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viernes, 27 de julio de 2018

Hoja 21: ¿Quién vive ahí?

Casas cerradas, basura sin recoger desde hace días, ningún cuidado de acerado y zonas comunes. Eso es gran parte de Baltimore. También la real.

(Nota previa: si quieres saber de qué va esto, lo explico más o menos aquí y las normas aquí)

Arlington (Virgina)-Washington DC-Maryland-Delaware-Atlantic City (Nueva Jersey)-Fishkill (Nueva York): 620 kilómetros.


En la serie se llamaba de otra manera, el Kavanagh, pero en esta esquina se vomitó alguna vez el exceso de cerveza y whisky.

Una película/serie: 'The Wire', de David Simon. La mejor serie de la historia y la segunda en mis preferencias absolutas (soy de 'Deadwood' hasta el final). Unas pocas líneas no le hacen justicia, salvo en que, 15 años después, Baltimore no parece que haya mejorado mucho si te sales del puerto interior para turisteo.



Una canción: 'Way down in the hole', de Tom Waits. Aunque pongo montaje con las cinco versiones que encabezaron cada una de las temporadas de la serie. 





Estación central de policía de Baltimore. En la manzana contigua está la zona de los clubes de alterne: como veinte en cien metros.

Un libro: 'Cualquier otro día', de Dennis Lehane. Colaboró como guionista en la serie y el libro cuenta la historia novelada de una familia de policías cuando se creó el primer sindicato en el cuerpo de los USA en Boston. Novela negra que es también una de esas grandes novelas americanas universales. La especie de segunda parte ('Vivir de noche') bajó mucho, pero 'Ese mundo desaparecido', que cierra la saga, es digna heredera de la impresionante primera entrega.




Una comida/bebida: Es de la noche del jueves en Arlington (junto al DC). Lo tomé en el Ray The Steaks y es, probablemente, la mejor pieza de carne que he tomado en muchos, muchos, muchos años (por no ser absoluto). Es un corte americano (no hay equivalente español), de la parte tierna del rib-eye, que sería algo así como un solomillo con consistencia o un chuletón tierno que se pueda cortar con el tenedor.




Una imagen: Desde lo alto del embarcadero de Atlantic City que se adentra en el océano y que hoy es un centro comercial. Empezaba a llover. 




Un error: Amparito se ha vengado de que haga sorna con ella. Cuando he puesto que me lleve a West Point me ha mandado a la mitad de la nada (eso lo he visto luego), pero lo peor es que, para llegar allí, me ha metido en el peor atasco de todas las rutas pop que, de haberme dirigido bien (vi carteles tarde), no hubiera acabado ahí encerrado: una hora de retención para 500 metros. O quizá la culpa no sea de Amparito, porque no puede ser casualidad tampoco que en todos mis viajes apenas he visto diez rotondas y el atasco de hoy lo provocaba, precisamente, una rotondita.  




Un descubrimiento: Nuestra Señora de las Autopistas. No es broma: en Childs, al norte de Maryland casi tocando con Delaware, hay una capilla erigida en honor a esta advocación desde el año 1973, cuando los franciscanos que vivían en la zona asistieron a un accidente múltiple ocasionado por la niebla. No hay foto, porque no no me dio tiempo, pero os dejo una de los alrededores (y hoy también había niebla). 




Un dato/hecho: En una ciudad como Atlantic City, donde todo es una imitación de una imitación (querer parecerse a Las Vegas es algo muy triste), hay una estatua, en la parte más noble del embarcadero (donde está el centro oficial de congresos) dedicado a todos los obreros que han muerto en distintos trabajos de construcción de la ciudad. 





Una historia: Nunca he visto una ciudad con más casas tapiadas y cerradas, clausuradas y ni siquiera con un cartel de se vende porque saben que jamás la venderán. Eso, en el caso de que alguien sepa quién es el propietario. 

