La
Voz cierra a final de año.
Dijeron
en 2005.
La
Voz de Cádiz cumple hoy diez años.
Me
pide el cuerpo decir que sigue sólo por joder a todos los que la han dado por
muerta casi desde antes que naciera. La realidad es que sigue porque matar a un
periódico siempre es más difícil cuando resulta que la gente que queda en él es
difícil de matar.
Por
mucho debate que se monte en twitter, por mucha jornada virtual que se organice
en aularios polvorientos, por muchos golpes en el pecho se den en largas, pomposas
y aburridas columnas de los granes medios; por muchas pamplinas que leas sobre
el futuro del periodismo, en definitiva, el periodismo sólo puede vivir en un
puñado de profesionales cuyo único futuro que les importa es el de la hora de
cierre.
O
el reportaje de fin de semana como mucho… (aunque no se piense en él antes del
miércoles).
A
La Voz de Cádiz la están matando entre todos desde hace nueve años y está claro
que, a estas alturas, será de las que muera ella solita y cuando le dé la gana
(si le da la gana).
No
quiero ser ingenuo: en La Voz seguramente tengan la media de productividad más
alta del gremio en Cádiz (y del mercado laboral gaditano, en general). Se
trabaja más horas que en ningún sitio y te recompensan de la peor manera
posible. La competencia siempre será más fuerte que tú porque lleva en la
ciudad décadas y décadas y te dobla en recursos (y las exclusivas
institucionales sólo entienden de ventas en kioscos y de rancio abolengo). Cada
exclusiva, por tanto, es una batalla que, no te desengañes, tampoco es que te
la vayan a tener en cuenta. Complacencias, las justas: ¿qué tienes para mañana?
Porque mañana hay otro periódico y mañana, seguramente, te aplastará el Diario
con su regimiento de tanques. Así que no hay tiempo de pararse. La Voz es una
trinchera sobre la que vuelan las bombas de gas mostaza. Allí, la guerra de
trincheras dura ya diez años, más que en la Primera Guerra Mundial tan de moda
ahora.
Pero,
a día de hoy, cada vez que veo a un periodista que pisotea su trabajo, a un
niñato que se cree que es periodista porque tuitea, a un tertuliano gritando en
nombre de la profesión, a cualquiera en el gremio quejándose de su trabajo, de
lo mucho que tiene que hacer, le deseo un verano de prácticas en La Voz de
Cádiz, bajo mínimos y sin un robapágina de publicidad. No porque quiera
castigarlo con la dura realidad (bueno, un poco sí). Sino porque allí aprenderías
algo (si quieres, por supuesto). Es uno de esos sitios donde una sirena de la
Policía Local pasando junto a la ventana aún significa algo, donde a los menores no se les nombra ni se les enseña, donde se entiende lo que conlleva un presunto, donde aún te recuerdan -y te exigen- las normas básicas de la redacción (exactamente igual que en aquellos Información del cambio de siglos; al fin y al cabo: periodismo local, provincial, de los que palpitan). Decir que aquello
es el verdadero periodismo es pretencioso; es sólo un periódico de provincias
que intenta hacer las cosas lo mejor posible mientras que todo el mundo le asesta
puñaladas.
La Voz es la vida misma. Sin carajotadas.
Sería injusto
ponerme a dar nombres. Más que por el riesgo de olvidarme de alguien (que no
creo que pudiera olvidarme de alguien: ¿cómo olvidar, sobre todo, a los no pocos a los que considero amigos?), porque el orden
parecería imprimir ciertas preferencias. Y ya basta de agravios comparativos.
Sólo
daros las gracias. A todos. Porque a cada uno le guardo algún motivo de
agradecimiento.
PD:
¿Y para cuándo unas alitas del Tony, un cubata en el Madison o unas cañas donde
sea?