martes, 12 de septiembre de 2017

Día 6: Tumbas de carbón



Harlan, capital del condado del mismo nombre. 1912.

Alex Hobarth Jr. desespera todas las noches a su madre. Recién cenado, aseado y listo para dormir, peinado con agua que sale del grifo del color del cemento líquido, el niño de 11 años espera a que vuelva su padre de la mina de carbón junto a la puerta, bailando de los nervios. Alex Hobarth Sr. entra ya de noche cerrada, porque en Harlan el sol tarda en iluminar las calles y se apresura en desaparecer, de lo encajada entre colinas que está la ciudad. La casa de los Hobarth no es suya, sino que se la proporciona la empresa minera: un edificio de madera de baja calidad, de una sola estancia alargada y en la que el suelo se comba por la humedad que las montañas del Este de Kentucky supuran. 

A la señora Hobarth lo que le desespera de su niño es que se ponga el casco tiznado de mugre del padre. Todas las noches le dice que se acostará con el pelo sucio y despeinado y todas las noches se lo vuelve a recomponer. 

Alex Hobarth Jr. pierde a su padre a los 12 años. Se lo ha tragado la montaña y el ataúd ante el que su madre llora y él no puede soltar una sola lágrima (porque es un hombre y los hombres no lloran) está vacío, ya que el cuerpo se lo ha quedado el estómago de la colina. Los del turno de su padre, que escaparon por suerte, dicen que deberían hablar con el sindicato, que se veía venir la tragedia y que vendrán más. 


En Harlan, todos los demás le dicen a Alex que su padre es un héroe, que ha sacrificado su vida para darle un futuro a su familia y para impulsar el mejor país del mundo.

Alex ya no es un niño alegre; su madre solo le tiene que peinar una vez por las noches.

Lo que quiere Alex es salir de Harlan. Una oportunidad en la tierra de las oportunidades, ¿no? Demasiado joven para alistarse en la Primera Guerra Mundial, al cumplir los 18 (y firmarse la paz) solo le queda una salida: seguir los pasos negros de su padre hasta la boca de la mina. 

A los 30 años, Alex tiene cuatro niños que han sobrevivido (otros tres murieron antes de cumplir un año), escuálidos, mal alimentados y con la constitución débil, mirada torva y juegos tristes; una mujer con la que no se habla y que solo come gachas y pollo frito, una madre que apenas habla a nadie y una tos que en las noches frías le hace escupir sangre.

También tiene un gato al que le da patadas. 



Corre el año 1930, unos meses después de que la Bolsa crujiera. El país se retuerce en la Gran Depresión y las empresas mineras de Kentucky, la primera industria con mucha diferencia del Estado, deciden vender carbón por debajo de su precio de coste. Para compensar, reducen en un 10% los ya bajos salarios de sus trabajadores. 

Alex no va a la huelga a la que sí acuden unos 6.000 de los 7.000 mineros de la región. 

-No es momento de no cobrar: mi familia me necesita. 

Dice, cuando lo cierto es que quiere el dinero para seguir comprando alcohol de contrabando (en esa parte de Kentucky no es legal vender alcohol). 

Su amigo Lee le dice que nunca es buen momento:

-Que si la guerra mundial, que si los bolcheviques, que si los felices años veinte, ahora la crisis... Siempre hay una excusa para no luchar por nuestros derechos. 

Grita exaltado.  

Alex se encoge de hombros y le da un tiento largo a su cantimplora donde no hay agua sino algo que le prometieron que era whisky pero sabe a azufre.



Las empresas despiden a los sindicalistas directamente y amenazan a los huelguistas con echarlos de las casas de su propiedad; luego los echan y las familias huyen montaña arriba, a los pueblos que no pertenecen (porque pertenecen con papeles como si fueran un coche) a las empresas mineras. La mecha prende y empiezan los enfrentamientos. El sheriff de la zona, a sueldo de las compañías, arremete contra los huelguistas con rifles y pistolas, viene la Guardia Nacional a poner orden y se pone a pegar tiros. Hay muertos por ambos bandos en unas escaramuzas que se alargan hasta finales de los años 30. Diez años de sangre y caos. 

