A veces, la ruta será real, con sus kilómetros y sus paisajes. Otras, será un simple divertimento, desahogo, crítica, queja o pista. Pero siempre habrá una historia al otro lado de un último horizonte de verano.
Al cielo, de vez en cuando, se le caen todas las monedas de pronto y pone perdido de plata al mar.
Las olas se tragarán la historia. Si nadie la pesca, si nadie la rescata, la historia se perderá. Pocas cosas hay más tristes que una historia a la deriva, derritiéndose al vaivén de las mareas, despedezándose contra las rocas, burbujeando (glub, glub, glub) mientras se hunde. ¿Cuántas historias se esfumaron en 2014?
Esto no es una felicitación ni nada que se le parezca.
Esto no es más que un reto.
Porque, como tanto ando diciendo que dijo Faulkner, siempre hay una historia al otro lado de un último horizonte (él decía que en un horizonte de verano).
Sólo hay que mirar.
Sólo hay que contar.
Sólo hay que seguir, incluso ahora que los horizontes son fríos; ahora que es invierno.
Ahora que los horizontes destilan ese oro brillante y nuevo.
Quizá en 2015, como dijo Chéjov, "encontraremos
paz. Escucharemos ángeles. Veremos el cielo centelleando con diamantes".
Plata, oro y diamantes... Hay que ver todo lo que se le cae a los horizontes cuando no estamos mirando.
Tenía un jefe que se ponía nervioso con los aniversarios. Quería sacar la noticia conmemorativa antes que nadie... como si un aniversario fuese noticioso o como si sacar la crónica del Día de la Constitución un 30 de noviembre fuera lo más periodístico del mundo.
En fin.
Que digo esto por que no voy a ser menos que El Corte Inglés o que los ayuntamientos, con las luces de Navidad en la calle. El fin de año ya está aquí, pese a que no estemos en diciembre, y aquí va la (mi) lista de las mejores series del año. Dudo que haya grandes sopresas en las elegidas; la polémica la avivará, en todo caso, el orden.
Eso sí, aclaro que no veo comedias y que los procedimentales apenas los toco, así que disculpadme ausencias por esos flancos. Tampoco espero ya nada de diciembre. En toco caso, The Affair es lo mejor del año en un catastrófico 2014 para Showtime (Homeland hace tiempo que se alejó de las listas, la segunda de Masters of Sex fue anodina, Penny Dreadful naufragó en su propia intensidad y acaso Ray Donovan fue de lo más potable), pero no creo que le alcance para meterse entre las mejores, a falta de tres episodios (de hecho, tengo un mal presentemiento sobre su resolución, pero si cambio de opinión, subsanaré mi error).
Si la lista fuera un poco más amplia, quizá entrasen Hannibal o The Americans.
Pero la lista es de nueve:
9) Justified
Si
la incluyo en la lista es porque no atiendo a razones con ella. Cada episodio
lo afronto como una fiesta donde me beberé una docena de diálogos sublimes. Si
la pongo al final de la lista es porque su quinta temporada fue algo floja.
Algo floja si hablamos de Justified, porque la flojera en esta serie aún la
sitúa por encima de la inmensa mayoría. Y con eso de que en breve arranca su temporada final... snif, snif...
8) The
Walking Dead
Hay
que reconocerle su capacidad para levantar polvaredas de comentarios y
adhesiones y hate watching y fanatismos y debates interminables. Sí, todo el
mundo tiene un pero para The Walking Dead. Pero admitamos que somos adictos aella. Por algo será (también deja capítulos formidables, claro).
Aquí estoy, en la famosa vía, en el perdido pueblo de Senoia, Georgia.
