jueves, 19 de julio de 2018

Hoja 15: Maneras de ser un cowboy

Justo en la ventana que ya casi no se ve, la que va antes del saliente, se supone que dispararon a JFK.

(Nota previa: si quieres saber de qué va esto, lo explico más o menos aquí y las normas aquí)

Seminole (Texas)-París (Texas): 832 kilómetros.

La réplica tejana de la Torre Eiffel está coronada por un sombrero vaquero rojo.

Una película: 'París, Texas', de Win Wenders. No hay mejor momento posible que pasar la noche en la París tejana para reivindicar una de las obras maestras de finales de siglo pasado. Se junta todo: el mejor Wenders (nunca lo hizo así de bien), actores sobresalientes, fotografía, música y guión de otro de mis indiscutibles, Sam Shepard.

En el centro de Dallas,un comboy persigue a una res revoltosa mientras lleva a treinta más en perfecta fila detrás.


Una canción: 'Dallas-Memphis', de Quique González. Hoy he estado en Dallas y mañana estaré en Memphis. Ya sé que la canción se refiere a un partido de baloncesto a las tantas, pero también parece un pequeño retazo de la ruta. También, aquel disco por completo me acompañó en la primera ruta. 



Amanecer a las afueras de Seminole, en el Oeste de Texas.

Un libro: 'Apocalipsis', de Stephen King. Podría haber elegido de King, por el lugar donde estoy, el que va de JFK (que es uno de sus mejores libros en mucho tiempo), pero prefiero su obra magna (aunque no mi preferida, exactamente). En cualquier caso, en toda la obra de King se nota que le tiene cierta manía a los tejanos. 

Los molinos de viento pierden en proporción de uno a mil contra los insectos estos de petróleo. 

Un dato/hecho: En el país más capitalista del mundo, en el rincón con mayor proliferación de explotaciones de petróleo que he visto (el este de Nuevo México y el oeste de Texas), tienen una costumbre un poco del otro bando de la historia. En concreto, en unas 20 gasolineras o así que vi de los condados donde abundaban las extractoras de crudo vendían el combustible exactamente al mismo precio. No sé si Trump sabe eso de sus votantes. 



Un descubrimiento: París, Texas. Tiene su encanto y su humildad. Es un pueblo algo polvoriento y abandonado en una esquina olvidada de Texas. Pero me gusta. Se toman a broma ser la hermana pequeñísima de una de las ciudades más bellas del planeta. Digna y humildemente a broma.   

En mi improvisación para salir de Dallas me metí en una carretera así de vacía (había mil coches por todos los scalectrix contiguos) y llegué a pensar si no se abriría un semáforo al fondo y vendrían a fila de a ocho contra mí. Pero no: iba perfecto para salir de allí 

Un error: Hoy no ha sido mi día con las indicaciones. Primero, Amparito está desactualizada, la pobre (por mi culpa), y para salir de Dallas me mandaba por carreteras que no existen ya y autopistas reconvertidas en peajes que van para otro punto cardinal. Me las apañé como pude. Mucho mejor que en París, donde de pronto me entró el complejo de Mcfly total y no he dejado de intentar meterme por direcciones prohibidas y dar marcha atrás a toda prisa para enmendarme y hasta casi saltarme un stop en el que me han pasado rozando. He salido vivo (y sin que me vea un poli) de mi día tonto. Y nadie me ha pitado.



Una comida/bebida: Auténtica barbacoa texana en un antro de París, el Scholl Brothers. Todo es como se hace aquí: entras, pides lo que quieres, te lo sirven sin platos y directamente en una bandeja de plástico, dos acompañamientos, te dan un vaso que lo rellenas todas las veces que quieras de refresco, hay también helado gratis si te apetece y a cebarte. Manda huevos que le pregunto al chico que servía que me recomiende algo y, en plena Texas donde solo hay vacas, me dice que el pavo. Le hago caso, pero le digo que me ponga ternera también. Y salchicha. Y ensalada de patata y otra de col de acompañamientos. Lo mejor, en efecto, era el pavo... aunque la ternera o la salchicha solas podrían haber entrado solas en este apartado cualquier otro día. Para ser perfectas, las barbacoas de Texas deberían vender cerveza también.



