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domingo, 19 de julio de 2015

Día 14: Llueven balas



(Ruta de hoy: Garden City (Kansas)-Dodge City-Oklahoma City-París (Texas): 541 millas).

Me encanta el olor de las vacas por la mañana. 

Mentira: salir a eso de las seis de la mañana del motel y recibir una bofetada de estiércol como si media docena de bóvidos hubieran dormido a la puerta de la habitación no es muy agradable. Pero me podía la bromita, claro. Tampoco es la forma más agradable de comenzar un post de lunes, es decir, de repaso gastronómico tras un par de chorradas preliminares.

A lo que iba: en Kansas sólo hay vacas y cielos azules; en temporada de huracanes, también hay tornados que convierten a las vacas en balas y ensombrecen el azul.

Sin embargo, no he visto cielos tan inmensos en ningún otro sitio. Ni siquiera en los estados colindantes, puesto que sales de Kansas y, a los dos kilómetros, ya hay colinas y hondonadas. En Oklahoma y en Colorado. En Nebraska y Missouri. Se ve que, para ser de Kansas, la tierra debe ser plana y así ser capaces todos de ver venir a una vaca volando desde 300 kilómetros de distancia y esquivarla como los molones de Matrix hacían con las balas.  





Con tanta vaca, en Kansas adquiere su verdadero significado el término vaquero. Porque te dedicas a la ganadería o te quedas mirando al cielo. Hubo un tiempo en que Kansas también fue frontera y en su ciudad más al oeste, Dodge City, se forjó la leyenda de Wyatt Earp, ya que allí ocupó su cargo antes de que se retirase y se jubilara a Tombstone (Arizona). Allí, de hecho (y no en Dodge City) se convertiría en leyenda cuando ocurrió una de las premisas de un buen western: a los viejos pistoleros nunca les dejan jubilarse y, en su caso, el lío acabó en el duelo del OK Corral. 




Hoy, la calle principal de Dodge City parece uno de esos decorados acartonados/plastificados de feria de pueblo pueblo pueblo. 

Si sonara Camela, creería estar en El Colorado (el de Conil, no el de los USA).

Lo sé, lo sé. 

La comida. 

Aquí va. 

La primera andanada contra la acidez de estómago: si asimilas al enemigo, no te hace dado... o una chorrada así dice Sun Tzu en El arte de la guerra.

Claro que el Sun Tzu no comió en el Frontier de Albuquerque donde uno pide inocentemente un burrito y te ponen el burraco; donde uno pide unos chips con guacamole pensando en una tarrina y te ponen un plato de ensalada familiar en mesón de carretera manchega; donde uno pide unos palitos de pollo y te ponen medio pollo frito. 

Donde por 13 dólares te ponen todo esto:  


Y el jueves, comí y cené con ello (el burrito estaba repleto de chile verde). 

Y desayuné también. Aunque no fue en el Frontier, sino en Twister (el Pollos Hermanos de Breaking Bad). Quitando el guacamole y el pollo, el plato principal, que atendía al nombre de Huevos Rancheros, era tan abundante o más que el burraco de la tarde anterior. Más contundente porque en lugar de arrocito blanco y dos tiras de lechuga (ver arriba) éste venía acompañado de carne de cerdo adobada, judías pintas y patatas fritas. 

Ah, y con chile rojo (dado que aquí la verdadera rivalidad enconada no emana del fútbol sino es la de los aficionados al chile rojo o al verde)



Hasta aquí llegó mi interés por la comida mexicana (Momento cateto: ¿alguien sabe la diferencia entre un burrito, un taco o una enchilada? ¿No termina todo siendo un revoltijo que debes envolver en una tortilla?). 

En fin, dejemos la filosofía de barra y continuemos nuestro repaso. También en Albuquerque, y quizá con la conciencia carcomida por haber estado en Texas y sólo haber ido a una de sus famosas barbacoas, me acerqué a un local de origen texano el viernes por la noche que, lo que son las cosas, mejoró al famoso Black's de Lockhart. Se llama Rudy's (sí, como el tontobaba del baloncesto) y si pasáis alguna vez cerca de alguno (no del tontobaba, de un restaurante), parad. 

Atiendan por favor que lo rojo que sobresale tras la comida son los asideros de un cajillo de plástico. Porque no te dan una bandeja, sino un cajillo como si fueras a cargar con 24 cervezas. La salchicha al jalapeño, las costillas y la falda se sitúan en el nivel de ilegalidad manifiesta de lo buenas que estaban. 