7) Juego
de Tronos
Su
mejor temporada de largo. Por supuesto, era de esperar atendiendo a que
relataba el tramo de los libros con mayor chicha narrativa. Por supuesto, que
eso fuera así no significaba que lo fueran a hacer tan rematadamente bien
(cuanto mayores son las expectativas mayor puede ser el desengaño). Además,
cambian tramas (el duelo entre El Perro y Brienne) y adelantan otras (Bron y su
final de camino) para pulir el conjunto. La serie ha alcanzado un nivel de
calidad sobresaliente. Y ahora me matáis unos pocos: me gusta más la serie que
los libros (o será que el cuarto y el quinto libro son taaaaaaaan flojos que…).
6) The Leftovers
Es
lo contrario a The Good Wife (ver quinto puesto). Hay palabrotas, desnudos y violencia gratuita. Hay pretensiones que estomagan al más
cultureta (me niego a usar lo de hispter). Es triste y manipuladora como el anuncio
más impactante de la DGT. Es pornografía sentimental (en acepción acuñada por Juan
Bonilla para esto). Pero pocas me han revuelto el cerebro como ella.
5)The Good Wife
La
quinta posición para la quinta temporada de la única serie en una network que
le da patadas en la boca al 99% de las series de cable. Algún día, dentro de
diez años, se hablará de esta temporada de The Good Wife como la perfección en
una serie donde no caben palabrotas, desnudos, violencia ni efectismos existencialistas. Donde lo simple es complejo. Donde todo es grande.
4) True
Detective
La
sensación del año pierde consistencia desde la distancia. La perspectiva le
sienta regular y su poso se difumina. Quizá su problema es que se construyó con
la idea de epatar e impactar en el mercado cultural como pocas producciones
televisivas lo han intentado. Lo ha hecho. ¿Lo hará? Es buena: era la mejor a mediados de año. A
finales, se cae a la cuarta posición (pero porque hay tres mejores, no porque no sea una serie enorme).
3) Rectify
Lo
tenía fácil en su primera temporada: esa pinta indie, ese ritmo pausado que
baila tan peligrosamente entre la pedantería y la firmeza narrativa, ese
protagonista atormentado, ese Sur áspero, rancio, soterradamente violento (o no tan soterrado).
Rectify deslumbró con seis capítulos perfectos sobre la vida (o algo así) de un
preso que sale del corredor de la muerte. ¿Serían capaces de mantener el nivel
diez episodios más? No: lo mejoraron. Y demostraron que quieren a todos sus
personajes, que los maniqueísmos de malos muy malos y buenos muy buenos (o malos
y buenos a secas) no tienen cabida en esta serie. Demoledora por honesta.Aquí, Alberto Nahum lo explica mejor.
La
gran serie del año. Todo lo que apuntaba aquí se multiplicó por diez a mejor
una vez que llegó a su final. Soy especialmente agradecido para los casos de
los que espero muy poco y me dan tanto. Y esperaba muy poco de Fargo, revisión
de la mejor (o entre las mejores) película de los hermanos Coen y en un momento
en el que hace muchos años que los hermanos Coen me dan una pereza abisal.
Si
el éxito de una serie depende de su capacidad para crear un tono propio en un
mundo personal, Fargo lo alcanza sin aspavientos ni pretensiones filosóficas
(ver True Detective). Dirección,
producción, reparto, música, guión: historia. Un golpe maestro con un encanto homicida.
Gracias,
Fernando Navarro. Gracias por Acordes Rotos. Gracias por la Ruta Norteamericana.
Gracias por Elliot Smith y por Alex Chilton. Por Thunders o Chesnut.
Ya
sea con la literatura, con el cine (y las series, ese hermano menor insolente
que reta al primogénito de un tiempo a esta parte) o con la música, llega un
momento en el que quieres más y tu propio horizonte te limita. Pides consejos,
tiras del hilo de aquel autor, de lo que le gustaba, de quién aprendió a
escribir o rodar, buscas caras B o directos inverosímiles. Pero todo (incluso
los amigos a quien recurrir) tiene sus límites.
