible, pues uno puede mirar con cierta sonrisa cómo las cosas no empezaron tan bien. El mismo primer día, al aparcar frente al hotel de Lafayette, le arreé un viaje al guardabarros trasero y lo rompí (la foto es del coche antes de salir del local de alquiler en Nueva Orleans). Más allá de lo que pudiera costarme la gracia (me llevé toda la ruta recalculando gastos), mi preocupación radicó en cómo hacer 4.000 millas con un guardabarros descolgado. Lo ajusté a golpes y aguantó, pese a que los primeros días miraba continuamente tras cada bache o golpe de viento. Luego, al devolver el coche, resulta que toda mi preocupación (al menos, la monetaria) fue en vano: este tipo de golpes lo cubre el seguro.  




8) Barras de bar: fue hacer esta foto y el recuerdo de la tarde se difumina. Quizá el cielo me estaba avisando (recuerdo lo suficiente como para saber que no entré en el club del cartel), pero seguí adelante. La resaca del día siguiente la recuerdo muy bien, pero pasé un buen rato de un lado para el otro probando cócteles de todo tipo de alcohol (ay, mezclar a estas edades) en la ciudad de los cócteles.




7) La ley de la frontera: De los controles allá en las cercanías del Río Grande, a la sensación opresiva que Ciudad Juárez cierne sobre El Paso, pasando por los fuertes que protegían, en el borde de la nada, las comunicaciones de la incipiente Estados Unidos. La frontera entre mundos enfrentados (o en los que la gente se empeña en enfrentar), siempre presente.  




6) El legado pop de Breaking Bad: Seguirle la pista a Walter White y sus fechorías, alcanzar To'hajiilee. 




5) Las carreteras: largas y desiertas. Como deben ser en una buena ruta pop.




4) La Batalla: así, en mayúsculas, la Batalla de Nueva Orleans de 1815 porque será (o es, porque está escrita) en la segunda parte de Una aventura pop.




3) El mal: sin más razones, señor Capote.




2) La resistencia: de un barrio condenado a la muerte por la imprudencia y la incompetencia, el Lower 9th Ward. Vivido todo en bicicleta y hablando con sus protagonistas. El dolor no se va.






1) En blanco: que es como te dejan las White Sands de Nuevo México. En blanco de palabras para describirlas y en blanco para pensar.



lunes, 13 de julio de 2015

Día 8: Donde corren serpientes y escorpiones



(Ruta del día: Luling-San Antonio-Sanderson. 333 millas).

Fuera (y ahora), el desierto de piedra y matorral, ni la arena quiere asomar la cabeza.


Pero antes vino la gloria. O algo así. A los americanos les encantan sus mitos y no les importa convertir en leyendas desastres y errores. 


El Álamo, o la batalla del mismo nombre que tuvo lugar en San Antonio en 1836, fue un sinsentido. Bonito, que queda bien en las películas y en el imaginario colectivo (si ya tienes ganado el imaginario colectivo no sé por qué querrías algo más) y que aúna el heroísmo, el valor, el coraje y la determinación. Todo, por nada. ¿Qué hay más bonito que un esfuerzo imposible? (pese a que, como diría Ortega y Gasset, los esfuerzos inútiles empujan a la melancolía). 


Aunque he venido aquí a criticar (o ensalzar, yo qué sé) la capacidad de los Estados Unidos para vestir una escaramuza absurda en símbolo.

















No os voy a aburrir con la historia de la batalla, en la que unos 200 texanos y americanos de nuevo cuño murieron a manos de miles de soldados mexicanos en un asedio que duró 13 días. Por aquel entonces, Texas pertenecía a México (que la había recibido de España no mucho antes) y que, como siempre sucede en todas las guerras, hizo estallar todo por los aires cuando se metió en las cosas del dinero. México subió los impuestos a diestro y siniestro y los colonos de origen americano que habían ido ocupando por su cuenta y riesgo las tierras del este texano (sin importar que pertenecieran a España o México, ellos la reclamaban -como hacían los demás colonos por todo el Medio Oeste- como tierra americana) se levantaron en armas.

Así fue como un primer grupo organizado se coló en San Antonio de Béjar y ocupó el Álamo, apenas una pequeña misión española en el centro de la ciudad (la iglesia que queda, vamos, y de la que no se puede hacer fotos en el interior... aunque no hay nada de interés dentro), obviamente, nada preparada para una defensa militar. Entre los integrantes del famoso grupo estaban varios cabecillas de la revuelta, con el coronel William B Travis a la cabeza, y dos famosos de la época, Jim Bowie y David Crockett. 

México no iba a consentir la afrenta y el general Santa Ana reunió un ejército de más de seis mil hombres y marchó a paso ligero hasta San Antonio (que la cosa no pintaba bien ya debió de barruntarlo en el camino cuando le nevó -sí, en Texas- y se batieron récords de bajas temperaturas que mermaron sus fuerzas). Pero mucho tienes que mermar a seis mil hombres para que no lleguen todavía miles a su destino.  

                      

Cercaron El Álamo y al décimo tercer día lo tomaron. Murieron unos 600 mexicanos por unos 200 defensores (todos, excepto media docena de mujeres y niños), es decir, que se cumplió el viejo axioma defendido por Wellington de que una fortaleza se toma por asalto y por las bravas si tienes, al menos, tres veces más hombres que tu enemigo. 

Luego, quemaron todos los cuerpos de los derrotados (excepto el de un hermano de un oficial mexicano, al que permitieron enterrarlo) y ya está. 

¿Ya está?

El Álamo no jugó ningún papel relevante en la posterior victoria de Texas (ese mismo año, cuando Sam Houston ganó a Santa Ana en San Jacinto y proclamó su independencia). El propio Houston se negó a enviar refuerzos al Álamo y ni siquiera supuso el mayor escarnio en la sed de venganza tejana porque unas semanas después, los mexicanos masacraron a todo tipo de texanos en Goliad y eso sí que enfadó a Houston. 

Por lo tanto, ¿qué? 

Pues nada, que todo esto no ha impedido una mitología desmedida, que incluye gestos como el de Travis la última mañana antes de la batalla final, cuando reunió en el patio a todos sus hombres y pintó con su espada una línea en la arena. "Quien cruce la línea estará dispuesto a luchar hasta el final". Y todos la cruzaron. 


                                

También, a qué negarlo, está muy bien que se repitan por todas partes del monumento los nombres de los caídos y que los americanos visiten esta capilla y los patios aledaños con una veneración rayana en la religión.


A todo esto, en San Antonio no había mucho más que hacer un lunes por la mañana... acaso, si hubiera sido en la tarde noche, habría molado tomarse algo fresquito en su famosa ribera.     



Fue lo último de agua que vi antes de viajar al suroeste, hacia el desierto, hacia la frontera con México, hacia el desierto...




Hacia un control junto a la frontera (la foto está tomada una vez que pasé y de espaldas, de ahí su escasa calidad). Hay que ser honesto: además de hablar todos español, fueron extremadamente amables...




Luego, a lo largo de 150 kilómetros de nada no dejas de cruzarte con vehículos de más patrulleros de frontera. Más o menos, por cada dos vehículos civiles, uno de vigilancia. 








Y en éstas que llegamos a Sanderson y al motel homónimo. 






Sin duda, la banda sonora de esta tierra (con perdón de los trenes que relinchan cada poco en la vía anexa) de la que huyen hasta las serpientes y los escorpiones, sólo la puede poner Caléxico.