martes, 27 de septiembre de 2016

Epílogo (muy) nutritivo



Cierto: no hay ruta pop propiamente dicha sin un repaso al menú que me acompañó entre kilómetros a pie (no pocos, para bajar todo lo que ingerí) y al volante (unos 3.000 al final). Es un clásico y os lo debía. 

Así que allá voy, aclarando a los que se preocupan por mis venas obturadas o páncreas que las patatas de acompañamiento ni las tocaba o que, por lo general, dejaba a un lado una de las dos caras del pan de los bocadillos... Ya: es un atenuante casi ridículo cuando veáis las imágenes... aun así, salí indemne en cuanto a peso y otros factores. 

(Suspiro).

(Suspiro).

Ya voy. 



Empiezo por una obligación. Se llama The Bacon Tree y te sorprende en Winterport, a los pies de la carretera 1A que parte de Bangor y la une con su ruta original, la 1, que siluetea la costa de Maine más al sur. 

Sólo por este coqueto restaurante de carretera (aunque con hechuras y cocina de bistró modernete de Chueca) volvería a un pueblo que dormita entre el trasiego del tráfico lento y alejado del bullicio turístico y el río Penobscot, otrora una de las principales rutas fluviales desde el Atlántico hacia el interior (y escenario de cruentas batallas entre ingleses y colonos cuando a los americanos les dio por exigir su independencia). 

Volvería todas las mañanas y noches. 



Allí, en torno a las seis de la tarde (hora local) del 8 de septiembre recibí la medianoche de mi cumpleaños (hora española) con la mejor comida del viaje (y de muchos viajes). Y no: a diferencia de tantos garitos modernetes de Chueca, aquí la cocina es excelente, al nivel de los mejores lugares de la mismísima Nueva Orleans. 

De primero, probé unos champiñones rellenos (pero no de carne), con un intenso sabor vegetal y la justa dosis de salsa suave (también de verduras) y queso gratinado.



En el Bacon Tree se jactan de elaborar los platos desde cero, es decir, que si tienen que hacerte un muffin para el desayuno o unos profiteroles para el postre, realizan la masa y la hornean justo en el momento. 

O sea, tranquilidad y buenos alimentos. 

Como el segundo, unas vieiras a la plancha sobre arroz integral al limón y con coles de bruselas braseadas. Todo, al aroma de vainilla. 

Todo, tan lejos de poder ser descrito. 



Impactado, a la mañana siguiente, que era la de mi cumpleaños real (hora de comer ya para España), regresé (estaba a media hora de donde dormía) y probé uno de esos desayunos que tardan como una media hora en prepararte (amablemente, la señora mayor sentada en la mesa de al lado me ofreció la mitad de su periódico para entretenerme, amonestándome por no dejar de revisar mi móvil; callé y me puse a leer la prensa local). 



Luego, llegaron los huevos bedectine de la casa, aderezados por bacon... por supuesto, con ese nombre que tiene el local... aunque aclaremos el nombre: The Bacon Tree no se llama así por ser un paraíso del bacon, sino en honor a un pino noruego que tuvo un papel fundamental en 1814, cuando los británicos quisieron conquistar lo que habían perdido unas décadas antes (los que me conocéis sabéis que soy muy pesado con esta segunda -y desconocida- Guerra de la Independencia en los USA). Tras este árbol, se escondió un comerciante de la zona con sus kilos y kilos de carne de cerdo (para que no se las requisaran) y con su familia (para que no los mataran) y las hojas le mantuvieron a salvo a comida y personas de los mosquetes ingleses.

Como veis, una anécdota un poco boba, algo tan común en un país que ensalza cualquier cosa porque no es tan fácil ensalzar hitos históricos cuando apenas tienes dos años de historia. 

A broma, sin embargo, nunca hay que tomarse su comida. A la mañana siguiente, regresé al Bacon Tree (y aún lo haría una última vez, en la cena del domingo, para despedirme... pero estaba cerrado)... esta vez fue el turno de un desayuno habitual con sus huevos, salchichas, carne, tostadas y sí, una estupenda tortita recién hecha. 



Si alguna vez pasáis a menos de 200 (o 300 o 500) kilómetros de Bangor, el desvío a Winterport os recompensará como pocas cosas en este mundo. 

No muy lejos de Winterport, de hecho, en el término municipal de Hermon (y en los suburbios de Bangor), aparcamos en la estación de servicio para camioneros más famosa de Maine. 24 horas abierta, su fama la alimenta el restaurante Dysart's, un recomendado por el mismísimo Stephen King, quien ilustró las diversas paradas de carretera de más de una de sus obras basándose en este local.

Como con el Bacon Tree, reposté mi estómago en más de una ocasión. Y eso que el primer contacto fue un poco decepcionante. 



