miércoles, 16 de julio de 2014

Tiempo de samatari

Día 3





Os dejé colgados ayer (como los collares de la foto). Que es lo que viene a significar eso del cliffhanger en series o películas (dejar la cosa en una situación en extrema intriga, en plan un asesino malísimo apuntando al buenísimo con una pistola, sube la música tachán y... y fundido a negro, hasta la semana que viene o hasta la segunda parte).

Pero es que me lié, la verdad sea dicha. Haciendo tiempo para ir a un concierto, perdí la noción del tiempo (y perdí también...) en un antro en Bourbon Street (doy fe: es trampa para turistas) donde había cien tipos distintos de cervezas. No, no las probé todas (creo), pero me puse a hablar con una pareja muy maja de Austin, Texas, y empezamos a compartir cervezas, tequilas y ese veneno de los avernos que es el Jägermeister...

Y en esas condiciones no estaba yo para escribir...

Menos mal que esta mañana tenía el Ruby Slipper para abrocharme otro desayunaco: el Bananas Foster Pain Perdu. Como su propio nombre indica, es para ponerse perdido, pero no es nada doloroso:



¿Y qué lleva esto, que así a simple vista parece dos kilos de pez espada empanado con bacon? Pues lleva un poquito de plátano, como se puede apreciar y algo de bacon, es verdad. Lo importante, sin embargo, son tres rebanadas, tres señoras rebanadas, de pan empapado en flambeado de ron (la textura es similar a las torrijas patrias), con decenas de pasas, un par de plátanos enteros y bacon. 

Con esto sí pude.

Y fui perdiendo de vista la noche anterior y me subí a un tranvía:





Estoy sorprendido, he de reconocerlo. Lo estoy, porque hay ciudades en el primer mundo en la que los tranvías sirven de algo y hasta se monta gente en ellos. Tonto de mí, que siempre creí que era una cosa en la que malgastaron cientos de millones de euros en España en los últimos años de bonanza y ahora ni hay trenes ni gente en los pocos trenes que sí hay. 

Iluso.

En Nueva Orleans los tranvías funcionan a la perfección y van repletos de turistas (a lo mejor es que hay alcaldes españoles que se creen que a su ciudad van tantos visitantes como a Nueva Orleans y que hay que ver tanto). El más pintoresco es el de la línea de Saint Charles, que incluso se diferencia de los demás por el color (es verde, frente al rojo del resto), y arranca en el centro, circula por casi 20 kilómetros y va atravesando casoplones flanqueados por robles centenarios y gigantescos.




   Las fotos no hacen justicia de lo que se ve realmente en la zona (cuando se atisbaba una buena casa no daba tiempo a hacer la foto). Para haceros una idea rápida, en las puertas de los chalecitos había deportivos italianos, alemanes y lo más barato que vi fue un Jaguar. Por lo que se ve, el Garden District (se llama así) sigue siendo residencia de los ricos podridos de verdad, tal y como ya ocurrió hace dos siglos, cuando al bullicio y el compadreo de naciones que se daba en el French Quarter, las grandes familias nativas (americanos de tomo y lomo) respondieron alejándose del centro y se fueron construyendo sus mansiones. 

Sin embargo, yo albergaba oscuras intenciones para alejarme hacia lo que ellos denominan Uptown (mirando el mapa está debajo, pero en Nola son muy especialitos y los adverbios de localización los establecen dependiendo si estás por encima o por debajo del Mississippi, no si estás simplemente por encima o por debajo de toda la vida, que es el norte y el sur). Digo yo que aquí el Kamasutra viene con un apéndice corrector.

En fin, que iba yo de un lado para otro (viva la indefinición para evitar líos) y, en el camino de vuelta de pronto vi la luz.

  
En realidad, vi una calle llamada Cadiz (sin tilde, no vaya a ser). Así que me bajé y me puse a andar con esas oscuras intenciones en la cabeza (no se me han olvidado) y muchas ganas de volver a ponerme bajo un calor de justicia maligna. Porque mucho roble para los ricos, pero cuando te adentras en la clase media sólo hay océanos de sol sobre tu cabeza.

