A veces, la ruta será real, con sus kilómetros y sus paisajes. Otras, será un simple divertimento, desahogo, crítica, queja o pista. Pero siempre habrá una historia al otro lado de un último horizonte de verano.
Ya está. Se acabó. En unas pocas horas (cuando me levante), cogeré ya el avión. La última tarde repetí el ritual de cócteles pero si perder la noción de la identidad del espacio/tiempo. Incluso me dio para coger el ferry y cruzar el Mississippi para tomar una puesta del sol a la altura de una despedida.
No queda mucho por decir salvo daros las gracias y que espero que la mayoría de vosotros aún no hayáis empezado ni vuestras vacaciones y así os quede mucho por disfrutar.
"Luego, de vuelta a la carretera, las sombras empezaron a alargarse mientras la tarde se agotaba. El verde de la tierra crecía más suave y, la carretera, en un suave descenso, se fundía en un valle...
Así es como comienza el último párrafo de The March (La gran marcha, en España), la novela de 2005 escrita por E.L. Doctorow, fallecido ayer. Por encima de los más mediáticos Phillip Roth o John Updike, para mí, Doctorow era el mejor de su generación. Quizá os suene de algo Billy Bathgate o Ragtime, por aquello de las películas. Yo me quedo, personalmente, con su primera novela, el western Welcome to Hard Times (uno de los mejores títulos que recuerdo, donde Hard Times es el nombre de un pueblo y que en España, en su última traducción, se tituló Cómo todo acabó y volvió a comenzar) y esta The March, en la que cuenta la expedición que el general yanqui Sherman lideró en los semanas finales de la Guerra Civil de vuelta al este y a través de Georgia y las dos Carolinas, arrasando con todo: granjas, cosechas, ciudades, para evitar que los confederados tuvieran la mínima oportunidad de recuperarse. Pero no sólo fue una marcha de castigo, ya que en su camino al este se fueron uniendo esclavos liberados, gente común a las que dejaban sin nada de lo que vivir e incluso aristócratas sureños que huían del hambre que empezaba a extenderse tras la contienda.
Portada de la prensa nacional cuando Carolina del Sur decidió retirar la bandera confederada de ligares públicos.
Los yanquis (como muy bien nos advertía Lo que el viento se llevó) no fueron precisamente unos caballeros durante y después de la guerra. Por eso, la polémica de las banderas confederadas (a raíz de los asesinatos raciales de Carolina) es algo bastante delicado en el Sur (es un símbolo racista, desde luego, pero es mucho más y para muchos es un icono de pertenencia frente al relato estándar del Norte...) no es tan sencilla y reducirla a un debate periodístico de tertulianos (como con todo) es una temeridad. En fin, empiezo con esta otra larga marcha para repasar los mejores momentos de esta Ruta Pop 3. Son 9 y no diez porque sí, porque he querido dejarlo en 9:
9) Lo que bien acaba: pues eso, ahora que todo terminó y lo hizo de la mejor manera posible, pues uno puede mirar con cierta sonrisa cómo las cosas no empezaron tan bien. El mismo primer día, al aparcar frente al hotel de Lafayette, le arreé un viaje al guardabarros trasero y lo rompí (la foto es del coche antes de salir del local de alquiler en Nueva Orleans). Más allá de lo que pudiera costarme la gracia (me llevé toda la ruta recalculando gastos), mi preocupación radicó en cómo hacer 4.000 millas con un guardabarros descolgado. Lo ajusté a golpes y aguantó, pese a que los primeros días miraba continuamente tras cada bache o golpe de viento. Luego, al devolver el coche, resulta que toda mi preocupación (al menos, la monetaria) fue en vano: este tipo de golpes lo cubre el seguro.
8) Barras de bar: fue hacer esta foto y el recuerdo de la tarde se difumina. Quizá el cielo me estaba avisando (recuerdo lo suficiente como para saber que no entré en el club del cartel), pero seguí adelante. La resaca del día siguiente la recuerdo muy bien, pero pasé un buen rato de un lado para el otro probando cócteles de todo tipo de alcohol (ay, mezclar a estas edades) en la ciudad de los cócteles.
