martes, 6 de septiembre de 2016

Día 3: Como un pueblo de verano sin verano



Si me pusiera a enumerar cosas tristes, correría dos riesgos: no acabaría nunca y acabaría con vuestra paciencia.

Pero, como es la época y viene a cuento, uno de los paisajes multiplicadores de la melancolía (esa suerte algo dulzona de la tristeza) de mayor efectividad es el de un pueblo veraniego cuando se acaba la temporada.

No es sólo el frío, el mal tiempo, la lluvia, las nubes que secuestran el sol que tostara a los turistas; las terrazas recogidas de sillas y mesas de aluminio candadas, los cajillos de vidrio reciclabe acaparando moho en los trasteros o bajo las barras; los camareros vuelta al paro. 

Es todo eso, claro. Pero también es como si al mismo pueblo le arrebataran los glóbulos rojos y los blancos, los leucocitos y el oxígeno, el viento chocando por las esquinas furioso, sin nadie ni nada que le frene los aullidos.

He vivido inviernos de Conil (en los ochenta y los noventa, fíjate) y la playa de Novo Sacti Petri cuando la urbanización que la ha conquistado ahora no existía ni sobre plano, los críos robando los banderines de un campo de golf con media docena de hoyos entonces. El final del verano es triste por muchas razones, pero quizá la más importante sea que ha pasado otro verano y nunca hicimos lo que soñamos que íbamos a hacer. 

A lo que iba. Cape Cod (Cabo Bacalao, traducido) es una península con forma de anzuelo al sur de Massachusetts. Frente a sus costas hay islas de renombre como Martha Vineyard (lugar de veraneo para presidentes USA) o Nantucket, no menos exclusiva como puerto franco de yates aunque famosa por su pasado ballenero que inmortalizara Moby Dick. Pero Cabo Bacalao acumula pueblos y kilómetros de playas hasta la punta del gancho, donde viene a morir la tierra americana.



Donde también se puede decir que nació. Aquí pisaron tierra por primera vez los peregrinos del Mayflower. La gloria se la ha llevado la vecina Plymouth, al otro lado de la Bahía y en tierra firme. A Provincetown, que así se llama este pueblo al borde de la nada geográfica, renunciaron por falta de calado y de sustancia, que aquí no se veían árboles, sólo dunas y más dunas. 

Y un puñado de gaviotas gordas, ahítas de pescado sin pescar.



Cuatro siglos después, el pueblito de Provincetown es la Chueca de Cape Cod, así como un vetusto lugar al que vienen a inspirarse artistas de todo tipo. También es escenario de aquella novela tan mala de Norman Mailer que sólo perdura por el sarcasmo (involuntario hasta en eso) de su título: 'Los tipos duros no bailan'.



Pese al otoño imprevisto que ha tomado las costas de Cabo Bacalao, quedan retazos de la juerga que ya no podrá ser; queda latente una animación contra viento y marea (nunca mejor dicho, toda vez que el huracán cansado Hermine continúa regalando borrascas residuales), una resistencia a no rendirse ante el otoño. Una última venta de imanes con forma de langosta, vamos.

Porque los flotadores con forma de ballenatos que adornan los comercios a pie de carretera, y que retozan en golpes sordos con kayaks de plástico para críos al son del viento, ya tendrán que esperar al verano de 2017. 

¿Y cómo he llegado de Boston a Provincetown? Físicamente (la psicológica la dejo para el final), pues porque ya ha comenzado la ruta en carretera propiamente dicha, con su respectivo copiloto colgado del retrovisor. Saluda, Americanity:



Antes de que saltara al coche, todavía hubo tiempo para un último paseo por Boston, también contra viento y marea, y también muy marítimo todo. En un rincón del barrio financiero está el museo del Tea Party, barcos de época reconstruidos a la vera, en recuerdo de otro de esos detonantes (hubo unos pocos, más de lo que se piensa) de la Guerra de la Independencia. Al caso que nos ocupa, la revuelta de los comerciantes de Boston contra la subida de impuestos que se saldó con la destrucción de toneladas de té que ese día no se sirvió a las cinco. Que todo esto se convirtiera en caldo de cultivo guerrillero ya se encargó la Corona Británica, que cerró el puerto bostoniano hasta que no se compensara por el dinero perdido (tiempo estupendo el de hoy, como se puede apreciar en la imagen siguiente). 