De camino hacia mi destino (parece el título de un libro #pornonaifparachachas de esos que están de moda ahora), caminé por Magazine Street, una calle a la que las guías consideran la calle más larga (no hago chistes) de compras del mundo. 

Pues vale. Lo malo es que el rollito es el siguiente:



O sea (nunca mejor dicho): tiendas boutique de antigüedades, decoración, arte y mucha, mucha moda para ellas (para nosotros había una de cada diez). El paraíso según para quién. Con este calor, a la una del mediodía, me entró un Nunca he tenido tanta ganas de encontrar un bar con cerveza helada. 

No, chicos (y chicas, si han vuelto de mirar escaparates: comentario patrocinado por el extinto Ministerio de Igualdad). Mis atorrados pies me llevaban aquí:




Os presento al poboy de gambas fritas del Domlise's. Hay quien lo sitúa (gente de fuera, de esos que vienen de turisteo) entre los diez mejores bocadillos de América. Los de Nola dicen que es uno más entre muchos. Y es hora de que os explique lo que es un poboy (degeneración de la expresión poor boy, chico pobre). Es un bocata (no sé a qué tanto misterio) y aquí lo rellenan de lo que sea y cada uno dice que tiene el mejor de la ciudad. 

Éste justifica su fama. No obstante, creo que voy a tener un problema con los poboys: el pan. Aquí no saben lo que es hacer pan y sí, lo intentan, pero al final se queda algo chicloso. Este mismo bocata, con un buen pan (hasta con pan del chino, recién holneado) sería algo de escalas indescriptibles. 

Casi lo es. El garito es peculiar, de los que sales con olorazo a fritanga, con un camarero escuchimizado de 80 años que es quien te sirve las cervezas heladas (se aprecia en la imagen... la cerveza, no el tipo) y dos señoras mayores, hijas o familiares en algún modo de la primera generación que abrió el bar hace medio siglo, a la cocina. Curioso que no fríen a paletadas las gambas o las ostras o lo que sea que se ponga en el pan: por cada pedido, van haciendo la cantidad justa para cada bocadillo (y ves cómo enharinan las gambas frescas allí mismo, en la cocina abierta a todos). 

Los gaditanos (y algún madrileño al que he llevado) entenderán el nivel del local (mejor no mirar su limpieza ni mucho tiempo los rincones o los suelos) si lo comparo al Bar León de San Fernando. No sabemos cómo pasan los controles sanitarios (y no es con cohechos porque no tienen ese dinero), pero sirven el mejor poboy de gambas fritas de la ciudad (en Nola) y las mejores tortillitas de camarones del mundo (en Cádiz). 

Con el estómago lleno, y a la una de la tarde con 40 grados a la sombra, no se me ocurre nada mejor para bajar la comida que hacer caso al Tutitrí y visitar un samatari. Siendo exactos, el más famoso de la ciudad, el Saint Louis Cementery Number One (mira, como el Mambo...). Su nombre lo deja claro: fue el primero, de finales del siglo XIX y está al borde del French Quarter. Es más bien pequeño; tanto que no creo que alcance la superficie de un campo de fútbol (esa medida periodística estándar). Aunque lo parezca, no está abandonado, ya que hay placas bastante recientes, entre charcos de agua estancada que puede estar ahí enfangada desde 1789. Y ahora entiendo que dijeran lo de ir de día. 

Os dejo una galería:








Y ahora otras dos fotos:




Os presento la tumba de la señora Marie Laveau (bueno, dicen que es esa y que ella está ahí, pero ninguna de esas afirmaciones está clara), la reina vudú más famosa de la zona. Cuentan que su tumba es la segunda más visitada en todo los USA, sólo superada por Elvis. Lo de las tres equis, así como la variopinta muestra de presentes que la gente deja a los pies de la tumba, son señales de respeto a la señora (la parafernalia en torno al vudú no es sólo reclamo turístico en camisetas y regalos baratos en general, sino una cuestión muy seria en la ciudad).  

Y tras este párrafo empapado de vudú dejo de hacer bromas.

Por hoy.

PD: la foto detalle de hoy que encabeza el post es de unos collares colgados de un árbol. Resulta que el Mardi Gras la acción genuina no se desarrolla en el French Quarter, sino que se traslada a los barrios de enjundia (en opinión de los nolenses). Pues es muy típico que todos anden comprando y regalando y tirando donde sea estos collares (algo así como eso de dejar colgados de un tendido eléctrico un par de zapatos viejos). Si luego se junta que es en las cercanías de una casa no habitada pues pasa esto: cuatro meses después (o años después), los collares todavía andan columpiándose. Como te descuides, te dejan el patio como a Falete en el día del Orgullo Gay:


martes, 15 de julio de 2014

La chiquillería

Día 2




El día comenzó, pocos minutos después de las siete de la mañana con esto:



Se llaman Eggs Cochon (traducido por mí en plan tutitrí, Huevos Cojón) y son la especialidad del Ruby Slipper, uno de los mejores sitios de desayuno de Nueva Orleans (hay tres locales y mira por dónde, uno de ellos está en el mismo edificio que el hotel). Decenas y decenas de hebras de cerdo entierran un panecillo y son coronadas por dos huevos escalfados y una salsa holandesa. 

Me las prometía muy felices.




Jo, jo, jo...

Pero nada, caí derrotado y dejé todo esto:


Sabéis que no tengo problemas para comerme una buena cantidad de lo que me pongan en un plato. Además, la víspera casi ni comí en el conjunto del día (plástico de avión y los fingers de pollo de la noche) e incluso es mi segundo día aquí y las siete de la mañana de aquí son las dos de la tarde de España, con lo que tenía hambre de almuerzo. 

Sin embargo, la cantidad de cerdo que llevaban los huevos cojón éstos era ridículamente abundante. No sé, fácil había medio kilo de cerdo (o más) desmenuzado, más dos huevos y el panecillo (que de illo tiene el nombre, porque da tamaño como para acoger a un whopper).

Estaba de bueno, no obstante... Una maravilla... Los lagrimones se me caen ahora de pensar que en unos pocos días ya no tendré la posibilidad de comerlos de nuevo (aunque sea en ración para nenazas).

En fin, que el día arrancó fuerte y me fui, a eso de las ocho de la mañana, a pasear junto al río Mississippi. ¿Recordáis el calor del primer día? Pues a las ocho de la mañana aquello era Vietnam. 

De mi paseo por el Moonwalk (así se llama el paseo fluvial, no por Michael Jackson, sino por un alcalde apodado Moon), os enseño un par de fotos (a continuación las explico):

Anda, si no me he cruzado de brazos.





La segunda es el monumento al inmigrante, sufragado por los italianos. Y la primera tiene un poco más de miga: más o menos a la altura principal del paseo, hay unas escaleras de madera que te conducen hasta el mismo río. Hasta allí, en el Mardi Gras (su gran día de Carnaval) procesiona la Society of Saint Anne y es tradición que la gente esparza cenizas de familiares o amigos al río. Allí me he quedado un rato mientras las olas chapoteaban a mi lado (el paseo está en una zona donde el río, que viene con toda su fuerza desde el interior, choca contra la ciudad y le inyecta el lodo que la sostiene en su centro; tiene cerca de un kilómetro de ancho y unos 60 metros de profundidad: si te caes, date por muerto con las corrientes que lo sacuden). 

Luego, he seguido paseando y aprendiendo de verdad lo que es una Escuela de Calor. Hace falta valor, en efecto, para pasear con este mejunje de calor-humedad mientras la ciudad se desperezaba y en el French Quarter se mezclaban camiones baldeando y algún que otro homeless sin rumbo fijo. 

El French Quarter, para que nos entendamos, es como la plaza Mayor de Madrid. Una trampa para guiris y una porción muy pequeña de la esencia real de la ciudad. Pero hay que visitarlo.

En mi primera aproximación he deambulado por Royal Street, dicen que la más bonita y supongo que es cierto porque es la calle de las galerías de arte (y esta gente no pone sus pijotiendas en cualquier parte). Más o menos se veía así la zona:

Esquina completita, con sus banderas USA, su banderola de los Saints y su balconada.

La calle es un muestrario de balcones con hierro forjado y plantas.

Nueva Orleans apenas estuvo en manos españolas 40 años, pero las calles del centro fueron nombradas bajo dominio español. (Y yo crecí en otra calle Real, la de San Fernando).


En esto que me topo con lo siguiente:





¡OTRA VEZ FAULKNER!

Qué queréis que haga, si el hombre vivió unos meses en Nola y hasta escribió su primera novela, La paga de los soldados, aquí.

Un respeto, heterodoxos...

Haciendo tiempo (estaba la mañana fresquita para andar haciendo tiempo en la calle), me acerqué hasta el Armstrong Park (en honor no al ciclista ni al astronauta, claro), que está ya fuera del French Quarter (al otro lado de una avenida, tampoco me maté a andar).

Me recibió la banda del parque:



Ahora, un poco de seriedad y casi a ponerse en pie porque aquí, bajo una pequeña arboleda en la que se ve este monumento...



...nació nada más y nada menos que la música negra. Que es como decir que nació la música tal y como la conocemos hoy. La historia cuenta que a finales del siglo XVIII en este parque (entonces un descampado entre las plantaciones y la ciudad) se reunían los domingos por la mañana los esclavos y cantaban y bailaban sus penas. Lo demás, es Historia. 

Para historia perra la mía. No voy a que me han la foto delante de la estatua del señor Louis y me toca el turista gilipollas con ínfulas de artista. Anda, doblad la cabeza un poco a la izquierda para verme bien:

Varias fotos después, me cruzo de hombros.


Del parque con tanta batallita (la foto de apertura es de otra estatua de allí) me fui por fin al tour por el que había estado haciendo tiempo no sin despedirme de la banda y de la chiquillería ociosa al fondo:



Sin embargo, no es ésta de la chiquillería de la que quería hablaros. En realidad, es otra traducción mía a lo tutitrí, desde la expresión Garçonerie. ¿Qué es eso? Para empezar, garçon es chico en francés (¿habìa alguien que pensaba que era camarero?) y la guía del tour Los Amigos del Cabildo (unos tipos que no dan la brasa oficial) nos ha contado que hace más de dos siglos los pudientes vivían en casas como ésta:



En concreto, es una de las pocas casas que quedan del siglo XVIII (a Nola no sólo le han azotado los huracanes, sino los incendios masivos de forma continuada hasta que, como un cerdito cualquiera, se dieron cuenta que mejor construir casas de ladrillo que de madera; para más inri, tenían hasta el barro a mano, ya que la mayoría del ladrillo visto que se ve -valga la redundancia- es barro del Mississippi).

Para más señas es casa de origen español (yo no he visto una así en mi vida), pero, sobre todo, es criolla (o creole), que tantos años tomando chorizos en los asadores argentinos y hoy me entero que criollo no es mestizo ni nada por el estilo, sino que simple y llanamente es nacido en el lugar (da igual si fue de madre africana o europea: si ya nacías en Nola, eras criollo). 

En esta casa principal vivían los padres y las hijas, que limpiaban (las hijas, quiero decir, que el padre estaría azotando esclavos), cocinaban y crecían como buena niña hasta que las casaban a los 12 o 13 años. 

¿Y los hijos?

A los hijos los encerraban aquí:



Está en la patio trasero y en esa casa adosada también se encontraba la cocina (otra cosa que aprendieron de los incendios, mejor separar el fuego de la casa principal), la zona donde lavaban y las habitaciones de los garçones. De ahí que se llamaba garçonerie... Ahí vivían hasta que les daba la gana (que en la época coincidía con casarse, pero a mucha más edad que sus hermanitas) y hacían lo que les daba la gana: zascandilear o jugar al scalectrix, yo qué sé. La única norma es que no podían entrar chicas, que también se le denominaba como Mamma House. Buena era la mama.

