Ahora bien, no me preguntéis demasiado a qué sabe. Supongo que está bueno. Lo que ocurre es que toda la valentía que proclama el título quedó difuminada en la realidad de un pastel con más ingredientes.
Sea como sea, el pastel es lo mejor que he comido en todo el viaje, incluyendo cualquier tipo de plato.
Y con diferencia.
¿Dónde fue? En el Cafe des Amis de Breaux Bridge, un minúsculo pueblo no demasiado lejos de Laffayete, en el territorio cajún profundo. Y fue el jueves por la noche, pero he ido acumulando varias comidas para unirlas en un post (como el de hoy) y así daros la mañana de domingo (venga, a comer fuera todos, de cañas o de tapeo, que el lunes está lejos).
Volviendo al caimán (no me comí a un superhéroe gaditano.... ains... si es que los chistes malos me pueden); en concreto, se trataba de un pastel con crema de queso y gouda, cangrejo de mar, salchicha de caimán (sí: salchicha) y una salsa de cangrejo de mar por encima. Como decía, ignoro qué aporta el caimán al conjunto; lo que sí sé es que era un espectáculo, muy sabroso y nada fuerte, algo picante (como todo aquí, hasta el agua) y que te deja con ganas de comprarte unas botas de piel de caimán y hacértelas a la parrilla.
Tras el Padrino de la comida de esta Ruta Pop 2, lo que vino después fue algo mundano y quizá repetitivo, porque pedí el guiso de cangrejo de mar con gambas, arroz y puré... Fue repetitivo porque la salsa era la misma que la anterior. Aun así, de no haber reptado el alligator (me encanta la palabra ne inglés) hasta mi mesa antes quizá estaría elogiando desmesuradamente este plato.
Aún quedó sitio para el postre:
Una tarta típica cajún con tres bolas enormes de helado de vainilla casero (la perspectiva de la foto no hace honor al tamaño de la tarta, aunque pensad que el bol con el helado daba para tres generosas porciones de helado). Es un bizcocho al estilo brownnie, pero no de chocolate, sino de sirope y recubierto con nueces. El sabor, pese a que la camarera dijo que era parecido al café (qué sabrá la Taylor, que así se llamaba la muchacha), me recordó al rosco de Semana Santa de La Isla (siento el localismo, si bien las magdalenas de Proust no pueden ser siempre universales). Según acabo de leer en internet, lo que diferencia a los roscos isleños es que llevan clavo de olor.
Me da que los cajún no habitúan este ingrediente.
Lo que sí es habitual entre los cajún es el gumbo. Ya probé uno en el Treme, en aquel garito donde iban a comer los policías locales. Como decía, consiste en una sopa a la que le echan lo que se les ocurra y es omnipresente en cada carta como los gazpachos en los menús del día junto a la oficina.
Hasta aquí, que lo probara de nuevo en el French Press de Laffayate el viernes parece normal.
No obstante, que lo probara a las ocho de la mañana como desayuno ya no lo es tanto, ¿eh? Pues eso hice porque eso ponen como desayuno en este sitio. En el centro, hay dos tostadas francesas (torrijas, en la lengua común) con huevos a la benedectine (pochados) y debajo... debajo está el gumbo. ¿Y por qué poner un gumbo suavecito de verduritas para la ocasión cuando puedes ponerlo de pollo y cerdo picante?
Aunque parezca extraño, me sentó de maravilla.
Y tras este plato saltamos a Nueva Orleans, aunque no dejamos las comidas sorprendentes (hasta ahora, caimán y sopa picante para desayunar). Porque a Nueva Orleans se le conoce por su pescado, sus ostras, su marisco, sus platos criollos, incluso por una huerta con bastante carácter (en las carreteras más alejadas del mundanal ruido, los granjeros venden en sus propios porches verduras de sus acres y, en estos días, abunda el cartel: It's Cajun Tomato Time).
No he visto yo muchas vacas por aquí cerca. Y, aun así, el Dickie Brennan's (según varias revistas y periódicos de todo el país) sirve de las mejores carnes de Estados Unidos.
Tampoco tengo mucho con qué comparar. En mi caso, entre las cinco mejores carnes que he comido nunca, eso sí.
También en Nueva Orleans he probado otro sorprendente plato: el beicon rebozado en praliné.
No lo repito pero habéis leído perfectamente. Lo ponen en el Elizabeth's y he de deciros que aquí se han pasado unos pueblos con el invento. A mí, personalmente, me recuerda a una de esas guarradas que hacíamos con las comidas de pequeño (algunos de mayor, también), como mojar el filete en la coca-cola (cuando no queríamos más) o las patatas fritas en el yogur.
El beicon en cuestión es lo de la esquina superior izquierda, lo que parece suelas de zapatos viejas. El resto es un Country Breakfast, consistente en dos lomacos de cerdo ahumado (de dos dedos de grosor cada uno), con huevos revueltos, gachas con queso y la salsa gravy que tanto les gusta poner en los desayunos (una bechamel con más cerdo). El cerdo acababa engollipando.
De todos modos, hoy ha asolado Nueva Orleans un calor húmedo por encima de los 43 grados. Dos minutos en la calle y chorreabas como debajo de una ducha.
Bueno, tampoco está mal para bajar todo lo anterior. Y en la tele del garito, para hacer tiempo hasta que hubo mesa, estaban poniendo El Club de los Cinco.
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