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jueves, 12 de septiembre de 2019

400 familias en la plantación



Fue una plantación-pueblo porque tenía hasta colegio, además de barracones a decenas, y en ella vivían cuatro centenares de familias de aparceros. Miles de personas. Negras. Las Dockery Farms fueron ideadas por un emprendedor (o como se llamase entonces), William Alfred Dockery, en 1895. Compró miles de hectáreas junto al río Sunflower, un afluente del Yazoo, que es un río que compite en caudal en esta zona con el mismísimo Mississippi, porque le vio posibilidades para el cultivo del algodón. Dicen los carteles que informan del conjunto que era un hombre que trataba de forma justa a sus empleados.




Puede ser. El caso es que entre la hierba que crece sin freno, la humedad aplastante de la zona, los mosquitos que devoran lo que haya por allí con sangre, el calor por encima de los 40 grados (sumen la humedad, otra vez) y las jornadas de sol a sol, los trabajadores de la granja se reunían por la noche y cantaban sus penas o para espantar sus penas. Aunque es imposible saberlo, dicen que aquí mismo nació el blues. Así lo atestigua nada menos que BB King, para quien la presencia de Charley Patton y su familia durante años en esta reata de establos dan fe del título honorífico. También pasaría por aquí Robert Johnson, el pionero del club de músicos que mueren a los 27 años y al que la leyenda sitúa vendiendo su alma al diablo a cambio de la eternidad. 

El diablo le vendió una eternidad en vida muy cortita.




En fin, que no quiero repetirme mucho con estos lares, porque ya los visité en 2014 y lo contaba algo más extensamente aquí

En cualquier caso, la plantación-pueblo y sus 400 familias son un botón de muestra en una zona como es la del Delta del Mississippi a la que se le caen de los bolsillos genios musicales por metro cuadrado. Así lo cuenta el Museo del Delta, en la capital oficiosa del entorno, Clarksdale. La lista de aportaciones musicales de bebés que vieron la luz en las inmediaciones es extenuante y va desde el propio rey BB King a Muddy Waters, John Lee Hooker, Ike Turner, Sam Cooke... amén de una abrumadora alineación de estrellas desconocidas para el resto del universo pero sin las que no se entendería toda la música del siglo XX (y cada vez menos del XXI, porque la mayor parte de la música generalista de este siglo es incomprensible a todas luces). 

Aun así, Clarksdale se derrumba pedazos.


Esto es la milla de oro de Craksdale. Y no es ironía.

No hace mucho, hubo un intento de gente famosa con dinero que quiso revitalizarla. Incluso Morgan Freeman abrió un restaurante de 150 euros el cubierto y le duró un puñado de años. Con 150 euros viven 15 familias de Clarksdale en un solo día. 

Mucho duró.  

Hay también festivales que atraen a lo mejor del país y de donde sea por unos días. Pero suena a esas reuniones de pijos que se visten de hippies para conectar con la madre naturaleza en alguna isla veraniega y luego vuelven a sus vidas en las terrazas de la Castellana y en los after de Chamberí.




Clarksdale es pobre de solemnidad. He contado a cuatro turistas en mis tres horas allí. Además de las tiendas cerradas, solo hay un par de museos/tiendas ad hoc y media docena de comercios que se dedican a arreglar o fabricas instrumentos musicales (debe de ser que la gente viene aquí a eso desde todo el Estado).

Quizá es que hay que ser pobre como una rata para honrar al blues. Ya lo dijo Muddy Waters, toda una referencia del género, cuando hizo carrera y, como tantos otros, cogió en la misma estación de tren que ahora acoge al museo, el 'Chicago Nine' que unía el Sur con la ciudad del viento. Allí, pasados Memphis y San Luis (otras dos ciudades que dicen haber inventado el blues) fue donde realmente el blues se subió a la catapulta y se hizo internacional. 

También se hicieron estrellas los pobres cantantes del Delta. Decía que Waters llegó a quejarse ya de mayor que se subía al escenario en Chicago y le daba a la gente lo que quería, que aquel público jamás había oído el verdadero blues, "el que tocábamos cuando no teníamos dinero".

Estate tranquilo Muddy, cantes por donde cantes ahora. Al Delta sigue sin llegar el dinero. 

Por mucho cartel que pongan en Clarksdale al estilo Las Vegas (aunque un poco torpes, hacerlo pegado a los semáforos para que no haya foto limpia), del cruce de dos caminos míticos como el de la autopista 61 (ya Dylan la elevó a los altares absolutos) y la 49. Allí mismo, a todo esto, vendió su alma Johnson. 




