lunes, 9 de julio de 2018

Hoja 6: En Little Bighorn los fantasmas aún caminan... y cabalgan

Bajo un monolito simple hay una fosa común con restos de unos 200 soldados que cayeron en Little Bighorn.


(Nota previa: si quieres saber de qué va esto, lo explico más o menos aquí y las normas aquí)

Deadwood (Dakota del Sur)-Wyoming-Little Bighorn (Montana)-Billings (MT): 500 kilómetros.


Cerca del monolito bajo el que están enterrados unos 200 soldados, hay un monumento de los indios, construido hace unos diez años. Hasta 1991, el Parque de la Batalla de Little Bighorn se lamaba solo de Custer. 

Un libro: 'Alce Negro habla', de John G, Neihardt. Lo acaba de editar en español Capitán Swing y se mueve entre la biografía de un indio que se consideró santo para los suyos (y hay mucho de enseñanza primigenia) pero que también luchó, siendo un crío, en Little Bighorn y en Wounded Knee. Un documeto de lujo.  


Desde lo alto de la colina de la última batalla. con la línea de árboles que es donde estaba el poblado indio. La lápida con un toque negro es donde cayó Custer, entre los últimos treinta o así de sus hombres.

Una película/serie: 'Murieron con las botas puestas', de Raoul Walsh. Como obra de ficción es una delicia del western ligero teñido de aventuras, comedia, romanticismo y, al final, épica. Un favorito de mi infancia, adolescencia y primera juventud. Aunque no tenga nada que ver con la realidad de Custer. 


Además de las 263 lápidas de hombres blancos (había civiles también) hay una veintena de color rojo que señalizan los lugares donde murieron indios "defendiendo su forma de vida" (dicen literalmente). No hay más porque en su día las familias los enterraron en sus respectivos lugares sagrados. 

Una imagen: Soldado desconocido, oficial identificado. De las más de 200 lápidas que puntean el terreno, y que están donde cayó cada uno, solo las de los oficiales, suboficiales y civiles están señalizadas con su nombre. Las de los soldados son anónimas (excepto dos en el extremo sur de la batalla).  





Un dato/hecho: Más de 320 muertos. Se sabe que murieron 263 casacas azules y los lakota y cheyenne siempre han dicho que sus víctimas ascienden a 60, pero nadie lo sabe a ciencia cierta porque los indios enterraron de inmediato a los suyos. Los cuerpos de los soldados quedaron tres días bajo el sol de julio.








Un descubrimiento: Tras miles y miles de kilómetros, nunca había visto estas tres cosas en los USA (y hoy han coincidido en Montana): que hubiera diferentes limitaciones de velocidad según sea de noche o día, que un coche te guíe a través de un tramo en obras (no sea que le eches una carrera a las excavadoras o chapotees en los charcos) y los martes de topless. 





Una comida/bebida: Las costillas del Rib and Chop House, de Billings, Montana. Como tantos otros lugares dicen vender las mejores costillas del mundo. Me falta por conocer mucho mundo pero, por ahora, son las mejores que he probado.  





Un error: Un contratiempo (que meteré en este apartado). O una exigencia de un viaje tan largo, que haya tenido que pasar por el taller a que hagan una revisión al coche. Se lo dije a la de la oficina: ¿está bien de aceite?. Pues a las 2.000 millas, alerta. Lo malo es que avisa cada 5.000 millas. Y me quedan más. 


Amanecer en las Black Hills, la tierra sagrada por la que los indios dijeron ya basta a dar pasos atrás. 

Una canción: 'A certain romance', de Artic Monkeys. Una de mis canciones icónicas (e irónicas) para un día especial. 










Una historia: Little Bighorn es, ante todo, una escurriera (que dirían en mi tierra) de río. Es pequeño, poco profundo y, como tal, poca fertilidad genera en sus cercanías. Las lomas y valles en muchos kilómetros a la redonda son áridos y duros, en verano y en invierno. Y, aun así, en el lecho de este riachuelo se apostaron miles de indios de las pocas tribus que quedaban por rendirse (en especial, lakotas y cheyennes) a esperar a los soldados americanos y darles un poco de su plomo. En la emboscada, murió uno de los militares más famosos de Estados Unidos, el teniente coronel George Amstrong Custer y otros 262 integrantes de su séptimo de Caballería (y unos 60 indios como mínimo). Nunca antes (y nunca después en su propio territorio hasta el 11-S si lo consideramos como lo que fue: un acto de guerra) habían sufrido una derrota así. 

Sin embargo, hoy no quiero hablar de ríos ni de la batalla de Little Bighorn. Que Custer era un cabrón hay poca duda ya: se dedicaba a atacar a los poblados indefensos porque los guerreros perseguían a señuelos de su Séptimo y él cargaba a matar contra mujeres y niños para dejar sin causa de lucha a los guerreros. En Little Bighorn, más que una gesta suicida o un ejercicio de valentía, murió víctima de su propia soberbia.

Ya no hablo más de la batalla. 

Me explico: crecí desde muy pequeño con Little Bighorn como el epítome de las gestas heroicas. Mucha película, claro. Seguí pensándolo (en tiempos donde no había wikipedia) durante la adolescencia e incluso juventud. Tanto, que lo convertí hasta en sinónimo personal de cómo afrontar la batalla definitiva que todos debemos afrontar, con honor y hasta el final aunque sepas que lo tienes perdido. 

Luego me pasó lo que no le ocurriría a uno del Séptimo: me caí del caballo. Fue en 2013, cuando visité por primera vez este rincón de Montana en aquella primera Ruta Pop alocada. La historia no era mi historia. Los héroes fueron unos hijos de puta que mataban a niños y los supuestos sucios indios solo luchaban por su tierra. De pronto, Little Bighorn pasó de ser un símbolo elegíaco y hermoso a ser una constatación grisácea y amarga de la vida a este lado de las pantallas de cine o de los libros. Bienvenidos al mundo real, donde la valentía nunca es obvia ni los héroes presumen ni una batalla es bonita y quien reparte los papeles de bueno y de malo es porque va de lo primero para esconder lo que hay de segundo en él. 

El cambio de enfoque solo engrandeció lo que para mí es un Little Bighorn.

Me despido con las palabras de un ranger en su explicación de la batalla (y que dan título a este post). Un poco pasado de rosca en su histrionismo, decía ser profesor de Historia jubilado y yo creo que votó a Trump (el tufillo a condescendencia hacia los indios se olía desde Cuenca): "En Little Bighorn los fantasmas aún caminan... y cabalgan". 

La otra gran lección de mi Little Bighorn: la memoria. Porque los fantasmas no se van jamás. Siguen rondando de una forma o de otra porque es su única forma de que les recordemos. 

Y eso está bien, recordar. 

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