Unos años después, vino "el disparo que oyó todo el planeta". Qué gancho tienen los americanos con sus cosas. La frase adorna el primer enfrentamiento a tiros entre colonos y soldados británicos (se entiende que por parte de los dos bandos, dado que los ingleses ya habían disparado contra civiles alguna que otra vez). Se produjo entre Lexington y Concord, sobre un puente donde hoy se homenajea por igual a los caídos ingleses y a los locales:



Sin embargo, de Concord me quedo mejor con otro tipo de batallitas. Las literarias. Siendo un pueblo a las afueras de Boston, de unos 17.000 habitantes hoy, allí han vivido o nacido Ralph Waldo Emerson, el fundador del trascendentalismo americano (que dicho así no suena importante, pero fue la corriente artística básica del XIX en el mundo académico y quizá su discípulo más representativo y reconocible sea Walt Whitman); Nathaniel Hawthorne (La letra escarlata), Louise May Alcott (Mujercitas) y Henry David Thoreau (La desobediencia civil). Todos prácticamente coetáneos.

Tanto, que Hawthorne compró a la familia Alcott su casa de campo (luego vino una tercera escritora que nadie conoce, pero en fin). Que es la siguiente:



Aunque Alcott escribió Mujercitas un poco más arriba, en la misma carretera. Aquí: 



Y, al otro lado del pueblo, Thoreau se escaparía durante dos años al corazón del bosque, a orillas del lago Walden, para vivir de cerca en plena naturaleza (no estaba ni a cinco kilómetros del pueblo). Construyó su propia cabaña de madera, cultivaba sus judías y meditó. Además, escribió un libro, llamado con el nombre de su estanque, que es precursor absoluto (y de actualidad absoluta por mucho que hayan pasado dos siglos) de esas ganas que nos dan a todos de largarnos a un pueblo perdido a ver crecer los tomates. Aquí me tienen frente al lago en cuestión:



Y esto es una estatua del propio Thoreau con una réplica de su cabaña un poco más arriba:



A Thoreau le bastó con una hora de caminata bosque adentro para abandonar la vida civilizada. 

Otros, en cambio, nos tenemos que empujar hasta el fin de las carreteras, donde los GPS se vuelven locos y entran en un bucle infinito de "recalculando", para encontrar algo que no tenemos muy claro haber perdido. 



Como cantaba Bob Dylan (y si ya lo ha dicho Bob Dylan no hay forma de decirlo mejor), más allá de aquí, la nada: 

'Beyond here lies nothin'
But the mountains of the past'




lunes, 5 de septiembre de 2016

Día 2: 1.340.000





Un tipo (el de la estatua) dice, a mediados del mes de junio de 1775 y desde lo alto de una colina, que nadie dispare hasta que le vean el blanco de los ojos al enemigo y, 241 años después, la nación que alumbraría al año siguiente de aquello, ha enterrado a 1.340.000 de los suyos en todas las guerras luchadas desde entonces. 

En efecto, los tienen contados. Lo atestiguan un puñado de piedras pintadas (de parvulario de manualidades, vamos), en un recodo sombrío del italianizado North End de Boston, a mitad de camino del Freedom Trail que recorre los lugares emblemáticos de aquellos años en los que los colonos se levantaron contra la Corona británica. 




Lo que son las cosas: el Freedom Trail está repleto de edificios y rincones centenarios y yo me quedo con unos guijarros mal puestos.

Pero es que, además de que para la Historia con mayúscula ya está la wikipedia, el Freedom Trail no es más que eso: un homenaje constante a la historia patria sin pudor y con la cabeza muy alta. Habrá errores y masacres (las hay, todavía, bajo las piedras que llevan pintadas en ella los nombres de Irak y Afganistán), aunque supongo que a los Estados Unidos les da igual: para criticar ya está el enemigo; ellos honran a los suyos.

Se llamen como se llamen y sean quienes sean. Se llamen Paul Revere (héroe de la Independencia, que alertó de la posición de los ingleses antes de la refriega que dio comienzo a la guerra) o tengan apellidos italianos y sus vecinos les dediquen una placa a los muertos en las dos grandes guerras, Corea y Vietnam a pocos metros de la estatua del propio Revere.




Que no digo que las guerras sea algo de lo que sentirse muy orgulloso. Si bien no hablo de guerras, sino de historia y de cómo asumirla.

