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lunes, 4 de diciembre de 2017

Lo mejor es enemigo de lo bueno

El pueblo de Kittaning, en Pennsilvania, igual te sirve de cabecera para Justified que de escenario para Mindhunter.

Arranca la temporada de listas de lo mejor del año y este blog se lanza a su particular repaso seriéfilo de 2017. Al igual que el año pasado no es un post al uso, con enumeraciones ni gradaciones. Es lo que se me viene a la cabeza y todos sabemos que aquello que recordamos con mayor presencia es lo que más nos gustó o nos enfadó.
El hilo conductor lo explica el título de la entrada. Suena a mensaje optimista en una taza con letras de colores o a primera frase de una paparrucha de Paulo Coelho. En realidad, recupera una de las frases preferidas de un jefe al que tuve hace tiempo. Era su forma de apurar a los tardones que no terminaban sus reportajes a tiempo en su afán de perfeccionar el párrafo o el titular. A menudo, cuando te empeñas en la excelencia te despeñas, es lo que venía a advertir la frase. Y yo añado que no está mal ser ambicioso (esa otra máxima de que a cuanto más aspires más conseguirás), pero si somos una raza de melancólicos es porque nos empeñamos en perseguir sueños imposibles (“el esfuerzo inútil conduce a la melancolía”, que dijo Ortega y Gasset).
A lo que iba: este 2017 ha sido un año en el que muchas series se han pasado de frenada pretenciosa o artificiosa mientras que las mejores (siempre en mi opinión… que para eso es mi blog) fueron las que aceptaron sus límites.
Vamos a empezar con los palos, que siempre son más jugosos:
-Premio al ‘Esta es mi serie, somos un fenómeno de masas y hago lo que quiero con mis guiones que para eso yo lo valgo’. Dicho con la cabeza alta, efluvios condescendientes y los ojos saltones del fanático. Mi primer palo del día es para ‘Juego de Tronos’. Admito hasta cierto punto que una serie de fantasía no tiene por qué acatar las normas narrativas del primer día de un taller literario. Y que quizá deba hacer caso a Alberto N. García cuando dice que es una serie para disfrutarla y no pensar en más lógicas internas. Sin embargo, creo que está en un territorio peligroso donde todo lo que se dedicó a la construcción de personajes se está traicionando por un puñado de efectismos.
Recochineo.
-Premio al ‘Esta es mi serie, somos un fenómeno de masas y ya no sé ni lo que hago con mis guiones’ para ‘The Walking Dead’. Que su hermana californiana, la Fear, la haya superado en interés ya lo dice todo. Estoy a punto de dejarla. Walking, digo. A esta serie solo la salva un apocalipsis zombi. Porque ya no es una serie de zombis. Salen bichos como salen osos en películas de montañismo. Lo demás es aburrimiento. Y lo demás ya son 43 de sus 44 minutos por episodio (o mucho, peor, 91 de sus episodios alargados innecesariamente a 92 minutos).
-Premio a ‘Esta es mi serie, somos un fenómeno de masas y el mundo es mejor desde que hicimos esta serie y denunciamos todas las miserias del mundo’. Perdón: debería decir “todos los miserios del mundo”. Porque hablo de ‘The Handmaid Tale’.    
Y no sigo con otras barbaridades, pérdidas de tiempo diversas y alucinaciones. Vayamos a lo positivo que, como ya he dicho, este año se caracterizan por su capacidad de admitir los límites.

-Premio a la Mejor para ‘Halt and catch fire’. Así de absoluto. La mejor serie del año en su temporada final. Con el repelús que me dan los informáticos (otros que van con la barbilla de la condescendencia a la altura de los plafones de luz), con lo poco que me interesa un código de programación, con lo que me costó ver su primera temporada (de hecho, dejé la serie y la retomé en su segunda cuando leí que había cambiado para mucho mejor)... No obstante, esta serie dedica a la informática casi tan poco The Walking a los zombis y por eso es grande, porque la informática es la excusa para hablar de todo, de eso que llamamos vida y de cómo nos esforzamos para ser felices aunque destruyamos todo lo que nos rodea (incluyendo a los que queremos); de la redención a través de la amistad, las trampas del amor y ese enemigo número uno del ser humano que se llama frustración.
Además, desde ‘A dos metros bajo tierra’ nadie había tratado una muerte en pantalla con tanto impacto; y, a diferencia de aquella, donde se pecaba a conciencia de cierta pornografía sentimental, en Halt lo hicieron con una elegancia sublime.

-Premio a la Honestidad Brutal Incluso en el Siempre Resbaladizo Momento del Adiós. Ex aequeo para ‘The Leftovers’ y ‘Rectify’. Otro adiós a la altura de las expectativas de la coherencia y la humildad. Y mira que ambas comenzaron con un ejercicio de pretenciosidad que a veces rechinaba demasiado (me refiero a sus primeras temporadas no al inicio de los capítulos de 2017). Precisamente, ambas se convirtieron en grandes series cuando acataron que no habían venido a cambiar el mundo sino que tenían una historia de sentimientos y amor que contar. Y vaya historias de sentimientos y amor verdaderos nos han dejado (estas dos sí pasarían el test de ‘La Princesa Prometida’ y su amor verdadero).
-Premio a la sorpresa entre bambalinas. Para ‘Sneaky Pete’. Aquí hablé ya mucho de ella. Terminado el año, es mi nueva serie fuera de radar preferida.  
El bate bueno lo tiene Steve.
-Premio a contracorriente. Para la segunda temporada de Stranger Things. Porque cumple la máxima de esta ceremonia, de aceptar sus limitaciones. No es tan genial como la primera, eso está claro. Y habría que preguntarse si eso era posible una vez pasado el efecto novedad que supuso su irrupción en 2016. Aun así, es una digna sucesora, consciente de ser una continuación (y más que eso: en el tono, en las referencias directas a segundas partes famosas –Aliens, El Impero Contraataca, el Templo Maldito, Gremlins- hay una simetría que sí me parece magnífica); con sus fallos y flaquezas (también los hubo en la primera, aunque en la distancia se nublen) y con sus logros propios. Si esto fuera un listado al uso de las diez mejores series del año, estaría sin duda entre las elegidas.
-Premio Más Conocido como Pedrea por Asuntos Secundarios (o el 2018 las hará mejores):
            -'Legion'. Ambiciosa como pocas, rebuscada como ninguna. Pasada de rosca en su despliegue técnico y narrativo. Farragosa y, llegados a un punto, cansina por puro agotamiento de tanto que exige. Así y todo, deja un puñado de momentos estelares y hallazgos visuales.

            -'The Deuce'. Es David Simon y estaría en cualquiera de mis listas aunque solo hiciera el anuncio del Gordo de la Navidad. Al ser David Simon, seguramente el verdadero calado de la temporada inicial no se entenderá hasta dentro de seis años (o cuando acabe la serie, vamos). De todos modos, ya hay material para ocupar los podios de 2017. Nadie como él es capaz de que te caigan bien puteros desalmados y policías corruptos; nadie como él rebusca en los estercoleros del capitalismo y nos regala argollas de latas de refresco con el fulgor de un diamante de Tiffany’s; nadie hace política ni da lecciones de moralidad como él sin caer en el maniqueísmo.
            -El tercer episodio de la tercera de 'Fargo'. Y quizá los dos episodios finales. El resto es un resbalón en una carrera que, quizá, era imposible de recorrer. Eso, o es que el señor Hawley no puede hacer dos cosas geniales en un solo año (normal, por otra parte).

            -La trama del Framework de ‘Agents of SHIELD’. Al final, la serie de Marvel crece cuando casi nadie le hace caso. Mientras que Netflix anda poniéndose estupenda con los superhéroes y metiéndonos con calzador imposturas de falsa profundidad, los de Coulson han encontrado en su carácter desenfadado lo mejor de sí mismos. Homenaje gozoso de la era dorada de los cómics de superhéroes, antes de que la trascendencia los volviera demasiado serios. Y aun así, cuentan cosas interesantes y lo cuentan muy bien. La quinta temporada acaba de empezar a todo trapo, si bien el último tramo de la cuarta es por lo que entra en esta lista. Una gran serie que entretiene y divierte, el primer deber de un superhéroe.
            -‘The Expanse’. La heredera de ‘Gallactica’. Nada más que decir.

            -‘Mindhunter’: Porque otra serie de asesinos en serie es posible y lo es con más psicología y menos casquería.        

Con la tontería, he destacado en lo positivo, precisamente, a diez series (y tres capítulos de Fargo). Asi que, al final, esta lista no es tan distinta como yo creía aunque para desbaratar la simetría añado dos comedias (apenas veo, eso sí) que merecen una oportunidad: 'The Good Place' y 'Future Man'.  

martes, 22 de agosto de 2017

Juego de Tontos: o quizá merecía la pena esperar a los libros



(Obviamente, hay espoilers hasta el S07E06 de Juego de Tronos). 

Quizá me precipito y me tenga que tragar todo lo que voy a decir en apenas unos días.

Aunque para precipitada, la séptima temporada de (desde ya) Juego de Tontos, en la que su sexto episodio ha batido todas las cotas aceptables de estupidez narrativa. 

Hay quien dice que la serie está sucumbiendo al vértigo porque le restan muy pocos episodios para terminar (ahora mismo, ocho: uno de la séptima y otros siete de la octava). Que hay que acelerar por falta de espacio. 

Yo lo que veo es una alarmante falta de ideas. Hay pocos episodios porque ya no había materia con la que desarrollarlos. Ha sido separarse de lo que los libros nos habían dejado sembrado, de aquello que podía intuirse que ocurriría (la sexta temporada sí fue excelente porque cerraba flecos antes de lanzarse por completo a lo que se había construido con tanto esmero: la doble guerra definitiva contra los muertos y entre los Reinos), y ha empezado el despropósito. Hasta ahora, las grietas aparecían aquí y allá y esperábamos que fuera un espejismo, que había una causa mayor que las justificase. No queríamos ver la evidencia de la nada que se escondía bajo el brillo del hielo.

Basta ya. 

Juego de Tronos/Tontos acabará pronto porque no hay libros que la sostengan. No hay ideas ni argumento (de pronto, pareciera que los guionistas de The Following hubieran tomado el control). No hay trama ni lógica. Hasta hace poco, yo incluso pensaba que la serie había superado a los libros y no los necesitaba ya. Me equivoqué: mucho meterse con George R Martin y su lentitud y resulta que la serie ha sido grande mientras se sostuvo en la cohesión de los libros. 

Una misma cohesión que ha estallado por los aires (o se ha congelado más allá del muro) en la televisión. 

Durante toda la séptima temporada, una serie de personajes a los que dábamos por muy inteligentes no han dejado de cometer estupideces que contradicen lo que han sido durante los 60 episodios precedentes. Al mismo tiempo, ese gran rasgo de la serie, aquello de que cualquiera puede morir (una falacia desde hace tres temporadas y media, ya que solo mueren secundarios, como se incide aqui) se ha travestido en una concatenación de cliffhangers baratos y anodinos. Todo se puede resumir en un detalle que no dejan de exprimir: si Jon ha resucitado está claro que no va a morir ahogado bajo un lago al que ha sido arrastrado por zombis. 

No, señores guionistas, si Gleen no murió en un callejón infestado de caminantes y se salvó gracias a un contenedor de basuras (eso, en el Madrid donde los roban cada dos por tres, sería una perdición), Jon no va a palmar ahogado. Si Rick no va a morir ni en mil temporadas de zombis, Jon tampoco a los dos días de haber resucitado. 

Y menos aun de esa forma estúpida (otra cosa sería sacrificándose para permitir el reinado de su ahora -mira por dónde qué rápido es el amor- querida Dany... aunque primero habrían que consumar, digo yo...).   

En esta falsa sensación de peligro para los protagonistas (acrecentada por el caso Jaime/Bronn), Juego de Tronos se ha emparentado con ese otro gran fenómeno de masas que es The Walking Dead. Llegados al rubicón de seguir alargando el éxito a toda costa, se multiplican los atajos a conveniencia según sea uno u otro personaje el involucrado (que solo mueran los 'extras' de la partida más allá del muro rompe con lo que nos enamoró de la serie, esa sensación de que todos están en riesgo), la pirotecnia del FX desvirtuando la trama (todavía no capto por qué en una escena Daenerys parece aceptar atar a sus dragones en corto y no quemar Desembarco del Rey pero a la siguiente ataca al ejército Lannister... a no ser que hubiera que enseñar el poder de los dragones en un campo de batalla de una vez por todas), los ases en la manga (que alguien me explique lo de Gendry... y no me refiero a su futuro como triatleta), el deus ex machina de baratillo (ay, ese tío de las bolas de fuego a caballo), las marrullerías narrativas (de pronto, los cuervos que transportan noticias en los siete reinos son más rápidos que un whatsapp), la épica innecesaria (para derrotar a un ejército, Dany se lleva un dragón, imaginamos que por prudencia, pero al norte se lleva a los tres)...

Aunque, insisto, no todo es achacable al sexto episodio. De acuerdo: la misión de Jon Nieve era ridícula (y la hacen más ridícula enviando a una docena escasa de valientes... una docena en el sexto episodio, ya que el quinto acabó con solo siete adentrándose). Y toda esa corte de gente inteligente (Tyrion, Varys, Missandei) y renuente (Daenerys) lo ve como un plan infalible. Pero es que Tyrion fue a Desembarco del Rey a proponerlo (¿por qué no enviar a otro?). Y su hermana lo acepta y no le decapita, que es lo que lleva toda la serie deseando. Jamie se comporta como un bobo arremetiendo contra el dragón, pero a los guionistas no se le ocurre una salida más boba que pretender engañarnos con su muerte entre episodio y episodio... y luego, le hacen batir el récord olímpico de buceo por inmersión para alejarse de la batalla y emerger (con armadura incluida) a no sé qué distancia... Allá en el norte, Ayra parece que vuelve a tener diez años y es una niña caprichosa y envidiosa de su hermana mayor más guapa y alta, tanto entrenamiento de autocontrol y cinismo desbaratados por un rencor infantil que la ata a un lugar donde su única razón para estar es dar algo de trama a Sansa y Meñique. La enfermedad más letal de los Siete Reinos y parte del universo resulta que era tan sencilla de curar como cuando de pequeños nos arrancábamos las costras en las heridas que nos hacíamos en las rodillas y codos al caernos de la bici. La limpieza de secundarios de peso se acelera y maltrata de forma retroactiva tantos minutos pasados con ellos (las arpías, su madre, Lady Olenna, Thoros)...

Y, lo que es peor, se intenta esconder la escasa imaginación con parafernalia. La gente elogia mucho el sexto episodio por las escenas de batalla y sí, son espectaculares. 

También lo son en Transformers. 

Juego de Tronos, la serie, era otra cosa. Lo fue mientras tuvo cimientos narrativos. Quizá Martin también traicione a sus propias criaturas en los libros que le quedan. Quizá las expectativas siempre fueron demasiado ambiciosas en uno u otro medio. 

Por ahora, podemos hablar de la serie. 

Una serie que es hielo que se derrite.