Una imagen: Se llama Fort Phantom Hill, aunque nunca se llamó así y solo estuvo activo un par de años al principio del asentamiento texano en sus guerras con los comanches. Quedan unos pocos restos (no sé por qué solo las chimeneas, además de una cabaña) y no lo visita ni dios porque, sinceramente, no tiene mucho interés. Está perdido cerca de Abilene, famosa ciudad de pelis de vaqueros en mitad de Texas y fui por hacer algo entre Seminole y Dallas (seis horas entre ambos). Como mucho, dicen que frecuenta las ruinas el fantasma de una chica a la que mató su novio en el lago adyacente. El muchacho se fue y volvió entero de la Segunda Guerra Mundial y el capullo de su amigo le gastó una broma diciéndole que se había acostado con su novia. Él la estranguló y tiró el cuerpo al lago. De lo que le hizo al amigo no hay constancia en la leyenda urbana. Por si acaso, yo lo visité en pleno mediodía.

La 'x' pintada en blanco justo delante del coche más adelantado marca donde fue alcanzado Kennedy. Le dispararon, supuestamente, desde el edificio marrón claro de detrás, desde la ventana de en medio del extremo derecho. 



Una historia: París, Texas, ha venido a fastidiarme todo lo que había pensado para esta historia. 

Había ido elucubrando todo el día, entre carreteras comarcales e interestatales, en lo diferentes que son Montana y Texas. Por supuesto: no tienen nada que ver porque una está en el extremo norte y otra en el sur. Sin embargo, son quizá los estados más orgullosos del sentimiento vaquero por antonomasia, sus ranchos adornan los valles infinitos de cada sitio y el caballo es el mejor amigo del hombre. 

Unos, en Montana, desde la melancolía de la lejanía y la sobriedad del clima frío, que dan un carácter sereno y ajeno al mundo entre la sombra de las montañas gigantes de Yellowstone y el viento polar que los aplasta desde Canadá. 

Los otros, los tejanos, bulliciosos y orgullosos, gallitos y pendencieros, escorpiones que sobreviven como pueden al desierto que los circunda y el polvo que viene de cualquier rincón desde el que pueda soplar el viento. Han vivido toda su historia (de apenas siglo y medio, hay urbanizaciones de adosados junto a la M-30 de Madrid más antiguas) peleándose con todo el mundo: los indios, mexicanos, españoles, americanos inclusos, yanquis (ellos iban con el Sur para ser independientes a su vez cuando todo terminase) y ahora mexicanos otra vez.

Montana me dio buenas vibraciones desde el principio. Sé que no es un método ni científico ni antropológico, pero me suele coincidir allí donde voy. Hay lugares en los que me siento bien y otros de los que quiero huir. Seattle o Los Ángeles me levantan sarpullidos, me parecen impostados y sucios, artificiales y vanidosos. Otros se van revelando poco a poco: en Minnesota son secos, pero francos; Dakota del Sur depende de en qué partes aterrices; Chicago me sorprendió por su hospitalidad, San Francisco esconde dobleces y maravillas por igual, en Nuevo Mexico tienen un carácter afable, en los estados más yanquis (Nueva Inglaterra, Pensilvania) son estirados y orgullosos; en los del Sur aristócrata (Virginia y las carolinas) son estirados y orgullosos y huelen a naftalina (aún creen que fue injusto perder la guerra), en el Sur profundo demasiado tienen con seguir viviendo entre tanto calor y ausencia de recursos y en los estados del cinturón industrial son laboriosos y callados, las manos duras, las uñas negras, la mirada cortada del que trabaja lejos de la luz.

Montana confirmó la buena onda. En Billings, no me pusieron ningún reparo a pasar la revisión al coche en la oficina, en el taller me aceptaron sin haber recibido aún la confirmación de la agencia, el conserje del hotel de Rock Creek ha sido el más amable y simpático de todos y una chica de una gasolinera me atendió hora y media antes de su hora de apertura y pese a que había un borracho dormido en sus vómitos junto a la puerta. 

En Texas no me ha pasado nada malo exactamente (ni ahora ni en 2015). Nada que justifique esta inquina, realmente. No obstante, estoy deseando salir siempre de ella. 

Hasta que he llegado hoy a París. Me bajo donde está la réplica de la Torre Eiffel. Había un coche que se marcha justo. Hace el récord de calor de la ruta (113 grados fahrenheit, unos 45 nuestros) y no hay nadie más. Empiezo a hacer fotos y me hago un selfie. Veo que en el edificio de al lado (Love Civic Center, se llama, sea lo que sea con ese nombre) se mueve un coche y viene hacia mí. Una mujer me grita: ¿quieres que te haga una foto?

Se baja, todo amabilidad, me pregunta de dónde soy (todo sonrisas), me hace fotos no del todo malas (incluso sale la bandera americana a la derecha) y hasta me dice que me espere y me entrega un pin de la ciudad. Un regalo para que te lleves a España, me dice cuando me da apuro y le pregunto si le tengo que dar algo. 

Y yo rajando de los tejanos (todo sea porque Paris está junto a Luisiana).    


No hay comentarios:

Publicar un comentario