A veces, la ruta será real, con sus kilómetros y sus paisajes. Otras, será un simple divertimento, desahogo, crítica, queja o pista. Pero siempre habrá una historia al otro lado de un último horizonte de verano.
Ruta de hoy: Albuquerque-To'hajiilee-Los Álamos-Albuquerque (290 millas: ocho horas de coche, que encontrar algunos lugares no fue sencillo)
Este blog se llama 'Una ruta pop' por algo (más allá de una explícita publicidad a mi novela). En mis tres viajes a los Estados Unidos desde 2013 siempre ha existido una motivación personal/cultural (es decir, la cultura popular entendida como educación sentimental) a la hora de elegir destinos. Así que he visitado las cunas de Twain o Faulkner, pero también del blues o de Elvis o John Wayne. Además, no ha habido pocos escenarios peliculeros (Murieron con las botas puestas, Los puentes de Madison, Con la muerte en los talones, las que quieras de Ford...) y, sobre todo, de series: desde los bosques zombificados de Georgia al carrusel plastificado de turismo que es Deadwood hoy o el rincón que se os ocurra del Nueva Orleans de Tremé. Hoy, que he estado en Albuquerque, toca Breaking Bad:
No soy de selfies, pero es que en la reserva india de Canoncito (ellos no le ponen la ñ para no liarnos con Puskas), un poco más arriba del pueblo de To'hajiilee, a unos 50 kilómetros al oeste de Albuquerque (que es lo más al oeste que llegaré en esta ruta), no había nadie para hacerme fotos. Había un par de caballos al otro lado del cerco, durmiendo a la sombra, pero salieron espantados cuando me vieron. Supongo que no están acostumbrados al turismo. O es que llamar turismo a lo que yo hago (perderme por carriles de barro recién encharcado durante una hora -lo dicho: no había NADIE a quien preguntar-) para encontrar una localización de una serie en concreto...
Por muy grande que sea la serie (creo que entraría en las cinco más grandes de cualquier lista de cualquier crítico o aficionado), no me voy a poner a glosarla ni a elogiarla. Para eso, le hacéis una visita al profesor Alberto Nahum García y su blog. Demasiado que os voy a abrasar a fotos de localizaciones. Doy fe que no ha sido sencillo: entre la casa de uno y el restaurante del otro puede haber como 40 kilómetros de distancia a través de una ciudad caótica, con semáforos para los que hay que haber estudiado física cuántica o ser un imprudente y cerrar los ojos y acelerar y... No estoy exagerando: en apenas dos horas he visto dos accidentes y como los americanos sí son muy exagerados para estas cosas, mandan hasta camiones de bomberos cuando son simples choques por alcance... y el tráfico adquiere un nuevo significado en congestión. En fin, que sigo con la reserva india donde tantas cosas suceden en la serie y donde he mentido: me encontré a un anciano en medio de la nada que me aclaró el lugar exacto... Supongo que viejos viendo la vida pasar (aunque aquí poca vida pasa porque en casi dos horas no vi a NADIE más) los hay en todas partes. Menos mal.
Independientemente de la obsesión seriéfila, el sitio es majo y ha sido una buena forma de empezar el día. De la tarde anterior (intentarlo todo de una tacada sólo se consigue con velocidades absurdas, que diría el otro clásico) son otras postales. Como la de la casa de la familia White:
Ignoro lo que le pagaron a la señora por usarla, pero se le nota que está hartita de los breakivers. Si miráis en las esquinas inferiores de la imagen, se aprecian varios carteles; se trata de recordatorios de que es propiedad privada, que ni se te ocurra pisar el jardín (que es de piedras, pero vamos...). De hecho, la señora está al acecho y no deja ni que saludes o preguntes. "A la otra acera, a la otra acera", te grita de inmediato, olvidando que la acera ya es dominio público y que el lugar al que te manda a hacer la foto pertenece a otra persona. En fin, que mucho espantar a la gente, pero luego muy bien que se colocó en medio de las fotos hacía para salir en ellas (conseguí esta en la que sólo se le aprecia en el garaje, vestida de rosa). De allí a otras dos localizaciones que han seguido su vida y que han cambiado de negocio en algún caso. La primera, es la esquina donde se alojaba el despacho de Saul Goodman:
Y la segunda, el lavadero (en su doble significación) de los White.