Un ejemplo: volviendo a las piedras, a medio metro, una cortina simbólica de placas de identificación subraya el homenaje continuo, incluyendo esta vez el 11-S o las víctimas de las bombas del maratón de Boston; en la guerra, los civiles propios también cuentan. En la guerra y en la historia, supongo.




Cada esquina, cada rincón es motivo de orgullo y estampa querida de su Historia. Sí: un español puede mirar por encima del hombro y caérsele de las manos recodos con mayor solera. No en vano, Boston fue fundada a principios del siglo XVII, un siglo en el que España ya había ganado y perdido unos pocos imperios por el camino (y los que le quedaban). Cádiz, con sus milenios de anales, no tiene ni por dónde empezar a vacilarle a su vecina del otro lado del Atlántico.

Así que la retahíla de "el xxx más antiguo de" que alfombra el Freedom Trail es como una broma si no fuera porque en la misma Cádiz (pero me vale con Madrid o Sevilla) no hay ni la mitad de la mitad de placas conmemorativas de su historia particular. Por lo tanto, a Boston lo que es de Boston, como que en sus calles aún resiste en parque público más antiguo del país y un cartelito para el lugar donde estuvo la primera escuela pública de su sistema. Véase: 





Luego, como los USA también son los USA en otras tantas cosas, el comercio más longevo de Boston, lo que fuera cuando abrió una librería que publicase a Thoreau o Twain, es hoy sede de una cadena de comida rápida mexicana:




Son como son, alternando sin pudor presente y futuro, como ocurre en el Old State House, en cuyo interior tantos debates previos a la declaración se celebraron y a cuya puerta, nada menos que cinco años antes de que empezaran las hostilidades, un grupo de soldados británicos disparó contra una multitud que protestaba por las condiciones que le imponía la Corona. Lo que para Londres fue "un infeliz altercado en Boston", el propio Revere lo tildó de "sangrienta masacre", inseminando ya el odio hacia los casacas rojas en una campaña de propaganda contra el invasor que aún tendría que cuajar durante medio decenio más. 

La propaganda, en cambio, todavía dura. Mirad vuestra ropa o a la tele. 




Qué sangriento (e intenso) me he puesto hoy... Para aligerar, me despido con otros dos casos de "más importantes de" que nos depara Boston. Y juro que más alegres. El primero es el Fenway Park, el estadio de béisbol que lleva abierto desde 1912 y es el decano de los estadios americanos, amén de sede de los Red Sox, una versión exagerada del pupismo deportivo tras llevarse casi un siglo sin ganar nada después de haber dominado la liga cuando arrancaba:




Y el segundo, la foto cruzado de brazos diaria, ante la Biblioteca Pública de Boston, de mediados del siglo XIX y la tercera más grande de los Estados Unidos, tras la Biblioteca del Congreso y la de Nueva York.




Ah... la canción... Mañana arranca la ruta en coche y habrá canciones... A cambio, os dejo unos versos de Longfelow y su 'Paul Revere's ride' que muy bien podría valer a los 1.340.000:

"Through all our history, to the last,
In the hour of darkness and peril and need, 
The people will waken and listen to hear"  


PD: tampoco creo que os he dicho que, por pura casualidad en cuanto a ofertas de precio, me quedo en un hotel, el Omni Parker House, que, mira por dónde, es el más antiguo de los USA (entre los que siempre han permanecido abiertos) y lugar predilecto del hijo natal más famoso de esta tierra: JFK. Aquí dicen que dio su primer discurso a los siete años un día que su padre celebraba su cumpleaños; aquí dio decenas de discursos más cuando ya fue alguien y aquí, en el mismo restaurante, se declaró a Jackie. También pasaron por aquí Twain o Dickens, quien leyó por primera vez su Cuento de Navidad en el Saturday Club, una reunión cultureta que también se citaba en el restaurante. 

domingo, 4 de septiembre de 2016

Día 1: Siesta en Boston



Descripción: Boston a este lado, con el río Charles fijando frontera respecto a Cambridge, que es donde se pondrá el sol. En un embarcadero de madera, decenas de jóvenes ni siquiera se molestan en ver el atardecer, sólo sienten los últimos coletazos del verano que aquí, tan al norte del norte, dura tan poco. Miran al sol, que no duele ni ciega ni molesta; que casi acaricia, que se agradece porque a la espalda, entre las calles tan universitarias, tan británicas en su ladrillo húmedo, tan Brooklyn en miniatura, araña ya el viento frío del este, el que sopla desde el Atlántico en su antesala a Groenlandia. 

Me tengo que poner así de pedantillo, lo siento. La Ruta Pop 4 arranca como una siesta de verano a la sombra, una de esas cabezadas bajo el arrullo del tour o de los niños que vocean en la orilla, la saliva seca en la comisura de los labios. La Ruta Pop 4 ha comenzado sin taxistas que me quieran llevar a cementerios ni tormentas sobre las marismas de Charlotte que retrasen los aviones. Por no haber, no ha habido ni el temor inicial de aduana, ya que este año el agente se ha limitado a saludarme y a decirme cuántos días voy a estar, sin indagar más, sin importarle que mi nombre sea igual a un tipo muy buscado en Georgia (sí, eso me pasó hace dos años: había un Alejandro Medina que huía de la justicia en algún lugar de Atlanta), sin mirarme mal porque diga que soy periodista.

Así que todo ha ido bien. Pese a que había un huracán en retirada (el Hermine, que ha inundado media Florida y se resistía a rendirse en su viaje hacia el norte) y que ha obligado al avión a arrimarse más al Polo para evitar sus vientos postreros y que, según todas las previsiones, iba a manifestarse sobre Boston en una tarde de lluvia. 

Pero no: la tarde ha ido así:




No es que vivan especialmente bien en Boston; es que hay mucho estudiante (Harvard, el MIT...) y este fin de semana es el último antes de que empiecen las clases (el lunes es festivo por Labour Day y estos días son de ajetreo de mudanzas e instalaciones).

También lo es de fiestas en plena calle de la hermandad. En ésta hay barbacoa y sofás en la acera; en otras andaban llenando piscinas de plástico como jacuzzis; en las tiendas de conveniencia se agolpan los jóvenes comprando botellas, en el paseo junto al río hay quien acelera en su carrera vespertina para quemar de forma preventiva la cerveza que vendrá.



Da igual dónde mires: Boston está lleno de jóvenes de todos colores y lenguas (los de color escasean, los de color, pese a que en las puertas de las iglesias y de los centros sociales cuelgan orgullosos el 'black live matters', suelen ser los vagabundos que se sientan en las puertas de servicio de casas señoriales) que pasean por Newbury mirando tiendas y regresan a Beacon Street a la sede de su colegio mayor o hermandad cuando la noche se acerca.

Para ellos, la universidad es su siesta, la vida un eco todavía lejano.

También hay mucho turista, por aquello del fin de semana largo de fiesta y que pronto, en unos días, nadie querrá venir a Boston de vacaciones porque hará frío (¿daré mucha envidia si digo, con España en ola de calor, que aquí no pasamos de 22 grados?). 

Ya no se respetan ni los cementerios, una curiosidad más propia de Francia o de la vieja Europa, eso de los camposantos diminutos a la vuelta de la esquina, como parcelitas donde sólo falta poner unas mesas y unas sombrillas:


Boston tiene historia. Bastante, para los cánones que se manejan en los Estados Unidos. 

Aunque de eso hablaré mañana, que me patearé el Freedom Trail y rendiré tributo a no sé cuantos lugares "más antiguos del país". 

De momento, la cuota pop del día la cumplimento con una fachada que sólo es fachada, dado que el interior era un decorado (admito que nunca me atrajo especialmente esta serie en concreto):



Y una de mis batallitas, a caballo (chiste fácil) entre el homenaje también pop/personal (a esta película siempre le tuve cariño) y mis obsesiones guerra civilianas. 

Os presento al coronel Robert Gould Shaw, quien al frente del  54.º Regimiento de Infantería de Voluntarios de Massachusetts, formado por voluntarios y negros, inmortalizó Mathew Broderick en 'Tiempos de Gloria':



El hombre real nació en Boston y se sienten muy orgullosos aquí de que liderase una carga suicida que le mató a él (ups: acabo de fastidiaros la peli) y a cientos de sus hombres en Charleston. Al menos, o eso dice la historia, su ejemplo animó a miles de hombres de color a luchar en la guerra. 

Hoy, uno de esos hombres por los que Shaw murió se disfraza de soldado de infantería junto al monumento y pide cinco dólares a los turistas que le reclaman una foto. 

Ya sabéis, black live matters y todo eso.

Desde Boston, donde me tira ya de la manga el sueño (el día ha sido muy largo y para mí son las tres pese a que el reloj de aquí marque nueve), nos vemos mañana. Os dejo con el primer posado de brazos cruzados, otro clásico de las rutas: