jueves, 11 de septiembre de 2025

Repaso gastronómico a Alaska


Llegamos al momento más esperado por casi todos vosotros (o casi todos los que me seguís cada año): el repaso gastronómico a la ruta. Es viernes y se merece abrir un poco el apetito. 

Alaska pertenece a Estados Unidos desde 1867 y, aunque hay otras muchas cosas que poco tienen que ver con sus vecinos del sur, la comida es similar a la que se pueda encontrar en Iowa o en Nuevo México. Desayunos contundentes, tortitas del tamaño de una plaza de toros, mucho hidrato de carbono, hamburguesas ineludibles y una variedad exótica que se extiende allá donde se mire. Porque allá en Utkiagvik, en el punto más septentrional del país y rozando el Polo Norte, había un mexicano, un chino y un tailandés (hablo de garitos, no de personas). Y solo un bar que se podría llamar americano, aunque se enorgullecía de su pasta.

En el lado líquido, sorprende también por aquí la proliferación de cerveceras locales que abren su propio bar y sirven a la zona. Con una variedad que roza la decena aunque sus tanques quepan en un campo de baloncesto.




No me voy a quejar yo de eso. 

Pero entonces... ¿Alaska tiene alguna especialidad?

Que te cobran muy cara cualquier cosa. Como un plus de casi el 50% sobre un precio normal: una simple hamburguesa de dinner no baja de 25 dólares. 

Pero si hay que elegir un producto se podría decir que el salmón (de ahí la foto de una artista nativa -no pillé el nombre, seré gilipollas- expuesto en el Museo de Anchorage como crítica social y etnográfica. Hay salmón en todas las cartas en distintos formatos: como hamburguesa (pero no como la de Mercadona, sino un filete a la plancha en pan de hamburguesa), como filete tal cual a la plancha, rebozado, lo que ellos llaman blackened (que suele ser una costra de pimienta), con alguna salsa especial... Prácticamente, he probado todas sus maneras (casi me he convertido en oso de tanto salmón y por eso que le dieran a la versión rebozada) y he de reconocer que la materia prima era muy elevada, que daba igual cómo lo pusieran, que se notaba que a ese bicho lo habían pillado por aquí cerca. 

Para algo que tienen aquí al lado y no lo se tienen que traer del lado civilizado del mundo. 

A ver, que me pierdo: 

-El salmón hamburguesa: 



No daba ni medio dólar por él (aunque costaba más de 30, sin contar propina) en un garito donde se podría jugar un torneo simultáneo de fútbol 7 con 20 equipos de lo grande que era. El Graciar Brewhouse, en Anchorage; el bar más famoso de la ciudad más grande de Alaska. Un filete de salmón generoso, jugoso y de un naranja que ni las mandarinas de Mercadona (última vez que le hago publicidad... al menos, gratis).  

-El salmón en hamburguesa (dos):


Decepcionante, comparado con el otro. Comparado con un salmón estándar en España, una delicia. Es lo malo de empezar en lo alto. Este me lo tomé en el restaurante del hotel Top of the World, en Utquiagvik.

-El salmón en forma de pastel en desayuno con huevos Benedict:   



Excelente. En el mejor sitio de desayunos de Anchorage, el Snow City Café. Cuando digo pastel me refiero a su excepción anglosajona, a esa especie de falafel con trozos del producto en sí (como las hamburguesas veganas). 

-El salmón de autor: 


Llevaba una especie de glaseado de moras y era una porción generosa y la mejor que había probado hasta entonces. En la Pump House de Fairbanks.

-El mejor salmón: 



Recién probado en Valdez, a la plancha con una pequeña costra que solo lo realza. De un color naranja que brillaría en la oscuridad (no sé si eso es muy positivo). En el Mike Palace Café, un garito especializado en comida italiana, ya ven. Iba a probar el fletán en vez del salmón por variar pero es que ponía eso de según mercado. Pregunté y el mercado decía que 60 dólares. Así que yo dije salmón. 

-El otro pescado estrella de la zona, el fletán, suele ser más caro si lo quieres comer en su versión menos tratada. Hay una opción que se ha demostrado más triste, que es optar por la versión de fish and chips... como veis, parecen palitos de merluza (aunque estaban blanquísimos y se notaba que eran frescos). Por eso no digo ni de dónde son. 




