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miércoles, 9 de septiembre de 2015

40




Amanece sobre el Cañón del Colorado (septiembre de 2009)-

Podría tener 13 o 14 o a 15 años y pensaba dónde estaría o qué sería de mí cuando llegase esa cifra de 40 (aunque la canción no vaya de eso). Pero esto no es un post biográfico. O sí, porque sin estas 40 referencias no estaría aquí. Ni con tres muy en particular que no aparecen explícitamente pero sí estarán tras cada horizonte que reste. 


Así que este post es un repaso a 40 hitos artísticos, repartidos en libros, canciones, películas, pinturas y series. No son las mejores, ni siquiera diría que son mis favoritos de cada apartado (en la pintura admito mi práctica ignorancia y me muevo por impulsos pop), pero quizá sí son las obras más significativas que formarían una pequeña biblioteca sentimental/particular por una o 40 razones. O por mil. 

(Las fotografías corresponden a cinco viajes a Estados Unidos: 2007, 2009, 2013, 2014 y 2015) 



10 libros

Luz de agosto, de Willian Faulkner.

Desde la ventana principal de Rowan Oak, residencia de Faulkner (septiembre de 2013).

Cómo todo acabó y volvió a empezar, de E.L. Doctorow

En Monument Valley, en septiembre de 2009.

Apocalipsis, de Stephen King

Desde Brooklyn, en septiembre de 2007.

Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain

Panorámica de Hannibal, la casa de Twain y de Tom y Huckleberry, cuyas estatuas otean el pueblo. (2013) 

2666, de Roberto Bolaño

Ciudad Juarez, capital del horror. (Julio 2015)

Ahora sabréis lo que es correr, de Dave Eggers

El tramo más largo de la Ruta 66 original que queda, en Arizona. (Septiembre de 2009).

Todo está iluminado, de Jonathan Safran Foer

El cielo de Kansas, con el 14 a la espalda. (Julio 2015)

Bajo el volcán, de Malcolm Lowry

A través del Antelope Canyon, en la frontera entre Arizona y Utah. (Septiembre de 2009)

El poder y la gloria, de Graham Greene




  
10 canciones

Hotel California, de The Eagles


A certain romance, de Artic Monkeys


Love rescue me, de U2


Common People, de Pulp


Gotta get away, de The Black Keys


Crown of love, de Arcade Fire


Insurrección, de El Último de la Fila 


Road to nowhere, de Talking Heads


All along the watchtower, de Bob Dylan


Wicked game, de Chris Isaak



10 películas

Amor a quemarropa, de Tony Scott


El imperio contraataca, de Irvin Kershner


Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola  


El hombre que mató a Liberty Valance, de John Ford



El apartamento, de Billy Wilder



Misión de audaces, de John Ford


Cantando bajo la lluvia, de Stanley Donen



Centauros del desierto, de John Ford



Beautiful girls, de Ted Demme


Lolita, de Stanley Kubrick




5 series






5 pinturas

Christina's World, de Andrew Wyeth


Black Square, de Kazimir Malevich


Nighthawks, de Edward Hopper



Gold Marilyn Monroe, de Andy Warhol



Madame Barbe de Rimsky Korsakov, de Franz Xavier Winterhalter











martes, 14 de julio de 2015

Día 9: Corriendo a...

(Ruta del día: Sanderson-Terlingua-Presidio-Fort Davis (todo en Texas): 294 millas (seis horas de conducción por la reducida velocidad máxima en el Parque Natural).




¿Y ahora qué? Los nueve halcones negros me miran fijamente (especial miedo me dan los que están sobre el guardarraíl), calculando hasta qué punto me voy a acercar o no. Sobre el asfalto, se asa a la parrilla del desierto un jabato (que, más allá de un cómic o un tipo duro es jabalí pequeño). Y si creéis que acojonan en formación, cuando despliegan las alas y se retiran con la displicencia de una top model prefieres no mirar atrás... y acelerar... y esperar que no vengan a por ti. 

La instantánea la he tomado en algún recóndito lugar (si no fuera recóndito, ¿por qué iban a juntarse casi diez carroñeros como en el patio trasero de un adosado?). Antes, y durante unas pocas horas de viaje, había ido esquivando a algún halcón suelto, pájaros de todo tipo y liebres que huían de la carretera. Suele suceder cuando se viaja al despuntar el día por parajes naturales y desolados. 

Pero ésa es la verdadera idea de todo el viaje: conducir por conducir, por carreteras cada cual más solitaria y... bueno, seguir conduciendo. Corriendo para llegar a... No lo sé. Hoy ha sido uno de esos días por lo que merece la pena todo esto. 

En fin, que nos quedamos ayer en Sanderson, donde tomar una foto del ocaso fue una batalla contra batallones de mosquitos, algunos del tamaño de pelotas de golf. 



Esta mañana, cuando aún no había salido el sol (le quedaba una hora) puse rumbo al oeste y luego, hacia el sur, hacia el Big Bend National Park, el punto más recóndito de la frontera entre los USA y México (es la cuña inferior que, en los mapas, se introduce en México). La frontera la marca el Río Grande. 

Luego volvemos al Río Grande. 

Antes, las formaciones rocosas en medio del desierto que van ganando capas según escala el sol (y, en medio de esa autopista que nunca tendrá hora punta ni hora de ningún tipo, a las siete de la mañana te das cuenta de lo que es el silencio porque oyes mil versiones distintas de pájaros e insectos y, sobre todo, porque oyes cuando se acerca un coche como a un kilómetro y, cuando pasa por donde estás, es como si estuviera despegando un avión... luego, el silencio de nuevo).




El paso a través del Big Bend, pese a su belleza, ha sido una lenta carrera de obstáculos. Lenta, porque no se podía pasar de 70 durante más de 100 kilómetros de recorrido (aquí se toman muy en serio lo de reducir drásticamente las velocidades en parques naturales); y de obstáculos, porque algún halcón negro ha estado a punto de encaramarse como la estrella de los Mercedes al capó.

Al final de esta carretera lo que hay es la ciudad fantasma de Terlingua (aficionados al cine, aquí es donde teóricamente -no se rodó aquí- aparece al principio de la película el personaje de Harry Dean Staton al principio de París, Texas). Ignoro por qué le siguen llamando fantasma (o no: cuestión turística) porque tiene más vida que, por ejemplo, Sanderson. Proliferan posadas falsamente auténticas y azoteas con barandillas de madera podrida desde donde los turistas se tomarán sus cañas al atardecer de violetas y rosas. 

Yo, como soy de natural alegre, me he quedado con el detalle del cementerio (la ciudad se fundó para atender unas minas cercanas y firmó su final, hasta ser descubierta por el turismo extremo -extremo por lo lejos que está-, al quedarse seca la explotación).





Terlingua, con ese aire de Caños de Meca en medio del desierto que tiene, también es la puerta de entrada a una de las carreteras más curiosas y, esto sí, extrema, de los USA. Extrema porque corre paralela durante 100 kilómetros al río Grande, es decir, la frontera natural (y real) entre Estados Unidos y México. Asimismo, es una gozada conducir por ella, sus curvas imposibles, sus cambios de rasante de montaña rusa sádica y la sensación de que no hay mucho más lejos que ir. 

Luego, te encuentras con halcones negros que te retan.







Aunque ya es tarde para abandonar, como dije el otro día, y llegamos a Presidio, localidad fronteriza de ominoso nombre (si lo primero que te encuentras, al llegar a los USA, es ese nombre...). México, tan cerca; tantos universos lejos. 


Como epílogo a esta ruta (de nuevo, pasé por otro control fronterizo, algo más exhaustivo que el anterior pero sin ningún contratiempo), ahora estoy en Fort Davis, ciudad cuyo nombre se debe a... un fuerte llamado Davis. Es uno de los conjuntos históricos más completos que quedan del cordón de fuertes que los americanos construyeron en sus fronteras más lejanas durante la segunda mitad del siglo XIX. Éste, en concreto, servía para defender la ruta sur entre El Paso y San Antonio, y tenía a varios destacamentos de infantería (negros incluidos, una vez pasada la Guerra Civil), nada de caballería, que a matar indios salían a pie.

Tiene su gracia ver su similitud más con los cuarteles modernos (sus barracones de reclutas, sus casitas de oficiales y su posición estratégica, cubiertas las espaldas por una formación rocosa) que con lo que todos pensamos que es un fuerte (ay, esos clics)... Pero tiene su gracia.  






Os presento a los niños del fuerte:


Me despido con una canción alegre, eso sí (y ya sé que va de la adicción a las drogas, pero la música acompaña a curvas en el límite y, al fin y al cabo, aquel disco se grabó en un desierto no demasiado lejano). 




miércoles, 30 de julio de 2014

Bonus track 2 (o los 10 mejores momentos)

Todos los días (del 1 al 15)



Os debía el corte final, el de los diez mejores momentos (o algo así) de la Ruta Pop 2. Perdonad el retraso, pero ayer todavía andaba entre mohíno, jetlageado, agotado, morriñero y bajonero. 

Seré breve.

Aunque antes, brindemos con un bourbon de la tierra para ir entrando en calor: 


10) Sin contratiempos



Ahora sí lo puedo decir: Nueva Orleans tiene la mayor tasa de criminalidad de Estados Unidos. Siempre se ha dicho que los crímenes se quedan entre los locales, es decir, entre bandas y rencillas de vecindario y muy bien se guardan de afectar a zonas turísticas. Sin embargo, justo una semana antes de coger el avión hubo un tiroteo en plena noche del sábado en Bourbon Street (como si en Madrid lo hubiera en la Puerta del Sol). El resultado: nueve heridos y una chica de 20 años muerta. 

Estuve a punto de cambiarlo todo y no pasar ocho de los 15 días en Nueva Orleans. No lo hice y me alegro. Incluso os remito al punto 6 como contrapunto (además... en Bourbon Street no me iban a coger, precisamente). 

Por otra parte, los 4.000 kilómetros de carretera tampoco registraron problema alguno.

9) La otra Nueva Orleans



La Nueva Orleans del Treme o del Garden District. Del Uptown o de la Mid City. La de Faubourg-Marigny y Bywater. La que descubrías subiéndote a tranvías y autobuses locales. O andando ocho horas al día bajo 40 grados con humedad.

Sí, también las de los samatari. Cuánta razón tenías, André



8) Raíces criollas



O españolas, para más señas... y para lo que más nos importa a nosotros. Desde el diseño de las calles hasta la plaza principal, de la mano de la baronesa de Pontalba y sus ovarios. Pero a Nueva Orleans le sobra historia por todos lados y reducirse a lo español es una catetada.  



¿Hay material suficiente para una segunda parte de Una aventura pop

La hay. Más que de sobra...

7) Las comidas




Pasar 15 días en Estados Unidos y comer una sola hamburguesa es insólito. O no lo es tanto cuando visitas Nueva Orleans o territorio cajún. Lo mejor, el pastel de caimán. Lo peor... No poder probar más cosas.

6) Hospitalidad



La gente de Nueva Orleans es amable. Mucho. La de Louisiana, en general (ya no puedo decir lo mismo de la sensación que me dejaron en Georgia o Alabama... no fue mala... pero tampoco buena). No obstante, en Louisiana los viandantes te van dando los buenos días por la calle o una señora se sienta en una parada de autobús con una caja de pasteles, empieza a hablar con un hombre a su lado y termina dándole un pastel. 

En Nueva Orleans es complicado sentirse solo. Te puedes tomar una cerveza en la barra y empezar una conversación con el tipo de lado, acabar bebiendo cervezas y tequilas durante tres horas y ya tener amigos en Austin para cuando quieras ir. O puedes pasarte por el Blue Moon Saloon en Lafayette a las seis y media de la tarde, enterarte que el espectáculo no empieza hasta las nueve y media y no aburrirte, mientras hablas con unos y con otros y te haces amigo de Bobby, ese camarero con pinta de Kent al que le gustaba el ciclismo (y se quejaba de que en los USA no echan nada de ciclismo por la tele).

O puedes (y aquí explico la foto) ir la última mañana a ver amanecer sobre el Mississippi y, de pronto, que te vengan dos ingleses (qué manía con que el Barcelona es mejor) que llevaban toda la noche rondando a las chicas de ahí arriba (la de la derecha era puertorriqueña; la de la izquierda, de lo más profundo del Estado de Mississippi). El más despabilado de los ingleses (el otro iba borracho total y se dedicó a saltar entre las piedras, inconsciente él de que si caía al río ya no le encontraría nadie... bueno, era tan inconsciente que no sabía ni el nombre del río) se empeñó en hacernos una foto. Pues resulta que las dos chicas habían estado tres años en España haciendo cursos en Jaén. Hasta conocían el pueblecito donde nació mi padre, Jódar (la puertorriqueña también se había pasado un verano acampando por todo Cádiz). 

Mundo sorprendente éste. 

5) Dockery: o donde nació la música



A través de las carreteras secundarias de Mississippi se esconden las raíces de buena parte de nuestra cultura pop contemporánea. A la vera de un pequeño afluente del río madre se erigió en su día la Dockery Farm, el lugar con mayor consenso para ser considerado la cuna del blues

Remontando el río está Memphis y el Sun Studio, desde el que se empezó a cimentar la leyenda del rock y donde U2 (esto es muy personal) grabó dos de las que seguramente son mis canciones preferidas del grupo (Love rescue me y Angel of Harlame, además de la muy contundente When Love comes to town junto a la leyenda BB King).

4) Al final, había hasta mar



Pese a que su presencia se deja notar en la humedad brutal, el mar está muy, muy lejos de Nueva Orleans (unos cien kilómetros). ¿Y para encontrarlo hay que perderse entre carreteras? ¿Dónde hay que firmar?


3) Frenchmen Street




Nueva Orleans es todo lo contrario a Bourbon Street. Para disfrutar de la música (la de verdad y la buena) tampoco hay que irse demasiado lejos del centro. Se puede ir hasta caminando. En el barrio de Faubourg-Marigny (se podría decir que es el Malasaña-Chueca de Madrid) tienes lo mejor (unos veinte garitos de alta calidad sin excepción en apenas 200 metros y cada uno con su directo).

2) Perezoso (y peligroso) Mississippi: principio y fin





El Mississippi. Poco más que decir: donde amanece, donde revives y donde (en su hermano pequeño, el bayou Saint John, atardece).

1) Treme (noche en)



El alma de la ciudad.