miércoles, 6 de julio de 2016

El pasado y Faulkner



Aquí empezó mi última borrachera. 

El 'qué' es un Bulleit, un whiskey de Kentucky con sabor a frontera de cuando no había fronteras en las praderas infinitas. 

El 'cuándo', una calurosa tarde (al cambio, una vez descontado el efecto de la humedad, por encima de los 45 grados) de julio de 2015

El 'dónde', Nueva Orleans, entre calles con marchamo borbónico, cerámica talaverana y hedor a ese cóctel de alcohol derramado, orines, vómitos, lejía aguada, lluvia sobre el polvo e ilusión que disfraza la verdadera esperanza de sobrevivir a lo que nos echen encima (y que es el auténtico cóctel definidor de la ciudad, su derrota imposible). 

El 'quién', yo mismo, emulando a aquel William Faulkner que encubara su carrera literaria en los recovecos de muerte y resurrección del viejo barrio francés, entre bailes desesperados de esclavos irreductibles en los arrabales de fango, inundados cada vez que a la lluvia le da por recordarnos que nos puede ahogar a su antojo.

El 'por qué' nunca se explica del todo. Ni antes ni después. Al igual que el pasado nunca muere porque ni siquiera ha pasado (otra vez le robo a Faulkner, quien enlazó borracheras hasta el último trago un 6 de julio como hoy), resistimos por razones que nos llevamos toda la vida buscando entender. 

Eso es el futuro: seguir buscando, resistiendo quizá. Con el pasado a cuestas porque, recordemos o no, queramos recordar a o no (y en eso las borracheras son metáfora perfecta: aunque olvidemos lo que hicimos, hicimos lo que hicimos), el pasado existe. Nos existe.


Imagen de Rowan Oak, residencia durante casi toda su vida de Faulkner, en Oxford, Mississippi.

domingo, 26 de junio de 2016

Los árboles no crecen en Little Big Horn



Los árboles no crecen en Little Big Horn.

Ya no.

Pero hubo un tiempo que sí. Quedan sus esqueletos, se disuelve su memoria tras cada amanecer que se despereza sobre las llanuras de Montana, en el rincón al sureste del Estado por el que se arrastra el arroyo que da nombre al campo de batalla.

Por interés puramente narrativo, podría decir que los árboles dejaron de crecer el 26 de junio de 1876, cuando un puñado de tribus lograron superar sus odios fraternales y se unieron en contra del enemigo blanco y rubio: el general George Armstrong Custer.



Hace 125 años de aquello y hoy ya no crecen los árboles en el lugar donde los Estados Unidos sufrieron su primera derrota en suelo propio. La frase queda bonita pero es falsa: sí, es cierto que la batalla sucedió muchos años antes de Pearl Harbour y aún muchos más del 11 de septiembre, pero aquella tierra no era americana. Aquella tierra pertenecía a los bisontes y al viento y al agua y al cielo.

En todo caso, podría aducirse eso tan demagógico de que los indios son más americanos que los americanos que vinieron luego y que tenían más derecho para vivir en ella. Que no puede atribuirse la nacionalidad aquel que se la usurpó a quien la ocupaba antes.

Bueno, es una opción.



Al menos, los indios vivieron durante siglos sin extinguir al bisonte ni envenenar los ríos ni socavar las montañas. Ellos cazaban y vivían y morían.

Y ganaron, en aquel 25-26 de junio, al Séptimo de Caballería. Ganaron para perder, porque su única victoria fue el prólogo de su derrota definitiva. Tras aquella jornada de gloria, dio comienzo el infierno definitivo, el pogromo de una especie a la que reservaron pues eso, una vida en la reserva y poco más.

La batalla de Little Big Horn, Hollywood mediante, se recuerda como un canto al heroísmo. Hoy, en el lugar donde 268 casacas azules murieron (las estimaciones de las víctimas indias nunca son exactas, se habla de entre 30 y unos 130, una horquilla insultante en su mera amplitud), las lápidas de unos y otros comparten suelo agostado entre yerbajos quebradizos; las placas conmemorativas nombran a los oficiales y soldados y honran anónimamente a los innominados sioux; la proyección de un vídeo relata de forma cruda lo que es crudo: la barbarie de la guerra, la sed de venganza de Custer que le lanzó a su última trampa.

