Dia 1
ZAS. En toda la nariz. Lo primero, lo primerito que me saluda nada más
poner los pies en suelo americano es un pestazo a fritanga. A fritanga yanqui,
que por aquí no reutilizan 40 veces (quizás tiro a lo bajo) el peor aceite de
girasol posible como en España; no, aquí es esa manteca de cerdo con la que lo
fríen todo (supongo que el reciclado es también un estándar).
A eso me ha olido los USA según he aterrizado en Charlotte (NOTA: si lees esto por primera vez, aquí voy a contar a diario un viaje, no sé si en plan diario o cuaderno de notas, pero hablaré de lugares, comidas y de lo que me pase en general).
¿Y eso es lo más interesante que me ha pasado el primer día? Casi. Siento comunicaros que
la Ruta Pop 2 (aquí explico qué fue la primera Ruta Pop y aquí en qué consistirá la segunda) no ha empezado con problemas de pasaporte y peligro de
quedarme en casa, con retrasos en la escala y peligro de quedarme sin el coche
de alquiler, con problemas técnicos en el coche y peligro de estrellarme (esto
es exagerar un poco, la verdad). Todo eso me pasó hace un año. Esta vez no.
Escribo esto en Charlotte, donde me estoy tragando una escala de cinco horas y
aprovecho para ir adelantando el post.
Sufro, sufro mucho mientras escribo esto y me bebo esto otro, la primera
cerveza del viaje (Una Carolina Blonde, que, como indica su nombre, es
oriunda).
Pero tranquilos, que cosas raras pasan (y mi capacidad de desarrollar
postulados sociológicos o conspiraciones paranoicas a partir de ellas es
ilimitada). Por ejemplo, en el control de pasaportes de entrada. Jerome, un oficial de
aduanas negro más seco que un viento de levante (aunque con pinta de negro
bueno de las pelis/series de polis) me ha realizado una pregunta inquietante:
¿Has vivido alguna vez en Georgia? Nada de si he estado o voy a pasar por allí.
Si he vivido en Georgia. Como si hubiera un tipo con mi nombre que dejó cuentas pendientes. Y esto es lo que me acojona: resulta que en esta ruta
no haré muchos (o tantos) kilómetros como hace un año (3.000 de ahora frente a
7.000 de 2013), pero da la puñetera casualidad que unos 1.000 kilómetros de esa
ruta los haré en Georgia. Como yo no soy peliculero, ya me veo parándome un
state trooper en una carretera perdida de Georgia (sólo os digo que una
carretera perdida de ese estado es una carretera de ésas en las que no paran de
salir zombis hambrientos de The Walking Dead, que está rodada en las entrañas
georgianas –no sé si es el gentilicio correcto, pero en fin…). Venga... ¿es inquietante o no?
A mí, a falta de otros alicientes en los inicios del viaje, me ha dejado
pensativo.
Tanto, que me he olvidado de Hayley Diane Kissee (anda que no mola el
nombre, con ese apellido de familia lejana de la khaleesi), mi compañera de asiento. De la que NO me he enamorado. Lo juro. No voy a empezar tan pronto. Que, en este caso, podría ser su
padre (no le echo más de 18 años). La historia con la khaleesi del vuelo US749 es que le he servido de
escudo ante una caterva de cuervos adolescentes hormonados que copaban la mitad
del avión. Para más señas, formaban un equipo de soccer (sinónimo de perdedor
en los USA, porque si acabas jugando al soccer es que no eras ni medio decente
en alguno de los 20 deportes que son más importantes que nuestro fútbol)
que han debido de participar en algún torneo en España (y que han saqueado el
Bernabéu por la de gorros y camisetas del Madrid que portaban). Iban todos con
la camiseta del equipo y, bueno, tras nueve horas de viaje, el avión ha estado parado en la pista, esperando que le dejen abrir las puertas hasta que la aduana estuviera lista.
Ha sido casi una hora de prórroga en la que poco a poco los veinte chavales se iban
apelotonando en torno a mi asiento (yo estaba en el pasillo y la chica en
ventanilla), echando miradas babeantes como sólo chavales de quince años pueden
echar.
Mala suerte, perdedores, yo ocupo mucho espacio físico y os he jodido las
vistas.
Anda, a ensayar penaltis.
Brindo por vosotros con otra cerveza local, de la misma Charlotte, una Olde
Mecklenburg Copper.
ZAS. En toda la nariz. Me repito, pero es que me tengo que repetir, porque si Charlotte olía a patatas refritas en la misma manteca de cerdo por quincuagésima vez, Nueva Orleans (a partir de ahora la llamaré Nola, para ahorrar caracteres) olía a humedad. No sé si a armario cerrado en invierno en la casa de la playa (o a toalla mojada que metiste en un armario de cualquier casa), pero el ambiente sólo se puede comparar a esa calma chicha terrible del Levante en calma (lo siento, soy gaditano y no puedo parar de hablar de vientos).
De pronto, pesas el doble, se ralentiza todo tu cuerpo (y todos los de tu alrededor) y bebes. Y bebes (estoy pensando en agua ahora, ¿ein?).