7) La ley de la frontera: De los controles allá en las cercanías del Río Grande, a la sensación opresiva que Ciudad Juárez cierne sobre El Paso, pasando por los fuertes que protegían, en el borde de la nada, las comunicaciones de la incipiente Estados Unidos. La frontera entre mundos enfrentados (o en los que la gente se empeña en enfrentar), siempre presente.
6) El legado pop de Breaking Bad: Seguirle la pista a Walter White y sus fechorías, alcanzar To'hajiilee.
5) Las carreteras: largas y desiertas. Como deben ser en una buena ruta pop.
4) La Batalla: así, en mayúsculas, la Batalla de Nueva Orleans de 1815 porque será (o es, porque está escrita) en la segunda parte de Una aventura pop.
2) La resistencia: de un barrio condenado a la muerte por la imprudencia y la incompetencia, el Lower 9th Ward. Vivido todo en bicicleta y hablando con sus protagonistas. El dolor no se va.
1) En blanco: que es como te dejan las White Sands de Nuevo México. En blanco de palabras para describirlas y en blanco para pensar.
15.870 millas. Cuando cogí el coche marcaba 11.823, así que la ruta final (hoy me he hecho otras 500 desde París a Nueva Orleans) han sido 4.047 millas. Convertido a kilómetros, 6.513; convertido a algo que se pueda apreciar es como si hubiera viajado diez días seguidos a Cádiz desde Madrid.
Como podéis imaginar, estoy algo cansado y hoy no os
soltaré demasiada literatura. Además, el wifi del hotel va regular y las fotos
tardan cuarto y mitad de siglo en subirse. Tampoco hay mucho que contar del día
de hoy, ya que, como el de ayer, ha sido un atracón de kilómetros que ha
empezado a las seis de la mañana en punto (ya estaba al volante a esa hora) y
ha acabado a las cuatro de la tarde con la devolución.
El único alivio (por decirlo de alguna manera,
porque me ha supuesto un desvío de una hora) ha sido la visita al lugar donde
emboscaron y acabaron con dos hijos de perra muy malos como Bonnie Parker y
Clyde Barrow.
Que no os engañe el romanticismo de la película (aunque la
película es bastante cruda), la parejita se estaba buscando acabar como
acabaron, en una emboscada en medio de los bosques del norte de Luisiana, a
unas millas al sur de Gibsland. Nunca se supo cuántos bancos, gasolineras o
tiendas atracaron; tampoco están claras las víctimas atribuibles a la banda
(eran más de dos y la jefa era ella) aunque no bajan de la decena.
Así que el 23 de mayo de 1934, cuatro policías de
Texas y dos de Luisiana se escondieron detrás de los arbustos y, en cuanto se
paró el coche, lo acribillaron sin preguntar.
Hay quien critica que no se les
diera el alto ni se les avisara (hombre, muy legal no parece tampoco) y, todo ello, unido a que en la prensa se les
trató como unos Robin Hood de los duros años de la Gran Depresión (que se sepa
no repartían nada entre los pobres), fabricó una leyenda en la que se obvia la parte mala (en este enlace
os dirijo a una curiosa historia que publiqué sobre ambos en Lainformacion.com
sobre cómo agradecieron a Henry Ford el coche que había fabricado y que les
permitía huir de todos los policías. También hay fotitos de la época).
En fin, no le veo yo la gracia de ensalzar a asesinos, pero en el pueblo al que pertenece este peñasco
pintarrajeado por adolescentes o adultos adolescentados hay una tienda-museo
que da un poco de escalofrío (hay casi más cosas de Warren Beatty y de Faye
Dunaway que de los verdaderos asesinos), regentada por el gemelo delgado de
Machete (sí, el de las películas de Robert Rodríguez). Me dieron ganas de comprar más cosas cuando me dijo, remirándome, ¿esto es lo que te llevas?
Ya está bien. No más batallitas. No sé si mañana
subiré un post (de Nueva Orleans he escrito bastante ya) y ya el miércoles me despido con los mejores momentos de todo el viaje. No sé…
Dejad que disfrute de la mejor habitación del hotel…
¿os venís de fiesta a la terraza?
Y, cómo no, un último horizonte: el de esta mañana al salir rumbo al sur y una canción de un grupo que se puso ese nombre en honor de la película de Win Wenders y que quedó (el grupo) para ponerle música a anuncios de coche y Kiss FM (ésta no, la famosa, la de la chica que quiere un amigo y no un amante).