Baltimore es una ciudad amarga, sueño americano devenido en pesadilla que no termina, dura y cruda realidad que superan a la ya descarnada ficción. En el radio mínimo que late alrededor del Puerto Interior hay un empeño en lucir como un lugar amable, simpático con los visitantes, que de desvive por desplegar una oferta de turismo familiar: tres barcos históricos y un submarino se pueden visitar a pie de muelle, hay decenas de atracciones infantiles, grandes cadenas de restaurantes y una estampa bucólica de yates amarrados al otro lado de la bahía. Aquí nació el himno nacional en 1812, proclaman orgullosos.




Todo eso lo vi al final de mis dos horas en Baltimore. Como es lógico, esta ruta peca de apresurada y de impresiones a salto de mata. Puede que sea injusto con Baltimore por abordarla con un paseo largo en coche (en las zonas más 'The Wire' mejor no bajarse del coche y no estar mucho parado) y otro a pie por el centro. Aunque cuando lo único que ves, en la zona turística y en el resto de la ciudad, son indigentes sin saber qué hacer ya a las seis y media de la mañana es que algo no termina de funcionar. 


Hay numerosos carteles anunciando que se compran casas (arriba a la izquierda).
No solo en las zonas deprimidas (que son inmensa mayoría). También junto a la comisaría principal, el Ayuntamiento, tirados en un banco del monumento contra el Holocausto, en el suelo del bonito puerto interior (supongo que cuando abran los comercios y las familias se perderán en el paisaje). Incluso en un barrio que barrunto que era bueno porque solo había blancos paseando al perro y haciendo carreritas, el aspecto de las casas tiende a destartalado, uniforme, apocado. 




'The Wire' es mucho más que una radiografía de Baltimore. Es una metáfora de los monstruos que también crea toda sociedad desarrollada; cuando digo monstruo me refiero a un entorno, no a una persona. Es posible que Nuestra Señora de las Autopistas velase por mí y me enviase una tormenta apocalíptica cuando me adentré en el oprimido West Baltimore. Digo que veló por mí porque la tromba de agua impidió que se me ocurriera bajarme del coche o recrearme en las fotos (de ahí que salgan movidas o parezcan precipitadas... porque llovía a manguerazos y fueron precipitadas). Aun así, más de una mirada fija me llevé de viandantes renqueantes y huesudos, cansados y encorvados. 




El centro solo es ligeramente mejor a las afueras. En los alrededores del Ayuntamiento, como está la comisaría cerca, puedes sentirte algo más seguro. Eso sí, solo vi coches de policía aparcados y somnolientos, ni un solo agente. 


Otro fondo habitual en la serie. La estatua de delante está decida a todos los "negro heroes".

Imagino que todas estas percepciones nacen de la sensación de desamparo que se inoculó mientras conducía de afuera hacia dentro y de dentro hacia fuera de Baltimore. Pareciera que nadie, o casi nadie, quiere vivir aquí. La gente se va de las casas, alguien las ciega y se caerán a pedazos algún día (muchas de las localizaciones, en particular las que se filmaron en viviendas protegidas, ya han sido derribadas).

Aun así, menudean los carteles de gente que se ofrece a comprar casas. No voy  especular más sobre supuestas especulaciones.


Esto es ya Atlantic City, donde en el embarcadero abundan los negocios cerrados.



Luego, unas tres horas más tarde, Atlantic City no elevó las buenas vibraciones, precisamente. Sabía que no queda nada de lo que aparece en otra de mis series más queridas, 'Boardwalk Empire'. Aunque una cosa es un decorado y otra un embarcadero mal baldeado, con el olor agrio de la orina, los vómitos, el alcohol derramado y la suciedad apenas baldeada. El día de niebla tampoco ayudaba a quitarte la idea de estar en un Fin del Mundo, donde solo faltan los zombis, en un paseo desangelado, con poco visitante y en el que unos enormes monitores de pronto rompían el silencio con estruendosos anuncios. La denominada Las Vegas del Este es un grisáceo paseo marítimo de obras y cartón piedra, sucursales de bajo coste de casinos famosos de la verdadera Las Vegas y una playa donde, para rematar el día, los escasos turistas tuvieron que huir de ella a toda prisa cuando se precipitó la tormenta.

