miércoles, 11 de septiembre de 2024

Derrota, rendición, victoria

 

Esta historia se cuenta al revés. Comienza (porque no termina del todo aquí) al norte de Dakota del Norte, donde confluyen el río Misuri (que, pese a ser afluente del Mississippi, es el río más largo de Estados Unidos, unos 160 kilómetros más) y el Yellowstone. A estas alturas, el Misuri es más pequeño y el que da nombre al parque (y a una serie fenómeno de estos tiempos) tiene más entidad, se come prácticamente al otro: 


A mi espalda, en el promontorio desde donde hago la foto anterior seguramente se erigía uno de los fuertes más importantes en la frontera más recóndita del país, el Fort Buford. Allí, donde a principios del siglo XIX los ubicuos Lewis y Clark habían tomado nota del cruce de ríos gigantes, el Ejército americano erigió uno de sus campamentos más importantes en el tramo final de las guerras indias y que luego convertiría en cárcel para quien se fuera rindiendo. 

Que fue el caso de Toro Sentado en 1881. El gran líder espiritual (y guerrero) llevaba más de veinte años peleando con la caballería yanqui, una vez que los de azul ganaron la guerra de Secesión contra los grises. Antes, Tatanka Iyotanka (su nombre en lakota) se había ganado el privilegio de mandar en las praderas comprendidas entre el oeste de las dos Dakota actuales y el este de Montana. Territorio siuox que había conquistado contra otras tribus (como los crow). Y territorio que defendió hasta la victoria más sonada de las llamadas guerras indias: Little Bighorn, donde una confederación de tribus hartas de ser aplastadas por las Gatling y la formación militar de West Point machacó al Séptimo de Caballería de Custer. Eso fue a mediados de 1876 y la victoria les costó cara. Desde el DC fueron con todo para aplastar a los indios y Toro Sentado huyó a Canadá.

                                            Lo que queda de Fort Buford

Cuatro años después, Toro Sentado volvió y se rindió en Fort Buford. Pactó una serie de acuerdos que, para variar, no cumplieron los soldados, fue de detención en detención, lo metieron de secundario de lujo en el espectáculo de Buffalo Bill por todo el país y al final lo mataron a traición en otra prisión-reserva.  

No voy a volver a contar qué pasó en Little Bighorn. Aquí está según lo vi en 2018 y en este otro enlace, recupero una especie de crónica contada en 2013, en mi primera visita. Luego está la maldición que se tenía merecida Custer desde hace tiempo por lo que hizo en Oklahoma (aunque lo repitió en muchos sitios, lo de masacrar a mujeres, niños y ancianos) y que narro en este otro viaje

El caso es que mi día ha terminado en Little Bighorn por tercera vez. 

Y no, los Estados Unidos de América no iban a dejar impune la afrenta. Es cierto que el parque como tal trata de ser equidistante, aunque no fue hasta 1991 que se cambió el nombre al monumento por 'Batalla de Litlle Big Horn' en lugar de General Custer, como había sido hasta entonces. Hay recuerdos para indios y soldados, oficiales y civiles. Hasta para los caballos. 





Ya estoy hablando otra vez de aquello cuando quiero hablar de ahora. La victoria está clara: Little Bighorn. La rendición, la de Fort Buford. La derrota es de hoy. 

La esquina más sagrada para las grandes tribus de las praderas hasta que les echaron hace siglo y poco más es tratada ahora con el sistema de extracción más radical que se puede pensar: el fracking. En apenas 15 años, Dakota del Norte ha pasado de la nada a ser el mayor productor de petróleo solo por detrás de Texas y Nuevo México, con picos de 1,5 millones de barriles al día, según datos oficiales del propio Estado. Esto ha supuesto que la renta per cápita penara en los 20.000 dólares al terminar la primera década de este siglo y que ahora se sitúe en 68.000 dólares. 


El mismo corazón de todos esos puntos rojos es el condado de Williams, a cuyas afueras está Ford Buford y donde se aprovecha los caudales del Misuri y del Yellowstone. 

El paisaje, a menudo, recuerda a una entrega de Mad Max, con fuegos, tanques, extractores en medio de la nada.





Hablando de 'en medio de la nada'. Desde los tiempos de Amparito (que es así como llamaba a mi viejo GPS antes de jubilarlo en aras de míster Google) no me la liaban tanto como esta mañana al tomar mal un desvío.


No, no había amanecido aún y aquí todavía había roderas. Luego, ni eso, con las ramas llegando a la altura de mi cintura (que no es que sea una altura espectacular, pero acojona), con las ruedas derrapando y, encima, terminando en la puerta de una central de estas de petróleo. 


No sé si habéis visto 'Wind river' (la recomiendo como de lo mejorcito del cine yanqui de los últimos años, con Taylor Sheridan -sí, el de Yellostone- tras la cámara y el papel de guionista). El caso es que va de una cuadrilla de trabajadores de estas plataformas que va matando y violando a indígenas como si nada. No digo que todos sean así (eso espero). Pero el ambiente que hay en los pueblos de la zona, repletos de casinos, clubs (de beber y de todo lo demás) y mal rollo general no lo quita nadie. Incluso Bloomberg hablaba hace unos meses que tanto trabajador con mucha pasta que gastar y poco que hacer (no olvidemos que es septiembre, que en no mucho tiempo empieza a nevar y no para hasta mayo) ha provocado que se disparen los desahucios forzosos de inquilinos de toda la vida. Para dejar hueco a los trabajadores con pasta fresca. 

Así que aquí está la derrota de Toro Sentado y esa 'forma de vida' que defendían los nativos que murieron en Little Bighorn (eso pone en sus lápidas): su tierra sagrada violada. Y muchas de sus jóvenes descendientes, también (y asesinadas y desaparecidas; no necesariamente por blancos, eso sí).


PD: Tampoco el de la violencia contra las jóvenes nativas se da en Dakota del Norte y sus condiciones particulares. En la enorme reserva Crow, en el condado de Bighorn, también pagan carteles a pide de autopista. 







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