(Ruta de hoy: Garden City (Kansas)-Dodge City-Oklahoma City-París (Texas): 541 millas). Me encanta el olor de las vacas por la mañana. Mentira: salir a eso de las seis de la mañana del motel y recibir una bofetada de estiércol como si media docena de bóvidos hubieran dormido a la puerta de la habitación no es muy agradable. Pero me podía la bromita, claro. Tampoco es la forma más agradable de comenzar un post de lunes, es decir, de repaso gastronómico tras un par de chorradas preliminares. A lo que iba: en Kansas sólo hay vacas y cielos azules; en temporada de huracanes, también hay tornados que convierten a las vacas en balas y ensombrecen el azul. Sin embargo, no he visto cielos tan inmensos en ningún otro sitio. Ni siquiera en los estados colindantes, puesto que sales de Kansas y, a los dos kilómetros, ya hay colinas y hondonadas. En Oklahoma y en Colorado. En Nebraska y Missouri. Se ve que, para ser de Kansas, la tierra debe ser plana y así ser capaces todos de ver venir a una vaca volando desde 300 kilómetros de distancia y esquivarla como los molones de Matrix hacían con las balas.
Con tanta vaca, en Kansas adquiere su verdadero significado el término vaquero. Porque te dedicas a la ganadería o te quedas mirando al cielo. Hubo un tiempo en que Kansas también fue frontera y en su ciudad más al oeste, Dodge City, se forjó la leyenda de Wyatt Earp, ya que allí ocupó su cargo antes de que se retirase y se jubilara a Tombstone (Arizona). Allí, de hecho (y no en Dodge City) se convertiría en leyenda cuando ocurrió una de las premisas de un buen western: a los viejos pistoleros nunca les dejan jubilarse y, en su caso, el lío acabó en el duelo del OK Corral.
Hoy, la calle principal de Dodge City parece uno de esos decorados acartonados/plastificados de feria de pueblo pueblo pueblo. Si sonara Camela, creería estar en El Colorado (el de Conil, no el de los USA). Lo sé, lo sé. La comida. Aquí va. La primera andanada contra la acidez de estómago: si asimilas al enemigo, no te hace dado... o una chorrada así dice Sun Tzu en El arte de la guerra. Claro que el Sun Tzu no comió en el Frontier de Albuquerque donde uno pide inocentemente un burrito y te ponen el burraco; donde uno pide unos chips con guacamole pensando en una tarrina y te ponen un plato de ensalada familiar en mesón de carretera manchega; donde uno pide unos palitos de pollo y te ponen medio pollo frito. Donde por 13 dólares te ponen todo esto:
Y el jueves, comí y cené con ello (el burrito estaba repleto de chile verde). Y desayuné también. Aunque no fue en el Frontier, sino en Twister (el Pollos Hermanos de Breaking Bad). Quitando el guacamole y el pollo, el plato principal, que atendía al nombre de Huevos Rancheros, era tan abundante o más que el burraco de la tarde anterior. Más contundente porque en lugar de arrocito blanco y dos tiras de lechuga (ver arriba) éste venía acompañado de carne de cerdo adobada, judías pintas y patatas fritas. Ah, y con chile rojo (dado que aquí la verdadera rivalidad enconada no emana del fútbol sino es la de los aficionados al chile rojo o al verde)
Hasta aquí llegó mi interés por la comida mexicana (Momento cateto: ¿alguien sabe la diferencia entre un burrito, un taco o una enchilada? ¿No termina todo siendo un revoltijo que debes envolver en una tortilla?). En fin, dejemos la filosofía de barra y continuemos nuestro repaso. También en Albuquerque, y quizá con la conciencia carcomida por haber estado en Texas y sólo haber ido a una de sus famosas barbacoas, me acerqué a un local de origen texano el viernes por la noche que, lo que son las cosas, mejoró al famoso Black's de Lockhart. Se llama Rudy's (sí, como el tontobaba del baloncesto) y si pasáis alguna vez cerca de alguno (no del tontobaba, de un restaurante), parad. Atiendan por favor que lo rojo que sobresale tras la comida son los asideros de un cajillo de plástico. Porque no te dan una bandeja, sino un cajillo como si fueras a cargar con 24 cervezas. La salchicha al jalapeño, las costillas y la falda se sitúan en el nivel de ilegalidad manifiesta de lo buenas que estaban. Pero, ay, la falda.