Nuestra Señora de las Autopistas, que volvía a invitarme a marcharme corriendo de allí, porque será que no quiere que vea más las sombras de su país.  

martes, 24 de julio de 2018

Hoja 19: Un prejuicio como una rubia

Iglesias, estatuas y musgo. Lo interesante de Savannah está arriba. Abajo, mucho indigente.

(Nota previa: si quieres saber de qué va esto, lo explico más o menos aquí y las normas aquí)

Saint Augustine (Florida)-Savannah (Georgia)-Charleston (Carolina del Sur): 460 kilómetros.

Florida, Georgia y Carolina del Sur se erigen sobre pantanos, ríos, brazos de mar, marismas...

Un error: Inconveniente, en esta ocasión. Del día de más kilómetros al que menos (en carretera, se entiende, porque ha habido jornadas que no me he movido). Sin embargo, esas cinco horas de hoy en el coche se me han hecho eternas y han sido en las que más me ha costado vencer al sueño.

En esta casa de Savannah montó su cuartel general el unionista Sherman tras su marcha de 250 millas desde Atlanta,


Un libro: 'La gran marcha'. de E.L. Doctorow. Para mí, el mejor autor americano de su generación y eterno candidato al Nobel (que ya no ganará porque murió en 2015). Aquí, cuenta la campaña que el general yanqui Sherman emprendió después de quemar Atlanta hasta, precisamente, Savannah. Lo quemó todo a su paso, incluyendo la comida que no usaran sus soldados para que no se rearmasen los confederados.

En la línea de playa que se adivina al otro lado del agua es donde se libró la batalla suicida del final de la película... y de la vida real, vamos.

Una pelicula/serie: 'Tiempos de gloria', de Edward Zwick. Porque estoy en Charleston, punto culminante, y porque esa escena final (en una película en general blandita y no muy allá) es espléndida. Además, como en otras rutas me ha unido mi destino al 54 de Massachussetts...

En este mar gris bajo cielo azul empezó la guerra civil americana.

Una canción: Unir a la anterior, la pieza de James Horner. Una de las grandes obras de un compositor algo pirata y ladrón de tonos pero que cuando se pone, lo hace como los mejores.




La foto es por la cerveza, no por la ensalada.

Una comida/bebida: He desayunado un donut de gasolinera y aún no cené (mis almuerzos son frutos secos o fruta para no dormirme al volante). Así que retomo la cerveza de anoche, una lager de Yuengling, la cerveza más antigua de los USA, de 1829. Es de Pensilvania, pero con esa manía de San Agustín de reivindicar lo viejuno que son, la tomé allí. 




Una imagen: La última luz del faro frente a la primera luz del día. En San Agustín, uno de los cinco más altos de los USA, con 50 metros.



Un dato/hecho: No hay casi morenas en Charleston. Son rubias. Da igual si locales o turistas.



Un descubrimiento: Savannah merece un regreso. Está algo mohosa (y no por el omnipresente musgo español que cuelga de los robles centenarios) y anclada en su pasado. Aunque lo hace con la barbilla alta. Le di muchas vueltas a dónde dormir entre San Agustín, Savannah y Charleston y la operatividad de la ruta hizo que eligiese saltarme la ciudad de Georgia. 

En algún lugar de mi espalda está Fort Sumter, donde empezó la Guerra Civil.

Esto intenta señalarlo, pero no sé si sirve de algo.

Las calles de colores de Charleston.


Una historia: ¿Saben de una pareja enamorada que se va a casar y busca un sitio elegante pero con encanto, bonito pero sobrio, llamativo pero sin estridencias? Sí, todos hemos estado en cortijos, haciendas, masías, etcétera para asistir a una boda. Sea andaluza, toledana, valenciana o madrileña, tienen un denominador común: se esfuerzan en su empeño de ser distintos aunque con una clara identidad propia que siempre nos recuerda a algo. 

Eso es Charleston. El escenario de un álbum fotográfico de bodas. Además de ser mi conclusión, es que Charleston es destino preferido para celebrar bodas y hacerse fotos delante de iglesias, balconadas, flores y bahías. Sobre todo, si eres una chica rubia del sur (ver apartado de dato/hecho) que siempre ha soñado con vivir tu gran día en la gran ciudad de un Sur que no pudo ser. 

Al entorno de Charleston le llaman el lowcountry y se vende como la esencia de lo sureño. Hay cosas más abajo, o sea, más al sur. Quitando a Florida, que es verdad que tiene su propia idiosincrasia, los Alabama, Georgia o Mississippi, están al más al sur, son más pobres y han estado más castigados por los prejuicios del norte (porque ellos mismos castigaron más que nadie a los negros, que conste). Y también es cierto que la capital de los estados confederados era Richmond. No obstante, Virginia y Carolina del Norte (si tiene la palabra Norte en el nombre algo va mal aquí) no son sur de verdad. Las virginianas se casan en Richmond. Las de Senoia, Biloxi o Tupelo se quieren casar en Charleston. 

Charleston, a todo esto, se lo curra. Tiene ese toque esnob y diferencial. Su calle de tiendas parece sacada de Santa Bárbara o Beverly Hills, con locales exclusivos de artistas locales. Solo he visto dos franquicias internacionales en todo el recorrido: Victoria's Secret y Louis Vuitton. Nada menos. Tiene un barrio francés que parece uno colonial inglés, tiene una treintena de iglesias (sobre todo, protestantes) a cada cual mas ostentosa, tiene su puerto enorme, donde descansa un portaaviones de la Armada y surcan la Bahía veleros y mercantes del tamaño de media provincia de Badajoz. 

No estoy seguro de si me gusta o no. Tanto empeño en pulirse me termina rascando un poco. Dicen que se quiere parecer a Nueva Orleans en arquitectura y me entra la risa. Tampoco puede aspirar a ser como Boston o Filadelfia en su proyección cosmopolita. Si eres el culmen de las aspiraciones de una chica del sur no puedes anhelar a parecerte a una ciudad moderna del norte. Sobre todo, porque digan lo que digan y maticen lo que maticen ahora los carteles por todos lados (incluso elogiando ejemplos de superación de esclavos frente a la opresión), aquí se dieron los primeros tiros (o cañonazos) que empezaron la Guerra Civil.  

Los prejuicios, como dicen de las rubias, son así de cortos. 

viernes, 8 de septiembre de 2017

Día 2: Teoría de precio y coste

A la ribera del río Delaware (que separa Pennsilvania de Nueva Jersey, hay un monumento dedicado a los irlandeses que emigraron).


A lo mejor es que siempre lo hemos entendido mal. Con eso de ponernos la boina de lo moralmente correcto, achacamos al capitalismo yanqui todas las maldades y mezquindades del ser humano. Todo hombre tiene un precio, todo se vende, cualquiera (persona o deidad) se compra. Eso son los Estados Unidos: el dinero va primero. 

Pero cambien lo de "todo tiene un precio" por "todo tiene un coste". Parece lo mismo. Y, sin embargo, es completamente distinto.


El sobrio pero coqueto Independence Hall. 


A Ryan, en sus sesenta bien cumplidos, la camisa le queda prieta en la barriga que crece oronda. Peina canas escasas y coleta, gafas finas y unos pómulos y barbilla muy marcados quizá escondan cierta sangre india. Habla erguido, muy despacio y vocalizando, teatral y solemne; bromas las justas y para meterse consigo mismo (es decir, nada de estar todo el rato haciéndose el gracioso y el cínico respecto a la historia que se está contando y que tanto se destila en los guías que pululan por la plaza mayor de turno en España). Ryan es el guía de la asociación de parques nacionales que explica en el Independence Hall los dimes y diretes de las reuniones que desembocaron en la Declaración de la Independencia de 1776. El público (familias de Iowa o de Colorado, parejas de Nueva York, diría que el único no americano soy yo) escucha en estricto silencio. Creo que es la primera media hora continuada en diez años en la que no oigo el timbre de un móvil en un sitio público. Solo hay una mujer que mira compulsivamente su instagram; el resto, hasta 30 visitantes, no mira su móvil ni para chequear la hora. 

Ryan, tras esa media hora de respeto digital, se planta en medio de la sala donde las 13 colonias originales discutieron y accedieron a renunciar al rey Jorge III y dice que, por encima de todo lo que ha dicho, y mira que ha contado hechos fundacionales de su nación, no hay que olvidar una cosa, lo único, asegura, que importa: "Nada de todo esto se ha conseguido sin un coste".

Todo esto es la libertad, la igualdad de todos los hombres y el derecho a perseguir la propia felicidad. Que es la frase que más se subraya de aquella Declaración de Independencia. 

Un coste, un precio...

Quizá por eso amen tanto los americanos su bandera y no se avergüencen de ella (en otros lugares preferimos lucir la enseña americana porque lo dice Ralph Lauren, la británica porque así lo adornan Pepe Jeans o Reebok y la alemana porque nos la venden bordada en el brazo en los abrigos militaroides del Rastro); o agradezcan con apretones de manos a los veteranos que han luchado al otro lado del mundo; o enmudezcan mientras alguien les da una lección de historia. 

Porque con las cosas que cuestan vidas hay que tener un respeto. 


Ayer bromeaba con que a Filadelfia la llaman la ciudad del amor fraterno... No es un alias o un deseo, es que es lo que significa literalmente. 
De Ryan voy a pasar a Cora. Por su pelo corto, como si hubiera pasado por la barbería de reclutamiento, pensé que era Cory (Cora o Cory, el nombre me lo he inventado). No obstante, al término del vídeo introductorio del Museo de la Revolución Americana, descubrí que era una chica. Ocho o nueve años. Negra. Delgada y pantalones rosas, un solo pendiente del tamaño de un reloj de esos que regalan las viejas empresas a los 25 años en el puesto. Junto a otros tres niños de menos edad (dos chicas blancas, una con el pelo verde chicle de menta y otra de rosa helado de fresa, y un chico, oriental con mechas rubias; vaya grupo interracial sacado del catálogo de Benetton), se habían sentado en primera fila. Yo me fijé en Cora porque es la que atendía con mayor dedicación, el cuello a punto de saltársele de la espina dorsal cada vez que en la película mencionaban a un negro y su perra situación en aquel siglo XVIII.



Frente al Rey, la Declaración otorga el poder a la gente: "We, the people..."
Ya voy a dejar lo del respeto por hoy.

No sin antes insistir en otra de esas características que definen a este país, tan hijo de puta en tantas otras cosas. Son honestos cuando cuentan su historia. En la de la Independencia y la Constitución, por ejemplo, no se olvidan de mencionar que sí, que lo de que todos los hombres son iguales es una frase preciosa, pero que en 1776 eso solo incluía al grupo de terratenientes que podía votar y que se había hartado de pagar impuestos a Londres para que Londres lo gastara en Madagascar y no en su propia tierra. Es decir, que la Declaración de marras era formalmente idónea, pero mujeres, negros e indios seguían estando por debajo, muy por debajo, de los derechos del propietario medio que había organizado la revolución (porque el derecho a voto solo era para quien tuviera una propiedad).

Y oye, que así insisten una y otra vez en todo vídeo, exposición, representación o cartel que se precie. Mujeres, negros e indios no vieron eso de la libertad y todos los hombres son iguales hasta casi dos siglos después.
Dibujo de un oficial francés que luchó en la guerra. 

Eso incluye a los negros como Cora. Enlistados en ambos ejércitos, la paradoja más paradójica de la guerra de la Independencia es que los británicos sí prometían la abolición inmediata de la esclavitud y, de hecho, pensaron que esa postura les iba a suponer el apoyo de los hombres de color del sur. No olvidemos (no lo olvidan los museos y catálogos tampoco) que el mismísimo George Washington, como buen virginiano (el corazón del Sur), tenía esclavos y su fiel mayordomo no le concedió la libertad hasta que se murió. Es decir, que lo liberó solo en el papel de su testamento.

De los indios, mejor ni hablamos, porque el Museo de la Revolución muy bien se encarga de puntualizar que, terminada la guerra contra el inglés, empezó la guerra hacia el oeste de exterminio de los pieles rojas. 

Así de clarito lo dicen.


Para claridad, la protopropaganda de la época: a la derecha, cartel que salió en los periódicos de Londres donde se reflejan lo taimados que son los independentistas; a la derecha, ilustración americana donde se ilustra el fusilamiento de los casacas rojas a los civiles desarmados de Boston.

