miércoles, 11 de septiembre de 2019

300 años de maldición... y uno de propina





Nota previa: las rutas del 9 y el 10 de septiembre pasaron a formato Facebook, con unas fotos y sus pies explicativos y poco más porque tanto en Memphis como en Nueva Orleans me dediqué a pasar la tarde de fiesta. 

Ruta del 11 de septiembre: Nueva Orleans (Luisiana)-Oxford (Mississippi). Unos 600 kilómetros.


No voy a recordar los 300 años de historia de Nueva Orleans (los cumplió el año pasado) por mucho que el título del post hable de ello. Ya en 2014 me afané en repasar todas sus calamidades (las más grandes) y en 2015 hice una parada más pausada en el post Katrina.  

Monumento en honor a las víctimas del huracán realizado por Sally Heller con restos de la misma catástrofe.

Voy a hablar bien de Nueva Orleans. 

Bueno, eso no es nuevo precisamente. Aunque cuando digo que voy a hablar bien lo digo como un político que se siente orgulloso de lo que ha hecho por su electorado. Porque la Nueva Orleans de ahora es muy distinta a la de 2014 o 2015, que fue cuando la visité durante casi dos semanas si se suman ambos años. Seguramente, el impacto del Katrina costó de digerir y de asumir. Eso está claro, si bien el centro más turístico no se vio afectado por aquello. 

Muchos de los barrios que se hundieron bajo las aguas ya no existen y jamás volverán.

Son detalles. Ahora, digo. Hoy, Nueva Orleans es una ciudad menos inhóspita. Hay mucho vagabundo y más buscavidas que nunca con aspecto sospechoso. Eso habrá siempre porque es una ciudad completamente rota desde lo social y lo económico para un porcentaje muy elevado de sus habitantes. Si a eso sumamos que la miel turística atrae a los oportunistas que por hacer una gracieta se ganan un dólar fácil... pues eso... Según por dónde andes, la sensación de inseguridad es elevada. 

Eso no se cambia con un par de obras. 



O más de un par. Será por los 300 años que celebraron por todo lo alto en 2018 o porque ya toca levantarse tras la tragedia. El paseo del río ya es un paseo en condiciones y no un sendero de aficionados por el que podías caer al agua si ibas borracho (y aquí va la gente muy borracha a menudo). De hecho, para llegar a él desde la plaza Jackson (y el vórtice de turistas que es el Café du Monde con sus beignets) antes había que cruzar las vías durante unos 100 metros que hacían que te sintieras como en el arrabal más peligroso de Detroit. Ahora, está asfaltado y con unas losetas muy monas. Civilizado. 

Ya no hay vagabundos durmiendo en las escaleras que daban al paseo. 



Por lo general, el centro tiene otro aspecto. Sigue apestando a calles imposibles de baldear con tanto alcohol derramado, orines y basura cociéndose en la humedad imposible de la zona (es el primer sitio en el que la aplicación de mi móvil me da tanta diferencia entre temperatura real y sensación térmica: hasta seis grados de más de impacto)... y eso creo que no cambiará. De hecho, ese olor a calle mal limpiada (o sin limpiar), sobre todo si es en zona de marcha donde se juntan el alcohol y los baños por esquinas lo descubrí aquí y cada vez lo huelo en más barrios de España y de otros sitios. 

Volviendo a Nueva Orleans, es una sensación de recuperación que se extiende a zonas adyacentes al centro, como el distrito de negocios, antes una especie de polígono abandonado  tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en el Levante español y hoy reconstruyéndose manzana a manzana con nuevos garitos y comercios. 

Y siguen las obras. La plaza de España junto al río (donde hay cerámica talaverana con el escudo de cada una de las provincias) se reconvierte en fuente (está en obras desde hace más de un año), la avenida junto al pabellón de congreso mutará a parque en la mitad de su ancho, el tranvía vuelve a pasar por delante de Congo Square (que también terminó al fin sus obras de años)...


En la Congo Square ya se reunían a cantar y bailar los indios que vivieron en la zona antes de la fundación francesa. Luego, desde el siglo XIX tomaron el testigo los esclavos y dicen que aquí es donde nació la música americana.

En realidad, Congo Square es solo una plaza dentro del parque Louis Amstrong que acoge esta zona y varias estatuas más.


Poco a poco, Nueva Orleans levanta la barbilla orgullosa de sí misma y de su capacidad de superación. 

Ya. 




Porque ahí está el agua. Sea el Mississippi o la que cae del cielo a tortazo limpio. En los últimos dos meses (la última vez hace menos de dos semanas), Nueva Orleans ha sufrido dos inundaciones debido a fuertes tormentas. No ha sido el Dorian ni ningún huracán salvaje. Solo lluvias fuertes que han demostrado que el sistema de drenaje es una mierda con hasta 15 centímetros de altura del agua en pleno centro (que es plano y que incluso anda por debajo del nivel del río) y que la ciudad sigue a años luz de estar preparada de verdad frente a su mayor desafío.  

Ya lo sé. Eso pasó también en Madrid en verano. Y ahora en el Levante. Cada vez más y en más sitios. No obstante, Nueva Orleans tiembla cada vez que nota que el agua vuelve a por ella. Tiene siglos de historia a sus espaldas de venganzas acuáticas.

Por si acaso, el Ayuntamiento ha pintarrajeado todas las calles con marcas señalando la altura de la crecida (hay negocios del centro con sacos terrenos aún en las puertas). 




Todo controlado.  

Que es lo que dicen en las películas de miedo antes de que se desate la pesadilla. 



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