Al día siguiente (sábado) seguía en territorio vaquero, es decir, Kansas. Por lo que me fui a otra steakhouse, la Lonestar (es también cadena en el sentido de que tienen media docena de locales en varios estados). Por ser responsable, empecé con unas judías verdes.
Que yo no tengo la culpa que lo empanen todo. Después, vino el ribeye, sabroso y más que correcto como todos los que ponen por aquí (si es alargar el brazo y agarras una vaca...).
Para bajar un poco el atracón, dejo para el final la horterada de la ruta. Estoy en Paris, Texas, por dos razones: la primera, porque entre Garden City y Nueva Orleans hay como 17 horas en coche y tenía que parar en algún lugar a unas ocho horas (que más bien rozaban las nueve y han terminado siendo diez porque he pillado atasco por obras). La segunda es por la película de Win Wenders (que de la ciudad sólo tiene el nombre porque no se rodó una sola escena aquí). La ciudad, por su parte, no iba a dejar pasar la oportunidad de aprovechar el tirón de su hermana mayor y se han cascado una imitación de la Torre Eiffel. Lo del sombrero sería imperdonable si no fuera un guiño a la película (donde el rojo es esencial... y sí, por eso llevo camisa roja).
Lo que es imperdonable es que 850 kilómetros de coche en un día den para dos fotos. Hasta mañana, último día de coche.
(Ruta de hoy: Albuquerque (Nuevo México)-Garden City (Kansas): 503 millas). El mal no tiene razones. Porque en el momento en el que buscas una razón estás esculpiendo una justificación y, entonces, conviertes a las víctimas en víctimas por segunda vez o, mucho peor, dejan de ser un poco tan víctimas. Hay gente mala. Mucha. Quizá más de la que pensamos. Lo peligroso es que ni ellos mismos lo saben. De eso, del mal espontáneo, puro, innato, puede que vaya A sangre fría, la novela de Truman Capote que fundó (aunque hay al menos un antecedente, Operación Masacre, de Rodolfo Walsh) eso del nuevo periodismo, es decir, la mezcla de realidad informativa con técnicas puras y duras de la ficción. La novela (porque es una novela y no un reportaje) narra el asesinato del señor (Herb) y la señora Clutter (Bonnie), y los dos hijos que aún vivían con ellos, Nancy, de 16 años; y Kenyon, de 15, a manos de dos convictos en libertad condicional, Dick Hickock y Perry Edward Smith. Un tipo les dijo en prisión que había un granjero podrido de dinero (10.000 dólares en su caja fuerte) en un rincón perdido de Kansas y en la madrugada del 15 de noviembre de 1959 asaltaron la casa, le cortaron la garganta y le descerrajaron un tiro en la cabeza a Herb y luego le metieron una bala, también en la cabeza, a cada uno de los testigos maniatados: Bonnie, Nancy y Kenyon. Se llevaron 50 dólares.
Al final de este camino, que es propiedad privada, aún se encuentra la granja de la masacre.
El mal tampoco es absurdo. Una vez más, buscarle una lógica (o incluso una carencia de lógica) es faltarle el respeto a los que murieron por su culpa. La pedanía de Holcomb (porque no es municipio independiente) no ha crecido demasiado en casi 60 años. Tiene unos 2.000 habitantes y el casco urbano consta de apenas cuatro manzanas (sus residentes están desperdigados por la llanura del rincón suroeste de Kansas). Como dice Capote al comienzo de la novela, los demás habitantes del Estado llaman a esta zona "allá lejos".
Holcomb no aspira a mucho más. Exactamente, como todo el territorio del tamaño de Andalucía que comparten Kansas y Colorado más o menos en el centro geográfico de Estados Unidos y que bien se agosta ante la impotencia de una tierra dura (como ocurre al oeste) o bien se lucha de sol a sol (y aquí amanece muy temprano y anochece muy tarde) para criar ganado o sacar algo de maíz o trigo. Es una tierra tranquila, abotargada, aplastada por cielos azules inmensos y nubes perezosas. Lo que no quita el estigma que arrastra esta localidad partida en dos físicamente por la vía del tren y destrozada en mil pedazos por el crimen. Te sientes observado, porque sabes que si apareces con un coche de fuera vienes a lo que vienes. La propia granja de los Clutter debe verse desde unos 300 metros de distancia, advertidos al principio del sendero que conduce a ella de que es propiedad privada (nada que ver con la familia). Mejor no preguntar a nadie y mejor no pararse demasiado en ningún lado, pese a que en la misma entrada del pueblo el parque municipal está dedicado a las víctimas. Holcomb es un pueblo con claros síntomas de estrés postraumático.
El mal no tiene origen. Cuando la matanza saltó a los titulares de todo el país, se tendía a convertir en metáfora/advertencia el suceso de los Clutter: si les pasa a ellos, ejemplo perfecto del modo de vida americano en una bucólica esquina intrascendente, te puede pasar a ti. Nadie se lo explicaba cuando el mal no tiene explicación. Capote dedicó más de seis años a intentar comprender el crimen y contarlo luego. Al hacerlo desde los dos puntos de vista, los amigos y familiares de los fallecidos se sintieron traicionados. Para ellos, los asesinos son asesinos y punto. Lo que decía de razones y justificaciones.
Incluso cuenta la leyenda que Capote le añadió a la infancia de los dos asesinos episodios cruentos para darle sentido el relato (también hay quien dice que mantuvo una relación sentimental con uno de ellos). Pero lo que no es leyenda es que Capote no paró de beber ni de drogarse ni tomaba apuntes de nada durante el tiempo que pasaría entre Holcomb (allí no había ni hay donde hospedarse ni donde comer) y Garden City, la localidad a la que pertenece la pedanía y en cuyo hotel Warren (hoy un edificio multiusos) se hospedó acompañado de su amiga Harper Lee (tan de moda estos días).
También en Garden City está el lugar donde se desarrolló el juicio a los asesinos.
Pero el mal, en definitiva, carece de motivos. En Holcomb, en Ciudad Juárez o en Madrid. Dicen que Capote fundó el nuevo periodismo con su historia de los Clutter. Según cuentan los allegados, muy objetivo no es el libro. Supongo que porque uno siempre confunde la veracidad con su propia visión (que no versión) de los hechos y la imparcialidad con que te den la razón. Cuando no estás de acuerdo, el medio tergiversa. Y seguramente estará tergiversando. Y Capote lo hizo por todos lados. Sin embargo, hoy queda para siempre el legado de los Clutter gracias a Capote y su novela-no reportaje. Hoy sabemos que los Clutter eran buenas personas (que visto este post ya es mucho decir) y que los asesinos eran dos hijos de puta sin cabeza y sin medida. Puesto que si le metes un tiro en la cabeza a cuatro personas atadas no tienes otro nombre. Que no hay solaz ni comprensión ni epifanía después de ningún asesinato.
En la calle principal de Garden City son muy alegres: hay música pop desde altavoces municipales y estaturas felices (lo que no hay es gente)
Hace 15 años, en la primavera tardía, dejé de creer en el periodismo (ya sea nuevo o viejo) cuando dos niñas de 15 años mataron a una compañera de instituto en San Fernando (Cádiz). Una vez más, la búsqueda inmediata de razones enterró la verdad y le cortó por segunda vez la garganta a Klara (que así se llamaba la chica). Se dispararon sin cordura ni contención todas las teorías (recuerdo un titular de portada a cinco columnas: "25 puñaladas para seguir en el juego): satanismo, juegos de rol, peleas por clanes de la droga, un novio; se criminalizaba a la víctima, se destacaba la familia desestructurada de una o no se comprendía que la otra fuera de "buena familia". No quiero ni pensar en este caso hoy con twitter y la locura de la inmediatez de internet. Pero ¿saben qué? Unos días después, cuando esperaba en los juzgados para tomar declaración, una de las asesinas pidió ir al baño y la policía le preguntó que por qué lo hizo. Ni por celos ni por amor ni por Satán ni por un personaje de mayor rango en el juego. "Porque quería saber lo que se siente al matar a una persona". Hace muchos más años, mientras esperaba a que le ajusticiaran en una fecha incierta, Perry Edward Smith le explicó así a Capote su crimen: "No quería herir al hombre. Pensaba que era un auténtico caballero, de habla suave. Pensaba eso mismo en el momento en el que le cortaba la garganta". Luego, ya muerto, le pegó un tiro. Aunque a los demás sí los mató directamente de otro balazo en la cabeza.
Gracias a Capote, todos sabemos esta historia. Algunos dirán que esto no es periodismo; yo digo que si permite que el mal no se olvide es que hoy no nos ha ganado del todo. Porque la jugada final del mal siempre es el olvido.
Ruta de hoy: Albuquerque-To'hajiilee-Los Álamos-Albuquerque (290 millas: ocho horas de coche, que encontrar algunos lugares no fue sencillo)
Este blog se llama 'Una ruta pop' por algo (más allá de una explícita publicidad a mi novela). En mis tres viajes a los Estados Unidos desde 2013 siempre ha existido una motivación personal/cultural (es decir, la cultura popular entendida como educación sentimental) a la hora de elegir destinos. Así que he visitado las cunas de Twain o Faulkner, pero también del blues o de Elvis o John Wayne. Además, no ha habido pocos escenarios peliculeros (Murieron con las botas puestas, Los puentes de Madison, Con la muerte en los talones, las que quieras de Ford...) y, sobre todo, de series: desde los bosques zombificados de Georgia al carrusel plastificado de turismo que es Deadwood hoy o el rincón que se os ocurra del Nueva Orleans de Tremé. Hoy, que he estado en Albuquerque, toca Breaking Bad:
No soy de selfies, pero es que en la reserva india de Canoncito (ellos no le ponen la ñ para no liarnos con Puskas), un poco más arriba del pueblo de To'hajiilee, a unos 50 kilómetros al oeste de Albuquerque (que es lo más al oeste que llegaré en esta ruta), no había nadie para hacerme fotos. Había un par de caballos al otro lado del cerco, durmiendo a la sombra, pero salieron espantados cuando me vieron. Supongo que no están acostumbrados al turismo. O es que llamar turismo a lo que yo hago (perderme por carriles de barro recién encharcado durante una hora -lo dicho: no había NADIE a quien preguntar-) para encontrar una localización de una serie en concreto...
Por muy grande que sea la serie (creo que entraría en las cinco más grandes de cualquier lista de cualquier crítico o aficionado), no me voy a poner a glosarla ni a elogiarla. Para eso, le hacéis una visita al profesor Alberto Nahum García y su blog. Demasiado que os voy a abrasar a fotos de localizaciones. Doy fe que no ha sido sencillo: entre la casa de uno y el restaurante del otro puede haber como 40 kilómetros de distancia a través de una ciudad caótica, con semáforos para los que hay que haber estudiado física cuántica o ser un imprudente y cerrar los ojos y acelerar y... No estoy exagerando: en apenas dos horas he visto dos accidentes y como los americanos sí son muy exagerados para estas cosas, mandan hasta camiones de bomberos cuando son simples choques por alcance... y el tráfico adquiere un nuevo significado en congestión. En fin, que sigo con la reserva india donde tantas cosas suceden en la serie y donde he mentido: me encontré a un anciano en medio de la nada que me aclaró el lugar exacto... Supongo que viejos viendo la vida pasar (aunque aquí poca vida pasa porque en casi dos horas no vi a NADIE más) los hay en todas partes. Menos mal.
Independientemente de la obsesión seriéfila, el sitio es majo y ha sido una buena forma de empezar el día. De la tarde anterior (intentarlo todo de una tacada sólo se consigue con velocidades absurdas, que diría el otro clásico) son otras postales. Como la de la casa de la familia White:
Ignoro lo que le pagaron a la señora por usarla, pero se le nota que está hartita de los breakivers. Si miráis en las esquinas inferiores de la imagen, se aprecian varios carteles; se trata de recordatorios de que es propiedad privada, que ni se te ocurra pisar el jardín (que es de piedras, pero vamos...). De hecho, la señora está al acecho y no deja ni que saludes o preguntes. "A la otra acera, a la otra acera", te grita de inmediato, olvidando que la acera ya es dominio público y que el lugar al que te manda a hacer la foto pertenece a otra persona. En fin, que mucho espantar a la gente, pero luego muy bien que se colocó en medio de las fotos hacía para salir en ellas (conseguí esta en la que sólo se le aprecia en el garaje, vestida de rosa). De allí a otras dos localizaciones que han seguido su vida y que han cambiado de negocio en algún caso. La primera, es la esquina donde se alojaba el despacho de Saul Goodman:
Y la segunda, el lavadero (en su doble significación) de los White.