Será el peor de los caos, la Segunda Guerra Mundial, lo que cierre la conocida como la Guerra del Condado de Harlan (o el Harlan sangriento). 

Ahora sí que sí: hay que arrimar el hombro contra los fascistas. Y después habrá que trabajar por la reconstrucción y vendrá Hoover y la caza de brujas (con sus ilustres perseguidos en Hollywood) al comunismo o a la izquiera y más esfuerzos patrióticos por Corea y Vietnam y Cuba y la guerra fría y...

Alex mantuvo su empleo, acudía a la mina escoltado por seguridad privada de la empresa, pero perdió la vida incluso antes de Pearl Harbour.

Murió con los pulmones reventados. 

Enfermedad común, no laboral. Con lo que su mujer no recibió la compensación que habría recibido si una roca le hubiera aplastado la cabeza. 

Porque cuando la montaña se derrama no hay casco que te proteja.


Harlan. 2017 


Alex Hobarth Jr es un personaje inventado y sus detalles personales (incluido el pobre gato) también. 

Pero hay un Alex Hobarth real que murió en 1912 en su trabajo como minero del carbón en el condado de Harlan:


Es el primero de una lista:


Una lista que sigue por la parte trasera y que más o menos incluye a un millar de mineros del condado de Harlan que han muerto en el desempeño de su trabajo. Durante algunos de los años 20 (justo antes de las huelgas de los 30) hay casi un medio centenar de víctimas por cada fecha. En ese mismo parque de la capital regional hay placas con todos los muertos en las distintas guerras: Primera, Segunda, Corea, Vietnam... no llega ni a una tercera parte del millar de los mineros si sumamos a todos los soldados caídos. 

Un ejercicio estadístico exprés: ¿recuerdan que en los años de las huelgas había unos 7.000 mineros en Harlan? Pongamos que en uno de esos años murieron 70 mineros: o sea, uno de cada cien mineros perdía la vida en su empleo.  

No ha muerto nadie desde 2006, pero es porque apenas hay sitio para el hombre en las minas del Kentucky oriental desde entonces. Las máquinas hacen ya el trabajo sucio (o todo el trabajo a secas) y la lista solo se ha actualizado para incorporar en la parte final algunas muertes de los años 30, 40 o 50 reconocidas ahora. 

De las entrañas de Harlan se ha sacado tanto carbón que es el segundo más productivo de todo el Estado (que a su vez, es el tercer estado extractor del país). Pero hoy el único empleo al que aspira un habitante de Harlan es a servir hamburguesas en alguna cadena de comida rápida.

O marcharse lejos. 



Esto tampoco me lo he inventado. Me lo cuenta Leslie, del centro de visitantes de Harlan, quien me ve rondando por el pueblo a eso de las siete y media de la mañana y se ofrece a ayudarme... pese a que el centro abre a las nueve. "Es que soy pájaro madrugador", me dice, mientras me acompaña a un garito a desayunar. "Aquí no viene mucho turista", pretende excusar su amabilidad extrema. 

El condado de Harlan tiene hoy día unos 27.000 habitantes (bajando dramáticamente cada año) y es uno de los más pobres de Estados Unidos en lo que respecta a renta per cápita de sus habitantes pese a todo el dinero que dieron las minas durante un siglo y que, obviamente, no se quedó en casa.

Perdón: que las casas tampoco eran de sus habitantes. 

En las montañas queda por extraer casi el 90% del carbón, aunque la tecnología actual no permita acceder a su mayor parte. 

Todavía. 



PD: La Guerra de Harlan ha dado algo de sí en la cultura: los escritores Dreiser y Dos Passos investigaron en nombre de periódicos del este los hechos y múltiples cantantes de folk y country homenajean a Harlan en sus letras. Además, una de las series de televisión a la que más cariño le tengo (Justified) está ambientada en la zona y en sus habitantes. 

Hoy es obligada esta canción, 'You'll never leave Harlan alive', con frases como: '...and you spend your life digging coal from the bottom of your grave':

  

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