"Esta guerra no se ha terminado". Aunque no creo que sea su intención, el guía que pastorea a una veintena de orondos turistas (todos blancos, casi todos rubios, casi todos muy por encima de su peso, incluidos la media docena de niños pepones) en el Parque Nacional Militar de Gettysburg se ha puesto faulkneriano. O será que yo soy muy de Faulkner, pero esa frase de que "el pasado nunca muere, ni siquiera ha pasado" se amolda al sentido que el guía le quiere dar a su reflexión; la historia nunca deja de impactarnos, nos explica y nos alerta, nos condiciona y nos predestina. Ya si encima es una guerra civil y fratricida...
En Gettysburg, al sur de Pennsylvania, se libró entre el 1 de julio y el 3 de julio la batalla más sangrienta que se ha librado nunca en suelo americano. Más de 51.000 víctimas para un enfrentamiento que cambió el curso de la Guerra Civil; quedarían dos años de muerte por delante, pero cuando el general confederado mandó retirada se acabó el sueño de la victoria en el sur. Allí, en una ladera a la que volveremos más adelante fue el punto más al norte que llegaron los rebeldes. Desde esa loma reseca, todo fue cuesta abajo para ellos.
Ya basta de datos históricos, que para eso está la wikipedia y un capítulo enterito de mi próxima novela.
"Siempre volvemos a esta guerra". Vuelvo al guía oficial del hoy Parque. Así se presentó (la primera frase del post fue su despedida) el muchacho en sus treinta y largos, pelo muy negro y perilla, andares envarados y ademanes de empollón de instituto que, así es la vida, termina trabajando en un Parque Nacional. Para dejar clara su aseveración, terminaría su larga exposición de hora y media a través de cementerios y monumentos (entre estatuas de oficiales y monolitos señalizando la localización de unidades de ambos bandos; hay más de 1.300 hitos en todo el parque) planteándose si hay que retirar los del bando confederado: si son un homenaje a los que lucharon y murieron por su causa (más de esto en un momento) o si hay quien los usa para exacerbar el odio hacia los negros.
No lo sé. Contesta. Políticamente hablando, por supuesto. Porque Jimmy (llamémosle así, que no me enteré de su nombre) hila sus 90 minutos de explicación con la historia del 47 Regimiento de Virginia. Jimmy no tiene acento del sur y esto no deja de ser Pennsylvania, orgulloso estado donde se redactó la Constitución y la Declaración de Independencia. Así que, de nuevo, será que aquí hay compasión hacia todos los bandos, empatía hacia perdedores y honor a los ganadores. Hechos.
El 47 de Virginia, decía Jimmy, estaba compuesto por granjeros pobres, de subsistencia; un puñado de mozos que jamás se habían alejado de su esquina sureña más de veinte millas. Por no tener, no tenían ni esclavos. Con lo que puede que la causa de la abolición no lo explique todo. Las cosas no son azules o grises, el barro empaña lo uno y lo otro. Puede que combatieran por su hogar (el Norte se aprestaba a invadir el Sur, empezando por Virginia, después de que Virginia hubiera comenzado las hostilidades y volando por los aires una guarnición yanqui) o por defender su forma de vida (que el Norte no les impusiera cómo pensar y actuar... y no sólo en lo que respecta a los esclavos). Puede.
No, no es el 47 de Virginia. Es el 78, los fieles de Lee. Tan fieles que forman parte de la escultura del general en Gettysburg. |
Del 47 de Virginia, del que va desgranando Jimmy sus andanzas durante los tres días de batalla, no hay ni un mojón (ya no digamos una estatua) en el extenso Parque Nacional. Ni uno solo de entre 1.300. Queda un humilde recordatorio en el condado del que eran originarios la mayoría de sus integrantes; un conjunto que está ahora en la lista negra de monumentos que alientan al odio, según los que hacen esas listas.
A Gettysburg llegaron ya apenas 400 miembros de los más de 2.000 que formaron su regimiento al principio de la guerra (dos años atrás). La historia del regimiento se acabó aquel 3 de julio.
