domingo, 8 de septiembre de 2024

Vida de escritor

 


Los dos se llaman Luis. Traduciendo mal y pronto. Louis L'Amour y Louise Endrich. Noche y día. Pionero y nativa (los géneros se sobrentienden, ¿no?). Olvidado y acaparadora de premios (Pulitzer, National book award...). Pieza clave de las películas del oeste segundonas de los 50 (y de la parrilla más intempestiva de las autonómicas), autora referente de nuevas voces y legado. 

Al primero apenas le quieren en su pueblacho natal: Jamestown, en la esquina oriental de Dakota del Norte (donde Estados Unidos es casi Canadá). En uno de los tres estados USA con menor densidad, el marchamo turístico es que fueron pioneros. Con el problema de que la palabra pionero exige ser el primero. Y por estas tierras vivía gente antes. 

Louis L'Amour, pese a parecer el marido de cierta conductora de coches locos, no innovó demasiado. Su apellido era Lamoore. A medianos del siglo pasado escribió mucho (y más bien regular), con decenas de novelitas del oeste que le hicieron la vida fácil a muchos guionistas de serie B. Su mayor logro es que John Wayne le protagonizara 'Hondo', película homónima (o sea, no es sinónimo de 'agua tapá'), pero poco más, si bien la magnífica editorial Valdemar la ha rescatado en España en su colección dedicada al western. Serie B las películas, tirando a C, a menudo rodadas en Almería. El Marcial Lafuente Estefanía de estos lares, un artesano de un producto en serie del que nadie se preocupaba hace medio siglo.


Pero no se merece este desprecio. A ver cómo me explico, chaval: tu vida está pautada por los 30 segundos que como mucho alguien aguanta en redes, un golpe de TikTok. Todo el respeto, bro/sister para quien quiso perdurar un poco más. Louise L'amour era cuarentón, barrigudo, gordo, calvo inminente.

Con todo, creó un universo. Jamestown gasta todos los esfuerzos en promocionar su estatua de bisonte más grande del mundo. 


Es enorme (creo). También creo que la competición de hacer el bisonte más grande del mundo no está muy reñida, así, en general. 

No me veo en Trebujena empezando una colecta para ganarle a Jamestown en el reto.

Ya, ya, pero me cruzo medio mundo a ver medianías. Como el pueblo de frontera  (traducción literal) que lleva hasta el mastodonte al que los turistas le tocan la barba porque trae suerte (si fuera así de fácil anda que doña manolita seguiría vendiendo a agonías desde cada mes de julio). 

El pueblo de la frontera es como una actuación de Navidad entre niños de cuatro años a los que han convencido de que no están muy lejos de Gary Cooper. Allí hay una cabaña para L'Amour.

Todos lloran. Viendo el pueblo, más que comprensible. 



Cuando llego está vacío. Vacío de dar miedo. Vacío de comienzo de peli del terror. Vacío de los Chicos del maíz. Es sábado, casi las siete de la tarde. Entiendo que Jamestown es la Las Vegas de Dakota del Norte en sus casinos lujosos.

Salvo que es mentira; ni casinos ni lujos ni Vegas.  

Jamestown es un pueblo donde no pasa nada y donde su único orgullo es el de haber acogido a los aguerridos pioneros que buscaban un sitio donde vivir donde ya vivía tanta gente, pero esa gente son indios y ya vendrá la Caballería a machacarlos. La iglesia de pega del pueblo de pega tiene una lápida de pega en memoria de todos los pioneros que murieron en el intento.

Nada de los indios a los que mataron en el intento. 

Louuse Endrich es lo contrario de lo anterior. A su familia la echó a patadas de sus tierras hace años la caza del tesoro blanco en la zona (es normal pensar que a 2.000 kilómetros del mar se encontrará algo; ya que vas tan lejos, algo tiene que haber).

Pues no. Dakota del Norte es tan extrema que allí huyeron los supervivientes de Little Bighorn cuando a Custer le dan su merecido. En Dakota del Norte no hay nada, Quizá dé para algo de fracking. Pero poco más. 

Aunque me he desviado. Eldrich tiene una librería muy mona en un barrio muy mono de Minneapolis. Dicho sin acritud. Ole sus ovarios, que esa misma librería en Nueva York ganaría el triple solo porque es de la autora nativa más importante del país. 




No digo todo esto, que podría parecer, como un comentario político. L'Amour y el concepto de conquista del oeste quedan muy atrás. O debería quedar. De Erdrich solo puedo decir que sus novelas que he leído merecen mucho la pena. Y no porque hable de nativos. Habla de adolescentes que tratan de vivir en un entorno duro. Como Huckelberrry, como tantas de King. Sin más pretensión que la misma de Twain: te hablo de aventuras adolescentes, pero también de racismo, clasismo y humanidad. 

L'Amour es una canción del verano (o un Danza invisible, si me apuras los años). 

Erdrich es literatura. 

Por lo que sea conectó. Y no por casualidad es muy buena. De las mejores ahora mismo.

Por lo que sea está ahí. 

Al olvido no le valdrá de nada que le llores. 

Sí, ese mismo que no te deja vivir.  

Vida de escritor, vida de cualquiera.

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