O sea, niñitos de mamá de toda la vida de dios. 

Aunque, admitidlo, la idea de vivir en una casa aparte donde hacías lo que querías tiene su puntito. Eso sí, no es para que le den el Premio Internacional a la Igualdad de Género...

Tras  la Chiquillería se ha ido consumiendo la mañana y hemos vuelto a la Jackson Square (otro día cuento lo de Jackson, su caballo y su plaza), donde nos recibe este bonito mensaje (hay varios por toda la ciudad, supongo que rescoldos del día del orgullo gay):

El mensaje está en la farola.


Habían pasado casi cinco horas desde los Huevos Cojón y me he abotonado unos beignets (en realidad, una mezcla de buñuelos y donuts; buñuelos porque es masa frita, y donut, porque tiene su textura interior) en el Cafe du Monde (un hermano mellizo de la Cafetería Ginés de Madrid, sólo que aquí abren 24 horas y sirven filipinas de entre 18 y 98 años; a mi lado, llevaba una bandeja una señora centenaria, lo prometo).




Mientras desayunaba (o almorzaba, o cenaba, que pierdo la noción) ha empezado a llover justo el tiempo suficiente en que tardaba en dar cuenta de los donuts fríos. En una decisión intuitiva he ido acercándome al hotel cuando parecía escampar... y sabia fue la decisión porque fue entrar en el hotel y caer lo más grande en forma de tormenta tropical... 


lunes, 14 de julio de 2014

Ya guedi, ya guedi

Dia 1



ZAS. En toda la nariz. Lo primero, lo primerito que me saluda nada más poner los pies en suelo americano es un pestazo a fritanga. A fritanga yanqui, que por aquí no reutilizan 40 veces (quizás tiro a lo bajo) el peor aceite de girasol posible como en España; no, aquí es esa manteca de cerdo con la que lo fríen todo (supongo que el reciclado es también un estándar).

A eso me ha olido los USA según he aterrizado en Charlotte (NOTA: si lees esto por primera vez, aquí voy a contar a diario un viaje, no sé si en plan diario o cuaderno de notas, pero hablaré de lugares, comidas y de lo que me pase en general).

¿Y eso es lo más interesante que me ha pasado el primer día? Casi. Siento comunicaros que la Ruta Pop 2 (aquí explico qué fue la primera Ruta Pop y aquí en qué consistirá la segunda) no ha empezado con problemas de pasaporte y peligro de quedarme en casa, con retrasos en la escala y peligro de quedarme sin el coche de alquiler, con problemas técnicos en el coche y peligro de estrellarme (esto es exagerar un poco, la verdad). Todo eso me pasó hace un año. Esta vez no. Escribo esto en Charlotte, donde me estoy tragando una escala de cinco horas y aprovecho para ir adelantando el post.

Sufro, sufro mucho mientras escribo esto y me bebo esto otro, la primera cerveza del viaje (Una Carolina Blonde, que, como indica su nombre, es oriunda).


Pero tranquilos, que cosas raras pasan (y mi capacidad de desarrollar postulados sociológicos o conspiraciones paranoicas a partir de ellas es ilimitada). Por ejemplo, en el control de pasaportes de entrada. Jerome, un oficial de aduanas negro más seco que un viento de levante (aunque con pinta de negro bueno de las pelis/series de polis) me ha realizado una pregunta inquietante: ¿Has vivido alguna vez en Georgia? Nada de si he estado o voy a pasar por allí. Si he vivido en Georgia. Como si hubiera un tipo con mi nombre que dejó cuentas pendientes. Y esto es lo que me acojona: resulta que en esta ruta no haré muchos (o tantos) kilómetros como hace un año (3.000 de ahora frente a 7.000 de 2013), pero da la puñetera casualidad que unos 1.000 kilómetros de esa ruta los haré en Georgia. Como yo no soy peliculero, ya me veo parándome un state trooper en una carretera perdida de Georgia (sólo os digo que una carretera perdida de ese estado es una carretera de ésas en las que no paran de salir zombis hambrientos de The Walking Dead, que está rodada en las entrañas georgianas –no sé si es el gentilicio correcto, pero en fin…). Venga... ¿es inquietante o no?