Dejo para el final la otra gran localización. Los Pollos Hermanos (que en realidad se llaman Twisters y su especialidad es la comida mexicana y no el pollo frito). Aquí fueron bastante amables y me hicieron una foto antes de zamparme (otro día pongo el plato de cerca pero hay regimientos napoleónicos que han comido en su totalidad con menos comida de la que me pusieron esta mañana) el desayuno. La mesa (y en el lado concreto de ésta) a la que me senté, claro, es en la que Walter espera a Gus Fring.
Sin embargo, el día no ha sido todo Breaking Bad. Pasar ocho horas en el coche en menos de 500 kilómetros da para mucho. Así que el destino me deparó lo que me quitó con la pantomima de Roswell. Por puro azar, elegí una ruta alternativa para llegar a mi destino final, el pueblo de Los Alamos, y eso me deparó atravesar el territorio del Pueblo Jemez, una de las sorpresas paisajísticas más agradables del viaje (por inesperada), con escarpadas montañas teñidas de rojo a través de la que se va circulando por su valle.
En ella, además, me encontré con el inevitable legado español en Estados Unidos. Data nada menos que de principios de 1600 (dudo mucho que en otras partes anglosajonas del país haya resquicios tan antiguos) y fue un poblado fundado por españoles, que llegaron hasta aquí subiendo el Río Grande y se asentaron junto a los indios del lugar, a los que enseñaron a trabajar el barro para construir. Como los indios nada más que decían Heee-Meee (esto no es broma), los llamaron Jemez (somos únicos nombrando cosas). Respecto a esto de nombrar. Nuevo México en general es un lugar muy curioso donde se respetan como en muy pocos otros lugares de los USA la tradición de las tribus indias. A través de los siglos ha mezclado bastante con el español y el resultado es que la nomenclatura de los lugares es un gazpacho de ambas culturas, por encima de la anglosajona. Así, el 80% de las localidades, ríos, valles, montañas... tienen nombre español y se ven desde incongruencias semánticas -como Los Lunas- hasta el Río Puerco, el Pueblo San Ysidro o Cuba (pero son innumerables los ejemplos topográficos). Sin olvidarnos de que aquí la calle principal no se denomina Main street sino Central Street. ¿Por dónde iba? Por el legado, eso era. La siguiente iglesia es de principios del siglo XVII, incluso antes de que los del famoso Mayflower tocasen tierra en la costa Este:
Para legado, finalmente, el que acarrea el pueblo de Los Alamos (las tildes, así como la ñ son cosas que se perdieron con los siglos), embutido entre montañas de todo tipo para esconder bien lo que se estaba haciendo allí. Porque en este pueblo (del que no se pueden hacer fotos significativas porque es una concatenación de urbanizaciones cool en las que ves a pasear a señoras blanquitas con sus perros que se alternan con caballeros blanquitos con pinta de científicos; aquí no hay negros ni hispanos ni homeless ni las tres cosas a la vez) es donde los americanos desarrollaron el proyecto que desencadenaría en la creación de la bomba atómica. El más conocido como Proyecto Manhattan (otro inciso seriéfilo: la serie al respecto está rodada en una especie de desierto como el de Alamogordo -que es donde se probaría la bomba y que está a 200 millas al sur, justo alrededor de las bellas White Sands- pero Los Alamos es realmente zona de montaña). El museo que cuenta la historia del pueblo es raruno. La primera sala se empeñan en contarte que antes de los años 40 el pueblo era una especie de paraíso para boy scouts. Luego, te hablan de geología y, si te adentras en las salas, ya te cuentan si tal lo de la bomba. Todavía hoy el pueblo alberga numerosos proyectos secretos (hay que pasar garitas de control) y, como las nubes siempre se me alían de forma insospechada a la hora de hacer fotos, esto capté en el cielo de Los Alamos, como si alguien anduviera trasteando tras las colinas.
