sábado, 16 de septiembre de 2017

Todos los días: notas y BSO



Esto va a ser disperso. Imaginad un viaje largo, en medio de ninguna parte (pongamos que Extremadura, Ciudad Real o Jaén) y no dejáis de darle al botón de la radio para encontrar una emisora decente. Que no sea Radio María o Clásica (se las apañan para estar donde no hay nadie más). 

Esto va a ser una lista de canciones y un puñado de fotos y reflexiones a modo de resumen, notas al margen de grandes hechos o comentarios intempestivos. 

Esto comienza entonces con la canción descubrimiento de la ruta. Escuchada al vuelo, en una emisora perdida del este (os la recomiendo en su versión web: wumb.org) y con ese toque entre melancólico, del terruño (ese banjo) e incluso marcial:




Porque ha sido un viaje muy de América, de sus raíces, sus inicios, sus enfrentamientos fratricidas, su complicada situación actual. Ya lo dijo aquel guía de Gettysburg: al final, siempre volvemos a la misma guerra para intentar explicarnos. Europeos que somos, nos creemos superiores en esto de la democracia y no dejamos de repetir sornas con Trump. 

Ay.




Cuanto más me adentro en los Estados Unidos que no son los de los medios, el Nueva York o el DC, Los Angeles o el Chicago; el Estados Unidos del Kentucky y sus minas cerradas, de Ohio y sus industrias en decadencia, de Pennsylvania y su desconexión con el mundo globalizado, más me convenzo que Trump iba a ganar sí o sí. No porque los americanos sean unos locos peligrosos. No: quien dice eso es el perdedor a toro pasado. Precisamente, quien perdió las elecciones de manera estrepitosa porque se dedicó a ridiculizar lo que ellos consideraban un fantasma (su superioridad intelectual les impedía ponerse en el lugar de tantos otros). Hay una América de las carreteras de un solo carril, de las camionetas como cordón umbilical al terreno, de las gorras con motivos de camuflaje caladas y los pantalones manchados de barro y mugre, de las pistolas al cinto en la cadera derecha y el crío en la cadera izquierda, de rivalizar por quién se siente más orgulloso de su bandera, de sentirse más americano que el vecino, de dar los buenos días a quien sea que se cruce en tu camino. No digo que esto sea bueno o malo. Digo que estaba ahí y hay quien se empeñó en no verlo. 

Hay quien incluso se empeñó en reírse de ello.

Qué mala es la superioridad moral de ponerse en un bando porque te puedes permitir el lujo de elegir de qué bando estás y te olvidas de quien no tiene tiempo ni dinero ni fuerzas para ponerse a pensar en bandos. 




Hay quien incluso, cuando todo se reducía a elegir un bando, se negó a escoger uno. En plena guerra de la Secesión, cierto sector de los demócratas propugnó firmar la paz con el Sur, acabar la guerra antes de que corriera más sangre. Vaya locos: si los otros no se atenían a razones. Decían unos y otros. Los llamaron, a los que apelaban al sentido común, copperheads, en honor a un tipo de serpiente traicionera. 




Pero más vale un buen rollito aparente que una verdad incómoda. 



Filadelfia sigue viviendo de su imagen naif, de su marchamo de ciudad que dio origen a la perfecta Declaración de la Independencia. Allí, las paredes ociosas de los aparcamientos regalan murales. 









Lo que es muy bonito y muy loable, pero no he visto más vagabundo que en sus calles.




Siempre, absolutamente siempre, hay algo más que purpurinas y palomitas. Por cada Conil o El Palmar y sus mojitos a ocho euros hay un Puerto Serrano o un Algar donde realmente se explica por qué Cádiz, con lo bonito que es, también carga con ser la provincia con más paro.

Que la niebla no te impida rellenar los espacios en blanco.



Con lo que me he dado cuenta que me he puesto demasiado intenso para un domingo. 

Voy a aligerar la cosa. 

Que en mi caso es acelerar con una de esas canciones cuyo buen rollo (de forma simultánea a cierta tristeza) te animan la mañana:




Amanece en Maine:




Arriba, al norte del norte, donde son tan del norte que casi tienen una actitud sureña de la vida con aquello de pasarse de frenada y tocar el extremo contrario, la niebla es una amiga fiel. 




La niebla, por antonomasia, es misterio. Maine, también por costumbre popular, es Stephen King. Bangor es su patria chica y escenario desvirtuado de la Derry novelesca de sus obras. Con el estreno de una nueva película de una de sus novelas más emblemáticas, en Bangor están de enhorabuena... y de niebla.





Los homenajes no se limitan a los fanáticos. Atentos a la ventana de la planta baja a la izquierda del hogar de King en la misma Bangor:


Es un globo rojo, como el de Pennywise.


Si es como un niño.

Si es como todos. Soñando con pesadillas porque así uno tiene la esperanza de que podrá despertar a un mundo mejor.

Aunque flotemos, flotemos aquí abajo y donde sea con tal de no ahogarnos...



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