domingo, 12 de julio de 2015

Día 7: Ya no tiene sentido abandonar




(Ruta de hoy: Lafayette-Luling (Texas): 390 millas).

Ya estamos en Texas (no uso el plural mayestático, es que a Americanity hay que tenerlo en cuenta), tierra descubierta por el español Alvar Núñez Cabeza de Vaca a principios del XVI y cuya vida (la del descubridor) que tendría 15 películas de Hollywood si llega a ser de Virginia. Un inciso: lo de abandonar del título es por una frase de la canción del día, no porque tenga demasiado que ver con lo ocurrido. O quizá sí... porque ya no hay vuelta atrás, ya estoy en mitad de este estado un 40% más extenso (aunque con la mitad de habitantes) que España.

Estoy en Luling, entre Houston y San Antonio, donde duermo por su cercanía con Lockhart, considerada la capital tejana de la barbacoa (y Texas en sí es la capital mundial de la barbacoa) y donde una docena de restaurantes se disputan el privilegio de ser el más condecorado. Qué mejor lugar para aprovechar y hacer un nuevo repaso de los que os gustan, de comidas y ocio en general. 

Empiezo por el final, es decir, lo de hace una horita, que fue un pequeño homenaje en la Black's Barbecue, la casa de fogones más antigua de Texas (1932) regentada de forma continua por la misma familia y la única de las grandes casas de Lockhart que abre los domingos.



Y éste es el pllatazo:



Platazo quizá no tanto por la cantidad específica, porque es una muestra de las especialidades: falda de ternera (dos buenas rodajas), costillas de ternera del tamaño de media ración de un Fosters, una salchicha, ensalada de patatas y una ración de judías... todo no se ve porque el plato hace montaña... Todo estaba de escándalo, con ese sabor puro de la barbacoa de verdad y maceradas las carnes durante horas y horas... ¿Y sabéis que es lo que hace de todo esto un platazo? Que cuesta 15 dólares, bebida (si es refresco lo puedes rellenar todo lo que quieras) incluida.  

El atracón de carne vino unas horas después de otro atracón, éste de pescado (por alternar un poco), que me tomé en Lafayette, en otra casa con casi un siglo a sus espaldas (data de 1934), el Don's Seafood, el sábado por la noche. En la capital del territorio cajún, tocaba tomar comida homónima... y el resultado fue un poco regulero. No sé si porque el Don's es como el Romerijo (para gaditanos y turistas) o el Brillante (madrileños) de Lafayette. Mucho nombre, mucho turisteo y el producto algo estándar (ojo: es fresco). 

Me tomé una copa de Gumbo (su sopa de marisco particular a la que tuve que añadirle un poco de tabasco -otro producto local- para darle lo que un chef mediático definiría como punch):



Después vino el pescado frito variado... con resultados muy irregulares: las gambas fritas y el catfish frito estaban muy decentes, pero las patatas fritas eran de las baratas del supermercado, el arroz era pastoso; los fetuccini con cangrejo (es lo que parece una natilla a la izquierda) aprobados por los pelos y luego había hasta tres tipos de bolas a mitad de camino de una croqueta mazacota, una empanada sin jugo y una pelota de béisbol. Tuve que rellenar tres veces la coca-cola para tragarme la mitad de todas ellas. El resto, que se lo den a un gato del pueblo.



A continuación de la cena algo frustrada, enjuagué las penas en el mismo hotel donde me hospedaba, el Blue Moon, que, al mismo tiempo es garito de concierto. 




Mientras tocaban a unos pocos metros me fui al porche delantero a pasar calor junto a la inevitable Abita Amber. 



Mi personal reconciliación con la comida de Lafayette sabía que vendría en el desayuno del domingo en The French Press. Ya lo visité (dos veces) el año pasado pero se me quedó la espina clavada de probar su especialidad (el primer día no me atreví y el segundo fui a por él y no tenían), el Sweet Baby Breesus. Es, desde luego, para decir Jesús (el nombre viene por ahí), María, José, los apóstoles y quien escribiera el Deuteronomio sabiendo que con ese nombre no lo iba a leer ni... iba a soltar la herejía de rigor, pero sería lo fácil.



Sin embargo, es que estas tres criaturitas pertenecen al diablo. Lo de menos son las patatas (mero y sabroso adorno). Los bocaditos vienen en pan de mantequilla cremoso y esconden en su interior una porción de boudin (que es una especie de albóndiga con arroz y otros embutidos propios del cajún), una loncha de bacon y un chorro generoso de sirope meloso...

No he terminado aún...

De hecho, sé que es lunes y que es complicado, así que sigo con las últimas comidas en Nueva Orleans. 

Comienzo con la estrella, la hamburguesa de The Company Burger. Está en todas las listas de mejores hamburguesas del país (y en Luisiana o Nueva Orleans siempre es la primera). Y no sé... está muy buena, sí. Aunque quizá su genialidad es su simpleza: doble carne muy, pero que muy jugosa, queso derretido, un poco de cebolla roja, unos pepinillos dulces (nada que ver con los pepinillos amargos que nos venden en España) y mayonesa... Y un precio imbatible: ocho dólares (os recuerdo que en VIPS o Fosters no bajan de los 12 euros). Muy buena... ¿espectacular? Su recuerdo mejora a diario.



Tampoco fue muy allá (pero era viernes noche y cada local era un pequeño infierno con todos sus círculos reunidos en la misma recepción de clientes de cada bar) la última (hasta ahora) cena en Nueva Orleans. Fue en el Palace Cafe y fue aceptable. 

Hubo otra tarta de pescado (anodina, si la comparamos con la de caimán del Jacques-Imó; aunque muy decente):



Y otro pescado rojo al estilo criollo; a saber, muy especiado, ligeramente empanado y con una salga que sí que tenía punch, la jodida. Muy, muy buena. 



Ya sólo quedan dos desayunos... los dos últimos del Ruby Slipper. 

El primero es el Banana Foster French Toast, compuesto de tres rebanadas de torrijas donde podría aterrizar el Halcón Milenario, plátano, bacon, mucho sirope y azúcar añadida por encima... Para condenar el dedo gordo del pie de un diabético.



El segundo son Las Migas, compuesto por huevos revueltos, tomate, aguacate, salsa picante, tiras de maíz y cebolla. Para no dejar ni una miga (¡chiste fácil para el caballero!).


Y hasta aquí lo que se daba. Que no es poco, lo sé...


Os dejo la canción de hoy que, como decía al principio, no habla tanto de la jornada como que se limita a un momento concreto en que la descubro (o redescubro) mientras conduzco... lo digo porque habrá muchas así a partir de ahora...

Pasad buen lunes. 


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