miércoles, 4 de septiembre de 2019

Chicago, en cuatro palabras

Oficialmente, son las torres de La Marina, pero se les conoce como las mazorcas. Mis edificios preferidos de Chicago.


Nota previa: Cada entrada de esta Ruta girará en torno a una serie de palabras definitivas de la jornada. La extensión será variable, pero prometo ser breve.

El edificio que parece una espada también sale en las Batman de Nolan.

Chicago: Si alguien como Mark Twain (solo le supera Faulkner en mi altar literario) lo ha dicho antes, ¿para qué me voy a molestar en intentar describirlo?: "Chicago supera sus profecías más rápido que las genera. Siempre es una novedad, nunca será la Chicago que viste la última vez que estuviste". Hay algo de pueblerino en Chicago que la sitúa a años luz de Nueva York o de Los Angeles. De pueblerino en el buen sentido: entrañable, cercana, orgullosa de sus limitaciones pero sin renunciar a la superación. Encanto.  




Y como esto es una Ruta Pop, me viene genial enlazar todo con que la mejor película de superhéroes jamás rodada, la del Caballero Oscuro de Batman, filmó un buen puñado de escenas clave en Chicago y la convirtió en la Gotham más tenebrosa. Ya ven: Chicago sirve para brillar al sol junto a un muelle ahora ya vacío en septiembre cuando en verano no cabía un turista más como para usar la torre Trump como decorado para un duelo estelar entre Batman y el Joker.    



Escritor: Es una cosa pequeñita, que pasa desapercibida en la calle de más trasiego de Chicago, pero ahí está. Es el American Writers Museum y no pretende más que reivindicar lo suyo, a los suyos, con paneles al uso y alguna performance más modernilla (como la de la foto) o con videojuegos donde eliges una palabra y te sientes un escritor inventando algo. Lo intenta en un espacio mínimo y no abusando de los autores evidentes; se esfuerza en destacar otras voces importantes que a veces los nombres gigantes solapan. Es tanta la honestidad del museo que la lista de un centenar de autores (todos muertos, no hay ninguno vivo, supongo que para no pisar callos) arranca con un español: Cabeza de Vaca. Lo hace porque la narración de su peripecia a principios del siglo XVI (naufragó en Florida y se marcó una caminata hasta el Pacífico) es la primera historia escrita que se conserva sobre lo que hoy se conoce como Estados Unidos (de los indígenas no consta que narrasen nada por escrito con ese detalle). La amplitud de miras del museo la completa la exposición temporal que hay en estos momentos, que la dedica por completo a Bob Dylan. 

Ah, hablando de los gigantes que solapan a los buenos, a un par de decenas de kilómetros hacia el interior, en Oak Park (es a Chicago como Móstoles a Madrid), nació Ernest Hemingway. He ido porque admito su importancia, pero siendo yo tan de Faulkner es como ir a Nou Camp siendo madridista. Foto y adiós. 


Tren: Para llegar a Oak Park hay que subirse a un tren que tarda tres cuartos de horas en llegar. El municipio donde nació Hemingway, que él mismo criticó tanto, es una ciudad dormitorio muy mona, también famosa porque en ella campó a sus anchas uno de los arquitectos más famosos del siglo XX, Frank LLoyd Wright, En Oak Park, los niños de diez años pasean en bicicletas y se ven a los adolescentes de un lado para el otro buscando a la chica que les mola en los aledaños de la biblioteca municipal. Vida bucólica de libro de miedo donde los vampiros van a empezar a morder de un momento a otro. 


En primer plano, una casa (de las modestas) al estilo Lloyd, con líneas más horizontales y aplanadas); de fondo, las clásicas viviendas victorianas (y picudas) que se dan tanto en los USA.

O quizá lo que les enseñan a los críos es a no subirse al tren. Porque dos paradas más hacia el centro de Chicago el paisaje cambia de manera radical. Casas destartaladas, abandonadas, sin pintar, escombreras... suburbios de lo más puro. Como ejemplo exprés, lo que vi en el tren (que me puedo equivocar porque solo he ido dos veces): ya en el viaje de ida, en cuanto me subí en el centro, el 90% de los viajeros eran negros. Con el recorrido aún en el centro, nadie se bajaba, pero según se alejaba y empezaban los arrabales, se fueron bajando todos los de color y trabajadores que habían  acabado su jornada... hasta llegar a dos paradas de Oak Park, donde el vagón quedó a un 10% de capacidad y en el que, ahora sí, el 90% eran blancos (yo incluido). También dominaba el color en Cicero, una localidad satélite de Chicago que fue famosa en los tiempos de la Ley Seca por ser cuna de mafiosos italianos.

  


Alcohol: Ya que estamos con la Ley Seca. En 1935 se levantó la prohibición a la venta de alcohol tras más de un decenio de veto y las guerras mafiosas entre italianos e irlandeses nunca volvieron a ser lo mismo. Fue en ese mismo año cuando la primera licencia municipal para servir alcohol en la ciudad se la concedieron al Berghoff, un bar regentado por un descendiente de alemanes en pleno centro que se empeñaba en poner comida de sus ancestros. Aún sigue abierto, en buena forma, con cervecera propia y con el mejor bocado que he probado en lo que llevo de viaje. Una variación en pequeñas dosis del sanwich Reuben (carne deshilachada y chucrut), tan manido en otras latitudes. Pero este era magnífico. Ah, en la película de Batman también sirve de decorado en alguna que otra escena. 

Si es que el mundo es muy pequeño aunque Chicago sea tan grande (y no sé si hablo de tamaño, exactamente).




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