Entonces
llegan las casualidades. Por lógica interna de este blog (carreteras, música,
cultura pop –que no música pop a secas-, Estados Unidos...), el de de Fernando
Navarro era, como él mismo define a sus invitaciones, una parada para repostar obligatoria. Cada entrada se convierte en un nuevo cruce de caminos, en un
intermitente que pones hacia algún asfalto en primera impresión polvoriento
pero definitivamente sorprendente.
Aunque yo he venido a hablar hoy de su libro.
Acordes Rotos. Retazos eternos de la músicanorteamericana repasa la vida de 33 (como la velocidad de los viejos long play)
genios indiscutibles, más o menos conocidos, pero todos ellos imprescindibles
para entender el siglo XX de la música americana (y todos sabemos que si hay
algo en lo que ha conquistado Estados Unidos al resto del mundo es en el Reino
de la Cultura). Lo hace sin aspavientos culturetas (pero con un envidiablemente inmenso conocimiento de causa), en formato blog: apenas
tres páginas de papel por personaje, aunque te quedes con ganas de 30 páginas más en cada caso; incluso aprovecha las circunstancias vitales de según quién para
hablar de la sociedad americana de aquellos años (Gran Depresión, lucha contra segregación
racial, contracultura hippie, guerra fría y hasta el germen de la crisis
actual). Porque el artista es el artista y es su entorno, por mucho que uno de los
rasgos del malditismo esté en la incapacidad para asumir la vida que te ha
tocado vivir.
Hay
nombres universales (Marvin Gaye, Buddy Holly, Charlie Parker) a los que la
muerte calló (y les cayó) jóvenes (alguno se calló y cayó él mismo) y hay un puñado que moriría a edad de
abuelo, aunque pobres, incomprendidos y arrasados por los excesos. También por
el exceso de soledad, que puede ser más peligrosa que el alcohol o las drogas.
Hay también gente como Jeff Buckley, cuyo Grace (el álbum al completo, pero en concreto la canción homónima) sonaba en la radio del coche cuando tomamos aquella curva y apareció en el horizonte, como un montón de trastos abandonados por dios en la alfombra del desierto, Monument Valley...
El perro sólo dormía, al tibio sol de un mediodía de septiembre.
O Robert Johnson, aquel tipo que inuaguró el club de los 27 (sí: el de Kurt Cobain y Amy Winehouse, jóvenes; pero el de Brian Jones, Hendrix, Joplin, Jim Morrison...) y que le vendió el alma al diablo con tal de inundarse del espíritu de ese blues que oía todas las noches en la Dockery Farm.
Da
igual los nombres: al terminar cada capítulo… miento: al mismo tiempo que lees
cada capítulo, tienes que contenerte las ganas de ir a buscar esa canción o ese
disco y constatar su grandeza. Porque sí, puedes conocer el Everyday o el Peggy
Sue de Buddy Holly; puedes haber oído la leyenda de cómo murió en el mismo
avión que Ritchie Valens (el de La Bamba) e inspirar aquel día que la música
murió (American Pie: la canción, no la película, por dios). Puedes saber todo
eso. Pero vas a descubrir (siempre hay universos nuevos por descubrir: siempre) mucho más de cualquier mito y, desde luego, se te van a abrir las puertas de una treintena de leyendas. Y, en cuestión de leyendas, hay que hacer caso a esa sentencia del Hombre que mató a Liberty Valance: "This is the West, sir. When the legend becomes fact, print the legend".
Porque
todos son leyendas. Leyendas rotas, las más universales de su especie, a las que nadie ni nada silenciará su eco. Y todos son indispensables para entender a los Beatles o a los
Rolling, a Dylan y Springsteen, a los Who o a Pink Floyd, a los Sex Pistols y los Clash, a los U2 y
REM, a los Strokes y Wilco, a los Artic Monkeys o los Black Keys. A Antonio Vega y a Quique González (quien también por cierta lógica aplastante
tenía que escribir el prólogo).
Siendo
pedante, todos son indispensables para entenderse a uno mismo... que es de lo que va la música, la literatura, el cine: las artes.