Habían pasado las pocas horas que van de la mañana, cuando había terminado su última obra y la euforia le emborrachaba, a la tarde, en la antesala de la cena, momento en que la colgó en el salón y, después de un largo silencio, le musitó a su mujer: "Es una puta mierda".
Era 'Christine's World', el cuadro más emblemático de Andrew Wyeth y uno de los estandartes, si la proliferación de imanes y toda índole de souvenirs es un termómetro para estas cosas, del MoMa de Nueva York (asimismo, y desde mi ignorancia general en el mundo del arte, uno de mis autores predilectos, hasta el punto de que este cuadro en concreto podría ser mi pintura preferida).
La imprecación de Wyeth a su mujer la he exagerado (como buen gaditano). O la he dramatizado, porque la guía del museo (una profesora retirada a la que no hubiera querido tener en clase) dice que Wyeth masculló "It's a flat tire" (una rueda pinchada). Sinceramente, uno se imagina a un artista soltando una expresión más dura cuando la frustración le vence.
Sea como sea, la inseguridad de Wyeth, ya bastante conocido en aquel final de verano de 1948, venía dada por el silencio de Cristina, la modelo del cuadro. Habitante de la casa que aparece al fondo de la pintura, la había conocido a ella y a su familia el mismo día en que vio por vez primera a la que sería su mujer, Betsy. Corría el año 1939 y Betsy le sirvió de guía improvisada por las granjas de Cushing, Maine. Cuando llegaron a la casa de los Olson, Wyeth lo vio claro: era el sitio ideal para pintar. Tanto por el paisaje como por sus residentes.
Lo fue durante 30 años. Y que fue más que un lugar de trabajo lo demuestra que, a unos escasos 100 metros de la casa, en un pequeño cementerio de no más de 20 tumbas, está enterrado el mismo Wyeth:
Prácticamente, si se rota desde donde se toma la foto del cementerio y se apunta a la casa, se obtiene una foto así:
Como veis, Wyeth quitó los árboles de la composición para darle mayor desolación.
Porque el mundo de Cristina era un mundo quebradizo, árido, difícil. Padecía una enfermedad degenerativa muy rara que le hizo cojear desde la pubertad y que le fue agarrotando las manos hasta convertirla en garras. Con el paso de los años, la condenó a la silla de ruedas.
Sin embargo, Cristina era mucho más que una mujer débil. Durante los 30 años que Wyeth vino a pintar a la casa de los Olson (residía en otra cercana, pero aquí es donde trabajaba), Cristina le daba conversación mientras pintaba.
Hasta ese día de 1948 que terminó su obra más reconocible. Cristina miró el cuadro y se calló. Enmudeció durante horas y de ese silencio brotó la rabia del artista. A la cena, cuando Wyteh le preguntó directamente, ella dijo que no podía expresar mejor su mundo. Que no tenía nada más que decir.
Nada menos.
Y esta es la historia de la puta mierda. O de cómo la perspectiva siempre lo es todo y una obra maestra pasa a ser basura en unas horas y viceversa.
Por ejemplo: decía ayer que la niebla otorga una pátina misteriosa a las imágenes. No obstante, con el cielo azul de hoy no puedo sino preguntarme cómo hubiera lucido Acadia con un día así (de pronto, Maine se ha ido a los 40 grados y se ha quedado tan pancho).
Para empezar, la mañana se ha abierto paulatinamente en mi primera parada del día, en Rockland, cuyo faro domina el centro de la Bahía y se puede acceder tras caminar dos kilómetros por un sendero de roca de dos metros de ancho.
Ah, el faro de cerca:
Y el azul. Para cuando volví a tierra firme ya el día se abría:
Se abría también en aspectos más intelectuales, dado que en el museo de Rockland (donde atesoran una treintena de obras -en su mayoría- menores de Wyeth), me encontré con una sorpresa y una confirmación muy deseada. Son, por este orden, 'Her room' (que retrata una mañana en la que hubo un eclipse de sol parcial en Maine) y 'Turkey Pond' (también ambientada en Maine, muy similar en su composición a Cristina pero tan distinta al mismo tiempo: aquí hay fuerza -la de un amigo pescador del artista- donde en el otro hay desolación):
Ni que decir tiene que no es lo mismo una fotito aquí que verlo en persona.
De nuevo, la perspectiva.
Como la perspectiva que inocula el azul silueteando otro faro famoso de Maine, el de Portland (aunque esté en Cape Elizabeth), el principal puerto de todo el Estado.
Azul o blanco. Es lo que hay.
Da igual, porque la campana del faro sonaba también hoy en pleno día despejado. Los faros, esos gigantes pétreos que nos advierten sobre los peligros de la tierra, ésa que nos empeñamos en pisar, ya sea arrastrándonos como Cristina, pisando fuerte como el amigo pescador de Wyeth o, como el mismo Wyteh, descansando bajo la yerba amarillenta que tanto pintó.
Cuando hay perspectiva no hay callejones sin salida para ninguna historia.
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