Ay, el peligro: se llame Walter White, Heisenberg, Billy el Niño, un marciano o Manolito. ¿Todos reciben/recibimos su/nuestro merecido?
(Ruta de hoy: Alamogordo-Roswell-Capitan-Albuquerque. 390 millas) Es la cara que se me ha quedado (bueno, yo tengo algo más de mofletes). Vaya desvío de dos horas más tonto para ver una soplapollez tan grande como un anillo de saturno. Dicen que el 7 de julio de 1947 una nave extraterrestre se estrelló en Roswell, hacia el este de Nuevo México, y, desde entonces (y nunca mejor dicho) todo el pueblo ha vivido del cuento de los marcianos que no sobrevivieron al siniestro. No es cuestión de debatir ahora y aquí si los extraterrestres existen (más o menos, se ha llegado al consenso que en Roswell no hubo nada... o eso creo, porque las conspiraciones cambian a diario). Desde luego, Roswell es hoy una feria barata del fenómeno ufológico, una concatenación de tiendas de souvenirs en el que sustituyes la gitanita del vestido rojo por un bicho verde y punto. Luego, está el Museo Internacional de Roswell. Podrían haberlo denominado Universal por su aspiración de punto de encuentro de razas interestalares, pero será que son humildes. Menos mal que cuesta sólo cinco dólares, porque llegan a cobrar más por esto y el grito se oye en Marte. Sinceramente, un grupo de escolares de sexto de primaria organiza mejores exposiciones sobre el legado almoradí que esta gente.
Ante este nivel de esfuerzo científico y divulgativo (ahora, la tienda de Prada de Texas es la capilla sixtina comparada con esto), las mejores fotos se toman fuera. La primera, donde me he dado cuenta al volcarla que la nube parece unir el mural con el cielo (se me ha ido la cabeza, sí... entendedlo: el calor). La segunda, sinceramente, es una pamplina.
Mi conclusión es que los extraterrestres no se estrellaron en Roswell porque su GPS les señaló tarde de un desvío en su camino a Plutón. Sinceramente, si albergan vida inteligente nunca vendrían a un lugar así (o sea, Roswell es una trola):
No muy lejos de la trampa turística que es Roswell (hasta los concesionarios compiten por ver cuán altos pueden poner globos y muñecotes verdes inflables), se encuentra el condado de Lincoln, donde campó a sus anchas y se hizo famoso Billy, el Niño, aprovechando una cruenta guerra de terratenientes. Lo mataron mucho más al noroeste y, sinceramente, ya me he desviado hoy lo suficiente. Os dejo un par de fotos del pueblito de Lincoln, donde labró su fama el chaval.
Os lo debo. Después de tanta insustancialidad repartida en 500 kilómetros (aunque después del miércoles intenso con el negro y el blanco), recupero tres comidas de estos días. Para aquellos preocupados por el nivel de ingesta, os digo que desde el lunes no como a mediodía y sólo he desayunado de verdad un día. Además, el lunes cené sándwich de gasolinera porque en Sanderson no me abrieron ni un mísero bar. Por eso, el repaso exprés gastronómico se concentra en sólo dos lugares y tres platos. El primero, el en Drugstore Hotel de Fort Davis, donde también dormí, en la noche del martes. Allí me pedí un entrecot (o como lo llamen ellos) que dicen que había premiado una revista de Texas. Supongo que sería una revista de instituto... del instituto local.
No es que estuviera malo... tenía hasta cierto sabor... pero cuando lo mejor del plato (los aros eran congelados) es la rebanada de pan bimbo tostada con un poco de mantequilla... A la mañana siguiente, no obstante, se resarcieron los muchachos. Mira que llevo días (repartidos en varios años) en este país y nunca había desayunado tortitas. Ignoro si es ilusión de primerizo o qué (creo que sólo he tomado las tortitas del VIPS), aunque las disfruté bastante con su correspondiente sirope casero (y huevos revueltos y patatas de desayuno y salchicha...)
