Árboles.
Tampoco hay árboles en el fin del mundo (como en la Puerta del Sol). Al menos, vivos, porque en las orillas de la múltiple costa en torno a Utqiagvik (hay un istmo que jadea ártico arriba hasta que se termina algo que llaman carretera pero no es más que roderas marcadas sobre la arena de playa) han ido a morir troncos apenas indistinguibles de los huesos de ballenas y otros mamíferos que murieron mar adentro o se ahogaron acá en la tierra.
No hay árboles porque el suelo está helado y no hay raíz que se adentre en él a no ser que solo seas una plantita diminuta, anaranjada, amarilla o roja y que siembra los cementerios y alguna que otra explanada.
Esto es la tundra, una especie de desierto helado cuya etimología ya lo explicaba sin más aspavientos: planicie sin árboles, según la palabra que lo designó en la lengua sami (nativos de la vecina Rusia).
Las orillas se adornan de troncos, despojos de barcos, palés arrojados por la borda. Maquinaria oxidada, hierros retorcidos, contenedores enteros.
El litoral de Utqiagvik parece una playa de Normandía protegida por los nazis, un parapeto ridículo ante las hordas que vengan del frío del norte, la escena final de una película apocalíptica y cínica.
Hasta la costa nadan osos polares de islas cercanas, se recuestan al sol último de verano entre decenas de gaviotas que los merodean como moscas, a la caza de alguna migaja.
Ben es de la zona. En los meses donde la temperatura se mantiene por encima de cero grados se gana la vida haciendo de guía al puñado de turistas despistados que suben hasta aquí. En invierno, otoño o primavera caza. De todo y lo que se tercie. Pesca también. De lo que se tercie.
Ben va contando anécdotas pero va más allá del buen conductor que mira siempre muchos metros por delante. Ben mira una milla hacia delante. Su misión es avistar el peligro. No haya a ser que nos topemos con un oso polar.
Como hoy.
Espoiler: si escribo esto es que no ha pasado nada.
La insistencia del turista le va empujando a acercarse más y más. No lo hará a menos de unos 400 metros. El de Kentucky es especialmente incisivo y temerario.
Un macho alfa allá por el instituto que se viene a Alaska con mujer y niña de nueve años (¿no empezó ya el colegio? sí, empezó el martes aquí), con gorra, camiseta de lo bueno que es el petróleo para Alaska (o sea, de una empresa que lo saca) y no hace caso a la niña (solo cuando le tiene que quitar los prismáticos porque lleva mucho tiempo con ellos); mucho menos a la mujer, que en los paseos se va sola por ahí porque no me extraña, viajar desde tan lejos a tan lejos y que el marido siga por ahí. Él solo quiere ver animales salvajes.
La llamada de la selva de Kentucky a Alaska.
No tengo ni idea si son de Kentucky.
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Este soy, que de Kentucky tengo lo que haya bebido en bourbon. |
Pero pinta de gran ciudad que no vote a Trump no tienen.
El oso de hoy se echa una siesta (por eso en la foto solo se ve su culo y un lomo enorme). No saluda a los humanos que lo tienen que apreciar desde una distancia prudencial. A lo lejos, es la mancha blanco roto entre las múltiples gaviotas.
-¿Cuál es la menor distancia a la que has estado de un oso?
-Dos metros.
-¿A propósito?
-Claro que no.
Ben no tiene ni 30 años ni dientes en la parte de arriba salvo un incisivo. Usa sudadera con capucha, está moteado de barro de arriba abajo y cada dos frases de explicación intercala a alguien de su familia.
Bromea con la desolación de su tierra, de los chamizos donde acampan y hacen barbacoa sus vecinos allá donde terminan las carreteras (no dice que aquí las casas se abandonan pero no se derriban porque sería delito, porque son historia de los que se asentaron antes que nadie).
Bromea cuando dejamos la carretera de tierra prensada y nos zambullimos en la arena blanda a toda velocidad: espero que nadie sea propenso a marearse.
Bromea salvo con lo de acercarse a los animales.
Ni siquiera a los muertos. Cuando pasamos a un par de metros de una morsa pudiéndose y sobre la que picotean varias gaviotas, el de Kentucky pide que paremos.
-Ni de coña.
Dice Ben.
Serio.
Ben es un iñupiat, que no lo había dicho.
Un habitante del fin del mundo.
Siempre hay un arco iris 😍
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