Nunca he visto desde el cielo las marismas que rodean San Fernando, Puerto Real, El Puerto, etcétera, pero desde el avión Nola está en medio de una gigantesca red de océano que se adentra en la tierra, esteros, pantanos, la desembocadura del Mississippi (que no es pequeño el río), la de sus cientos de afluentes... La tierra queda por debajo del nivel del mar y doy fe de que he vivido muchas humedades sofocantes (y mucho levante en calma), pero como esto...
Una pista con la que salto en el tiempo un momento: cuando me he bajado del taxi, donde había aire acondicionado, se me han empañado las gafas al instante y no se han desempañado hasta que no entré al hotel huyendo de la calle.
Vuelvo al avión: Los edificios altos que se ven al fondo es el Downtown de Nola (se ve como se ven las cosas desde la ventanilla de un avión):
Y aterrizamos, y dejé de oír al brasas de detrás que no paraba de hablar de lo bonito que es Nola y de lo que se ha perdido y de lo que no quieren hacer para recuperarla y que nadie la entiende como los de allí y que si tal y que si La Caleta y el Mentidero y... ups... que he saltado de Nola a Cádiz sin querer... (Nola, como Cádiz, también tiene su acepción cursi: si a la ciudad gaditana la llaman -y te entran arcadas de glucosa- Tacita de Plata, a la americana la califican como Big Easy)... en fin, horteras del mundo unidos son muchos puestos en fila...
Ya se me ha ido la mano. Estábamos en que:
Tras lo que mi primer contacto con la gente local ha sido con esa siempre raza aparte (pero tan representativa de los pueblos) como son los taxistas. Españoles de España, madrileños de Madrid y gente de buena dicción (pero mala sintaxis) que se queja de que a los andaluces en general y a los gaditanos en particular no se nos entiende. Valientes: hablad con un taxista de Nola. Venga, listos. Con deciros que 33 (que es lo costó el viaje) lo pronunciaba como "tutitrí" (que desde mi gaditanismo yo entendí como 23).
Por lo demás, me volvieron las teorías paranoicas porque Andre Pierre, que así se llamaba el hombre según ponía su licencia caducada (por más de un año) tenía una extraña obsesión. Fue error mío preguntarle si podía hacer fotos, ya que al hombre le salió la vena servicial y me ofreció llevarme a hacer fotos a un cementerio.
...
...
...
Sí. A un cementerio.
Pensadlo de nuevo.
UN CEMENTERIO.
Yo le dije que no, que a qué iba a ir yo a un cementerio nada más llegar. Pero André era de ideas fijas y en la carretera de entrada me dice... Look, look, a BIG "semetei" y hasta frena el coche. Ya guedi, ya guedi (you get it, you get it, quería decir el hombre). Y nada, saqué una foto.
La saqué para que oyera la cámara y se calmase, vamos. Tu de lé tu (to the left too). Y nada: I got it, I got it, decía yo. Clic, clic...
Desde entonces iba pegando frenazos delante de cosas destacadas (como el Superdome): Ya guedi, ya guedi...
Que conste que la tarifa del aeropuerto es fija, así que no había mala intención. Mientras, el André conducía chascando la boca y abriendo la ventanilla del conductor para escupir de vez en cuando, alternaba agua y una coca-cola del Macdonalds del salpicadero para crear nuevos salizavos y yo me preguntaba qué llevaría en el interior de una nevera de playa de corcho que tenía encajada entre su asiento y el del copiloto.
Sin embargo, llegué bien y el André tuvo un detalle que le honra. Como no nos entendíamos, nos pasamos diez metros el hotel (veinte, a lo sumo), y el tipo me insistió en que daba la vuelta y me dejaba en la puerta. Yo le dije que no hacía falta, que muchas gracias, tras lo que me fui con mi maleta. En el último instante, y como si fuera una película de enamorados de entreguerras, me giré y vi que aún vigilaba cómo entraba en el hotel (imagino que atento a que no me pasara nada).
Ese André tutitrí, ya guedi.
Al día le queda poco que contar. He salido a una cena exprés (todo está mucho más cerca de lo que pensaba y ya pensaba que estaba todo muy cerca de antes). Caía la noche en Canal Street (que separa al French Quarter del distrito de negocios) ¿y qué pasa cuando hay un solete saliendo o cayendo y el Ale está con la cámara?. Esto:
Después me he ido a un sitio de comida rápida (pero autóctono del Estado) y me he comido unos fingers de pollo picantes (cajun, dicen aquí) para matar de buenos:
Después me he vuelto al hotel, porque ahora mismo cumplo 24 horas seguidas sin dormir (en los aviones no dormí nada). Mañana habrá algo más de sustancia (supongo). Os dejo con el mensaje (errata incluida en el francés) del ascensor del hotel y la cama a la que me dirijo:
Nota: la foto que preside el post la he tomado desde el avión. No es una cordillera ni nada, sino nubes con forma de montaña ártica sobre una alfombra de nubes... Llamadme cateto, pero he viajado alguna que otra vez en avión y había visto muchas veces el manto de nubes como un campo nevado... ¿pero esas montañas -porque había muchas- de nubes tan perfectas? Yo no. Y me mola la foto y este es mi blog.
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