En la Kansas City de Misuri (que es la grande) está el Museo Nacional de la I Guerra Mundial. |
(Nota previa: el contenido del último retrato puede herir ciertas sensibilidades).
Ruta del 6 de septiembre: Hannibal (Misuri)-Kansas City-Salina (Kansas). Alrededor de 650 kilómetros
Hannibal, al final de la noche. |
Retrato de un diner: Son las seis y tres minutos de la mañana y la noche se rompe en Hannibal, en la orilla occidental del Mississippi, la última ciudad de Misuri antes de entrar en la opulenta Illinois. Queda más de media hora para que el sol despunte, pero la oscuridad está sentenciada. A la hora en punto ya ha abierto sus puertas el Becky Thatcher's diner y, antes de que pasen 200 segundos, ya se han sentado a sus mesas casi dos decenas de clientes en sus cien metros cuadrados diáfanos.
Hay una pareja en sus veinte pocos de turistas (pero turistas del mismo Misuri) y otra pareja de cuarentones con gorras y ropa de faena en los apartados a la derecha. A la izquierda, la barra sirve de margen a lo largo excepto por una mesa para seis personas, nada más entrar, que ocupa otra cuadrilla de trabajadores a la espera de que sea de día para empezar la jornada; sus gorras, sus pantalones con bolsillos, sus botas de seguridad, sus barbas de muchos días hablan por ellos. En el centro, como en una celebración medieval, diez tipos comparten mesa en un grupo que mezcla a los oriundos que dominan el local (obreros a punto de subirse a una elevadora hidráulica) con otra de ingenieros, contables o cualquier variedad de cuello blanco vestidos como solo visten los que normalmente llevan traje cuando quieren aparentar campechanía en un pueblo perdido de Misuri (quien dice Misuri...). O quizá sean los contratistas que han venido a comprobar la evolución de las obras de reparación del dique que la crecida del río se llevó por delante a finales de primavera.
Hay dos camareras, ambas rubias en la treintena y en camiseta roja. Una se llama Jessica y a la otra no le vi nombre.
Hacia el final, entra un tipo cerca de los setenta o quizá en los cincuenta pero tan ajado que se da por viejo (empezando por él mismo). Va vestido con pantalón corto de camuflaje militar y chaquetón a juego. Lleva una gorra vieja de un taller (manchada de grasa, pues). Pide leche en lugar de café porque supongo que con la medicación que le dan a los veteranos el café es demasiado fuerte.
Y hay, al fondo del todo, justo delante del ventanal que se abre a la cocina y sentados mano a mano mirando a todo el establecimiento, dos hombres por encima de los sesenta. Uno lleva gorra amarillo chillón y sudadera de trabajo azul y el otro, polo salmón y pantalón de pinza.
Son las seis y veinte de la mañana y toman café, charlan y observan a la gente que entra y sale. En sus cabezas lo repasan todo.
Hasta cuando eran ellos los que paraban a tomar café y salían cuando al sol le daba por despuntar de una vez por todas.
Porque el sol es perezoso cuando tiene que despegarse del Mississippi.
Carretera hacia el oeste en Misuri, con el sol una hora ya arriba. |
Retrato de un amanecer: Ya lo he dicho. Lento y perezoso como es el río. También hermoso en su salvaje imperturbabilidad.
Retrato triste de concierto: Salina es la última gran ciudad de Kansas según se llega a la mitad del Estado. Aún quedan más de 300 kilómetros hasta Colorado y, a partir de aquí, los municipios van a juego con la soledad del terreno. Salina se llama así pese a que el condado de la que es capital y el río que la explica se llaman Saline. Tiene casi 50.000 habitantes y un fuerte componente industrial que ha resistido a mil crisis. Aquí se instaló la primera fábrica de los vaqueros 'Lee'. Hoy, el principal empleador es Tony's Pizza, que no es el telepizza de las grandes llanuras, sino un elaborador de productos italianos (claro) congelados. Ocupa a más de 2.000 personas (nada menos). Hay otras cuatro empresas que dan entre 600 y 1.000 empleos cada una. Y solo hablo de las cinco grandes.
Hay dinero en Salina, parece.
Otra cosa es que se la gasten en sus comercios.
En los extremos se acaba la estructura. No habrá escalera ni nada. |
ABUELA: ¿Y esto qué es? ¿Un puente?
HIJO: ¿Un puente? Si no va a ninguna parte ni hay forma de subir.
NUERA: Antes había una cosa parecida.
ABUELA: Pero eso no era un puente ni una pasarela.
NUERA: No. No servía para nada. Supongo que en eso esto es lo mismo. No sirve para nada.
Unos cien metros más abajo, viene la historia triste del día. Se llaman Candice and the Business Casual y se pusieron a tocar a pleno sol en mitad de la calle a las cinco de la tarde (40 graditos). Hasta las seis, estuvieron dando la tabarra los obreros, con gritos y máquinas que pitan cuando dan marcha atrás. Delante, el escaso público sumaba seis adultos y tres niños; cuando me paso una media hora más tarde, han perdido a un adulto (menos mal que no se ha perdido un niño a secas). Cantan clásicos modernos como el 'Long train runnin' de los Doobie Brothers, el 'Dream' de los Cranberries o el 'Brown eyed girl', de Morrison. No cantan mal ni ella ni él.
Pero esto es lo que hay. El Ayuntamiento ha organizado un primer viernes de septiembre repleto de actividades musicales y culturales.
Doy fe que las calles no están vacías porque la gente esté dentro de los bares.
Retrato de una vaca: Esto debe de ser ilegal.
Esto es parte de esto otro más grande.
A efectos de escala, el vaso de cerveza es de pinta. |
No obstante, lo grande es lo primero, que son costillas supremas de ternera en el Jack Stack de Kansas City (ciudad famosa por sus barbacoas, en dura pugna por ser la mejor con Texas, Memphis o las Carolinas). Debe de ser ilegal que haya algo tan bueno. A su lado, las costillas de cerdo (izquierda) y las puntas quemadas de ternera (centro) parecían hamburguesas del Burger King si no fuera porque, de no haber conocido a las supremas, las de cerdo y las puntas me parecerían dignas de mi top ten de mejores carnes jamás comidas. Así que imaginad lo que ha sido la maravilla esta.
Desde los indios hasta alguna religión o incluso el mismo Hemingway en su 'El viejo y el mar' han dado la tabarra siempre con que si somos dignos de los animales que nos comemos. Ignoro si yo soy digno, pero querida vaca de algún prado de las grandes llanuras, te prometo que te recordaré siempre.
Siempre, siempre.
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