Pero, ay, la falda.


Al día siguiente (sábado) seguía en territorio vaquero, es decir, Kansas. Por lo que me fui a otra steakhouse, la Lonestar (es también cadena en el sentido de que tienen media docena de locales en varios estados). Por ser responsable, empecé con unas judías verdes.


Que yo no tengo la culpa que lo empanen todo. 

Después, vino el ribeye, sabroso y más que correcto como todos los que ponen por aquí (si es alargar el brazo y agarras una vaca...).


Para bajar un poco el atracón, dejo para el final la horterada de la ruta. Estoy en Paris, Texas, por dos razones: la primera, porque entre Garden City y Nueva Orleans hay como 17 horas en coche y tenía que parar en algún lugar a unas ocho horas (que más bien rozaban las nueve y han terminado siendo diez porque he pillado atasco por obras). La segunda es por la película de Win Wenders (que de la ciudad sólo tiene el nombre porque no se rodó una sola escena aquí). 

La ciudad, por su parte, no iba a dejar pasar la oportunidad de aprovechar el tirón de su hermana mayor y se han cascado una imitación de la Torre Eiffel. 

Lo del sombrero sería imperdonable si no fuera un guiño a la película (donde el rojo es esencial... y sí, por eso llevo camisa roja). 


Lo que es imperdonable es que 850 kilómetros de coche en un día den para dos fotos.

Hasta mañana, último día de coche. 




sábado, 18 de julio de 2015

Día 13: A salvo del olvido




(Ruta de hoy: Albuquerque (Nuevo México)-Garden City (Kansas): 503 millas).


El mal no tiene razones. Porque en el momento en el que buscas una razón estás esculpiendo una justificación y, entonces, conviertes a las víctimas en víctimas por segunda vez o, mucho peor, dejan de ser un poco tan víctimas. Hay gente mala. Mucha. Quizá más de la que pensamos. Lo peligroso es que ni ellos mismos lo saben.

De eso, del mal espontáneo, puro, innato, puede que vaya A sangre fría, la novela de Truman Capote que fundó (aunque hay al menos un antecedente, Operación Masacre, de Rodolfo Walsh) eso del nuevo periodismo, es decir, la mezcla de realidad informativa con técnicas puras y duras de la ficción. La novela (porque es una novela y no un reportaje) narra el asesinato del señor (Herb) y la señora Clutter (Bonnie), y los dos hijos que aún vivían con ellos, Nancy, de 16 años; y Kenyon, de 15, a manos de dos convictos en libertad condicional, Dick Hickock y Perry Edward Smith. Un tipo les dijo en prisión que había un granjero podrido de dinero (10.000 dólares en su caja fuerte) en un rincón perdido de Kansas y en la madrugada del 15 de noviembre de 1959 asaltaron la casa, le cortaron la garganta y le descerrajaron un tiro en la cabeza a Herb y luego le metieron una bala, también en la cabeza, a cada uno de los testigos maniatados: Bonnie, Nancy y Kenyon. 

Se llevaron 50 dólares.      


Al final de este camino, que es propiedad privada, aún se encuentra la granja de la masacre.

El mal tampoco es absurdo. Una vez más, buscarle una lógica (o incluso una carencia de lógica) es faltarle el respeto a los que murieron por su culpa. 

La pedanía de Holcomb (porque no es municipio independiente) no ha crecido demasiado en casi 60 años. Tiene unos 2.000 habitantes y el casco urbano consta de apenas cuatro manzanas (sus residentes están desperdigados por la llanura del rincón suroeste de Kansas). Como dice Capote al comienzo de la novela, los demás habitantes del Estado llaman a esta zona "allá lejos".  



Holcomb no aspira a mucho más. Exactamente, como todo el territorio del tamaño de Andalucía que comparten Kansas y Colorado más o menos en el centro geográfico de Estados Unidos y que bien se agosta ante la impotencia de una tierra dura (como ocurre al oeste) o bien se lucha de sol a sol (y aquí amanece muy temprano y anochece muy tarde) para criar ganado o sacar algo de maíz o trigo. Es una tierra tranquila, abotargada, aplastada por cielos azules inmensos y nubes perezosas. 

Lo que no quita el estigma que arrastra esta localidad partida en dos físicamente por la vía del tren y destrozada en mil pedazos por el crimen. Te sientes observado, porque sabes que si apareces con un coche de fuera vienes a lo que vienes. La propia granja de los Clutter debe verse desde unos 300 metros de distancia, advertidos al principio del sendero que conduce a ella de que es propiedad privada (nada que ver con la familia). Mejor no preguntar a nadie y mejor no pararse demasiado en ningún lado, pese a que en la misma entrada del pueblo el parque municipal está dedicado a las víctimas. 

