Por ti mismo. Vamos, Nucky: ¿a quién pretendes engañar?
La familia. Me vas a venir con la familia. ¿Alguien creyó
a Walter White cuando en una de las escenas más terroríficas del tramo final de
Breaking Bad, grita “Somos una familia” para justificar todas sus atrocidades?
No, nadie lo cree ya. Ni él, tampoco. Sólo fue poder. El poder que siempre
corrompe.
Siempre.
Porque
todo fue por la familia, ¿no? Como en Los Soprano, en Breaking Bad, en Ray
Donovan, en A dos metros bajo tierra… La familia es el placebo de los
ambiciosos, la excusa perfecta.
Eso
gesticula un Al Capone internamente derrotado a su hijo sordo la víspera de
entrar en prisión. Eso se dice Nucky antes de corromperse del todo (luego, ya nada importó realmente). Eso dijeron
Chalky o Gillian. Un espejismo de familia, defenderían hasta el final Jimmy,
Richard o Van Alden o Eli.
Todo
fue por el poder, sin embargo. En todo momento. Por el Imperio del Embarcadero
(como metáfora de todo lo demás). Y no es casualidad que los ganadores (el
comodoro, Luciano, Meyer, incluso Margaret…) renunciaran a la familia. Era la
única forma de sobrevivir en un mundo en el que nadie perdona a nadie y tus
debilidades serán tan grandes como tu amor.
El
pasado domingo terminó Boardwalk Empire, una de las mejores series de siempre. ¿Exagero? Para muchos, sí. Para mí (y esto es mío y hago y digo lo que
quiero) entra directamente entre mis cinco mejores. No digo a quién adelanta o
por encima de quién está. Pero ya os podéis imaginar que de muchas.
A
Boardwalk Empire, como a tantos de sus protagonistas, no le han perdonado su ambición y, como tantos de sus protagonistas, la han matado violentamente y
antes de tiempo. También, como tantos de sus protagonistas, su muerte ha sido
maravillosamente digna.
A
Boardwalk Empire nunca le perdonaron que fuera el siguiente proyecto de Terence Winter tras el fin de Los Soprano. Tenía que ser una especie de segunda parte
de aquella (hablaba de mafiosos, ¿no?) con un protagonista delgado en lugar de
uno gordo.
A
Boardwalk Empire nunca le perdonaron que estuviera detrás Martin Scorsese
(productor ejecutivo y director del piloto). Si no era Uno de los nuestros en los años de la Ley Seca era un fracaso.
A
Boardwalk Empire nunca le perdonaron su grandeza, su ritmo engañosamente moroso,
su reparto tan coral que protagonistas principales podrían llevarse tres
capítulos sin aparecer, su exposición sexual, su violencia.
A
Boardwalk Empire nunca le perdonaron que quisiera jugar al juego de The Wire
(todo encaja en los últimos episodios de cada temporada) y que no hubiera
dragones de por medio (entonces sí: entonces puedes poner en bolas a quien
quieras y destrozar caras por doquier).
A
Boardwalk Empire nunca le perdonaron que quisiera aunar, en una simple serie
televisiva, la historia de la mafia en Estados Unidos en el primer tramo del
siglo XX. Lo que empezó como las batallitas territoriales sobre el embarcadero
de Atlantic City terminaría contándonos los inicios de Al Capone, Lucky
Luciano, Meyer Lansky, Bernie Siegel… pero también los de John Edgar Hoover
antes de que fuera el primer director del FBI y estuviera obsesionado con su carrera
y con la Comunidad de la Mafia que se estaba gestando. O de Kennedy padre, de
cómo cimentó la fortuna que permitiría a su familia ser una de las más famosas
de la Historia (y de las más malogradas).
A
Boardwalk Empire nunca le perdonaron que, incluso recurriendo a tamaña nómina
de personajes ilustres, los mejores caracterizados eran los inventados.
A
Boardwalk Empire nunca le han perdonado su perfección técnica, su producción
estratosféricamente cara y cinematográfica, sus guiones perfectos.
A
Boardwalk Empire nunca le han perdonado la osadía de afrontar su última
temporada, para colmo reducida a ocho capítulos, con la mitad del metraje
dedicada a la infancia y juventud de su protagonista.
A
Boardwalk Empire nunca le han perdonado esa capacidad insultante para cerrar
los círculos cuadrados en los que se metían sus argumentos. Envidia pura y
dura, vamos.
A
Boardwalk Empire nunca le han perdonado ser tan buena (y la serie, a diferencia
de Nucky Thompson, a quien le espetan que siempre quiso ser bueno pero no supo
cómo, sí que sabía ser buena).
Quién
sabe: la gente es muy dada a redimir a los que se mueren. Quizá empiecen a
perdonarle cosas a Boardwalk Empire. Quizá entiendan que, como asegura la canción que cierra la serie: si quieres arcoíris, tiene que llover.
Eso
sí, después de haberle descerrajado un tiro a la cara.
(De las mejores escenas de toda la serie con el enorme Richard Harrow al frente (aquí hablan inmejorablemente de él): final de tercera temporada. No me permite embeberla, pero se puede pinchar)
http://www.youtube.com/watch?v=_zYpP3lV-6k
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