Se trata del sándwich especial de la casa. Pues muy bien, pero si recurro al vocabulario gaditano para definirlo sería con saborío. Lo que lo cubre no es queso, sino una bechamel sosa. Dentro, hay pavo asado y un relleno que los americanos suelen denominar como "stuff" a secas y que suele consistir en un mazacote de pan y algo de carne que, como la bechamel en este caso, tampoco tiene condimento que lo alegre.

Quizá lo que me hizo volver luego al Dysart's fue el postre, una tarta de arándanos (especialidad de Maine, los arándanos) cuyo sabor valía por el sándwich en cuestión y por los de todos los camioneros que dicen que lo piden al año. 



O quizá es que al Dysart's hay que ir a desayunar, y no a comer. El sábado probé sus famosos y recién hechos 'buns' de canela (en la esquina izquierda de la imagen), una especie de donut pero sin agujero y sí con espirales infinitas (el tamaño que se aprecia en la imagen confunde: era enorme). Pudiéndolo llamar boom, no sé por qué se quedan en bun.


En efecto, hubo hueco para la fruta... aunque me la tuve que comer de almuerzo, porque ya no pude más a la hora del desayuno (en primer plano, a la derecha, había un muffin de calabaza y chocolate, también caliente del horno).

Le daría otra oportunidad al Dysart's más allá del desayuno (volveré, de nuevo, a este local al final del post, con la última comida del viaje). Fue casi por obligación, ya que había pretendido probar el omnipresente Lobster Roll (un bocadillo de langosta, a modo de perrito) en la Maine costera en su meca de Wiscasset, el Red Eat's, un quiosco a pie de carretera que genera más atascos que cualquier acceso a una playa cualquiera un domingo de agosto. No obstante, había una cola de más de 40 personas y, tras veinte minutos de espera a pleno sol, no me había movido un centímetro. 

Por lo que me fui y decidí posponer el lobster roll para mejor ocasión. La oportunidad llegó en el Dysart's, como decía (eso de estar abierto las 24 horas da mucho juego).



Tiene su gracia. Además de tener mucha langosta fresca encima. Poco más. 

Hablando de platos típicos. Abandono de una vez el Dysart's y me zambullo en otras especialidades de Nueva Inglaterra. Si hay un plato omnipresente en cualquiera de los estados que componen esta región (desde Massachusetts a la frontera con Canadá) es la Clam Chowder (o sopa de almejas). Como su nombre indica, lleva almejas y, con suerte, algún trazo de marisco más, amén de patatas y otras verduras. Es blanco porque se hace con leche y, aun agradeciendo a los americanos que se dignen a hacer un guiso, no sabe a nada. Ni a leche, ni a almeja, ni a... bueno sí, la patata se adivina... pero si lo único que se nota en un guiso es una sombra de sabor a patata... en fin: nos ponen algo así como sopa de marisco en un güichi de Cádiz y le vamos dando guantás al cocinero/a todo el Atlántico de vuelta hasta la costa americana.



Le di varias oportunidades en varias comidas y la de la imagen es la mejor. Corresponde al Fanizzi's de Provincetown y en él había algún rastro más de pescado. Aun así, en este bonito local marinero (a pie de mar) lo mejor fue la cerveza de la zona, de la mismísima Nantucket (puerto de donde partía el capitán Ahab en pos de la ballena).



Y de la sopa de entrante al postre. En Boston profesan amor incondicional a la Boston Cream Pie, inventada por el restaurante del Omni Parker Hotel (donde me alojé y donde antes pasó tantas noches JFK, Dickens, Twain...). 



Está completamente justificada. Parece sencillo (un bizcocho de crema con cobertura de chocolate, al fin y al cabo) pero es sublime. Dos muy buenos desayunos me ofrecieron en una mesa que supongo que no estaría muy alejada de donde JFK le pidió matrimonio a Jackie y mientras ojeaba el Boston Globe de la mañana, uno de esos periódicos que aún cree (y lo paga y lo mantiene) en el periodismo de investigación (enredados estaban esos días en la polémica decisión de que los policías de Boston, que ostentan el sindicato policial más antiguo de USA, utilizasen una cámara personal para auditar sus actuaciones; el sindicato, claro, recela). 



Hubo mucho más a norte y sur, en la costa y en el interior, aunque creo que ya va siendo hora de levantarnos de la mesa. Doy constancia de que hubo ensaladas (qué fotos más tristes resultan de esos platos) y otras comidas supuestamente típicas aunque definitivamente insulsas.

Sin embargo, el balance queda más que compensado por el Bacon Tree y el Dysart's.

Como decía, en este reducto de carretera me despedí de las mesas americanas, a las cinco y poco de la mañana, completamente solo en el amplio comedor (sí había trasiego de camioneros echando combustible) y tomándome unas tortitas (el 'ita' es un sarcasmo, dado que su tamaño es de pizza mediana) de calabaza (la temporada arrancaba ya y por eso las hacían: antes nunca la ofrecen) y chocolate, acompañado de un muffin del tamaño de una Copa de Europa y rebosante de arándanos. 

Nos vemos pronto.



 


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