A mí, a falta de otros alicientes en los inicios del viaje, me ha dejado pensativo.

Tanto, que me he olvidado de Hayley Diane Kissee (anda que no mola el nombre, con ese apellido de familia lejana de la khaleesi), mi compañera de asiento. De la que NO me he enamorado. Lo juro. No voy a empezar tan pronto. Que, en este caso, podría ser su padre (no le echo más de 18 años). La historia con la khaleesi del vuelo US749 es que le he servido de escudo ante una caterva de cuervos adolescentes hormonados que copaban la mitad del avión. Para más señas, formaban un equipo de soccer (sinónimo de perdedor en los USA, porque si acabas jugando al soccer es que no eras ni medio decente en alguno de los 20 deportes que son más importantes que nuestro fútbol) que han debido de participar en algún torneo en España (y que han saqueado el Bernabéu por la de gorros y camisetas del Madrid que portaban). Iban todos con la camiseta del equipo y, bueno, tras nueve horas de viaje, el avión ha estado parado en la pista, esperando que le dejen abrir las puertas hasta que la aduana estuviera lista. Ha sido casi una hora de prórroga en la que poco a poco los veinte chavales se iban apelotonando en torno a mi asiento (yo estaba en el pasillo y la chica en ventanilla), echando miradas babeantes como sólo chavales de quince años pueden echar.

Mala suerte, perdedores, yo ocupo mucho espacio físico y os he jodido las vistas.

Anda, a ensayar penaltis.

Brindo por vosotros con otra cerveza local, de la misma Charlotte, una Olde Mecklenburg Copper.



Y con esto salto a Nueva Orleans y....


ZAS. En toda la nariz. Me repito, pero es que me tengo que repetir, porque si Charlotte olía a patatas refritas en la misma manteca de cerdo por quincuagésima vez, Nueva Orleans (a partir de ahora la llamaré Nola, para ahorrar caracteres) olía a humedad. No sé si a armario cerrado en invierno en la casa de la playa (o a toalla mojada que metiste en un armario de cualquier casa), pero el ambiente sólo se puede comparar a esa calma chicha terrible del Levante en calma (lo siento, soy gaditano y no puedo parar de hablar de vientos).

De pronto, pesas el doble, se ralentiza todo tu cuerpo (y todos los de tu alrededor) y bebes. Y bebes (estoy pensando en agua ahora, ¿ein?).

Nunca he visto desde el cielo las marismas que rodean San Fernando, Puerto Real, El Puerto, etcétera, pero desde el avión Nola está en medio de una gigantesca red de océano que se adentra en la tierra, esteros, pantanos, la desembocadura del Mississippi (que no es pequeño el río), la de sus cientos de afluentes... La tierra queda por debajo del nivel del mar y doy fe de que he vivido muchas humedades sofocantes (y mucho levante en calma), pero como esto...

Una pista con la que salto en el tiempo un momento: cuando me he bajado del taxi, donde había aire acondicionado, se me han empañado las gafas al instante y no se han desempañado hasta que no entré al hotel huyendo de la calle. 

Vuelvo al avión: Los edificios altos que se ven al fondo es el Downtown de Nola (se ve como se ven las cosas desde la ventanilla de un avión):




Y aterrizamos, y dejé de oír al brasas de detrás que no paraba de hablar de lo bonito que es Nola y de lo que se ha perdido y de lo que no quieren hacer para recuperarla y que nadie la entiende como los de allí y que si tal y que si La Caleta y el Mentidero y... ups... que he saltado de Nola a Cádiz sin querer... (Nola, como Cádiz, también tiene su acepción cursi: si a la ciudad gaditana la llaman -y te entran arcadas de glucosa- Tacita de Plata, a la americana la califican como Big Easy)... en fin, horteras del mundo unidos son muchos puestos en fila...