Dejo para el final la otra gran localización. Los Pollos Hermanos (que en realidad se llaman Twisters y su especialidad es la comida mexicana y no el pollo frito). Aquí fueron bastante amables y me hicieron una foto antes de zamparme (otro día pongo el plato de cerca pero hay regimientos napoleónicos que han comido en su totalidad con menos comida de la que me pusieron esta mañana) el desayuno. La mesa (y en el lado concreto de ésta) a la que me senté, claro, es en la que Walter espera a Gus Fring.
Sin embargo, el día no ha sido todo Breaking Bad. Pasar ocho horas en el coche en menos de 500 kilómetros da para mucho. Así que el destino me deparó lo que me quitó con la pantomima de Roswell. Por puro azar, elegí una ruta alternativa para llegar a mi destino final, el pueblo de Los Alamos, y eso me deparó atravesar el territorio del Pueblo Jemez, una de las sorpresas paisajísticas más agradables del viaje (por inesperada), con escarpadas montañas teñidas de rojo a través de la que se va circulando por su valle.
En ella, además, me encontré con el inevitable legado español en Estados Unidos. Data nada menos que de principios de 1600 (dudo mucho que en otras partes anglosajonas del país haya resquicios tan antiguos) y fue un poblado fundado por españoles, que llegaron hasta aquí subiendo el Río Grande y se asentaron junto a los indios del lugar, a los que enseñaron a trabajar el barro para construir. Como los indios nada más que decían Heee-Meee (esto no es broma), los llamaron Jemez (somos únicos nombrando cosas). Respecto a esto de nombrar. Nuevo México en general es un lugar muy curioso donde se respetan como en muy pocos otros lugares de los USA la tradición de las tribus indias. A través de los siglos ha mezclado bastante con el español y el resultado es que la nomenclatura de los lugares es un gazpacho de ambas culturas, por encima de la anglosajona. Así, el 80% de las localidades, ríos, valles, montañas... tienen nombre español y se ven desde incongruencias semánticas -como Los Lunas- hasta el Río Puerco, el Pueblo San Ysidro o Cuba (pero son innumerables los ejemplos topográficos). Sin olvidarnos de que aquí la calle principal no se denomina Main street sino Central Street. ¿Por dónde iba? Por el legado, eso era. La siguiente iglesia es de principios del siglo XVII, incluso antes de que los del famoso Mayflower tocasen tierra en la costa Este:
Para legado, finalmente, el que acarrea el pueblo de Los Alamos (las tildes, así como la ñ son cosas que se perdieron con los siglos), embutido entre montañas de todo tipo para esconder bien lo que se estaba haciendo allí. Porque en este pueblo (del que no se pueden hacer fotos significativas porque es una concatenación de urbanizaciones cool en las que ves a pasear a señoras blanquitas con sus perros que se alternan con caballeros blanquitos con pinta de científicos; aquí no hay negros ni hispanos ni homeless ni las tres cosas a la vez) es donde los americanos desarrollaron el proyecto que desencadenaría en la creación de la bomba atómica. El más conocido como Proyecto Manhattan (otro inciso seriéfilo: la serie al respecto está rodada en una especie de desierto como el de Alamogordo -que es donde se probaría la bomba y que está a 200 millas al sur, justo alrededor de las bellas White Sands- pero Los Alamos es realmente zona de montaña). El museo que cuenta la historia del pueblo es raruno. La primera sala se empeñan en contarte que antes de los años 40 el pueblo era una especie de paraíso para boy scouts. Luego, te hablan de geología y, si te adentras en las salas, ya te cuentan si tal lo de la bomba. Todavía hoy el pueblo alberga numerosos proyectos secretos (hay que pasar garitas de control) y, como las nubes siempre se me alían de forma insospechada a la hora de hacer fotos, esto capté en el cielo de Los Alamos, como si alguien anduviera trasteando tras las colinas.
Ay, el peligro: se llame Walter White, Heisenberg, Billy el Niño, un marciano o Manolito. ¿Todos reciben/recibimos su/nuestro merecido?