Aunque hay carteles en el Museo que piden por favor no creerse esa historia diabólica.

Lo dice en serio. 

Mejor ver que creer a secas. 

Como esta otra imagen de la 61 profunda (me metí a buscar un diner para desayunar en una aldea llamada Duncan y al menos me llevé a la boca la foto):


Va a ser que la cámara hace el efecto entre sol y cartel (como me pasó con Treme el otro día) sin saber yo cómo. 

Ver se ve aún que el algodón sigue cubriendo el Delta y que el negocio más básico, como es una gasolinera, no fluye.





Hablando de ver. Aquí estoy (tampoco había nadie a quien pedir que me hiciera foto; los mosquitos eran grandes pero estos móviles gigantes que nos gastamos ahora pesan demasiado... y no tienen sangre): 



martes, 11 de noviembre de 2014

Leyendas rotas



¿Oís eso?





Gracias, Fernando Navarro. Gracias por Acordes Rotos. Gracias por la Ruta Norteamericana. Gracias por Elliot Smith y por Alex Chilton. Por Thunders o Chesnut.


Ya sea con la literatura, con el cine (y las series, ese hermano menor insolente que reta al primogénito de un tiempo a esta parte) o con la música, llega un momento en el que quieres más y tu propio horizonte te limita. Pides consejos, tiras del hilo de aquel autor, de lo que le gustaba, de quién aprendió a escribir o rodar, buscas caras B o directos inverosímiles. Pero todo (incluso los amigos a quien recurrir) tiene sus límites.


Entonces llegan las casualidades. Por lógica interna de este blog (carreteras, música, cultura pop –que no música pop a secas-, Estados Unidos...), el de de Fernando Navarro era, como él mismo define a sus invitaciones, una parada para repostar obligatoria. Cada entrada se convierte en un nuevo cruce de caminos, en un intermitente que pones hacia algún asfalto en primera impresión polvoriento pero definitivamente sorprendente.  


Aunque yo he venido a hablar hoy de su libro.


Acordes Rotos. Retazos eternos de la músicanorteamericana repasa la vida de 33 (como la velocidad de los viejos long play) genios indiscutibles, más o menos conocidos, pero todos ellos imprescindibles para entender el siglo XX de la música americana (y todos sabemos que si hay algo en lo que ha conquistado Estados Unidos al resto del mundo es en el Reino de la Cultura). Lo hace sin aspavientos culturetas (pero con un envidiablemente inmenso conocimiento de causa), en formato blog: apenas tres páginas de papel por personaje, aunque te quedes con ganas de 30 páginas más en cada caso; incluso aprovecha las circunstancias vitales de según quién para hablar de la sociedad americana de aquellos años (Gran Depresión, lucha contra segregación racial, contracultura hippie, guerra fría y hasta el germen de la crisis actual). Porque el artista es el artista y es su entorno, por mucho que uno de los rasgos del malditismo esté en la incapacidad para asumir la vida que te ha tocado vivir.


Hay nombres universales (Marvin Gaye, Buddy Holly, Charlie Parker) a los que la muerte calló (y les cayó) jóvenes (alguno se calló y cayó él mismo) y hay un puñado que moriría a edad de abuelo, aunque pobres, incomprendidos y arrasados por los excesos. También por el exceso de soledad, que puede ser más peligrosa que el alcohol o las drogas.

Hay también gente como Jeff Buckley, cuyo Grace (el álbum al completo, pero en concreto la canción homónima) sonaba en la radio del coche cuando tomamos aquella curva y apareció en el horizonte, como un montón de trastos abandonados por dios en la alfombra del desierto,  Monument Valley...




El perro sólo dormía, al tibio sol de un mediodía de septiembre.
O Robert Johnson, aquel tipo que inuaguró el club de los 27 (sí: el de Kurt Cobain y Amy Winehouse, jóvenes; pero el de Brian Jones, Hendrix, Joplin, Jim Morrison...) y que le vendió el alma al diablo con tal de inundarse del espíritu de ese blues que oía todas las noches en la Dockery Farm
  
Da igual los nombres: al terminar cada capítulo… miento: al mismo tiempo que lees cada capítulo, tienes que contenerte las ganas de ir a buscar esa canción o ese disco y constatar su grandeza. Porque sí, puedes conocer el Everyday o el Peggy Sue de Buddy Holly; puedes haber oído la leyenda de cómo murió en el mismo avión que Ritchie Valens (el de La Bamba) e inspirar aquel día que la música murió (American Pie: la canción, no la película, por dios). Puedes saber todo eso. Pero vas a descubrir (siempre hay universos nuevos por descubrir: siempre) mucho más de cualquier mito y, desde luego, se te van a abrir las puertas de una treintena de leyendas. Y, en cuestión de leyendas, hay que hacer caso a esa sentencia del Hombre que mató a Liberty Valance: "This is the West, sir. When the legend becomes fact, print the legend".


Porque todos son leyendas. Leyendas rotas, las más universales de su especie, a las que nadie ni nada silenciará su eco. Y todos son indispensables para entender a los Beatles o a los Rolling, a Dylan y Springsteen, a los Who o a Pink Floyd, a los Sex Pistols y los Clash, a los U2 y REM, a los Strokes y Wilco, a los Artic Monkeys o los Black Keys. A Antonio Vega y a Quique González (quien también por cierta lógica aplastante tenía que escribir el prólogo).


Siendo pedante, todos son indispensables para entenderse a uno mismo... que es de lo que va la música, la literatura, el cine: las artes.


Corre, lee, escucha, imagina.


Vuelve a imaginar.

     



miércoles, 30 de julio de 2014

Bonus track 2 (o los 10 mejores momentos)

Todos los días (del 1 al 15)



Os debía el corte final, el de los diez mejores momentos (o algo así) de la Ruta Pop 2. Perdonad el retraso, pero ayer todavía andaba entre mohíno, jetlageado, agotado, morriñero y bajonero. 

Seré breve.

Aunque antes, brindemos con un bourbon de la tierra para ir entrando en calor: 


10) Sin contratiempos



Ahora sí lo puedo decir: Nueva Orleans tiene la mayor tasa de criminalidad de Estados Unidos. Siempre se ha dicho que los crímenes se quedan entre los locales, es decir, entre bandas y rencillas de vecindario y muy bien se guardan de afectar a zonas turísticas. Sin embargo, justo una semana antes de coger el avión hubo un tiroteo en plena noche del sábado en Bourbon Street (como si en Madrid lo hubiera en la Puerta del Sol). El resultado: nueve heridos y una chica de 20 años muerta. 

Estuve a punto de cambiarlo todo y no pasar ocho de los 15 días en Nueva Orleans. No lo hice y me alegro. Incluso os remito al punto 6 como contrapunto (además... en Bourbon Street no me iban a coger, precisamente). 

Por otra parte, los 4.000 kilómetros de carretera tampoco registraron problema alguno.

9) La otra Nueva Orleans



La Nueva Orleans del Treme o del Garden District. Del Uptown o de la Mid City. La de Faubourg-Marigny y Bywater. La que descubrías subiéndote a tranvías y autobuses locales. O andando ocho horas al día bajo 40 grados con humedad.

Sí, también las de los samatari. Cuánta razón tenías, André



8) Raíces criollas



O españolas, para más señas... y para lo que más nos importa a nosotros. Desde el diseño de las calles hasta la plaza principal, de la mano de la baronesa de Pontalba y sus ovarios. Pero a Nueva Orleans le sobra historia por todos lados y reducirse a lo español es una catetada.  



¿Hay material suficiente para una segunda parte de Una aventura pop

La hay. Más que de sobra...

7) Las comidas




Pasar 15 días en Estados Unidos y comer una sola hamburguesa es insólito. O no lo es tanto cuando visitas Nueva Orleans o territorio cajún. Lo mejor, el pastel de caimán. Lo peor... No poder probar más cosas.

6) Hospitalidad



La gente de Nueva Orleans es amable. Mucho. La de Louisiana, en general (ya no puedo decir lo mismo de la sensación que me dejaron en Georgia o Alabama... no fue mala... pero tampoco buena). No obstante, en Louisiana los viandantes te van dando los buenos días por la calle o una señora se sienta en una parada de autobús con una caja de pasteles, empieza a hablar con un hombre a su lado y termina dándole un pastel. 

En Nueva Orleans es complicado sentirse solo. Te puedes tomar una cerveza en la barra y empezar una conversación con el tipo de lado, acabar bebiendo cervezas y tequilas durante tres horas y ya tener amigos en Austin para cuando quieras ir. O puedes pasarte por el Blue Moon Saloon en Lafayette a las seis y media de la tarde, enterarte que el espectáculo no empieza hasta las nueve y media y no aburrirte, mientras hablas con unos y con otros y te haces amigo de Bobby, ese camarero con pinta de Kent al que le gustaba el ciclismo (y se quejaba de que en los USA no echan nada de ciclismo por la tele).

