¿Subís?
La Ruta Pop ha echado a rodar (el coche de este año es una pequeña decepción porque es un Nissan y no uno made in the USA).
El corazón me palpita.
Calma: no me he vuelto un Federico Moccia ni me siento ñoño, melancólico o, por qué negarlo, gilipollas; tampoco me he enamorado (creo que no). El corazón me late como las caderas de una bailarina zydeco por esto:
Y por esto:
Con lo primero comencé el día en Nueva Orleans y con lo segundo acabé (o casi acaba conmigo) en Greenville, en lo más recóndito del delta del Mississippi.
Empecemos por el principio (que, además de ser de buena educación evita el recurso facilón de películas y series de iniciar en la media res -o en la mitad, si no queremos latinajos- cuando se quedan sin ideas -o cuando saben que el principio real de una historia es algo aburrido si no se le añade la intriga de 'Cómo una cosa así de sosa ha terminado con un reloj en cuenta atrás a punto de volar por los aires media humanidad'-).
Así no hay quien empiece nada: cuando un párrafo tiene cuatro palabras y el resto es un paréntesis es que lo que he volado por los aires es la lógica narrativa.
Ya, ya paro...
La primera foto es mi último desayuno en el Ruby Slipper. Sin quererlo, me dejé lo mejor para el final. Ellos lo llaman Migas (así, en español directamente), pero podrían llamarlo Schopenhauer. Porque si alguno ha pensado en las migas extremeñas, granadinas o castellanas (o incluso mexicanas) no es desde luego el que ideó el plato en Nueva Orleans. Por otra parte, con el nombre se me acaban todas las quejas.
A la sexta mañana ha llegado el gran desayuno de este viaje (y los ha habido realmente buenos). Las Migas Schopenhauer llevan varios huevos revueltos, tomate, cebolla, cerdo picante (ellos lo llaman chorizo, pero podrían llamarlo Autovía de circunvalación), queso fundido, una salsa agria y aguacate... ah, también unos pocas tiras de maíz (como los Fritos de paquete nuestros), que elucubro que aportan la miga al asunto (tachán: chiste peor del día).
Con eso en el cuerpo, importa menos que siguiera lloviendo en Nueva Orleans (no hay que quejarse, porque es pura estadística: julio es el mes más lluvioso en la ciudad) y que, por una cosa y por otra, no haya salido de allí hasta las diez y media cuando quería hacerlo a las nueve.
La foto es lamentable, he de reconocerlo. Pero aporta dos detallitos de lo que rodea a Nueva Orleans. Al fondo, si tenéis buena vista, veréis una serie de fábricas sobre el paisaje imposible de marismas. Si tenéis buen gusto (o habéis tenido tiempo) reconoceréis la referencia a True Detective (la semana que viene volveré a la zona con mayor detalle y tiempo). Y el segundo, es que desde el mismo momento en que se termina la ciudad (Nola es pequeña, de apenas 400.000 habitantes; Murcia es más grande, pero sólo en habitantes y no estoy seguro ni siquiera si en tomates, porque los tomates de Nueva Orleans están de muerte)... bueno, que decía que desde el mismo momento en que se termina la ciudad, la carretera circula en constante viaducto sobre las marismas hasta unas 50 millas tierra adentro.
Pasado Baton Rouge (siempre hacia el norte a muy pocos metros del Mississippi que pasta a la izquierda), más me daba haber alquilado una lancha, del agua que me ha caído la primera mitad del viaje. Las adversidades climatológicas no han frustrado mi paso por St. Francisville, una pequeña localidad al norte de Baton Rouge que es peculiar porque conserva casi 200 edificios de principios dei siglo XIX (en proporción al resto del pueblo y al resto de los USA es todo un logro).
Igualmente, al término municipal de Villa de San Paquito pertenece la Rosedown Plantation, una de las muchas (plantaciones) que se conservan en los alrededores de Nueva Orleans.
Muy bonito todo (viendo una plantación de verdad, me reafirmo en que Faulkner es lo que quiso replicar, a pequeña escala, en su Oxford de las entretelas), pero me ralla una cosilla. Y es que en la plantación no falta de nada, ni jardines cuidados ni diosas en estatuas ni fuentes de toda condición, ni la casita aledaña de las niñas para que jugasen, ni el ahumadero ni el granero o incluso ni una pequeña vivienda que le construyeron exclusivamente al médico para el tiempo que estuvo cuidando en la finca de uno de los críos que enfermó de fiebre amarilla. Vamos, con esta plantación te hacía Galería del Coleccionista un pack monísimo a escala de casa de muñecas (se puede pagar contrareembolso, con tarjeta de crédito o con la tarjeta del Corte Inglés). Sin embargo, ¿qué es una plantación sin el algodón, el azúcar o lo que fuera que cultivaran hasta la extenuación los negros? Es más: ¿qué es una plantación sin los establos (porque me niego a llamarlos ni barracones) donde se hacinaban los negros?