Ya se me ha ido la mano. Estábamos en que:



Tras lo que mi primer contacto con la gente local ha sido con esa siempre raza aparte (pero tan representativa de los pueblos) como son los taxistas. Españoles de España, madrileños de Madrid y gente de buena dicción (pero mala sintaxis) que se queja de que a los andaluces en general y a los gaditanos en particular no se nos entiende. Valientes: hablad con un taxista de Nola. Venga, listos. Con deciros que 33 (que es lo costó el viaje) lo pronunciaba como "tutitrí" (que desde mi gaditanismo yo entendí como 23).



Por lo demás, me volvieron las teorías paranoicas porque Andre Pierre, que así se llamaba el hombre según ponía su licencia caducada (por más de un año) tenía una extraña obsesión. Fue error mío preguntarle si podía hacer fotos, ya que al hombre le salió la vena servicial y me ofreció llevarme a hacer fotos a un cementerio.

...

...

...

Sí. A un cementerio. 

Pensadlo de nuevo. 

UN CEMENTERIO.

Yo le dije que no, que a qué iba a ir yo a un cementerio nada más llegar. Pero André era de ideas fijas y en la carretera de entrada me dice... Look, look, a BIG "semetei" y hasta frena el coche. Ya guedi, ya guedi (you get it, you get it, quería decir el hombre). Y nada, saqué una foto.



La saqué para que oyera la cámara y se calmase, vamos. Tu de lé tu (to the left too). Y nada: I got it, I got it, decía yo. Clic, clic...

Desde entonces iba pegando frenazos delante de cosas destacadas (como el Superdome): Ya guedi, ya guedi...

Que conste que la tarifa del aeropuerto es fija, así que no había mala intención. Mientras, el André conducía chascando la boca y abriendo la ventanilla del conductor para escupir de vez en cuando, alternaba agua y una coca-cola del Macdonalds del salpicadero para crear nuevos salizavos y yo me preguntaba qué llevaría en el interior de una nevera de playa de corcho que tenía encajada entre su asiento y el del copiloto.

Sin embargo, llegué bien y el André tuvo un detalle que le honra. Como no nos entendíamos, nos pasamos diez metros el hotel (veinte, a lo sumo), y el tipo me insistió en que daba la vuelta y me dejaba en la puerta. Yo le dije que no hacía falta, que muchas gracias, tras lo que me fui con mi maleta. En el último instante, y como si fuera una película de enamorados de entreguerras, me giré y vi que aún vigilaba cómo entraba en el hotel (imagino que atento a que no me pasara nada).

Ese André tutitrí, ya guedi.

Al día le queda poco que contar. He salido a una cena exprés (todo está mucho más cerca de lo que pensaba y ya pensaba que estaba todo muy cerca de antes). Caía la noche en Canal Street (que separa al French Quarter del distrito de negocios) ¿y qué pasa cuando hay un solete saliendo o cayendo y el Ale está con la cámara?. Esto:



Después me he ido a un sitio de comida rápida (pero autóctono del Estado) y me he comido unos fingers de pollo picantes (cajun, dicen aquí) para matar de buenos:



Después me he vuelto al hotel, porque ahora mismo cumplo 24 horas seguidas sin dormir (en los aviones no dormí nada). Mañana habrá algo más de sustancia (supongo). Os dejo con el mensaje (errata incluida en el francés) del ascensor del hotel y la cama a la que me dirijo:

    





Nota: la foto que preside el post la he tomado desde el avión. No es una cordillera ni nada, sino nubes con forma de montaña ártica sobre una alfombra de nubes... Llamadme cateto, pero he viajado alguna que otra vez en avión y había visto muchas veces el manto de nubes como un campo nevado... ¿pero esas montañas -porque había muchas- de nubes tan perfectas? Yo no. Y me mola la foto y este es mi blog.