O puedes (y aquí explico la foto) ir la última mañana a ver amanecer sobre el Mississippi y, de pronto, que te vengan dos ingleses (qué manía con que el Barcelona es mejor) que llevaban toda la noche rondando a las chicas de ahí arriba (la de la derecha era puertorriqueña; la de la izquierda, de lo más profundo del Estado de Mississippi). El más despabilado de los ingleses (el otro iba borracho total y se dedicó a saltar entre las piedras, inconsciente él de que si caía al río ya no le encontraría nadie... bueno, era tan inconsciente que no sabía ni el nombre del río) se empeñó en hacernos una foto. Pues resulta que las dos chicas habían estado tres años en España haciendo cursos en Jaén. Hasta conocían el pueblecito donde nació mi padre, Jódar (la puertorriqueña también se había pasado un verano acampando por todo Cádiz). 

Mundo sorprendente éste. 

5) Dockery: o donde nació la música



A través de las carreteras secundarias de Mississippi se esconden las raíces de buena parte de nuestra cultura pop contemporánea. A la vera de un pequeño afluente del río madre se erigió en su día la Dockery Farm, el lugar con mayor consenso para ser considerado la cuna del blues

Remontando el río está Memphis y el Sun Studio, desde el que se empezó a cimentar la leyenda del rock y donde U2 (esto es muy personal) grabó dos de las que seguramente son mis canciones preferidas del grupo (Love rescue me y Angel of Harlame, además de la muy contundente When Love comes to town junto a la leyenda BB King).

4) Al final, había hasta mar



Pese a que su presencia se deja notar en la humedad brutal, el mar está muy, muy lejos de Nueva Orleans (unos cien kilómetros). ¿Y para encontrarlo hay que perderse entre carreteras? ¿Dónde hay que firmar?


3) Frenchmen Street




Nueva Orleans es todo lo contrario a Bourbon Street. Para disfrutar de la música (la de verdad y la buena) tampoco hay que irse demasiado lejos del centro. Se puede ir hasta caminando. En el barrio de Faubourg-Marigny (se podría decir que es el Malasaña-Chueca de Madrid) tienes lo mejor (unos veinte garitos de alta calidad sin excepción en apenas 200 metros y cada uno con su directo).

2) Perezoso (y peligroso) Mississippi: principio y fin





El Mississippi. Poco más que decir: donde amanece, donde revives y donde (en su hermano pequeño, el bayou Saint John, atardece).

1) Treme (noche en)



El alma de la ciudad.

viernes, 25 de julio de 2014

Tracklist de la ruta

Todos los días (de carretera)



Tiempo de repaso y de poner la música bien alto (y de repasar post sin leer, ya que estáis en fin de semana). La gran mayoría de canciones sonó en radios locales mientras conducía por un lado u otro (los links llevan al post que más o menos trató esa parte del recorrido), así que no es una selección personal, sino una lista del azar (eso sí, de lo mejor que deparó la suerte).

1) A través de los bayous y de la inminencia ante la catástrofe:

-Bad Moon Rising y Who'll stop the rain, de la Creedence Clearwater Revival.





2) Entre lo que fueron en su día plantaciones de algodón y cuna del blues.

-Knockin' on heaven's door, de Bob Dylan.




3) A pocas millas del Dockery Farm

-I still haven't found what I loonking for, de U2.



4) Sobre un paso elevado de diez kilómetros en los pantanos al sur de Nueva Orleans.

-You can't always get what you want, de Rolling Stones.



5) Al pie de las montañas Apalaches, al norte de Georgia (y no muy lejos de Athens). 

-Losing my religion, de REM.



6) Nada más salir de Nueva Orleans.

-Don't bring me down, de la Electric Light Orchestra.




7) Al norte del territorio Cajún, entre lo poco que se puede llamar pradera.

-Your song, de Elton John.



8) En los primerísimos kilómetros de la ruta pop 2.

-One way or another, de Blondie.



9) Quién si no (y qué canción si no) para una mañana en la prisión.

-Folsom Prison Blues, de Johnny Cash.



10) En uno de los varios viajes arriba y abajo de Lafayette, capital cajún.

-Someday, de The Strokes.



11) Y de vuelta a Nueva Orleans.

