jueves, 12 de septiembre de 2019

400 familias en la plantación



Fue una plantación-pueblo porque tenía hasta colegio, además de barracones a decenas, y en ella vivían cuatro centenares de familias de aparceros. Miles de personas. Negras. Las Dockery Farms fueron ideadas por un emprendedor (o como se llamase entonces), William Alfred Dockery, en 1895. Compró miles de hectáreas junto al río Sunflower, un afluente del Yazoo, que es un río que compite en caudal en esta zona con el mismísimo Mississippi, porque le vio posibilidades para el cultivo del algodón. Dicen los carteles que informan del conjunto que era un hombre que trataba de forma justa a sus empleados.




Puede ser. El caso es que entre la hierba que crece sin freno, la humedad aplastante de la zona, los mosquitos que devoran lo que haya por allí con sangre, el calor por encima de los 40 grados (sumen la humedad, otra vez) y las jornadas de sol a sol, los trabajadores de la granja se reunían por la noche y cantaban sus penas o para espantar sus penas. Aunque es imposible saberlo, dicen que aquí mismo nació el blues. Así lo atestigua nada menos que BB King, para quien la presencia de Charley Patton y su familia durante años en esta reata de establos dan fe del título honorífico. También pasaría por aquí Robert Johnson, el pionero del club de músicos que mueren a los 27 años y al que la leyenda sitúa vendiendo su alma al diablo a cambio de la eternidad. 

El diablo le vendió una eternidad en vida muy cortita.




En fin, que no quiero repetirme mucho con estos lares, porque ya los visité en 2014 y lo contaba algo más extensamente aquí

En cualquier caso, la plantación-pueblo y sus 400 familias son un botón de muestra en una zona como es la del Delta del Mississippi a la que se le caen de los bolsillos genios musicales por metro cuadrado. Así lo cuenta el Museo del Delta, en la capital oficiosa del entorno, Clarksdale. La lista de aportaciones musicales de bebés que vieron la luz en las inmediaciones es extenuante y va desde el propio rey BB King a Muddy Waters, John Lee Hooker, Ike Turner, Sam Cooke... amén de una abrumadora alineación de estrellas desconocidas para el resto del universo pero sin las que no se entendería toda la música del siglo XX (y cada vez menos del XXI, porque la mayor parte de la música generalista de este siglo es incomprensible a todas luces). 

Aun así, Clarksdale se derrumba pedazos.


Esto es la milla de oro de Craksdale. Y no es ironía.

No hace mucho, hubo un intento de gente famosa con dinero que quiso revitalizarla. Incluso Morgan Freeman abrió un restaurante de 150 euros el cubierto y le duró un puñado de años. Con 150 euros viven 15 familias de Clarksdale en un solo día. 

Mucho duró.  

Hay también festivales que atraen a lo mejor del país y de donde sea por unos días. Pero suena a esas reuniones de pijos que se visten de hippies para conectar con la madre naturaleza en alguna isla veraniega y luego vuelven a sus vidas en las terrazas de la Castellana y en los after de Chamberí.




Clarksdale es pobre de solemnidad. He contado a cuatro turistas en mis tres horas allí. Además de las tiendas cerradas, solo hay un par de museos/tiendas ad hoc y media docena de comercios que se dedican a arreglar o fabricas instrumentos musicales (debe de ser que la gente viene aquí a eso desde todo el Estado).

Quizá es que hay que ser pobre como una rata para honrar al blues. Ya lo dijo Muddy Waters, toda una referencia del género, cuando hizo carrera y, como tantos otros, cogió en la misma estación de tren que ahora acoge al museo, el 'Chicago Nine' que unía el Sur con la ciudad del viento. Allí, pasados Memphis y San Luis (otras dos ciudades que dicen haber inventado el blues) fue donde realmente el blues se subió a la catapulta y se hizo internacional. 

También se hicieron estrellas los pobres cantantes del Delta. Decía que Waters llegó a quejarse ya de mayor que se subía al escenario en Chicago y le daba a la gente lo que quería, que aquel público jamás había oído el verdadero blues, "el que tocábamos cuando no teníamos dinero".

Estate tranquilo Muddy, cantes por donde cantes ahora. Al Delta sigue sin llegar el dinero. 

Por mucho cartel que pongan en Clarksdale al estilo Las Vegas (aunque un poco torpes, hacerlo pegado a los semáforos para que no haya foto limpia), del cruce de dos caminos míticos como el de la autopista 61 (ya Dylan la elevó a los altares absolutos) y la 49. Allí mismo, a todo esto, vendió su alma Johnson. 




Aunque hay carteles en el Museo que piden por favor no creerse esa historia diabólica.

Lo dice en serio. 

Mejor ver que creer a secas. 

Como esta otra imagen de la 61 profunda (me metí a buscar un diner para desayunar en una aldea llamada Duncan y al menos me llevé a la boca la foto):


Va a ser que la cámara hace el efecto entre sol y cartel (como me pasó con Treme el otro día) sin saber yo cómo. 

Ver se ve aún que el algodón sigue cubriendo el Delta y que el negocio más básico, como es una gasolinera, no fluye.





Hablando de ver. Aquí estoy (tampoco había nadie a quien pedir que me hiciera foto; los mosquitos eran grandes pero estos móviles gigantes que nos gastamos ahora pesan demasiado... y no tienen sangre): 



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