Sin embargo, he dejado lo mejor para el final. Se trata de la hamburguesa especial del Rockin BZ Burger, un garito a las afueras de Alamogordo, sin ninguna pretensión, con siete u ocho mesas y una mujer que atiende por igual a los clientes y a sus hijos (la niña tiene decorada con sus pinturitas del cole medio local). Además de la muy buena carne, lo que distingue a esta hamburguesa es que lleva chile verde (en Nuevo México, la rivalidad Madrid-Barça se dirime entre los partidarios del chile verde o del rojo). Espectacular. Y jugosa, pese al picante. Muy picante.
Por si fuera poco, me pedí alitas picantes. ¿Será por eso que dormí regular? ¿Y que estaba de un humor mínimo para mojigaterías extraterrestres? En fin, con la canción (y el vídeo, madre mía) de hoy nos venimos arriba cual platillo volante...
Ruta de hoy: Fort Davis-El Paso (Texas)-Alamogordo (Nuevo México). 381 millas. En negro, debería empezar. Pero todo tiene su reverso y el blanco llegará. Lo primero fue el negro, el pequeño fiasco, el guiño cruel que nos hace pensar que somos más importantes de lo que somos y nos quejamos de mala suerte y bla, bla, bla... Ya, como si mi destino no lo compartieran anoche un millar de personas. Veréis, que le estoy dando mucha intriga a una tontería. De las pocas cosas que se puede hacer en el profundo Texas del suroeste se encuentra ir al Macdonald Observatory (nada que ver con las hamburguesas), uno de los más importantes del país y que es aclamado por todas las guías de viaje por organizar noches estelares de estrellas (valga la redundancia). Así que reservé y me planté anoche:
Sólo que ayer, a eso de la media tarde, empezaron a caer tormentas como venganzas divinas y, a la noche, el aspecto que presentaba el cielo era el siguiente (atención al único claro a la derecha).
Quisiera puntualizar aquí, sin parecer lastimero, que en Texas apenas llueve, que la de anoche fue la única noche encapotada en muchas semanas. Y bueno, otra cosa es que el sitio es precioso (el paseo valió la pena y vi un par de estrellas y todo), pero es una ratonera. Es decir, que como no me fuera antes de que fuera a caer la más grande sobre el millar de personas congregadas y todas huyeran a sus coches a bajar colina abajo una carretera de eso, de montaña, en plena tormenta... pues eso, que me fui al poco de empezar, con el pobre guía intentando enhebrar el puntero láser hacia alguna estrella. Chiste fácil del día: fue otro tipo de noche estrellada. Sin embargo, el diablo se fue vistiendo de... Prada... (joder, otro chiste pésimo):
¿Un espejismo? En plena autopista del desierto entre Valentine y El Paso, a kilómetros y kilómetros de cualquier resquicio de vida habitable (bichos no incluidos), Texas nos regala una tienda de Prada, con un escaparate lleno de una lujosa colección. La tienda no es tal, sino una obra de arte. O eso dicen sus autores, que decidieron no sé si criticar el consumismo absurdo o sólo llamar la atención y copiaron una tienda de Prada al estilo de las que están en Puerto Banús o Ibiza (que las habrá, digo yo) y llevarla al desierto. Lo de la colección es cierto: en su interior (no se puede acceder, obviamente) está lo mejorcito y lo último del año 2005, que fue cuando se materializó la idea. Sí, os lo estáis preguntando: la chica de negro se estaba haciendo fotos no sé si para un book personal o para el anuario del Instituto. De la mayor banalidad (puede que no) a la cruda y dura realidad de Ciudad Juarez (esto, sin duda crudo y duro), el epítome infernal del cuarto trasero americano, la ratonera para mujeres en cuya montaña aconsejan leer la biblia en lugar de violar y matar a las niñas (en su gemela de El Paso hay una estrella, la estrella solitaria de Texas). Dicen que El Paso es la segunda ciudad más segura de Estados Unidos (sólo superada por una anodina de Nebraska; a saber quién va a hacer qué a Nebraska), en contraposición con su hermana mexicana.