Como Ryan ya no me escucha, me voy a despedir con un poco de ironía castiza e hispánica. Miren la siguiente imagen:



Es el Museo de Arte de Filadalfia, un lugar más que interesante, precioso en continente y contenido y que merece la visita si sobra alguna hora (que si se está más de un día en Filadelfia, sobrarán horas de lo poco que hay que ver).

Ahora miren esta otra (sobre todo, en el margen derecho inferior):



Una boda. Y había otras dos por allí pululando. El mundo sería un lugar hermoso si hubiera parejas que quisieran hacer sus fotos de boda en el Prado o en el Reina Sofía y no en un jardín mohoso del extrarradio.

Filadelfia tampoco es ese paraíso culto. Si hay bodas a la puerta del museo es porque desde donde estoy haciendo las fotos hay una escalinata (no muy larga, todo sea dicho) inmortalizada por el cine y por Rocky. 

Tal que esto:



Si es que se te llena la boca de respeto y luego te encuentras con estas cosas.

Mejor me voy a la cama, que mañana empieza la ruta en carretera y habrá que descansar un poco.

Que el espíritu de George Washington mantenga a raya las nubes...



jueves, 7 de septiembre de 2017

Día 1: De qué sirve la simpatía

No tengo ni idea de por qué parece que me haya rociado un bote de mostaza en la camisa. La camisa está limpia, lo juro.


Esto va a ir de principios. Porque aquí, en Filadelfia, empezaron muchas cosas y ahora le ha tocado a la Ruta Pop V comenzar su recorrido entre un puñado de callejuelas que se resisten a ser la hermana pequeña de Nueva York, Washington, Boston, Chicago... y sigan poniendo ciudades americanas más importantes por delante en la lista, que seguro que se les ocurren muchas más. 




Filadelfia es mona. Simpática/o, que ya ni podemos decir eufemísticamente porque todos sabemos que cuando te tildan de simpático es porque no puedes aspirar a más. Simpático o simpática ya es un insulto descarado, una afrenta maleducada. 

Pues Filaldefia es simpática. Hoy no me ha dado mucho tiempo a nada, así que aviso que voy a soltar una cantidad importante de generalidades sin fundamento, primeras impresiones de cateto recién aterrizado, en definitiva. Mañana supongo que podré insultar con más conocimiento de causa. 

O tragarme mis palabras. 

Pero hasta entonces, Filadelfia es una ciudad donde no hay taxis en el aeropuerto y te engancha un tipo que ni siquiera es un VTC (¿podré nombrar aquí en voz baja al diablo sin que me apedreen el blog alguna gremial del taxi patrio?), que te mete en un coche y que mejor no me informo de cuánto cuesta realmente un taxi al centro porque está claro que me han timado (tanto viaje a USA para que me encalomen una de estas). Pero es que no había taxis en el aeropuerto. Y demasiado que he llegado, porque el tipo conducía con una sola muñeca. La izquierda. Porque con su mano derecha sostenía un móvil que no sé para que lo tenía en altavoz si se lo llevaba a la cara con la mano (y encadenó llamadas una tras otra en todo el trayecto); y con la izquierda, la de la muñeca con la que manejaba el volante, sostenía un fajo de billetes. Luego, cuando se guardó los billetes al rato largo, usó la mano para darle a la bocina con insistencia. 

Era simpático. 

Y esta vez no estoy siendo sarcástico.

También han sido simpáticos en el aeropuerto donde por primera vez me han llevado en la aduana a una segunda inspección. ¿Eso es porque se imaginaban que iba a llamar a Filadelfia segundona? No, seguramente todavía anda en busca y captura ese capo mexicano con mi mismo nombre (miren en google si no). 


La trasera el Independence Hall, donde se reunieron los revolucionarios.

Filadelfia importa. Claro que sí. Fue capital varias veces antes que Washington; fue la segunda ciudad del Imperio británico en habitantes tras Londres justo antes de la independencia; y en sus calles adoquinadas y sus casitas coloniales se forjó la independencia de la Corona.

Filadelfia ha sido más que Nueva York y ahora es una miniatura de la Gran Manzana; tiene más abolengo que Boston pero no tiene Harvard ni su empuje comercial; en su Old City se acumulan las señalizaciones históricas que jamás soñaría Chicago pero nadie quiere hacer rascacielos aquí; su puerto es irrisorio frente a Baltimore, su escena musical es una broma en comparación a Nueva Orleans; el buen rollito (la llaman la ciudad del amor fraterno) no le vale para ser la meca de la libertad que sí encarna San Francisco.

Aquí se podría decir que nació Estados Unidos. En torno a las manzanas que ocupan la media docena de edificios emblemáticos, se apelotonan las placas en homenaje a soldados caídos, los primeros caídos de su nación. O ya que todo el mundo habla de George Washington, Benjamin Franklin y demás prebostes, yo me quedo con la estatua de John Barry, un irlandés al que han colocado a la espalda de todo, contracorriente. 




Y esto no es más que un chiste fácil, porque este hombre sufre una doble discriminación. Ya solo que te recuerden en Filadelfia te condena a la segunda fila de notoriedad yanqui. Pero es que la propia Filadelfia da la espalda a su manera al que se considera como padre de su Armada, la US Navy de portaaviones mil, submarinos nucleares y top guns.  

La cosa, en fin, es hacerle una foto a una estatua con cielo de fondo. 

Porque entre hoy y mañana nos vamos a atracar de placas que señalizan lugares más antiguos del país. 

Como el de la primera foto, el que me sitúa en el Elfreth's Alley, el que aseguran que es el callejón habitado más antiguo de Estados Unidos. O sea, la calle de una ciudad con mayor historia. 



Filadelfia tiene su corazoncito porque en sus parques hay más ardillas que palomas. 

Que no sé si significa algo o es que quería soltar el comentario absurdo de la jornada. 

Muy simpático todo.

PD: y para que no sea todo tan amargo, me despido con algo que sí es de aquí y nadie se lo puede quitar (aunque lo pongan hasta en el Vips): el cheesesteak nació en Filadelfia y el Geno's, en el barrio italiano, es una de sus mecas. Eso sí, americanos todos: no cuesta nada comprar un pan en condiciones, que para chicle ya tenemos muchos chicles de mil sabores. La carne sí estaba buena. 



   

jueves, 31 de agosto de 2017

La Quinta Ruta: orígenes y digestión




Termina agosto a tormenta limpia, llega septiembre con sus atascos a quemarropa y sus depresiones de oficina y uniformes, plastificaciones de libros y afilamiento de lápices, de profesores y jefes, de hojas que se caen y párpados que no se levantan. Pero septiembre también puede ser tiempo de carretera en este blog. Sí: vuelve la Ruta Pop, a la que este año le voy a endosar la denominación anglosajona o romana porque a las rimas las carga el diablo. La V Ruta Pop ya está aquí...

Será justo en una semana. Viajo el 7 de septiembre, con lo que mi primera aparición será en la mañana del 8 de España (supongo). Habrá narración diaria, como en los cuatro años precedentes, idas de olla puntuales o continuas, fotos más o menos afortunadas de obsesiones personales (cielos, faros, desolaciones paisajísticas, estatuas desde su espalda), sentimentales (escenarios de películas o series) y/o culturales (batallas, museos, cementerios y sus tumbas de escritores o ilustres), y también habrá en el menú instantáneas de comidas para que saliveis en el curro durante esas horas intermedias entre el desayuno de café a palo seco y triste ensalada de almuerzo... y sonarán canciones... y, especialmente, habrá mucho de lo que salga y me depare la carretera. 


Para los que no sepan de qué van las rutas pop, o como recordatorio para los que sí, hagamos un rápido repaso a las cuatro primeras ediciones:

Si en septiembre de 2013, la primera recorrió el Medio Oeste de arriba abajo...

Imagen al amanecer del Carhenge, una imitación de Stonehenge formada con coches en medio de la nada de Nebraska (en Alliance, concretamente).

Rowan Oak, la residencia de William Faulkner durante décadas, en Oxford, Mississippi.

Un puente en Madison County, Iowa.

Y, por supuesto, Little Bighorn. Al fin. Allá en Montana.


Sí, las comidas en Nueva Orleans (un desayuno, en este caso), me dejaban así de consternado.

Callejón de los piratas en Nueva Orleans, con un poco de todo... hasta de la manzana donde Faulkner se convenció de que era novelista. 
Alegoría de la exhuberancia de la fiesta. 

Tormenta en el Mississippi.
Luisiana arriba, donde las plantaciones mandan. 
O Mississippi (tanto río como Estado homónimo) arriba, en las Dockery Farms donde dicen que nació el blues (nada menos).

Las vías del tren donde anidan los zombies... en Senoia, Georgia, pequeña capital de rodaje de The Walking Dead.
... la tercera, en julio de 2015, repitió en Luisiana pero luego me condujo a Texas y Nuevo México...

Otra vez en Nueva Orleans, esta vez para preparar 'La Dama Blanca del Missisippi visitando el campo de batalla del asedio a la ciudad en 1815.

Las cicatrices del Katrina aún supuran.
Pero la ciudad resiste.

Al sur del sur... En Texas, muy cerca del Río Grande.
Donde la arena se disfraza de nieve, las White Sands de Alamogordo, Nuevo México.

Nuevo México también es blanca por Walter White a las afueras de Albuquerque.

El camino del horror: Holcomb, Kansas. La granja donde se perpetró la matanza de 'A sangre fría'.

...y la cuarta, en septiembre de 2016, viró a viento del norte, a la Nueva Inglaterra de Boston y Maine... 

(Buena) vida de estudiante en Boston.

Septiembre y Massachussets son sinónimo de nubarrones como los que se cernían sobre Provincetown.
Aunque para escalofríos, la Maine profunda de Stephen King: su hogar de Bangor.








Faros y niebla por la costa más nororiental de los Estados Unidos.

¿Qué me depara este año?

Pues a ver qué sale... La idea es mezclar historia seminal con hechos destacados para terminar con el reverso del sueño americano. Empezaré en Filadelfia, cuna de su particular historia, para continuar por algunos escenarios claves de la Guerra Civil (Gettysburg, Appomattox, campos de la Virginia sudista) y terminar en ese lado tenebroso de la América profunda que es la industria perdida y decadente: Kentucky, Ohio y la Pennsilvania occidental. 

Como siempre, miles de kilómetros para poco más de una semana, con una media de unos 700 cada día. 

Y espero que vuestra compañía...

Aunque sea por las fotos de comida (os dejo algunos ejemplos...)

Desayuno ligero en el trasunto de 'Los Pollos Hermanos' de Breaking Bad, en Albuquerque, Nuevo México.
Desayuno ligero en Nueva Orleans.
Aperitivo en una barbacoa de Lockhart, considerada la capital de la barbacoa en Texas (y escenario de The Leftovers).
Pastel/tarta de caimán y queso, en Nueva Orleans, claro...
El mejor bocadillo que he probado nunca, la 'muffaletta' del Cochon Butcher de Nueva Orleans.
La mejor hamburguesa (o eso dicen las guias, solo probé esa en este Estado) de Alabama. En Mobile.
Barbacoa ligera en Memphis.
Filetito (cercano al kilo, al que ellos llaman T-Bone) en el Mississippi (el Estado) profundo.
Pollo frito en Kansas.
La Lonely Planet proclama este dinner en Sioux Falls (Dakota del Sur) como uno de los mejores garitos de carretera del país. La hamburguesa, de queso y bacon.
Mi primer desayuno en los USA en una ruta pop... fue en Osceola (Missouri)... y fue una bendición por la que casi creo en dios de nuevo (y era algo simple: un muffin, una salchica, patatas, queso, salsa holandesa y salsa de carne).

Y mi último desayuno, en septiembre de 2016, en un 24 horas de Bangor, Maine. Allí dicen que King se inspiró para idear sus camioneros asesinos. No sé: la tortita (del diámetro de una pizza mediana cada una... y eran tres) de calabaza y chocolate sí era una asesina de lo buena que estaba.