Holcomb es un pueblo con claros síntomas de estrés postraumático. 




El mal no tiene origen. Cuando la matanza saltó a los titulares de todo el país, se tendía a convertir en metáfora/advertencia el suceso de los Clutter: si les pasa a ellos, ejemplo perfecto del modo de vida americano en una bucólica esquina intrascendente, te puede pasar a ti. 

Nadie se lo explicaba cuando el mal no tiene explicación. Capote dedicó más de seis años a intentar comprender el crimen y contarlo luego. Al hacerlo desde los dos puntos de vista, los amigos y familiares de los fallecidos se sintieron traicionados. Para ellos, los asesinos son asesinos y punto.

Lo que decía de razones y justificaciones.   



Incluso cuenta la leyenda que Capote le añadió a la infancia de los dos asesinos episodios cruentos para darle sentido el relato (también hay quien dice que mantuvo una relación sentimental con uno de ellos). Pero lo que no es leyenda es que Capote no paró de beber ni de drogarse ni tomaba apuntes de nada durante el tiempo que pasaría entre Holcomb (allí no había ni hay donde hospedarse ni donde comer) y Garden City, la localidad a la que pertenece la pedanía y en cuyo hotel Warren (hoy un edificio multiusos) se hospedó acompañado de su amiga Harper Lee (tan de moda estos días).


También en Garden City está el lugar donde se desarrolló el juicio a los asesinos. 




Pero el mal, en definitiva, carece de motivos. En Holcomb, en Ciudad Juárez o en Madrid. 

Dicen que Capote fundó el nuevo periodismo con su historia de los Clutter. Según cuentan los allegados, muy objetivo no es el libro. Supongo que porque uno siempre confunde la veracidad con su propia visión (que no versión) de los hechos y la imparcialidad con que te den la razón. Cuando no estás de acuerdo, el medio tergiversa. Y seguramente estará tergiversando. Y Capote lo hizo por todos lados. 

Sin embargo, hoy queda para siempre el legado de los Clutter gracias a Capote y su novela-no reportaje. Hoy sabemos que los Clutter eran buenas personas (que visto este post ya es mucho decir) y que los asesinos eran dos hijos de puta sin cabeza y sin medida. Puesto que si le metes un tiro en la cabeza a cuatro personas atadas no tienes otro nombre.  

Que no hay solaz ni comprensión ni epifanía después de ningún asesinato.


En la calle principal de Garden City son muy alegres: hay música pop desde altavoces municipales y estaturas felices (lo que no hay es gente)

Hace 15 años, en la primavera tardía, dejé de creer en el periodismo (ya sea nuevo o viejo) cuando dos niñas de 15 años mataron a una compañera de instituto en San Fernando (Cádiz). Una vez más, la búsqueda inmediata de razones enterró la verdad y le cortó por segunda vez la garganta a Klara (que así se llamaba la chica). Se dispararon sin cordura ni contención todas las teorías (recuerdo un titular de portada a cinco columnas: "25 puñaladas para seguir en el juego): satanismo, juegos de rol, peleas por clanes de la droga, un novio; se criminalizaba a la víctima, se destacaba la familia desestructurada de una o no se comprendía que la otra fuera de "buena familia". No quiero ni pensar en este caso hoy con twitter y la locura de la inmediatez de internet. 

Pero ¿saben qué? Unos días después, cuando esperaba en los juzgados para tomar declaración, una de las asesinas pidió ir al baño y la policía le preguntó que por qué lo hizo. Ni por celos ni por amor ni por Satán ni por un personaje de mayor rango en el juego. "Porque quería saber lo que se siente al matar a una persona". 

Hace muchos más años, mientras esperaba a que le ajusticiaran en una fecha incierta, Perry Edward Smith le explicó así a Capote su crimen: "No quería herir al hombre. Pensaba que era un auténtico caballero, de habla suave. Pensaba eso mismo en el momento en el que le cortaba la garganta".

Luego, ya muerto, le pegó un tiro. Aunque a los demás sí los mató directamente de otro balazo en la cabeza. 



Gracias a Capote, todos sabemos esta historia. Algunos dirán que esto no es periodismo; yo digo que si permite que el mal no se olvide es que hoy no nos ha ganado del todo. 

Porque la jugada final del mal siempre es el olvido.