-La parrillada completa:     


En el Captain Patties de Homer. Hay gambas, vieiras, salmón y fletán. Caro para lo que era (los dos primeros productos no creo que fueran frescos) y el salmón no tenía demasiado sabor. El fletán es que es un pescado con poco sabor de por sí. Tienen la decencia de ofrecerlo a la plancha en vez de todo rebozado y frito (que es como lo pide todo el mundo). Con esa presentación espetada y mezclados los cuatro te echan de Master Chef sin pasar por la prueba de eliminación.

-La excentricidad del mar: 



Es como lo de las hamburguesas veganas hechas con patata y zanahoria, pero esto se suponía que era una especialidad porque usa cangrejo real. 

Ajá.

¿Y carne?

También ha habido, que había que probar la caza mayor, si bien he echado de menos un buen guiso de venado o un jabalí en salsa. Aquí los renos, alces y bisontes los hacen siempre a la plancha o en forma de salchicha. De hecho, la caza mayor la he probado en los desayunos (no había platos principales de caza en ningún sitio... o el ribeye de ternera de toda la vida u otro corte de carne al uso). 

-Salchicha de reno (junto a un cinammon roll con el que das de comer a toda una clase de adolescentes hambrientos). 



En el The Cookie Jar, de Fairbanks. Las raciones son tan generosas (me llevé la mitad a casa), que el primer día de los dos que fui había desayunando cinco militares. Al día siguiente había 25. Yo para el día siguiente opté por algo más tradicional (únicas tortitas del viaje): 



-Revuelto de reno:




En el Niggivikput, el restaurante en el Top of the world que me daba pereza buscar el nombre antes, pero este plato merece la pena: huevos revueltos, salchicha de reno, cebolla, pimientos, queso, salsa cremosa de carne... De lo mejor (segundo mejor desayuno antes del primero que viene a continuación).  

-Reno, alce, bisonte...

  
El último desayuno por ahora y difícilmente batible (mañana desayunaré en el coche en un plan como el que pondré de despedida). Este lo tomé en el Little Richard Café (un dinner de verdad de verdad en una ciudad de mentira llamada North Pole (a 30 kilómetros al este de Faibarnks), donde todo tiene motivos navideños. No así el local: 



Pero la comida. Pues eso: trozos a la plancha de esos tres animales con queso y embutidos en una tortilla gigante como si fuera una calzone. No sabría decir qué trozo era de qué animal. Pero estaban todos muy buenos. Y, para colmo, con el mejor café de carretera de la ruta. 



Y me voy, con una prueba gráfica de que no siempre hubo gloria. Que también hubo desayunos míseros y comidas saltadas por exigencias del guion rutero o red bull para aguantar despiertos, patatas fritas para lo mismo (son más eficaces que las bebidas energéticas porque te tienen entretenido) y cafés aguados o quemados o las dos cosas al mismo tiempo. 

La fama cuesta, que decían en aquella serie: 

miércoles, 10 de septiembre de 2025

El increíble oso-cerdo

 


Y yo que creía haber visto un cerdo. 

Era un oso.

Tuve que asumirlo durante casi un día hasta convencerme (esta mañana me di cuenta de que os solté el cebo en el post de ayer y luego se me olvidó contarlo).

Vi un oso a unos cinco metros y le di la importancia de ver una ardilla en el Retiro.

Un poco de sorpresa: anda, un animal.  

Era un oso. 

Porque un cerdo no podía ser. 

Habría sido un cerdo enorme, más grande que un San Bernardo. 

Habría sido el primer cerdo que he visto en diez días en Alaska (apenas los hay en los menús de los restaurantes, diría... si exceptuamos el bacon).

Habría sido extraño, un cerdo solo en lo alto de una colina, en la carretera más septentrional de Alaska, donde pasa un coche cada cinco minutos (si contamos ambas direcciones). 

Habría sido raro, incluso aunque se hubiera escapado de un camión de cerdos (una posibilidad que roza la locura porque llevo diez años conduciendo por Estados Unidos y jamás de los jamases vi un camión de cerdos (en España los he visto múltiples veces).

Habría sido imposible, dado que no había camión cerca. 

Habría sido improbable, que se escapase de una granja cercana. Estábamos en una curva con el conato de población más cercana a 100 kilómetros. 

Esto es solo indicativo... imaginad la escena en lo más alto de la siguiente colina, al tomar una curva similar
Esto es solo indicativo... imaginad la escena en lo más alto de la siguiente colina, al tomar una curva similar.

Habría sido un desastre si me hubiera dado por girar en ese mirador, porque me lo hubiera llevado por delante. 

Parado en mitad del acceso, rebufando, gordo como cerdo recién cebado que aguarda (sin saberlo, asumo que nunca saben que los van a matar, pero quizá George Orwell sabía cosas que nosotros no) a la matanza. Gordo como oso que pasa todo el verano zampando lo que pilla a zarpa para el invierno que se viene encima (aquí el otoño dura lo de los dos peces de hielo en un whisky on the rocks).

Un oso. Grizzly, por lo que vi un día después, cuando me caí del caballo de la negación absurda y, en el centro de visitantes de Fairbanks vi el oso de la foto que ilustra este post en un diorama sobre las estaciones en Alasha. Un oso cazado y disecado, no una recreación. 

Un oso como el oso-cerdo que vi. 

Perdonadme que no le hiciera foto, pero fue un visto y no visto. 

Y las guías dicen que nunca corras si ves un oso. 

Que no corras a pie. 


Si llevas una Ford F-150 acelera hasta quemar goma.    

¿No os había enseñado el bicho que me dieron, no? Que yo quería una pickup para no andarme con tonterías aquí (y menos mal, que aquí no hay baches, sino trincheras de la Primera Guerra Mundial). 


Menos mal. Con un coche normal, rueda y dirección no habrían sobrevivido a un boquete que me comí el segundo día. 

En las fotos no se ve, pero tiene el doble de tamaño que un Toyota Corolla y he aprendido escalada para montarme (no es que yo sea el más alto del mundo, pero es que mi frente llega a la altura del retrovisor). 

Eso sí, consume gasolina como si hubiera que justificar el drill baby drill aunque sea para ir a por un café. 

Lo bueno es que hoy ha sido un día de medio relax (se nota en la profundidad y significado del post) y no he tenido que pedirle otro préstamo al banco para llenar el depósito. 


Mañana dejo Fairbanks, ciudad en medio de ninguna parte que a ellos les gusta definir como estratégica para la conexión entre el sur de Alaska y un norte donde no hay nada más excepto el petróleo que ya trae eficientemente el oleoducto que construyeron desde el Ártico. Es la capital de las auroras boreales, Si estás tres días, tienes un 90% de posibilidades de ver una. 

¿Sabéis quién está por una vez en el 10% que las estadísticas guardan normalmente a los privilegiados pero aquí es lo contrario?

Mañana me quedarán apenas dos días y seguramente vaya resumiendo y contando cosas que me he guardado sobre lo que pienso de Alaska. 

El otro día será para el repaso gastronómico, tranquilos. 

Os dejo con un cartel entrañable, traspapelado en el día de ayer: 


Era un bar normal, no una de esas whiskerías con luces de neón en color en la fachada. 

 

martes, 9 de septiembre de 2025

Señales en Alaska


Literal. En plan que hablo fetén, bro (meto el fetén porque quiero y soy un viejuno). Voy a hablar de señales en Alaska. 

Las señales como tal, las que aparecen al borde de la carretera o donde sea necesario. Parecerá una tontería, pero por sus señales conocerás una sociedad. Por desgracia, no tengo fotos de todas las que querría porque es peligroso andar sacando el móvil así como así mientras se conduce y a menudo veía la señal y ya había pasado cuando la asimilaba.

Y si todo esto de las señales os importa poco o nada, en algún momento del post (si digo que al final vais directos) os cuento mi encuentro con un oso (o algo parecido). 

Empecemos por el final. De las carreteras. De las asfaltadas, al menos. Más de 100 kilómetros al norte de Fairbanks, cuando aún quedan casi 700 kilómetros hasta el mar, empieza la Dalton Highway, un sendero de cabras que las petroleras más famosas del mundo (o de USA en los 70... q entonces aún eran las más poderosas) construyeron para hacerle compañía a la inmensa tubería de más de 1.000 kilómetros construida en apenas tres años, atravesando montañas, tundra, medio millar de ríos o arroyos, a cambio de 7.000 millones de dólares de entonces. Hasta ese momento, la obra privada más cara de la historia. 

Merecía la pena, por supuesto. Al norte del norte de Alaska encontraron un yacimiento de petróleo del tamaño de un emirato y había q llevar el crudo a un lugar decente. Por decente, el puerto más al norte que no se helara cada dos por tres era Valdez, al sur de Alaska. Por lo que todo era tan sencillo como llevar el petróleo hasta ahí (los veteranos como yo quizá asocien lo de Valdez con cierto desastre ecológico sufrido allí). 

Y bueno, tanto se gastaron en la pipeline que no había dinero para una carretera en condiciones (mi paso por Utqiagvik me ha enseñado que en la tundra no se puede asfaltar, así que presumo que no se trata de ahorro) y durante 666 kilómetros (no es broma, es la marca del demonio) la Dalton Highway es una trocha de barro y la única manera de llegar al Ártico por coche. 



Yo ya conozco el Ártico, con lo que mi locura ha llegado justo al borde de la Dalton, donde el asfalto se confunde con gravilla; entonces, tierra; entonces la nada... o la trampa para esas caravanas conducidas por orientales que son incapaces de ir a más de 60 por hora en zona de 90 pero se meten alegremente donde se te va a pinchar la rueda en diez minutos. 

¿Tú sabes cambiar una rueda?

¿Llevas rueda de repuesto?

¿Sabes hacer todo eso en una autocaravana?

Yo no. Quizá estoy siendo injusto, pero le vi la cara al de la caravana en un mirador de antes. 
Con lo que empiezo a hablar de carteles. 

Ojalá tuviera de otros muchos. Como el obvio de por aquí de precaución por cruce de alces (lo que son los ciervos por España). Pero no son tan obvios los que cuentan los alces muertos. Según otro cartel, 19 han muerto desde el 1 de julio en la carretera. 

Si tomas sirope no conduzcas (chiste malo). 

Sin embargo, es que se ven coas raras: atención motos de nieve, atención quitanieves, atención un cacharro entre tractor, quitanieves y máquina de conquista extraterrestre (las ruedas eran dentadas). También hay de atención que vienen trineos de perros.

He visto tantas señales de atención vacas como vacas. 

Ninguna.  

Vayamos a lo registrado. Para empezar, unos pocos de ese particular fin del mundo si el mundo se acaba donde no puedes meter un Toyota Yaris (que no hay aquí, pero no sé si el pobre aguantaría mucho aquí).

Veis que, será el fin del mundo, pero la práctica de rifle al cartel no se pierde (que no se pierdan las costumbres): 




Y al fin descansaron. Los dos. Acribillados: 



Las pistolas se las puedes dejar al camarero. Los niños, mejor te los llevas a casa: 



Llámame buena chica y llévame a la librería si es que se digna a abrir en algún momento: 




Importante empezar a leer desde abajo. Para que lo más importante, lo primero, sea lo más importante. 



Momento Mr Wonderfull: 



Momento reivindicativo (en el punto más al norte del continente... donde hay nueve casas vacías por cada diez ocupadas). 


Lo habéis desperado de la siesta. Ateneros a las consecuencias: 


No es un mensaje Mr. Wonderful. Es de sentido común: en la vía del tren espera siempre un tren (oda al pesimismo):


No entres. Para qué. No hay gasolineras ni un puto café. El nombre llama a engaño (o los que ponen los nombres son unos cachondos). Vete. Pasa de largo.



Este no sé qué significa. Está el dead end (final de muerto) y el end... que es peor porque está al final de todo. 

Cuántos griegos hubieran debatido sobre esto durante tantos siglos.  

Que lo sepáis (hay que ampliar un poco la foto y mirar la señal del fondo): 



Pero hoy me quedo con un figura sin cartel pero que merece liderar el Primavera Sound y, al menos 134 de los 200 festivales que se celebran en verano en España. Voy conduciendo por una de esa calles surreales de por aquí, de tres carriles en un pueblo del tamaño de la mitad de Soria, orillada de centros comerciales cutres (de los que no pasaron de los noventa en nuestros arrabales), cadenas de multinacionales y salones de belleza. Lo miro y no me lo creo. Pero se me ha pasado, claro... que no es plan de sacar el móvil, frenar y ganarte una multa o un golpetazo. 

Pero relax: mantengo la calma, miro por el retrovisor y veo que ahí sigue surcando el tráfico. Tengo que pillarlo. Freno, me meto en una calle residencial. Espero como un kilómetro más adelante, me parapeto como el que va a pillar al lince blanco polar y...




Es maravilloso. 

Juro que iba rasgueando y cantando. 

Ojalá saber la canción.

O no. No todo tiene que estar señalizado. 

Que tengáis un buen día. 








 




lunes, 8 de septiembre de 2025

Eres un ganador, perdedor de mierda


Cosas de la publicidad: "Todos sois ganadores en el Mecca", dice un cartel de una cerveza de Alaska adaptada al bar en cuestión. Lo proclama en uno de los bares de perdedores más extremos que he conocido... y he estado en garitos de mariscadores furtivos en Conil, en el último bar de barra de aluminio con pantalla pringosa para ver el fútbol y cacahuetes de aperitivo en el centro de Madrid, a las cinco de la mañana en un antro de piratas en Nueva Orleans...  y otros muchos más que no recuerdo bien). 

Así que el Mecca está en Fairbanks. Es el único bar abierto en el centro. Bar como tal, puesto que hay un restaurante griego y otro mexicano aquí al lado. 





El centro de Fairbabks se ve en cinco minutos y te sobran tres. 

Pero es la pauta común (en Anchorage, con diez veces más de población que Fairbanks y, por tanto, la mitad de todo Alaska -tiene 300.000 habitantes- se veía en diez y sobraban siete). Común de las ciudades que se llaman como tal. Las que están para la administración, la industria y los servicios. Funcional. Todo es funcional en Alaska, esa gran zona de descarga continua (hablamos del paisaje urbano). 

Para ser excepcional está todo lo demás. La naturaleza: el 99%. 



La civilización siempre mancha. Es sucia. El Mecca, que es adonde iba al principio: todos los clientes 
están borrachos, dos tercios hablan solos (la población de indigentes gritando al aire es más común que esos osos que sigo sin ver), cuatro quintos son nativos, una mujer no deja de gritar para llamar la atención, el camarero (blanco), cojea y se diría que sufre un retraso ligero y sobrevenido, de los que te llegan por un accidente de moto o un golpe mal dado. Es joven y simpático. Los conoce a todos. Los aguanta. 

Hay una gramola. Monopolizada por una mujer que juega al billar con un jubilado de gorra caqui, barba blanca (ex de la industria, quizá). Ella es nativa y baila en torno a su palo de billar cada vez que emboca o porque el riff es bueno en ese momento. 

Elige música de puta madre: rock clásico. 

Él es gilipollas. El único blanco, quitándome a mí, que le dice al camarero que no puede ser que haya gente berreando por ahí. Él, que juega al billar con una igual de borracha imagino que para qué. El camarero la defiende. No me importa. No hace daño a nadie. Pero que lo tengas en cuenta. Sí, sí... y el camarero se va cojeando, donde los locos y borrachos están a sus cosas y no te dicen lo que tienes que hacer. 



Alaska es así. Le da igual lo que pienses o lo que sería normal. Aquí es normal no bajar nunca de los diez grados (iba a decir llevar camiseta de manga corta, como si fueras un madrileño al primer sol de febrero), llueve, nieva, hace un viento que multiplica lo malo de todo lo anterior. Las distancias son enormes, las carreteras mínimas. Pero es que, por lo que sea (seguramente, porque está muy lejos de todo y sus condiciones aprovechables son mínimas), nadie ha sido capaz de domarla. 

Nadie ha domado la naturaleza, claro está. 



Y esos nativos que llevan toda la vida aquí lo saben. Suerte tiene Alaska que no vendrá un Titanic a desafiarla. Sale demasiado caro. Aquí vienen turistas que dicen buscar sensaciones extremas y creen que la han vivido cuando ven a un solo polar con prismáticos. Lo mismo con ballenas o leones marinos. Hay algún crucero que atraca en los puertos del sur y te venden la historia marinera y los avistamientos de grandes mamíferos marinos. 

Bien. Uno no va a Cádiz a ver a las vacas retintas a pastar.

Que no digo que cuando uno va en un barquito a 100 dólares la hora (y el viaje no baja de cuatro) para ver si puede hacerse una foto de un beluga sea algo muy legítimo. Yo me he gastado una pasta para venir hasta aquí. 



Pero es que a mí ver animales me da cosa. Porque ellos casi nunca quieren ser vistos por algo. 

Por ti. 

Si me encuentro con uno... pues vale, le haré la foto (dicen que no corras cuando ves un oso, así que le diré que pose).

Aunque quizá entonces no haya blog mañana.