Roberto Bolaño siempre glosará mejor las siguientes fotos: “Todo pasaba por el filtro de las palabras, convenientemente adecuado a nuestro miedo. ¿Qué hace un niño cuando tiene miedo? Cierra los ojos. ¿Qué hace un niño al que van a violar y luego matar? Cierra los ojos. Y también grita, pero primero cierra los ojos. Las palabras servían para ese fin. Y es curioso, pues todos los arquetipos de la locura y la crueldad humana no han sido inventados por los hombres de esta época sino por nuestros antepasados. Los griegos inventaron, por decirlo de alguna manera, el mal, vieron el mal que todos llevamos dentro, pero los testimonios o las pruebas de ese mal ya no nos conmueven, nos parecen futiles, ininteligibles" (2666). Ay, los griegos... para lo que han quedado...
Poco después del puñado de outlets de altas marcas (estos no eran obras de arte reivindicativas) a las afueras de El Paso, se abandona Texas (no hace ni tres días que entré en el Estado y un cartel me situaba a 900 millas de El Paso) y se entra en Nuevo México. Y es raro, porque no obedece a ninguna razón lógica, pero aquí me siento algo mejor... hay lugares inexplicablemente insanos, tensos, oscuros, recelosos: Texas te hace sentir extraño.
Nuevo México... bueno... la verdad es que no he podido entrar mejor en Nuevo México, que me ha dejado al final del día stendahlizado por completo a causa de las White Sands.
Vayamos por partes: para llegar a este parque nacional hay que adentrarse durante más de cien kilómetros a tiro de misil. Han leído bien: hay días que la carretera que va de Las Cruces a Alamogordo se corta durante horas porque el ejército (o la rama militar que toque) hace pruebas de lanzamiento de misiles. Campo tienen desde luego por delante, porque entre ambas ciudades se extiende una llanura encajonada por dos grandes cordilleras. Según la guía del parque no es un valle (o valley) porque nunca ha habido río o corriente de agua que la atraviese; entonces es un "basin" (la traducción al español es cuenca, pero me da que no coincide con lo que la chica dice: si alguien sabe del tema que me diga cómo se llama a un valle sin agua en castellano, se agradece el apunte). En medio de ese valle (y del lanzamiento de misiles, que se instauró pocos meses después de Pearl Harbour y sigue hoy en día, aunque en los folletos lo maquillan un poco diciendo que también se probaron aquí los cohetes para la carrera espacial), están las White Sands, una sucesión de postales invernales a 45 grados sin sombra que valga (porque no hay árboles que sobrevivan aquí, apenas matojos de la especie más baja, y las alimañas y los escarabajos sólo asoman la cabeza al atardecer). La arena es blanca como sal o azúcar. Nada de ese blanco que le asignamos a ciertas playas; blanco madridista es esto. Además, por la propia composición del mineral que la forma, no quema; siempre se queda fría (os podría contar cómo se originó geológicamente, pero es tarde y me estoy alargando).
Ya que he mencionado la palabra atardecer. He vuelto para la puesta de sol (y las nubes de ayer en Texas me han seguido hoy, pero al menos no ha llovido) y aquí es cuando ya me quedo sin palabras. Para sortear la congoja, me atengo a la fábula y os cuento que circula la leyenda de que, al ponerse el sol, el fantasma de una mujer llamada Manuela vaga por las dunas buscando a su marido, un conquistador español del siglo XVI que lo mataron los indios. Yo creo que no la he visto, pero dicen que los fantasmas salen en las fotos, así que las repasaré mejor mañana por la mañana... Os dejo éstas de la última hora de la tarde, y en las que aparecen turistas tangibles, mientras tanto:
Lo que no he dicho es que te puedes adentrar con el coche por un recorrido en pleno parque natural de una decena de millas, con lo que la sensación de aislamiento se incrementa (aunque haya niños gritando y tirándose en trineos por las dunas). Así que si encima suena lo siguiente...