Llegamos al momento más esperado por casi todos vosotros (o casi todos los que me seguís cada año): el repaso gastronómico a la ruta. Es viernes y se merece abrir un poco el apetito.
Alaska pertenece a Estados Unidos desde 1867 y, aunque hay otras muchas cosas que poco tienen que ver con sus vecinos del sur, la comida es similar a la que se pueda encontrar en Iowa o en Nuevo México. Desayunos contundentes, tortitas del tamaño de una plaza de toros, mucho hidrato de carbono, hamburguesas ineludibles y una variedad exótica que se extiende allá donde se mire. Porque allá en Utkiagvik, en el punto más septentrional del país y rozando el Polo Norte, había un mexicano, un chino y un tailandés (hablo de garitos, no de personas). Y solo un bar que se podría llamar americano, aunque se enorgullecía de su pasta.
En el lado líquido, sorprende también por aquí la proliferación de cerveceras locales que abren su propio bar y sirven a la zona. Con una variedad que roza la decena aunque sus tanques quepan en un campo de baloncesto.
No me voy a quejar yo de eso.
Pero entonces... ¿Alaska tiene alguna especialidad?
Que te cobran muy cara cualquier cosa. Como un plus de casi el 50% sobre un precio normal: una simple hamburguesa de dinner no baja de 25 dólares.
Pero si hay que elegir un producto se podría decir que el salmón (de ahí la foto de una artista nativa -no pillé el nombre, seré gilipollas- expuesto en el Museo de Anchorage como crítica social y etnográfica. Hay salmón en todas las cartas en distintos formatos: como hamburguesa (pero no como la de Mercadona, sino un filete a la plancha en pan de hamburguesa), como filete tal cual a la plancha, rebozado, lo que ellos llaman blackened (que suele ser una costra de pimienta), con alguna salsa especial... Prácticamente, he probado todas sus maneras (casi me he convertido en oso de tanto salmón y por eso que le dieran a la versión rebozada) y he de reconocer que la materia prima era muy elevada, que daba igual cómo lo pusieran, que se notaba que a ese bicho lo habían pillado por aquí cerca.
Para algo que tienen aquí al lado y no lo se tienen que traer del lado civilizado del mundo.
A ver, que me pierdo:
-El salmón hamburguesa:
No daba ni medio dólar por él (aunque costaba más de 30, sin contar propina) en un garito donde se podría jugar un torneo simultáneo de fútbol 7 con 20 equipos de lo grande que era. El Graciar Brewhouse, en Anchorage; el bar más famoso de la ciudad más grande de Alaska. Un filete de salmón generoso, jugoso y de un naranja que ni las mandarinas de Mercadona (última vez que le hago publicidad... al menos, gratis).
-El salmón en hamburguesa (dos):
Decepcionante, comparado con el otro. Comparado con un salmón estándar en España, una delicia. Es lo malo de empezar en lo alto. Este me lo tomé en el restaurante del hotel Top of the World, en Utquiagvik.
-El salmón en forma de pastel en desayuno con huevos Benedict:
Excelente. En el mejor sitio de desayunos de Anchorage, el Snow City Café. Cuando digo pastel me refiero a su excepción anglosajona, a esa especie de falafel con trozos del producto en sí (como las hamburguesas veganas).

