martes, 28 de octubre de 2014

Todo lo que hice fue por...








Por ti mismo. Vamos, Nucky: ¿a quién pretendes engañar?

La familia. Me vas a venir con la familia. ¿Alguien creyó a Walter White cuando en una de las escenas más terroríficas del tramo final de Breaking Bad, grita “Somos una familia” para justificar todas sus atrocidades? No, nadie lo cree ya. Ni él, tampoco. Sólo fue poder. El poder que siempre corrompe.


Siempre.

Porque todo fue por la familia, ¿no? Como en Los Soprano, en Breaking Bad, en Ray Donovan, en A dos metros bajo tierra… La familia es el placebo de los ambiciosos, la excusa perfecta.

Eso gesticula un Al Capone internamente derrotado a su hijo sordo la víspera de entrar en prisión. Eso se dice Nucky antes de corromperse del todo (luego, ya nada importó realmente). Eso dijeron Chalky o Gillian. Un espejismo de familia, defenderían hasta el final Jimmy, Richard o Van Alden o Eli.


Todo fue por el poder, sin embargo. En todo momento. Por el Imperio del Embarcadero (como metáfora de todo lo demás). Y no es casualidad que los ganadores (el comodoro, Luciano, Meyer, incluso Margaret…) renunciaran a la familia. Era la única forma de sobrevivir en un mundo en el que nadie perdona a nadie y tus debilidades serán tan grandes como tu amor. 



El pasado domingo terminó Boardwalk Empire, una de las mejores series de siempre. ¿Exagero? Para muchos, sí. Para mí (y esto es mío y hago y digo lo que quiero) entra directamente entre mis cinco mejores. No digo a quién adelanta o por encima de quién está. Pero ya os podéis imaginar que de muchas.


A Boardwalk Empire, como a tantos de sus protagonistas, no le han perdonado su ambición y, como tantos de sus protagonistas, la han matado violentamente y antes de tiempo. También, como tantos de sus protagonistas, su muerte ha sido maravillosamente digna.

A Boardwalk Empire nunca le perdonaron que fuera el siguiente proyecto de Terence Winter tras el fin de Los Soprano. Tenía que ser una especie de segunda parte de aquella (hablaba de mafiosos, ¿no?) con un protagonista delgado en lugar de uno gordo.

A Boardwalk Empire nunca le perdonaron que estuviera detrás Martin Scorsese (productor ejecutivo y director del piloto). Si no era Uno de los nuestros en los años de la Ley Seca era un fracaso.

A Boardwalk Empire nunca le perdonaron su grandeza, su ritmo engañosamente moroso, su reparto tan coral que protagonistas principales podrían llevarse tres capítulos sin aparecer, su exposición sexual, su violencia.

A Boardwalk Empire nunca le perdonaron que quisiera jugar al juego de The Wire (todo encaja en los últimos episodios de cada temporada) y que no hubiera dragones de por medio (entonces sí: entonces puedes poner en bolas a quien quieras y destrozar caras por doquier).

A Boardwalk Empire nunca le perdonaron que quisiera aunar, en una simple serie televisiva, la historia de la mafia en Estados Unidos en el primer tramo del siglo XX. Lo que empezó como las batallitas territoriales sobre el embarcadero de Atlantic City terminaría contándonos los inicios de Al Capone, Lucky Luciano, Meyer Lansky, Bernie Siegel… pero también los de John Edgar Hoover antes de que fuera el primer director del FBI y estuviera obsesionado con su carrera y con la Comunidad de la Mafia que se estaba gestando. O de Kennedy padre, de cómo cimentó la fortuna que permitiría a su familia ser una de las más famosas de la Historia (y de las más malogradas).

A Boardwalk Empire nunca le perdonaron que, incluso recurriendo a tamaña nómina de personajes ilustres, los mejores caracterizados eran los inventados.

A Boardwalk Empire nunca le han perdonado su perfección técnica, su producción estratosféricamente cara y cinematográfica, sus guiones perfectos.     

A Boardwalk Empire nunca le han perdonado la osadía de afrontar su última temporada, para colmo reducida a ocho capítulos, con la mitad del metraje dedicada a la infancia y juventud de su protagonista.

A Boardwalk Empire nunca le han perdonado esa capacidad insultante para cerrar los círculos cuadrados en los que se metían sus argumentos. Envidia pura y dura, vamos.

A Boardwalk Empire nunca le han perdonado ser tan buena (y la serie, a diferencia de Nucky Thompson, a quien le espetan que siempre quiso ser bueno pero no supo cómo, sí que sabía ser buena).

Quién sabe: la gente es muy dada a redimir a los que se mueren. Quizá empiecen a perdonarle cosas a Boardwalk Empire. Quizá entiendan que, como asegura la canción que cierra la serie: si quieres arcoíris, tiene que llover.

Eso sí, después de haberle descerrajado un tiro a la cara.




(De las mejores escenas de toda la serie con el enorme Richard Harrow al frente (aquí hablan inmejorablemente de él): final de tercera temporada. No me permite embeberla, pero se puede pinchar)
 

http://www.youtube.com/watch?v=_zYpP3lV-6k

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