Pues una casa de muñecas gigante es lo que es.
La furia de los dioses (o la de la borrasca sobre el Golfo de México, para ser más mundanos) se desató sobre la carretera y, entre cortinas de agua entré en Mississippi... momento que aprovecho para presentaros (o representaros, a los que estuvieran el año pasado) a mi locuaz copiloto:
¡¡¡¡¡Americanity!!!!!
Quien no se resiste a la moda de los selfies y aprovecha que abandonamos Louisiana y entramos en Mississippi para saludaros (y también para darme la brasa porque no entiende que locuaz no es necesariamente un insulto).
Mississippi, en esta parte inicial (y de forma particular, todo lo que rodea a Natchez) es verde en cada una de las tonalidades que podáis imaginar. Las plantas trepadoras abrazan a los árboles desde la raíz hasta la copa y evitan que se distinga algún marrón.
Como dejen de pasar coches aunque sea un solo día, el bosque se come la carretera.
Juego de palabras burdo (lo de comer) que me conduce al final de la jornada, al Doe's Eat Place de Greenville.
Así visto parece un garito más de tantos en los que me meto. No obstante, el vecindario es como para que se te pinche una rueda (o te demores más de un segundo en un semáforo). Daos una vuelta por vuestra mente y pensad en un barrio pobre negro de Estados Unidos. Pobre, pobre, pobre.
Multiplicad por veinte.
Sorprende más en este caso que el local esté regentado por blancos y que una familia blanca fue la que fundó a principios del siglo XX una pequeña tienda de verduras locales que fue el origen del restaurante. En plena Segunda Guerra Mundial (1941), el hijo del propietario original (a quien le fue el negocio de maravilla pero al que la gran inundación de 1927 y el posterior crack le hundieron en la miseria) retomó el negocio y lo refundó con su nombre actual (los materiales, el suelo, las paredes, las mesas, la mitad de las camareras, siguen siendo de entonces).
Mamie, la mujer de Doe, aprendió a hacer tamales picantes:
Fue un éxito inmediato (los tamales se componen de carne picada muy prensada y enrolllada con un fuerte sabor a picante), pero el Doe's no era un restaurante todavía. En aquellos años, denominar racismo a lo que se respiraba en el sur profundo es un sarcasmo por lo corto que se queda. Aun así, los dueños blancos del Doe's no tuvieron problema para convertir su local en un honky-tonk -un garito de mala muerte donde se bailaba y se bebía sólo para negros porque tenían prohibida la entrada en cualquier bar- para los chicos del barrio (venga, admitid que más de uno creía que era un bar de Alonso Martínez).
Entonces, un médico blanco que iba a atender a las familias humildes se convirtió en un habitual de los filetes que le servía Big Doe en la parte de atrás del local (de modo que no se mezclase con los negros). El mundo al revés: se corrió la voz y los blancos empezaron a querer filetes y a comer en la parte de atrás (si la trastienda en la parte trasera de una tienda, ¿la de un bar es trasbar?) mientras que los de color disfrutaba de la zona noble.
Los años hicieron el resto más rápido que en el resto de Mississippi y de medio Estados Unidos y, en los sesenta, blancos y negros compartían mesas sin problemas.
La abuela (desconozco si hija de Mamie) se encarga de preparar la ensalada (eso no lo probé) y para los chicos queda el asador (por el que pasas nada más entrar en el local y antes de alcanzar el salón):
Como colofón, la referencia puramente gastronómica. Mi elección es la especialidad de la casa, el Porterhouse o T-Bone. Como su segunda acepción indica es una carne con hueso en forma de T. A un lado, la textura es similar a la del mejor chuletón que se pueda pedir; al otro, la de un solomillo que se puede cortar con el canto del tenedor. Los americanos, muy dados a las ofertas de dos por uno, llevan siglos comiendo su Chuletonazo/Solomillaco.
El corazón me palpita, de amor sincero, eterno y caníbal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario