lunes, 11 de septiembre de 2017

Día 5: Leyenda negra y leyenda blanqueada



Una pareja de burros y un amanecer plúmbeo, desapacible, opresivo, desangelado y otoñal en temperatura y vientos emboscados; un apolillado cartel, en el terraplén de una carretera de cuarta de las entrañas de Virginia, ese Estado donde nacieron los USA (el primer asentimiento británico fue allí, como decíamos ayer), donde se disparó el primer bombazo que dio paso a la Guerra Civil, cuna de cuatro de los cinco primeros presidentes americanos, capital de los Estados Confederados y emblema de la causa rebelde, hoy sede del Pentágono y de Quantico y cancerbero geográfico del oficialista y minúsculo DC. 

Pero todo eso que es Virginia lo es en su parte costera, quedando Richmond, su capital, como foco reconocible tierra adentro... y está apenas a unos 40 kilómetros del Atlántico. 

En un mapa, Virginia está justo en el centro de la costa oriental americana. Aun así, no dudó en autoproclamarse como el Estado líder de la insurrección sudista. ¿Legitimación histórica -los virginianos fueron los primeros 'americanos'- o soberbia?

Porque en el siglo XIX Virginia quizá se parecía más a sus vecinas del norte que a sus compañeros sureños. O quizá no tanto: hay que adentrarse un centenar de kilómetros bien despachados para abandonar el pulso portuario y comercial, turístico e histórico, para encontrar la Virginia que, más allá de las escarapelas de las efemérides, incubó la ira.


Granjas destartaladas, carreteras solitarias, grandes extensiones de monocultivos y dispersion geográfica: así es la Virginia interior.


El cartel del comienzo, que de eso iba el post (pero había que contextualizar un poco) habla de las salvajadas que se sucedían fuera de las grandes ciudades prósperas. Lo explica muy clarito el texto, pero lo resumo aquí (añadiendo otros datos): Nate Turner (recientemente ha habido una película que se basa muy hollywoodense y libremente en esta historia) era un esclavo y al que llamaban pastor porque de niño aprendió a leer y según crecía se asignó esa labor como figura cultivada entre la inmensa mayoría de analfabetos negros de las plantaciones. Por desgracia, el hombre estaba algo tocado de la cabeza y creía que el fin del mundo se acercaba (sobre todo, cuando se sucedieron eclipses en aquel verano de 1830), así que decidió adelantar los acontecimientos. Convenció a unos cuantos de sus acólitos y comenzó una revuelta en las casas adyacentes a su plantación, en el condado de Southampton, en ese empobrecido lodazal de la Virginia profunda. Mataron a unos 60 blancos, sin distinguir entre hombres, ancianos, mujeres y niños (incluso quemaron un bebé y lo arrojaron a una chimenea). Cuando los propietarios se organizaron y recibieron la ayuda de las fuerzas del orden, apresaron a todos, incluyendo a Nat, a quien tardarían dos meses en localizar. Hubo un simulacro de juicio, más por que quedara constancia de todas sus abominaciones en sede judicial que porque hubiera dudas sobre la sentencia. Fue ahorcado y su cuerpo se despedazó para iniciar una gira de escarmiento por el resto de Estados. Dicen que la última vez que se supo dónde andaba la cabeza fue en Indiana; el torso apareció más al norte; también cuentan las habladurías que con su piel se hicieron bolsos para las damas. 


Brotes de algodón, cerca de donde la masacre tuvo lugar, un 11 de septiembre de 2017.

Para mí, Nat era un loco, asesino y cabrón (no sé si en ese orden o en estas cosas el orden es lo de menos). Hoy día, hay quien destaca su revuelta como una especie de símbolo de la lucha de los negros. Aun así, además de los 60 muertos (o cien, si contamos a los 30 negros que fueron ejecutados por participar en ella), quizá su legado más triste es que paralizó cualquier opción de que Virginia aprobase la abolición de la esclavitud. Porque, en teoría, la Constitución americana chocaba de frente contra la esclavitud ("todos los hombres son iguales"), pero dependía luego de cada estado abolirla o no. Virginia no lo había hecho (como no lo haría ninguno del Sur hasta que perdieron la guerra y los del Norte lo hicieron por ellos, aunque lo de votar no fue una realidad efectiva y universal hasta los años 60... del siglo XX), aunque se empezaba a discutir en su Asamblea al respecto. Tras la revuelta de Turner, se cercenó toda opción, se aprobaron duras leyes de control y castigo (se prohibió leer a los negros) y Virginia siguió firme en su paso hacia la Guerra Civil de tres decenios más tarde. 





Una guerra que, precisamente, se terminaría en el mes de abril de 1865 en el prado de la primera foto y en la sala de la segunda, ambos en las afueras de la pequeña localidad de Appomattox (en el oeste de Virginia, a unos 200 kilómetros de Richmond -y de Nat Turner-). En ambos lugares (exterior e interior de un mismo marco) se encontraron el general de facto de los Estados Confederados, Robert E. Lee, y el comandante en jefe de la Unión, Ulysses S. Grant. Digo que Lee era jefe de facto porque en realidad lo que rindió ante los yanquis fue a los hombres a su mando directo, la Armada de Virginia del Norte. Sin embargo, al entregar las armas los 22.000 integrantes de sus filas y al ser Lee quien era (un mito no solo entre los suyos sino entre los mismos yanquis), con su firma se dio inicio al fin de la contienda.




El lugar es tranquilo, apacible, sereno (no hay demasiado turista que se desvíe tanto hasta aquí), la desazón de los prados de Nat aquí es agradable ambiente otoñal; y, como todo lo que hacen los del servicio de parques nacionales, con un tono muy educado, correcto e imparcial. Así que los guías se empeñan en contar lo civilizados que se mostraron los generales en la firma de la rendición, en cómo Grant no humilló a Lee y lo hizo todo más fácil, en cómo Lee (el mismo que mandó al matadero a tantos tan estúpidamente en Gettysburg) demostró su responsabilidad y honradez al admitir la derrota y evitar más pérdidas humanas, en cómo el comandante yanqui (Chamberlain, otro veterano de Gettysburg) que tuvo que supervisar la rendición de la infantería confederada formó a sus 5.000 hombres a ambos lados del camino que se ve en la imagen y, al empezar a pasar los derrotados, presentaron armas... un saludo al que respondieron con otro saludo marcial los sudistas...

Total, si estaos hablando de la leyenda del sitio donde se acabó la guerra lo importante es lo bonito. 

¿No?

Bueno. Lo importante es toda la verdad. No digo que yo la tenga (o que nadie la tenga), aunque a veces un par de detalles describan mejor al ser humano (y su miseria y su fatalidad) que las solemnidades.  

El primero nos devuelve a la foto de la sala donde se firmó la capitulación. Cuenta también un guía del Parque que el propietario del edificio (que era como una posada donde se alojaban viajeros) dedicó el resto de su vida a que le devolvieran los muebles que les robaron los oficiales yanquis aquel día. Sí: generales, coroneles y otros hombres de muchas estrellas en los hombros se llevaron a su casa como recuerdos del día sillas, mesas, candelabros, sofás y hasta la muñeca de trapo de una niña que se hospedaba en la casa. 

El segundo detalle es triste, de tintes trágicos. Tiene nombre y apellidos: Jesse H. Hutchins. Se alistó en su Alabama natal solo tres días después de que los confederados iniciaran las hostilidades en abril de 1861. Durante 1.454 días de guerra sobrevivió a las batallas más cruentas. Murió en la noche del 8 de abril de 1865, en la última escaramuza de Appomattox, unas horas antes de firmarse la paz. 

Descansa en un pequeño cementerio con 19 tumbas de confederados muertos en ese último día (de los que solo siete están identificados y teniendo en cuenta que murieron muchos más de ambos bandos enterrados en otros lugares).

Ignoro si Jesse era buena persona o un cabrón con pintas. 

Aunque yo me entiendo...


    

PD: Alguno me ha preguntado y la verdad es que estoy bastante lejos de Florida. De todos modos, hoy duermo al este de Tennessee, donde está cayendo una buena con un viento curioso. Ignoro si es porque es el clima de septiembre de la montaña o los restos cansados del huracán... pero nada más que una tarde fea. 



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