Custer fue todo lo contrario de un héroe. Era un asesino. De haber existido los tribunales internacionales de Derechos Humanos lo habrían juzgado por matar a niños, mujeres y ancianos desarmados. Puesto que así ganaba Custer las batallas en las Guerras Indias: lanzaba de cebo a un grupo de los suyos para atraer a los guerreros y él atacaba con el grueso de su caballería los poblados desguarnecidos. Luego, los guerreros indios, viudos y huérfanos, sin hijos a los que explicar el capricho de los vientos, se rendían rápidamente.

Little Big Horn es hoy un Monumento Nacional perteneciente a la Red de Parques oficial de los Estados Unidos. Allí dejan claro a quien quiera entender el tamaño del oprobio, incluso dejando un hueco nostálgico a la forma de vida pura y respetuosa con la naturaleza de los sioux. Hay monolitos para unos y otros; hay recuerdos para todos, hasta para los caballos que destriparon ambos bandos para improvisar trincheras de carne.

Hay respeto por el pasado, por los ancestros y por lo que significan en este paso por el mundo bajo los cielos, entre los vientos, sobre los valles.

Hay cierto sentido de cierre en mi caso, algo así como que no importa tanto ganar una batalla porque tu primera victoria puede ser también la última. Importa, siempre, cómo afrontas la batalla.

Pero esa es otra historia.




En Little Big Horn no hay árboles porque cuando la sangre sustituye al agua bajo la tierra no merece la pena vivir.

Hay mucho recuerdo. Que es lo que siempre queda.      

miércoles, 9 de septiembre de 2015

40




Amanece sobre el Cañón del Colorado (septiembre de 2009)-

Podría tener 13 o 14 o a 15 años y pensaba dónde estaría o qué sería de mí cuando llegase esa cifra de 40 (aunque la canción no vaya de eso). Pero esto no es un post biográfico. O sí, porque sin estas 40 referencias no estaría aquí. Ni con tres muy en particular que no aparecen explícitamente pero sí estarán tras cada horizonte que reste. 


Así que este post es un repaso a 40 hitos artísticos, repartidos en libros, canciones, películas, pinturas y series. No son las mejores, ni siquiera diría que son mis favoritos de cada apartado (en la pintura admito mi práctica ignorancia y me muevo por impulsos pop), pero quizá sí son las obras más significativas que formarían una pequeña biblioteca sentimental/particular por una o 40 razones. O por mil. 

(Las fotografías corresponden a cinco viajes a Estados Unidos: 2007, 2009, 2013, 2014 y 2015) 



10 libros

Luz de agosto, de Willian Faulkner.

Desde la ventana principal de Rowan Oak, residencia de Faulkner (septiembre de 2013).

Cómo todo acabó y volvió a empezar, de E.L. Doctorow

En Monument Valley, en septiembre de 2009.

Apocalipsis, de Stephen King

Desde Brooklyn, en septiembre de 2007.

Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain

Panorámica de Hannibal, la casa de Twain y de Tom y Huckleberry, cuyas estatuas otean el pueblo. (2013) 

2666, de Roberto Bolaño

Ciudad Juarez, capital del horror. (Julio 2015)

Ahora sabréis lo que es correr, de Dave Eggers

El tramo más largo de la Ruta 66 original que queda, en Arizona. (Septiembre de 2009).

Todo está iluminado, de Jonathan Safran Foer

El cielo de Kansas, con el 14 a la espalda. (Julio 2015)

Bajo el volcán, de Malcolm Lowry

A través del Antelope Canyon, en la frontera entre Arizona y Utah. (Septiembre de 2009)

El poder y la gloria, de Graham Greene




  
10 canciones

Hotel California, de The Eagles


A certain romance, de Artic Monkeys


Love rescue me, de U2


Common People, de Pulp


Gotta get away, de The Black Keys


Crown of love, de Arcade Fire


Insurrección, de El Último de la Fila 


Road to nowhere, de Talking Heads


All along the watchtower, de Bob Dylan


Wicked game, de Chris Isaak



10 películas

Amor a quemarropa, de Tony Scott


El imperio contraataca, de Irvin Kershner


Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola  


El hombre que mató a Liberty Valance, de John Ford



El apartamento, de Billy Wilder



Misión de audaces, de John Ford


Cantando bajo la lluvia, de Stanley Donen



Centauros del desierto, de John Ford



Beautiful girls, de Ted Demme


Lolita, de Stanley Kubrick




5 series






5 pinturas

Christina's World, de Andrew Wyeth


Black Square, de Kazimir Malevich


Nighthawks, de Edward Hopper



Gold Marilyn Monroe, de Andy Warhol



Madame Barbe de Rimsky Korsakov, de Franz Xavier Winterhalter