-The House of the rising sun, de The Animals.



domingo, 20 de julio de 2014

Asaltando cunas

Día 7




¿Esto qué es? ¿Faulkner? ¿Oxford otra vez? Si esta foto es del año pasado... Sí a las tres preguntas y no a la afirmación. La foto es de hoy y constituía una cuenta pendiente con el señor Faulkner, ya que hace un año, cuando pasé tres días en la ciudad en la que vivió toda su vida (aunque no nació allí) no se me ocurrió hacerme una foto con él. 

Vaya fan (o flan) estoy hecho. 

Asignatura pendiente aprobada (tampoco me he tenido que desviar mucho y he aprovechado para pasearme por la magnífica Square Books un buen rato y tomarme de nuevo el mejor café helado que he probado nunca del High Point). Ya se acercaban las cinco de la tarde y, a esas horas, andaba un poco harto de coche y de cunas (y aún me quedaba otra).

Porque lo de asaltando cunas sigue sin tener nada que ver con chicas (lo siento, ya sé que en toda esta brasa falta el elemento sentimental que anime la historieta, pero es lo que hay y lo que hay es que apenas interactúo con nadie más allá de pedirle el desayuno, más coca-cola o la cuenta). Hoy he asaltado unas pocas cunas musicales. Que sean de verdad donde el bebé en cuestión babeó sus primeros balbuceos ya entra en discusiones peregrinas. 

Pongamos algo de música:



Este señor es Charley Patton. Antes de hablar de él, os dejo fotos de ambiente, de cómo la niebla se hace la remolona al amanecer en el delta del Mississippi, que por algún lado tendrá que respirar tanta agua bajo el fango:



Luego, se va despejando.



Y ahora os cuento que las imágenes pertenecen a lo más profundo del Delta, a los pueblos donde hasta muy entrado el siglo XX (hasta bien pasada su mitad, de hecho) se fraguó toda la música negra que hoy impregna cualquier canción (hasta las de Bisbal) entre dolores imposibles de espalda, manos encallecidas y pulmones destrozados de tanto respirar algodón.

Clarksdale, Greenville, Greenwood, Indianola, Rulleville, Cleveland, Leland... Por cada población hay alguna leyenda (o media docena) que nació (empezamos con las cunas) o se crió en ella. 



BB King, por ejemplo, creció en Indianola (nada que ver con un Indiana Jones que se llame Lola, es decir, dirigido por Pedro Almodóvar), donde reside ahora su museo, pero del que yo preferí girar la cámara (el museo en sí es un edificio soso de ladrillo) a la fábrica abandonada:



Digamos que Indianola es también la capital del Condado de Sunflower, en cuyo centro casi geográfico nos encontramos con la Dockery Farms. 





Pues bien, no lo digo yo, lo dicen los tipos que estudian el blues y hasta lo confirmó BB King, el último rey del estilo: la Dockery Farms tiene el mayor número de papeletas para considerarse la Cuna (ésta va en alta) del Blues.



Y ahora es el momento de volver a don Charley Patton. Como dice el cartelito, aquí trabajó y vivió durante varias décadas y aquí enseñó a decenas de jovenzuelos a seguirle el ritmo. Algunos, como Robert Johnson, casi derivó en acosador y luego, al no conseguir el toque suficiente, dicen que pactó con el diablo y, a partir de ahí, se convirtió en un mito. Tanto, que inauguró el llamado club de los 27, ese que si eres una estrella precoz del rock te mata a antes de cumplir 28 (Jimi Hendrix, Janis Joplin, Brian Jones, Jim Morrison y, en años más recientes, Kurt Cobain y Amy Winehouse).

No engañemos al respetable con épica musical: la Dockery Farms era una plantación de algodón masiva, que llegó a contar con más de 3.000 esclavos en su apogeo. Los que hacen ahora los panfletos aseveran que su propietario era bueno (hasta había cementerio para enterrar a los que morían de cansacio o devorados por cocodrilos o envenenados por serpientes o hasta los cojones de trabajar) y que incluso familias como las de Patton seguían viviendo allí incluso sin necesidad de estar en nómina. De hecho, Patton cogía la guitarra y tocaba en un establo a la vera del río (ardió hace décadas y por eso no hay fotos) y al principio decía que tocaba por la voluntad a ver si podía comprarse un coche. A los pocos meses, con lo que recaudaba en cada actuación podría comprarse un coche cada día siguiente. 

No nos engañemos (insisto): el blues nació porque los negros, hartos de ser explotados, se reunían a la fresca para desahogarse con algunas canciones tristes o con rasgueos de guitarra algo más rápidos para ahuyentar la desesperanza.

Toldo esto no lo cuentan los distintos carteles (lo mejor de la plantación es que aprietas un botón rojo enorme en un atril -como el de las bombas atómicas en las películas de coña- y empieza a sonar en el interior de los barracones semi destruidos blues de la época), sino que un señor muy majo que me encontré (y que tiene algo que ver con el cuidado de la plantación) se prestó a explicarme la historia sin aceptar propinas. Incluso me regaló un póster de la plantación y me hizo esta foto frente a la gasolinera (también de época) que está a la entrada del complejo:



Hospitalidad sureña. La gente sigue sin dar crédito a que un españolito solitario ande recorriendo rincones de historia que, por otra parte, casi nadie recorre: en uno de los graneros había un libro de firmas y la media era de una visita cada dos días.  


Remontamos el delta y desembarcamos en Memphis, ciudad que se pone la medalla de ser también la cuna del blues porque sus estudios fueron los encargados de profesionalizar a los vagabundos de la guitarra.

Me niego a compartir esa versión. Uno nace donde nace y por mucho que estudie en un colegio de pago nació donde nació. Pero, ¿qué me decís del rock? La del vídeo de arriba está considerada como la primera canción de la historia del rock. Lo cuentan (pese a que no fueron ellos los que la lanzaron) en el Sun Studio (casi asesino a una persona hoy: la chica que explicaba el tour era insoportablemente falsa y simpática -o lo pretendía- hasta la náusea).



Aquí si nacieron muchas cosas. Por lo que en un principio fue simplemente un negocio de grabación (su fundador, Sam Phillips, grababa hasta misas por encargo) y luego una discográfica, pasaron Johnny Cash, Roy Orbison, BB King, Jerry Lee Lewis... y, por supuesto, Elvis Presley, al que le lanzaron al olimpo con esto (la primera noche que se emitió en una radio local la gente insistió con que la repitieran y así se hizo hasta en 14 ocasiones más):



Todavía se usa hoy en día el estudio de grabación donde parieron canciones como aquella (o ésta...



o ésta...



o ésta...






Y no, yo no nací para estrella del rock (tengo menos salero que un hospital):



Podría poner centenares de canciones históricas. Sin embargo, yo me quedo con esta mezcla de pasado (BB King) y menos pasado (U2: presente y futuro tienen poco los irlandeses ya), grabada en entre esas cuatro paredes (otras dos canciones del Rattle and Hum -Angel of Harlem y Love Rescue Me- también se interpretaron en el Sun Studio).



Así, mientras el amor llegaba a la ciudad, yo me iba largando, no sin antes probar las famosas costillas de cerdo de Memphis (la salsa barbacoa es una religión donde cada ciudadano tiene a su profeta). Con eso de ser domingo, media docena de los locales más renombrados estaban cerrados. El Interstate Bar-b-q vino a mi rescate:




Ya os lo digo: comer costillas a partir de ahora en un Fosters o en un Tony Roma debe de ser como pedir tortillitas de camarones en Somalia. 

Acostillado hasta las entrañas (el sueño que da eso) fui poniendo faros hacia Tupelo (será el tuyo, porque mi pelo es escaso... ta-ta-tachán: chiste peor del día), un pequeño reducto en la zona más media de Mississippi (el lado pobre y negro es el del delta, al oeste, junto al río; mientras que el más pudiente y blanco queda al este, zona a la que pertenece Tupelo).

Aquí nació (imagino que lo sabéis) Elvis. A los 14 años se iría a Memphis y por eso dicen en Memphis que es de Memphis (entonces Messi sería español), pero ya sabéis el canibalismo al que someten las grandes ciudades a los mitos (ahora que lo pienso, quizá Elvis es catalán porque si es de Memphis y en Memphis han jugado los dos hermanos Gasol, tan catalanes ellos, entonces...).

Lo siento... aunque el canibalismo de las metrópolis es generalizado: ¿por qué cuando nieva en Madrid todos los telediarios abren con ello? ¿Qué pasa con Soria? ¿Y con Cuenca? 

Vaaaaaale. Vuelvo al redil:


 

En esa casucha, construida por el padre con sus propias manos, taconeaba y movía las caderas el niño Elvis. 

Arriquitaun. Ah no, que eso es otra cosa.