La historia en los papeles, porque hoy queda en la voz de Jimmy y el aire tenso, falsamente apacible que rodea el Parque.
Porque un sitio donde han muerto miles y miles de personas no puede ser un sitio normal por muy bucólico que parezca.
Miren esta foto:
La primera es la línea de defensa yanqui; la segunda es el lugar desde el que atacaron los sudistas el 3 de julio. En la primera se ven al fondo unas montañas y un poco más cerca una línea de sombras: esa es la arboleda desde la que atacaron los sureños y desde la que está tomada la segunda foto (el solitario punto en el centro, donde más claridad hay, es el árbol que se ve en segundo plano en la foto de arriba).
Durante mucho tiempo se denominó injustamente a esta parte de la batalla de la Carga de Pickett, en memoria del oficial sureño que la lideró. Como se ve en el cartel de la primera foto, Pettigrew y Trimble también participaron en una masacre donde salieron del bosque 12.000 confederados y volvió más o menos la mitad.
He hecho una prueba a lo Barrio Sésamo:
Arriba... |
... y abajo. |
Se tardan unos veinte minutos a paso ligero en recorrer esos dos kilómetros de valle (en cuesta arriba si se viene desde el lado rebelde). Imagino que a paso de carga y en formación y plenamente equipados (excepto en los pies: dos tercios de los soldados confederados iban descalzos) se podría tardar una media hora.
3 de julio, tres de la tarde. Toda la mañana habían estado los artilleros confederados atacando y el humo se había convertido en cortinaje de teatro apolillado de provincias. Piensen en salir al descubierto, echar a andar durante 25 minutos sin nada más que esperar que te despedace una bomba o te taladren decenas de esquirlas de metralla; y en los cinco minutos finales convertirte en pato de feria, porque a esa distancia la infantería tomará el relevo de la artillería y dispararán con los fusiles. Aunque si has llegado hasta ahí al menos puedes disparar también.
¿Qué llevó a un virginiano pobre a estar ahí?
Ni idea.
Auque siempre hay un reverso y la misma historia de carga suicida que podría sonar a homenaje a los sudistas se podría narrar de los yanquis que padecieron una somanta de palos similar en Fredericksburg, unas semanas antes.
Anda que no hay ejemplos de quien toma una colina, desembarca en una playa, carga contra un castillo así como de los otros muchos que no lo lograron. Unos y otros solo cumplieron con su deber.
Que la Historia le busque razones (o justificaciones) a ese deber.
Mi deber con este blog (vaya transición cutre me acabo de marcar) es seguir adelante.
Pasando a algo más ligero (o no), antes de Gettysburg pasé por el condado de Lancaster, ese rincón extemporáneo donde anabaptistas de toda condición y ropajes (desde vestidos que rozan el burka a modernas variaciones de la vida rural) a los que todo el mundo generaliza como amish se ríen y viven de lujo a costa del capitalismo.
Si el pueblo de Gettysburg es un reducto turístico hasta donde organizan tours de terror en las noches de los sábados (algo de dudoso gusto cuando hay tanta sangre derramada cerca) con lugareños vestidos de época, Lancaster es un pueblo feo, degradado y donde todo el dinero se lo llevan a sus granjas de los valles aledaños los que viven en el pasado en cuanto a electricidad y coches. Ellos hacen sus pasteles y sus quesos y plantan sus calabazas sin químicos y se los venden a precio de oro a turistas que vienen de Nueva York o Filadelfia a comprar comida auténtica (olvidando muchos de ellos que quizá sea incongruente apelar a lo orgánico y taparse los ojos ante la evidencia de que las mujeres son como vacas lecheras en este tipo de familias: paren y crían y, además, las humanas cocinan y lavan la ropa de las numerosas proles).
Mercado central de Lancaster, donde se aprecian cofias y sombreros de granjeros en algunos mostradores. |
De la mismísima Lancaster era un tal Reynolds, uno de los oficiales mejor preparados de la Unión (paradójicamente, los oficiales de mayor renombre del Ejército americano antes de la guerra procedían del Sur).
Murió el primer día de la batalla de Gettysburg.
Siempre volvemos a la guerra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario